30 mar 2015

AL ÁRBOL DEBEMOS SOLÍCITO AMOR



El 23 de mayo de 1906 se cumplen siete años de la revolución. Ese día, se inaugura en El Calvario el segundo tanque del Acueducto que ha mandado a construir el general y que aún hoy más de un siglo después, le sigue dando agua a parte de la ciudad histórica.

Es tanto el fervor patriótico que despierta la obra, que un ingeniero de la universidad, propone al Ayuntamiento, que mande a talar todos los árboles que se encuentren en las cabeceras de los ríos y quebradas que surten el acueducto, de forma tal, que cuando llueva, las aguas puedan correr libremente hacia los tanques que ha construido el general, sin ser absorbidas por las raíces de los árboles. Y esa proposición la hace en ese memorable domingo en que se celebra precisamente, el Día del Árbol.“Él es tan fecundo, rico y sin igual, que sin él, el mundo sería un erial”.
 
Esperando al "Siempre Invicto"
Se apaga la voz de los niños frente a los arbolitos recién sembrados y toma la palabra el ínclito general, “El Siempre Invicto”, el “Siempre Vencedor Jamás Vencido”. Los alumnos de las escuelas han subido hasta la alta colina para reforestarla. Desde ese Altar de la Restauración, el mirador de Humboldt en 1800 y del Alto Comando del Gobierno en 1902, el Jefe Supremo estremece a los circunstantes con la lectura de un mensaje titulado: “Ofrenda a mi Patria”.

Desde el 9 de abril se ha separado del poder en busca del reposo reparador, pero ahora anuncia su “retiro absoluto” de la vida pública. Sus palabras recuerdan las del Libertador. “Mis últimos votos son por la grandeza de la Patria (...) Si mi retiro contribuyere a la unión y confraternidad de todos los venezolanos (...) me será muy grato permanecer en ese retiro”. “Púyala” debió gritar alguno.

Asaltan la tribuna dos hombres del pueblo llamados Marcelino Rosa y Juan Ramón Pedroza, quienes en elocuentes conceptos le piden a quien llaman “El Magno Andino”, que deponga esa actitud. El orador designado para la Fiesta del Árbol, don Ramón Bastidas, autor del “Himno Aragüeño”, cambia su discurso conservacionista por uno político, y al final del acto, un grupo de niñas entrega al general un ramillete de flores, con una tarjeta dibujada en sus bordes con florecitas coloreadas y las siguientes palabras; “General: a nombre de la República y para bien de nuestra querida Patria, Volved al Capitolio, donde os reclaman los compromisos que habéis contraído. Volved, General”.

El guerrero se retira entre vítores, y una multitud de cinco mil personas lo escolta hasta su casa (en la Calle Real, donde estuvo la escuela “José Félix Ribas”, luego la primera casa de Acción Democrática y después la Panadería Cuatricentenaria). Allí, encaramado en la ventana,  habla el doctor Toro Chimíes, luego don Víctor Vicente Maldonado a quien por su belleza física y sus ojos azules llamaban “El Corazón de Jesús” y el doctor J. de J. Montesinos “El Otoño”, inteligentísimo abogado, Presidente del Concejo Municipal quien en todas partes (bautizo, matrimonio, cumpleaños, fechas patrias o en lo que fuera), decía unas breves palabras, las imprimía en su imprenta y las repartía él mismo y le decían “El Otoño”, porque siempre dizque andaba “regando hojitas”. Por último la palabra orientadora de El Restaurador señala un camino: “Decid al heroico y noble pueblo aragüeño, que cuando todos los pueblos de la República piensen y pidan lo que él, yo volveré gustoso al Capitolio Federal”.

Es la señal esperada; hay esperanzas. Comienza el episodio de “La Aclamación”. El pueblo, como el 19 de abril de 1810, llama a Cabildo. Un Acuerdo del Ilustre Concejo Municipal de La Victoria (firmado por casi los mismos que después firmarán el acuerdo contra Castro), se trasmite a todas las municipalidades del país y comienzan a llegar los telegramas de apoyo. Nos contaba don Anfiloquio Pimentel, hijo del telegrafista, que su padre tuvo que llamar a los telegrafistas de los pueblos vecinos para que se vinieran a ayudarlo.

