6 abr 2015

EL CHIGÜIRE, EL SANTO SEPULCRO Y EL DOCTOR CERRÓ


(A la memoria de Ángel Esteban Olivo y José María)

EL CHIGÜIRE ES UN PESCADO. Poco se sabe de por qué siendo el chigüire un roedor mamífero, se puede comer en la Semana Santa. En paseo de exploración botánica por la hacienda “Catuma” en La Tejerías, invitados por su propietario Matías Von Fedak, un alemán venezolanísimo quien desde hace años recoge semillas de los hijos del Samán de Güere y las cultiva hasta  resembrar los “nietos” del venerable árbol en escuelas y liceos, tuvimos el placer de conocer y acompañar al sabio Hermano Jesús Hoyos, un “ochentón” cantábrico, biólogo, profesor ilustre, miembro de la Fundación La Salle y Director de la Sociedad de Ciencias Naturales de La Salle, Presidente de la Asociación Venezolana de Palmas y “Premio Nacional de Conservación 1997”. 


El Hermano Hoyos junto con el Hermano Ginés, han hecho invalorables aportes a la ciencia en Venezuela. Es autor de los libros de Biología por los que estudiamos todos y magníficas investigaciones científicas. Pero un aspecto poco conocido de su labor, es el estudio de la flora venezolana que ha plasmado en bellos libros de entre los cuales destacan “Árboles de Venezuela”, “Árboles Ornamentales de Caracas”, “Palmas de Venezuela” y quince libros más, ilustrados con fotografías, casi todas tomadas por él mismo.  Nos fue identificando árbol por árbol contándonos sus historias, sus procedencias, sus maneras de reproducirse, sus manías, en fin, todo. Lo invitamos a visitar el Parque de La Estación para que dirigiera lo que llamamos “Una tournée Arbórea”. Nos dijo que allí había árboles únicos en Venezuela como Araucarias, Alcanfores, Árboles de La Vaca y otros. Durante el opíparo almuerzo don Matías nos obsequió un delicioso “Pisillo de Chigüire con Arepas y Arroz Blanco” y otras exquisiteces de la cocina criolla que degustamos Manuel Castelaín quien hizo un magnífico registro fotográfico, su esposa la escultora Yasmina Freites, mi esposa y mis hijos. Entonces, contemplando el generoso manjar, el Hermano Hoyos nos dijo que ese plato era “de pescado”. 


Ante nuestra sorpresa nos dijo que “era pescado” y eso no se podía discutir porque lo había dicho Su Santidad El Papa de Roma y sus designios eran “infalibles”. Ante nuestra sorpresa, nos explicó que cuando los primeros misioneros llegaron a evangelizar en nuestras llanuras guariqueñas y apureñas, se sorprendieron con la existencia de un animal mamífero roedor, que los indios criaban o cazaban con flechas, que medía hasta  medio metro de largo y llagaba a pesar ochenta kilos, pero que podía vivir catorce días debajo del agua. Era el Carpincho o Chigüire. Tenía la cabeza cuadrada, ojos pequeños, hocico romo y orejas pequeñitas. Su piel era fina y los indios lo usaban para sus vestimentas y otros usos; su carne era exquisita, salada y muy apreciada entre los naturales quienes lo preparaban de diferentes maneras. Pero el problema radicaba en  que como podía estar muchos días en la tierra como cualquier otro roedor mamífero, pero también podía permanecer muchos días y semanas debajo del agua, no se sabía si era pez y en consecuencia, si se podía comer durante la cuaresma. Ante la duda consultaron a sus superiores y después al Obispo quienes tampoco pudieron responder. 

Entonces elevaron la consulta a las autoridades eclesiásticas de España y por último, a la Santa Sede. Después de estudiar el asunto, Su Santidad El Papa, emitió un “Breve Papal”, mediante el cual declaraba que  si el animal permanecía hasta catorce días debajo del agua, “era pez” y por tanto, sí se podía consumir durante la cuaresma. Esa es la explicación del por qué durante la Semana Santa el plato principal de nuestras mesas, es el chigüire. Se come seco, salpreso, en pisillo, solo, con arepa o arroz y hasta en hallacas. Se reproducen como los acures; la chigüiras paren cada seis meses y en cada parto tienen cuatro y cinco chigüiritos. Recomendamos degustarlo (Si se consigue). Según nos dijo un miembro de la familia Palacios, el rollo de papel que tiene el Padre Sojo en su célebre cuadro, es el breve papal que dictamina que el chigüire es un pescado. 


