15 feb 2015

NO SON NI EL GENERAL MIRANDA, NI DOÑA “CONCHA” PALACIOS, NI EL GENERAL RIBAS


1) Cuando en 1896 se cumplieron ochenta años de la muerte del generalísimo Francisco de Miranda, el presidente de la República general Joaquín Crespo, le encargó al gran artista valenciano Arturo Michelena, que le pintara un cuadro que representara al Precursor de la Independencia, en su prisión del Arsenal de La Carraca en Cádiz, y ofreció pagarle cuarenta mil bolívares. Michelena pintó el cuadro alterando un  poco la realidad, ya que Miranda no estuvo preso en un calabozo, con cadenas y rejas sino que por el contrario, tuvo plena libertad para salir de la prisión a comer y beber en las fondas cercanas, que podía andar para arriba y para abajo, metía mujeres en su celda-apartamento donde tenía hasta un sirviente y lo mejor de todo, que hasta su último día siguió cobrando su sueldo de general de los reales ejércitos que lo era por nombramiento de Su Majestad Fernando Séptimo por mano de su Junta de Gobierno de Caracas en diciembre de 1810. 

El cuadro estuvo listo, pero sin el rostro, porque Michelena esperaba encontrar un modelo digno de tan importante personaje. Una mañana, cuando abría su taller, vio venir al gran escritor Eduardo Blanco, autor de “Venezuela Heroica”, el devocionario de historia patria más hermoso que conoce Venezuela e inmediatamente se dirigió a él diciéndole: “Don Eduardo, quiero pintarle un retrato y le ruego que me dedique algún tiempo para elaborar el primer boceto” Ante tan tentador honor accedió el eminente historiador y esa misma mañana tuvieron su primera sesión de trabajo. “Vuelva mañana para terminar y en dos días se lo entrego”. Así se hizo y al cuarto día, el gran pintor le entregó su retrato al gran historiador. Oh! Sorpresa, cuando a los pocos días, en la oportunidad de inaugurar el cuadro en el Teatro Municipal de Caracas, todos los presentes observaron que el rostro de Miranda era el de don Eduardo Blanco Blanco Blanco Blanco, que lo era cuatro veces. Tenía para ese entonces el modelo, 58 años y Miranda tenía 63 cuando lo hicieron preso.  

Hay quienes dicen que el escritor posó para modelar todo el cuerpo del generalísimo, mientras que para otros, sólo lo hizo para el rostro. Nuestro amigo el doctor Romero Zuloaga nos confió que el cuadro que le pintó Michelena a su bisabuelo está en poder de su familia. O sea, que quien aparece en el más conocido cuadro de toda la pintura venezolana, no es don Francisco de Miranda sino nuestro más insigne historiador retratado por nuestro más insigne pintor.

2) Por un inexplicable error, se ha estado ilustrando artículos y aún, libros, con un retrato de doña Concepción Palacios Blanco, que no corresponde a ella, quien no dejó retratos, sino a la señora esposa del pintor Emilio Mauri caraqueño formado en Francia y quién es autor de entre muchos otros cuadros, el conocido de doña Luisa Cáceres de Arismendi que aparece en nuestro billete de veinte bolívares. Esa fotografía fue publicada en “El Cojo Ilustrado” de Caracas de donde la hemos ido copiando todos. En nuestro libro “Municipalabreos” aparece el retrato atribuido a la madre del Libertador cuando en realidad es el de la señora Mauri.  En un Boletín de la Academia Nacional de la Historia de comienzos del siglo pasado apareció una nota de don Vicente Lecuna donde aclaraba el error, pero se ha seguido cometiendo hasta nuestros días.

3) Igualmente pasa con el general Ribas. En muchos artículos de prensa y hasta en libros, aparece la figura de un hombre apuesto, de bigotes poblados, jinete en un hermoso caballo, que tiene mucho que ver con nuestra ciudad pero que no es “El Vencedor de los Tiranos”. En realidad el cuadro se llama “Joaquín Crespo después de la Batalla de La Victoria”, pintado en Caracas por Emilio Mauri, el esposo de la señora que por error aparece como la madre del Libertador. La batalla a la que se refiere el nombre del cuadro no es la de 1814 sino una tercera que se produjo en 1879 a la muerte del general Francisco Linares Alcántara (primer presidente venezolano que muere en el ejercicio del cargo). Fue la primera batalla venezolana en la que se usaron ametralladoras y en ella se enfrentaron el ejército guzmancista contra el alcantarista y el triunfo del primero permitió el regreso al poder al general Antonio Guzmán Blanco y el comienzo de “El Quinquenio”, el segundo de sus tres mandatos. Por cierto que existe otro cuadro llamado “El general Crespo en la Batalla de La Victoria” pintado por Arturo Michelena, que está o estaba,  en el Despacho Presidencial de Miraflores.