Todos los papeles que llegan son parecidos, pero hay uno que merece ser estudiado cuidadosamente: “Caracas, 24 de mayo de 1906. (...) le agradeceré que venga a esta capital lo más pronto posible porque comprendo la urgencia que hay de calmar la excitación que se ha producido. Jamás he tenido deseo de ser político. Fue usted quien me hizo salir de mi hacienda y entrar en la vida pública. Venga a hacerse cargo del gobierno. Yo tengo ya suficientes decepciones en mi alma de patriota, para resistir esta lucha, más terrible que la de los campamentos. Su amigo de siempre, Juan Vicente Gómez”.

Frente a la Casa del General Castro
Quienes lo leyeron sin darle mayor importancia, tuvieron tres largas décadas para arrepentirse del craso error. Comienza el contrapunteo solapado de telegramas. Por la redacción de los documentos cruzados se comprende que los redactan sendos “equipos” Mientras tanto, la excitación es general; fiestas, desfiles, banderas, discursos, y el 11 de junio, Aniversario de la Batalla de Zumbador, una Asamblea de Delegados de las Entidades Autonómicas, se reúne en la Casa de Gobierno de Aragua; es la Gran Comisión Plebiscitaria.

El programa es sencillo: exornación de la ciudad, Gran Parada Militar, Salva de Artillería, Banquete Popular en la planicie del cuartel, Paseo Cívico Militar, iluminación de las plazas “Ribas” y “Castro”, Gran Baile en el “Club Victoria”, obsequio del Presidente del Estado, General Francisco Linares Alcántara. La Asamblea cumple con patriotismo su cometido y el 5 de julio, el “Ínclito Ciudadano” reasume su función; La Patria está salvada. Pero ahora hay castristas y gomecistas. En realidad siempre los hubo, pero la Restauración sale resquebrajada de esta innecesaria “Aclamación”.

Con un pie en Caracas y otro en La Victoria, el presidente enfrenta los graves asuntos del estado y cultiva el cariño del pueblo que lo tiene como su benefactor. Construye aquí su palacio y su cuartel. Sigue la fiesta; florecen la agricultura, la ganadería, el comercio y las bellas artes, especialmente la música y la literatura.

Durante el castrismo, en Aragua  aparecen más de cien periódicos. Uno sólo es diario; los demás son semanarios y bisemanarios, pero hay prensa escrita todos los días, mañana y tarde, porque diariamente salen dos y tres. En la sola capital aparecen más de cincuenta. “El Industrial”, de don Carlos Bejarano García, que circuló durante cuarenta y nueve años y nueve meses, hasta la muerte de su director; “El Copey” de Víctor Vicente Maldonado; “El Patriota” de Cosme Damián Maza; “El Eco Liberal”, “El Restaurador de Aragua” del Dr. Belisario Plaza; “El Aragüeño”, “El Atalaya” del Dr. José Eustaquio Machado; “El Bien Público” de los Ochoa Blank; otro “El Aragüeño” de Juan Piñango Ordóñez, hijo del general Judas Tadeo Piñango; la “Gaceta Oficial de Aragua”, creada el 1 de enero del 1900; “El Correo de Aragua”, “El Demócrata” de Julio Bolet Monagas; “Aragua”, del Dr. Pérez Armas; “El Eco Liberal”, “El Regional” de don Carlos Blank y el poeta Sergio Medina; “La Rochela”, “Castro Único” dirigido por Juan Ramón Pedroza, el humilde artesano que habló en El Calvario el día de “La Aclamación”, ahora metido a periodista político. Todos sirven a un mismo ideal, a una misma causa y a un mismo y único jefe.

Al presidente le gustan los toros coleados. No colea pero asiste caballero en brioso corcel a despejar la manga y cortejar a las hermosas aragüeñas que llevan cintas para los diestros coleadores. Se le brindan sonrisas y cintas. Los hombres le brindan toros. Todos ríen sus ocurrentes salidas y su buen humor. Un día el doctor Olayzola, diestro coleador carabobeño, le ofrece una coleada;  “Se lo voy a tumbar por el filo del lomo, general”. Hay expectativa. Viene la carrera y Olayzola hala la cola con todas sus fuerzas, pero el toro apenas resbala en cuatro patas, gira sobre sí mismo y queda con la cabeza hacia atrás; pero no se cae. El avergonzado coleador le grita desde el caballo: “Perdone general, pero en el momento crucial me faltó caballo”. El general Castro hace estallar las carcajadas de las muchachas que lo rodean cuando le contesta: “No, Olayzola, lo que le pasó fue que en el momento crucial, le sobró toro”. “Ese es mi gallo”, grita un borracho y las muchachas, que ya tenían sus cintas listas para adornar al jinete, se las colocan todas al “Siempre Invicto”. El buen brandy perfuma el ambiente que una vez olió a pólvora.