EL SANTO SEPULCRO COMETIÓ UNA INFRACCIÓN. La  Semana Santa en La Victoria fue siempre motivo de recogimiento y manifestación de la fe que acompañó a los victorianos desde los mismos orígenes de la ciudad. Las procesiones en  La Victoria eran de las más famosas de la provincia durante la época colonial. Y durante los siglos posteriores han mantenido su solemnidad y fama, aunque al decir de Belencita Briceño, los  victorianos acompañan las procesiones pero a regular distancia: “ni cerca que queme al santo, ni lejos que no lo alumbre”. Pero todo no ha sido tan pomposo ni tan solemne; también hemos tenido escenas cursilonas y ridículas como aquella ocurrida en tiempos de Pérez Jiménez cuando un Inspector de Vehículos quien luego llegó a ser Inspector Nacional, le puso una boleta al Santo Sepulcro y le clavó una multa porque al salir de la iglesia en la misma dirección por donde había salido durante los últimos trescientos años, sencillamente “se comió la flecha”. “Tan semejante estúpido” alegó que él había implementado por primera vez un flechado en la ciudad  y el Santo Sepulcro al no obedecerlo, había incurrido en desacato y falta de respeto a su autoridad y “lo boleteó”.

Los socios pagaron la multa y se fueron a Caracas; hablaron con el Arzobispo, fueron a El Nacional. El escándalo y la burla llegó hasta los oídos de Pérez Jiménez quien inmediatamente ordenó su destitución y el nombramiento de otro inspector. Para nada, porque al poco tiempo lo premiaron con la Insectoría  Nacional de Vehículos. Este Viernes Santo estuvimos desde temprano en la iglesia y hablamos con todos los socios pero ninguno recuerda nada. No en vano eso fue hace más de sesenta años. Solamente Juan Torres nuestro amigo de hace más de medio siglo nos ofreció jurungar entre los papeles de nuestro recordado amigo don José Manuel quien debe haber conservado los recortes de prensa del ridículo incidente.


EL DOCTOR CERRÓ FUE UN SANTO. En tiempos del general Gómez vivía en La Victoria el doctor Anselmo Cerró, médico con fama de ser comunista por sus ideas de libertad y por pertenecer al Círculo Literario que dirigía el poeta Rafael Briceño Ortega, que según el gobierno, era una célula comunista. Andaba por todo el pueblo en un Quitrín tirado por una mula. Cada vez que recogían a los sospechosos, apresaban al doctor Cerró pero en seguida lo soltaban porque dentro de los mismos gomecistas había infinidad de personas que atestiguaban en su favor por ser un hombre bueno y generoso. Hoy en día su nombre lo lleva la calle que está detrás del Teatro Ribas. Existía entonces la tradición de que el Lunes Santo, al pasar la procesión de “Jesús Atado La Columna”  por el frente de la Policía (donde hoy está la Casa de La Mujer), soltaban un preso. Lo que se hacía, era que el fin de semana agarraban a cualquier borrachito, lo llevaban arrestado al calabozo y cuando pasaba la procesión, lo soltaban. Entonces el libertado tenía que meterse debajo de la mesa donde llevaban el santo, hasta que llegara a la iglesia, aunque muchos al verse libres, echaban a correr. Una vez, en la segunda década del siglo pasado, habían metido preso al doctor Anselmo Cerró “por comunista” y toda la población esperaba que al pasar la procesión de Jesús Cautivo, lo soltaran. 

Todo el pueblo se había volcado para celebrar la libertad del querido “médico de los pobres”, quien atendía a todos los que solicitaban su auxilio y también les regalaba las medicinas. Llegada la hora, cuando el Santo estaba parado frente a la cárcel, se abrió la puerta y ante la sorpresa de todos, soltaron al borrachito. La indignación fue general, los cargadores se negaron a seguir y el Jefe Civil de la ciudad, de cuyo nombre no quiero ni acordarme, de muy ingrata recordación, ordenó a los socios levantar la mesa bajo amenaza de meterlos a todos en la prisión. Mientras la negativa de los cargadores enfurecía al envalentonado coronel, el pueblo comenzó a gritar que soltaran al doctor Cerró.  El Jefe Civil le ordenó a otro grupo  de hombres que sustituyeran a los cargadores y ante la amenaza, se metieron debajo de la mesa pero estaba tan pesada que no la pudieron levantar. Cambió varias veces de improvisados cargadores pero no podían levantar la mesa que cada vez se ponía más pesada. 

El coronel mandó a venir a ochenta soldados de los que estaban en el cuartel que en esa época funcionaba en el Palacio de Campoelías, pero tampoco pudieron. Él mismo se metió y se dio cuenta personalmente de que el Santo “no se quería mover”. Entonces, ante el paso de angustiosos minutos, la gritería y su propio convencimiento, ordenó de mala gana: “Esta bien, que suelten al doctor Cerró”. Una vez en la calle, entre aplausos y vítores, el doctor Cerró se metió humildemente debajo de la Procesión y entonces las mujeres de La Victoria -sí, las mujeres- rodearon la mesa y con una sola mano levantaron al santo y siguieron su marcha.  Al comenzar la Semana Santa, vale la pena acercarse a la Catedral, compartir la fe del pueblo y observar cómo en nuestra ciudad cada Santo ha tenido sus dueños,  su cofradía, sus cargadores y sobre todo, sus historias.


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