O sea, que ni Miranda es Miranda, ni doña Concepción es doña Concepción, ni el general Ribas es el general Ribas, pero los tres están grabados con sus rostros verdaderos en el corazón de todos los venezolanos.

9 feb 2015

LA CAMINATA


Cuando el 10 de febrero de 1814, hace doy 201 años, el general Ribas a la cabeza de los estudiantes, seminaristas, soldados y otros jóvenes que lo acompañaban, terminó de recorrer el camino que venía del Valle de Los Caracas al Valle de Aragua y a los llanos, después de atravesar el pueblo de El Consejo y andar Tiquire y La Mora, llegó al sitio donde se cruzan el Camino Real y la Quebrada de Macuaya, asiento de una numerosa comunidad indígena. Allí se encontraba el jefe de los indios de Macuaya acompañado de cientos de sus compañeros. Eran amigos de Ribas quien era gente de por aquí; y contaba don León Gustavo Richard, por habérselo oído muchas veces a sus mayores, entre los cuales había integrantes de esa comunidad, que al avistar al bravo guerrero lo detuvieron y le dijeron: “General, a los que corran huyendo por estos lados, no los persiga, porque de aquí no pasan. Usted no se enterará sino después porque las armas de nosotros no hacen tanta bulla ni tanto ruido como las de ustedes”. “Y entre vivas y griteríos, todos le enseñaron las puntas de sus lanzas”. 

Viene a cuento, porque a las muchas actividades con que la ciudad celebra el aniversario de la batalla, se han ido sumando desde hace muchos años nuevas formas de honrar a quienes dieron sangres y vidas en la lucha por la libertad. Primero fue una fiesta de iglesia; un Te Deum votivo (en cumplimiento del voto de Ribas); después en 1897 pasó a ser una fiesta parroquial y pueblerina; en 1944 un Día de Venezuela en Aragua y en 1947, el Día Nacional de La Juventud Venezolana”. 

En 1914 hubo el primer desfile militar en el que participaron tropas colombianas que se hospedaron en el piso de abajo del Cuartel Montilla aún en construcción, pero aprovechando que la placa del piso de arriba le servía de techo a tan importantes huéspedes. Desde 1964, la Junta 12 de Febrero que se nombraba cada año con personas notables,  se eligió la primera Reina de la Juventud (todavía no era novia) que lo fue al mismo tiempo del carnaval, siendo elegida la bella Gladys María Grillet Brouzes, quien fue coronada por el presidente de la junta doctor Reynaldo Paredes Hernández. Luego se fueron sumando otros números como “El Traslado” de la Virgen Vencedora, su Homenaje en el Cuartel Montilla, su  procesión hasta La Estatua, La Jura de los Centros de Estudiantes, su ingreso a la Catedral y posteriormente, “El Retorno”. 

Son ya tradicionales desde hace años la elección de la Novia (que debería ser de toda la juventud venezolana y no solo de La Victoria), “El Reencuentro”, las fiestas populares, los concursos de pintura; en una época lejana las conferencias y charlas y desde 1964, el imponente desfile militar, la Sesión Solemne del Ayuntamiento cuyo único punto es el Discurso de Orden, que el año pasado por ser el Bicentenario fue sustituida por una de la  Asamblea Nacional y este año por otra de la Legislatura Regional. Pero el año pasado se sumó un nuevo e imponente desfile llamado “La Caminata”, que consistió en una marcha de los Cadetes de la Academia Militar, saliendo el mismo ocho de febrero y llegando el mismo diez a La Victoria, siguiendo el mismo camino que siguieron los estudiantes de 1814, pernoctando en los mismos lugares y siendo recibidos en Macuaya (a la que le cambiaron su bello nombre indígena por el de Maletero), por estudiantes y gentes del pueblo, representantes y algunos hasta descendientes de las etnias aborígenes que poblaban esa quebrada y sus alrededores. Y esta nueva iniciativa llegó para quedarse, porque el Rector de la Academia Militar general Alexis Rodríguez Cabello, decidió incorporar “La Caminata” como materia obligatoria para los alumnos del Tercer Año de esa “alma mater” castrense. 