Viene “La Conjura”. Los riñones del jefe se resienten de tanta parranda. Los doctores de Valencia y “Panchito” Alcántara sirven los tragos y sacan cuentas. La lucha es sorda, palaciega y doméstica. Lo que está en juego es la herencia política de la Revolución Liberal Restauradora”, ahora en manos de un hombre que está al borde del sepulcro. Dos grupos se disputan la herencia: uno encabezado por el general Alcántara y el otro por el general Juan Vicente Gómez. Tal vez ha sido el tema mejor estudiado de esos días. Su epicentro es La Victoria, porque aquí vive “Panchito” Alcántara. Cuenta él mismo, por boca de su hijo, nuestro amigo don Francisco Segundo Alcántara, que el general Gómez lo invitó a que fuera a Maracay a conversar con él y antes de ir, llamó al general Castro para pedirle autorización. La respuesta fue lapidaria: “Pancho”, eso es como que una mujer le pidiera permiso al marido para pegarle cachos”. 

Cipriano Castro
Al final, viaja el presidente y se encarga del poder el general Gómez. El general Castro ha dejado muy claras las instrucciones a los suyos: “Rodeadle y servidle como si fuera a mí mismo”. Nunca la voluntad de un caído ha sido cumplida tan al pie de la letra. No se ha desdibujado en el mar la estela del barco ni se han secado en las mejillas las lágrimas de la despedida, cuando casi todo el mundo, se pasa con armas y bagajes, a cumplir la voluntad del viajero; todos rodean al nuevo jefe y comienzan a servirle “como si fuera a él mismo”; esa es la orden. Tan fiel y rápidamente ha sido cumplida, que don Francisco Segundo decía graciosamente, parafraseando al general Castro, que era como si un marido le ordenara a la mujer “pegarle cachos”, y que no tuviera tiempo de entregarle la orden, porque antes de firmarla, ya la mujer se hubiera abalanzado en brazos del amante”.

24 mar 2015

LA PLANTA INSOLENTE DEL EXTRANJERO Y “QUE VIVA EL MOCHO HERNÁNDEZ”



Cuando la planta insolente del extranjero profanó el sagrado suelo de la patria, lo primero que hizo en general Cipriano Castro, fue poner en libertad al “Mocho” Hernández, el legendario caudillo popular, quien había pretendido derrocarlo, pero no con declaraciones de prensa ni con micrófonos, sino mediante la guerra, con un ejército armado hasta los dientes, que ya le había producido varias derrotas a los gobiernos de la época. Después de leer su célebre proclama, que según don José Giaccopinni Zárraga, fue redactada aquí en La Victoria por  Eloy Guillermo González “El Águila de la Tribuna”, el doctor Ángel Carnevalli Monreal y un Zaraceño cuyo nombre no recuerdo ahora y que según él mismo fue un plagio de una proclama argentina muy parecida, el “Siempre Invicto” apareció en el balcón de la Casa Amarilla abrazado con “El Mocho”, ordenó soltar a todos los presos que llenaban las cárceles del país y mandó a poner en todas las plazas de Venezuela mesas, para que se fueran a inscribir todos los venezolanos que estuvieran dispuestos a salir como soldados a defender a la patria de sus invasores. Por cierto que una de las primeras actas dice: Estados Unidos de Venezuela, Distrito Federal. Jefatura de Milicias N° 1, Caracas, 11 de diciembre de 1902. 

Mocho Hernández
El ciudadano José Gregorio Hernández se halla alistado en la milicia de la Parroquia de Altagracia. Vive en la calle Norte 2, casa N° 36. El Jefe Civil: G. Arenas. El Prefecto: L. Carvallo. Filiación: Edad treinta y ocho años. Estado: Soltero. Profesión: Médico”.
Y así fue en todas las plazas, amigos y enemigos unidos. Solo así pudo el general Castro solicitar que todo el país lo rodeara y no solamente sus partidarios y logró el milagro de unificar aunque por poco tiempo, a una sola Venezuela. Sus gestos más importantes fueron “La Proclama” y la libertad del “Mocho”. Ahora bien; ¿quién era este misterioso personaje y por qué era tan importante su excarcelación? Veamos: El general José Manuel Hernández (Caracas 1853-New York 1821) Hijo de canarios trabajadores, nació en el barrio San Juan de Caracas, y con apenas 17 años se unió al ejército que trataba de tumbar al Ilustre Americano. Fue cuando en la batalla de “Los Lirios”, cerca de Paracotos, el 11 de agosto de 1870 le pegaron un balazo y cuando estaba en el suelo, le machetearon el cuello y en el brazo, acción en la que perdió dos dedos de la mano derecha, de donde le vino el apodo de “El Mocho”. De allí en adelante su vida se reparte entre guerras, prisiones, exilio, carpintero y repartidor de pan en La Habana, se casó, enviudó y tuvo u solo hijo aparte de los regados.

Fue líder militar en el estado Bolívar, diputado al congreso ministro de Castro por cuatro días (a los cuatro días de alzó), gran líder de masas (el más importante del siglo XIX junto con Antonio Leocadio Guzmán el fundador del periódico “El Venezolano” y del Partido Liberal y padre de Antonio Guzmán Blanco). Siendo opositor al régimen del triborlado Raimundo Andueza Palacio, es apresado en Ciudad Bolívar (septiembre de 1891-febrero de 1892), y una vez puesto en libertad se hace crespista y  organiza la Revolución Legalista en Guayana, alzándose en abril de 1892.  Luego pasa una larga temporada en los Estados Unidos, Nueva York. Cabe destacar que durante su estadía en la capital estadounidense, Hernández pudo observar las técnicas electorales desarrolladas en las elecciones de 1896, en las cuales se enfrentaban el populista demócrata William Jennings Bryan y el republicano William McKinley, técnicas que posteriormente implementará en Venezuela. Pegó afiches, repartió fotos, estrechó manos, hizo mítines, pero al final siendo el más popular, perdió las elecciones. Le robaron las elecciones en  1897, mediante el más escandaloso chanchullo ocurrido en Venezuela antes del de 1952.  

Hubo cinco candidatos que fueron el propio “Mocho”, aclamado por todas las masas populares,  el general Ignacio Andrade de La Victoria, candidato del gobierno, cuyos descendientes viven aquí en nuestra ciudad; el doctor Juan Pablo Rojas Paúl quien ya había sido presidente de la República y tenía fama de ser muy religioso y curero, hasta el punto de que oía misa y comulgaba todos los días, don Alejandro Castillo quien era Concejal en La Victoria, célebre por su belleza física (parecía un artista de cine) y el gran poeta Pedro Arismendi Brito, hombre de letras, destacado intelectual, padre del doctor José Loreto Arismendi, nuestro profesor de derecho Mercantil, quien fue Ministro de Educación y Canciller durante el gobierno de Pérez Jiménez.

Si las elecciones hubieran sido honestas, el presidente hubiera sido el general Hernández, pero no contaban con la astucia del general Joaquín Crespo, presidente de la República, quien tenía sus propios planes. En esa oportunidad no se votaba con maquinitas ni con tarjetas de colores (eso se implantó medio siglo después), sino que se colocaba una mesa en el medio de la plaza de cada pueblo y los electores que iban llegando tenían que poner el nombre del candidato por el cual estaban votando, con lo que está dicho, que no podía votar quien no supiera leer y escribir. Pues bien el día de las elecciones el general Crespo puso a su gente en todas las esquinas de todas las plazas del país con la orden de que sólo dejaran pasar a quienes fueran a votar por el general Andrade que era su candidato. Y así se hizo. Andrade sacó 406.610 votos  y “El Mocho” que era el más querido, sacó apenas  2.203. La gente decía: “El Mocho Hernández era el candidato de las masas; el doctor Rojas Paúl el de la Misas, el doctor Castillo, el de las mozas, el poeta Arismendi Brito el de las musas; pero ganó el general Andrade porque era el candidato de las Mesas”. Algunos mamadores de gallo decían: “Ganó El Mocho Andrade”. Con el derrocamiento del general Ignacio Andrade llega a su fin el bloque de gobierno de los Próceres de la Federación y comienza el bloque de los andinos en el poder. Y aunque Andrade no era tachirense sino merideño, era andino. Eso dio para que se dijera que los andinos eran tan ordenados, que los ocho habían llegado a la presidencia de Venezuela en estricto orden alfabético: Ignacio Andrade, Cipriano Castro, Juan Vicente Gómez, Eleazar López Contreras, Isaías Medina Angarita, Marcos Evangelista Pérez Jiménez,  Carlos Andrés Pérez Rodríguez  y Ramón J. Velásquez.   Es verdad. 