Es fácil adivinar que no sólo vendrán los Cadetes del Tercer Año, sino todos los futuros oficiales y que por el camino se le irán sumando jóvenes de los diferentes sitios que pueblan “El Camino”. Ya en “La Caminata” de hoy viene una compañera que no vino el año pasado: La Inmaculada Concepción (La Virgen Vencedora). La primera jornada fue anteayer desde Caracas hasta San Pedro; la segunda, ayer, desde San Pedro hasta “Las Cocuizas” y la tercera (la de hoy) desde allí hasta La Victoria. Al terminar la zona montañosa y bajar la “Cuesta de Márquez”, el camino se une al Río Tuy y emprenden juntos por varias leguas, el emocionante descenso hacia el valle, adentrándose en “la provincia de La Provincia”. Hasta el pueblo de La Victoria lo bordean de lado y lado haciendas que desde el siglo XVI hablan de la fertilidad de la tierra y de la industriosidad de sus hijos. El río las riega y el camino las comunica; de aquí para allá “El Valle del Miedo” y de allá para acá “Las Cocuizas”, nombres que le erizaban la piel a los forasteros. “Las Lagunetas”,  “Las Cocuizas”, “Nuestra Señora del Pópulo”, “El Carmen”, “Buen Paso”, “Los Jabillos”, “Quebrada Seca”, “La Urbina”, “San Isidro de Barrios”, “El Mamón”, “El Arenal”, “Monte Oscuro” (donde se fundó El Consejo), “Tiquire”, “La Mora” y “Macuaya” . Sembradíos de Cacao, Añil, o de Caña de Azúcar, rodeados de una vegetación exuberante, vienen entrecruzándose de norte a sur, de arriba hacia abajo, de la montaña hacia el valle, hasta que un brazo del camino sigue de largo al poniente y el otro desemboca en “Cantasapo”, punto de “El Arenal”, último tablón de caña de la “Hacienda Barrios”. Allí las turbulentas aguas del río dan un imprevisto giro hacia el naciente y abandonan al camino. A principio lo llamaron “Camino de los Indios”, luego “Camino Real”, “Camino de la Provincia” o “de la Gobernación”, “la Ruta de Lozada”, alguna vez “Camino de El Consejo”  y por último -y aún se llama- “Camino de los Españoles”.

Ahora los dueños de la tierra no son los mismos; las haciendas sí. Muy pocas han cambiado de nombre hasta nuestros días. El camino sigue siendo el mismo.

Desde el atardecer, una cúpula azul se va cuajando de luceros; son las almas de los antepasados que custodian la tierra y velan el sueño de sus descendientes para que sepan que no están solos. Los primitivos habitantes vieron nacer cada día a un Dios que iluminaba  el campo, calentaba la tierra, daba vida y disipaba la niebla, hasta que los evangelizadores les enseñaron  que de aquí en adelante verían nacer a Dios, no todos los días sino una sola vez al año.

Por su intrincada vegetación entraron lo bueno y lo malo. La conquista, la colonización, la Lengua Castellana, la religión católica, las instituciones peninsulares, el municipio, las leyes de indias, el derecho, la terrofagia, la esclavitud, el dominio. Los cueros y cordobanes, las plumas, el tabaco, el añil, el cacao, las cargas de papelón, el aguardiente. El oro no, la plata tampoco ni las perlas porque iban por otros caminos. Esta era una provincia muy pobre que le iba a causar muchos dolores de cabeza a nuestros monarcas.

En sus campos floreció la música. Vihuelas, guitarritas, arpas, clavecines, iban en los equipajes para el interior de la provincia y muchos de ellos se fueron quedando en el camino. Algunos viajeros los oyeron después en las casas de haciendas y en las pulperías. Fandangos mestizándose hasta convertirse en joropos y pasajes. Sobre el lomo de una mula pasó una vez un piano. Los toques de estos campesinos eran diferentes a los de los llaneros. Hacían un contrapunto con la voz y los capachos y sonaban como un clavecín.Y floreció también la vida. 

Las antiguas haciendas son ahora pueblos. “Los Jabillos” y “Nuestra Señora de las Angustias” son ahora los pueblos de El Conde y Quebrada Seca.Floreció el mestizaje. La mezcla enriquecedora de indios, españoles y africanos que dio origen al pueblo venezolano, a lo que somos hoy en día. La mezcla no solo fue de etnias, de sangres, lo fue también de culturas, de creencias religiosas, de comidas, de cantos y de bailes. Nuestros bisabuelos indios mezclados con nuestros bisabuelos blancos y con nuestros bisabuelos negros. Pudo decir Bolívar que éramos el punto equidistante entre América, África y España. Todos café con leche. Unos más leche y otros más café.