Era tanta la popularidad del “Mocho” y duró tanto tiempo, que recordamos como en nuestra infancia, algunos viejos de El Consejo cuando se encontraban o estaban frente a una multitud, gritaban: “Que viva el Mocho Hernández” y aún hay quienes de cuando en vez, dejan oír ese gritico.
Con la muerte de Crespo, el derrocamiento de Andrade, el nuevo presidente general Castro, nombra al Mocho Ministro de Fomento, pero solo dura “cuatro días”. Castro para no alarmar al pueblo con la llegada de sus andinos designa un gabinete integrado por muchos de los ministros del gobierno anterior y eso provoca que el general Gómez al ver la lista pronunciara su célebre frase: “Las mismas caritas del noventa y dos”; pero en cambio el general Hernández  lanza su manifiesto y sale a la guerra. Cuenta el doctor Urbaneja que una tarde El Mocho le dijo: “Me voy a alzar doctor Urbaneja; redácteme una proclama, pero eso sí, en mi estilo”. Él se lo quedó viendo y le preguntó: “Pero…¿ que estilo de mi tormento tienes tú, Mocho?” El 28 de octubre de 1898, desde Las Tejerías, “El Mocho” hace pública una proclama y comienza la llamada Revolución de Queipo. Sale en su persecución el propio general Joaquín Crespo y en la Mata Carmelera, estado Cojedes, recibe un balazo que lo convierte en el único presidente de Venezuela muerto en un campo de batalla. La gente grita: “Por fin, por fin, El Mocho mató a Joaquín.

Preso, lo llevan al Castillo de la Barra de Maracaibo es  de allí de donde lo saca el general Castro después de leer su célebre proclama. 

La tal planta insolente la integran los países más poderosos de Europa: Alemania, Inglaterra, España, Italia, Bélgica. Holanda, y nosotros apenas teníamos unos barquitos que nos hundieron en las primeras de cambio. Le toca al canciller de Argentina, Drago, exponer una doctrina según la cual no se permitiría el uso de la fuerza para cobrar deudas financieras y al presidente de los Estados Unidos Teodoro Roosevelt comunicarse con los poderosos países invasores y manifestarles que la armada estadounidense zarparía de inmediato para hacerle frente a las armadas europeas invasoras. Al fin lo que querían todos era repartirse a Venezuela. El fin del bloqueo se firmó en Estados Unidos el 13 de febrero de 1903. Por Venezuela firmó el ministro estadounidense Hebert Bowen junto con los representantes de Alemania, Inglaterra e Italia. 

Nombrado ministro plenipotenciario en Washington, “El Mocho” formula críticas a la administración de Castro, renuncia al cargo y  permanece en el exilio hasta 1908. Luego de la caída de Castro, es nombrado por el general Juan Vicente Gómez miembro del Consejo de Gobierno de 1909 a 1911, pero en ese año se ausenta de Venezuela y decide romper con Gómez.  Acusado de fomentar varios levantamientos contra Gómez, se exilia en Puerto Rico, Cuba y finalmente en los Estados Unidos donde muere en Nueva York en 1921. No le gustaba el poder; luchó por conseguirlo y cuando lo tenía, se rebelaba y “cogía el monte”. Simbolizó por mucho tiempo y aún simboliza, las esperanzas del pueblo venezolano. ¡QUE VIVA “EL MOCHO” HERNÁNDEZ!