Con el paso del tiempo el camino se fue haciendo historia y los hombres a su paso le fueron dejando sus nombres como testimonio de  presencia. Se fueron convirtiendo en toponímicos. Invasores e invadidos fueron dando nombre a la tierra “Loma de Terepaima”, “Loma de Narbais (Narváez)”,  “Salto del Fraile (Freire)”, “Fila de Márquez”, “Quebrada de Galindo”, “La hacienda del Conde”, “La Hacienda Urbina”, la “Hacienda Barrios”,  “Las Tierras de Tovar”, “El Plan de Zurita”, “La Quebrada del Alemán”, “La Casa de Morgado”, el “Plan de Azevedo”, “El Plan de Palacios”.  El camino se fue haciendo historia y los hombres se fueron haciendo geografía. Pasaron trescientos años de aparente calma hasta cuando Bolívar preguntó que si no bastaban. 

El polvoriento camino se estremeció con el repiquetear de los cascos de las caballerías de Bolívar, donde venía la Patria y con el repiquetear de los cascos de las caballerías del Rey donde también venía la Patria.

Cronos, inexorable, ha ido poniendo lentamente cada cosa en su santo lugar y dando a cada quien lo que le corresponde, que no otra cosa es la justicia.

La importancia del camino duró hasta 1866 cuando Antonio Guzmán Blanco abrió la carretera Caracas-Los Teques-Las Tejerías-El Consejo-La Victoria. Entonces comenzó otra historia porque ahora era otra la geografía.

Pero “El Camino” recobrará la importancia nacional que antes tuvo,  porque cada año por febrero, los futuros oficiales y quienes los acompañen, podrán imaginar sobre el terreno, lo que hubo que andar  para arriba y para abajo, para que hoy pudiéramos tener una Patria.

2 feb 2015

MAÑANA CUMPLE 220 AÑOS EL GENERAL SUCRE


Bolívar y él se conocieron en La Victoria, en la casa de don Juan de La Madriz, conocida hoy como Casa de “La Mascota”, en el cruce de la Calle Real (Rivas Dávila) con Ribas, frente a “La Liberal” donde se hospedaba El Libertador y donde terminó la Campaña Admirable y nació la Segunda República,  a pesar de que su dueño era  un realista, hacendado victoriano,  fiel a sus amigos y a su Rey. 

La histórica y heroica ciudad que aún no se reponía de los estragos de su Segunda Batalla (Ribas contra Boves), fue el escenario del primer encuentro entre el futuro Libertador y el futuro Mariscal. Corría el año de 1814 y las hordas de Boves arrasaban las simientes de la República recién recuperada tras la más admirable de las campañas, y que trataba de levantarse sobre las cenizas a que la había reducido el feroz Monteverde. El Dios de la Guerra se enseñoreaba sobre los campos y en lugar de con sudores, los surcos se abonaban con sangre y lágrimas para que la cosecha pudiera ser de libertades. Al despertar el año, Aragua había sumado al calendario de las hazañas, dos fechas que más adelante estamparía en su escudo y a la patria naciente, nuevos altares erigidos con las batallas de La Victoria y las dos de San Mateo. Pero existían dos patrias y era necesario que fueran una sola; que los ejércitos, el de Oriente y el de Occidente, fueran uno solo; y era posible, porque dos poderosas razones convocaban a la unión: un mismo ideal de libertad y un enemigo común.

Simón Bolívar hace dramáticos llamados al Libertador de Oriente, General Santiago Mariño, algunos de ellos llenos de promesas y halagos: “Por premio a los sacrificios de Vuestra Excelencia y de las victorias con que han sido coronados, desearía que fuse el Presidente de Venezuela”. Los valerosos soldados que habían liberado el Oriente, cruzan los llanos y hacen su entrada triunfal en el valle de Aragua. Al frente viene un joven de apenas veinticinco años que trae sobre sus hombros las charreteras de General en Jefe y la gloria de haber dado la libertad a medio país. Junto con él, la fulgurante constelación del Oriente: Manuel Carlos Piar, José Francisco Bermúdez, Manuel Valdez, Francisco Azcue, Tadeo Monagas, su hermano Gregorio y un joven Edecán de diecinueve años que se llama Antonio José de Sucre. Entran por el Sur y antes de llegar a la Villa de San Luís de Cura, topan con Boves quién huye despavorido de la espantosa explosión de San Matheo y  lo derrotan en el sitio de Bocachica. El 30 de marzo de 1814, los orientales confirman en tierras de Aragua, las glorias de que venían revestidos. Toman el viejo camino del Valle de Tucutunemo que va a dar al Pao de Zárate, llegan a La Victoria el 4 de abril y al siguiente día, el 5 de abril,  llega Bolívar. Se conocen los dos Libertadores; unen sus ideales en un solo ideal, sus mandos en un solo mando y forman el ejército que, unido, le dará la libertad a Venezuela en el campo inmortal de Carabobo y que después irá hasta Ayacucho a sellar la independencia de todo el continente.

El 5 de abril de abril de 1814,  el Libertador conoce a los orientales y entre ellos a Sucre, Debían saber ya el uno del otro, porque aún cuando en escenarios diferentes, ambos lucharon durante los espantosos días del asedio a Valencia, bajo el mando supremo de Miranda, y es probable que Sucre hubiera participado en la primera batalla de La Victoria el 20 de junio de 1812, a las órdenes del Generalísimo.

Pero es ahora cuando Bolívar tiene 30 años y ya es Bolívar, en la vieja casona de Don Juan de La Madriz, en plena Calle Real, donde su ojo penetrante y escudriñador va a mirar hondo en el alma de quien será desde entonces su mejor amigo. Lo intuye. Algún tiempo después dirá:

“Ese mal jinete es uno de los mejores oficiales del ejército (...) no se le conoce ni se sospechan sus aptitudes (...) estoy resuelto a sacarle a la luz, persuadido de que algún día me rivalizará.”

Muy grande debió ser esa amistad para Bolívar, cuando, excelente escritor como era, de cuya pluma salieron miles de cartas, proclamas, poemas, arengas, constituciones, leyes, decretos y cuantas formas literarias existían en su tiempo, escribió durante toda su vida un solo libro: que fue precisamente, la Biografía de Sucre, Un alma apasionada como la del joven cumanés debió sumergirse en un mar de emociones turbulentas, de fuerzas encontradas y de corrientes contradictorias que arrastraban hacia playas desconocidas, al salir de la órbita del General Mariño para entrar en la órbita del General Bolívar, hasta encontrarse de pronto en el cenit, fulgurando con luz propia que irradiaba del brillo de su espada.

“Si Dios le hubiera dado a los hombres el derecho de escoger su familia, yo habría escogido como mi hijo al General Sucre”.

Y tenía que ser así, porque un niño que se mete en un cuartel a los 13 años; que a los 15 es oficial de infantería; a los 16, Teniente; a los 17  miembro del Estado Mayor del Generalísimo Miranda; a los 18, Teniente Coronel; a los 24, General; a los 25, Ministro de la Guerra; a los 27, General de División y a los 29, General en Jefe y Gran Mariscal, bien merecía con muy justificados méritos, ser hijo del Libertador.

Al vencedor de Pichincha y Ayacucho, al redentor de los Hijos del Sol, a quien la posteridad representaría “con un pie en el Pichincha y el otro en el Potosí, llevando en sus manos la cuna de Manco Capac y contemplando a sus pies las cadenas del Perú rotas por su espada...”, bien merecía ser hijo de Bolívar.

El sabio magistrado que es Gobernador de Guayana, Diputado, Senador, Ministro, Intendente de Quito, Diplomático, Presidente del Congreso Admirable, fundador de Periódicos, Universidades y Repúblicas, Presidente fundador de Bolivia, es realmente hijo del Padre de la Patria.

Y es precisamente por eso que lo matan; por ser el hijo predilecto del Libertador y su legítimo sucesor. Todos veían en él al continuador de la obra del padre.  Al final todo se derrumba; matan a Sucre, se desintegra Colombia y muere Bolívar. Los tres mueren de lo mismo: los mata la misma mano con la misma bala. Pero al morir Sucre, Bolívar dedica a su amigo la más hermosa oración que persona alguna pudiera haberle escrito a un ser querido. Queda allí consagrada por los siglos de los siglos, la devoción a una amistad que había nacido en los corredores de una vieja casona victoriana en el Valle de Aragua.  El Libertador escribe: 


“La bala cruel que te hirió el corazón,  mató a Colombia y me quitó la vida. Como soldado, fuiste  la victoria.
                                                                        

“La bala cruel que te hirió el corazón,  mató a Colombia y me quitó la vida. Como soldado, fuiste  la victoria.
Como magistrado, la justicia.
Como ciudadano, el patriotismo.
Como vencedor, la clemencia.
Como amigo, la lealtad.

Para tu gloria lo tienes todo ya; lo que te falta, sólo a Dios le corresponde darlo”.