(A
la memoria de Ángel Esteban Olivo y José María)
EL CHIGÜIRE ES UN PESCADO. Poco se sabe de por qué siendo el chigüire un
roedor mamífero, se puede comer en la Semana Santa. En paseo de exploración
botánica por la hacienda “Catuma” en La Tejerías, invitados por su propietario Matías
Von Fedak, un alemán venezolanísimo quien desde hace años recoge semillas de
los hijos del Samán de Güere y las cultiva hasta resembrar los “nietos” del venerable árbol en escuelas
y liceos, tuvimos el placer de conocer y acompañar al sabio Hermano Jesús Hoyos,
un “ochentón” cantábrico, biólogo, profesor ilustre, miembro de la Fundación La
Salle y Director de la Sociedad de Ciencias Naturales de La Salle, Presidente
de la Asociación Venezolana de Palmas y “Premio Nacional de Conservación
1997”.
El Hermano Hoyos junto con el Hermano Ginés, han hecho invalorables aportes
a la ciencia en Venezuela. Es autor de los libros de Biología por los que
estudiamos todos y magníficas investigaciones científicas. Pero un aspecto poco
conocido de su labor, es el estudio de la flora venezolana que ha plasmado en
bellos libros de entre los cuales destacan “Árboles de Venezuela”, “Árboles
Ornamentales de Caracas”, “Palmas de Venezuela” y quince libros más, ilustrados
con fotografías, casi todas tomadas por él mismo. Nos fue identificando árbol por árbol
contándonos sus historias, sus procedencias, sus maneras de reproducirse, sus
manías, en fin, todo. Lo invitamos a visitar el Parque de La Estación para que dirigiera
lo que llamamos “Una tournée Arbórea”. Nos dijo que allí había árboles únicos
en Venezuela como Araucarias, Alcanfores, Árboles de La Vaca y otros. Durante
el opíparo almuerzo don Matías nos obsequió un delicioso “Pisillo de Chigüire
con Arepas y Arroz Blanco” y otras exquisiteces de la cocina criolla que
degustamos Manuel Castelaín quien hizo un magnífico registro fotográfico, su
esposa la escultora Yasmina Freites, mi esposa y mis hijos. Entonces, contemplando
el generoso manjar, el Hermano Hoyos nos dijo que ese plato era “de pescado”.
Ante nuestra sorpresa nos dijo que “era pescado” y eso no se podía discutir
porque lo había dicho Su Santidad El Papa de Roma y sus designios eran
“infalibles”. Ante nuestra sorpresa, nos explicó que cuando los primeros
misioneros llegaron a evangelizar en nuestras llanuras guariqueñas y apureñas,
se sorprendieron con la existencia de un animal mamífero roedor, que los indios
criaban o cazaban con flechas, que medía hasta
medio metro de largo y llagaba a pesar ochenta kilos, pero que podía
vivir catorce días debajo del agua. Era el Carpincho o Chigüire. Tenía la
cabeza cuadrada, ojos pequeños, hocico romo y orejas pequeñitas.
Su piel era fina y los indios lo usaban para sus vestimentas y otros usos; su
carne era exquisita, salada y muy apreciada entre los naturales quienes lo preparaban
de diferentes maneras. Pero el problema radicaba en que como podía estar muchos días en la tierra
como cualquier otro roedor mamífero, pero también podía permanecer muchos días
y semanas debajo del agua, no se sabía si era pez y en consecuencia, si se
podía comer durante la cuaresma. Ante la duda consultaron a sus superiores y
después al Obispo quienes tampoco pudieron responder.
Entonces elevaron la
consulta a las autoridades eclesiásticas de España y por último, a la Santa
Sede. Después de estudiar el asunto, Su Santidad El Papa, emitió un “Breve
Papal”, mediante el cual declaraba que
si el animal permanecía hasta catorce días debajo del agua, “era pez” y por
tanto, sí se podía consumir durante la cuaresma. Esa es la explicación del por
qué durante la Semana Santa el plato principal de nuestras mesas, es el
chigüire. Se come seco,
salpreso, en pisillo, solo, con arepa o arroz y hasta en hallacas. Se
reproducen como los acures; la chigüiras paren cada seis meses y en cada parto
tienen cuatro y cinco chigüiritos. Recomendamos degustarlo (Si se consigue). Según nos dijo un miembro de la
familia Palacios, el rollo de papel que tiene el Padre Sojo en su célebre
cuadro, es el breve papal que dictamina que el chigüire es un pescado.
EL SANTO SEPULCRO COMETIÓ UNA INFRACCIÓN. La Semana Santa en La Victoria fue siempre motivo
de recogimiento y manifestación de la fe que acompañó a los victorianos desde
los mismos orígenes de la ciudad. Las procesiones en La Victoria eran de las más famosas de la
provincia durante la época colonial. Y durante los siglos posteriores han
mantenido su solemnidad y fama, aunque al decir de Belencita Briceño, los victorianos acompañan las procesiones pero a
regular distancia: “ni cerca que queme al santo, ni lejos que no lo alumbre”.
Pero todo no ha sido tan pomposo ni tan solemne; también hemos tenido escenas
cursilonas y ridículas como aquella ocurrida en tiempos de Pérez Jiménez cuando
un Inspector de Vehículos quien luego llegó a ser Inspector Nacional, le puso
una boleta al Santo Sepulcro y le clavó una multa porque al salir de la iglesia
en la misma dirección por donde había salido durante los últimos trescientos
años, sencillamente “se comió la flecha”. “Tan semejante estúpido” alegó que él
había implementado por primera vez un flechado en la ciudad y el Santo Sepulcro al no obedecerlo, había
incurrido en desacato y falta de respeto a su autoridad y “lo boleteó”.
Los
socios pagaron la multa y se fueron a Caracas; hablaron con el Arzobispo,
fueron a El Nacional. El escándalo y la burla llegó hasta los oídos de Pérez
Jiménez quien inmediatamente ordenó su destitución y el nombramiento de otro
inspector. Para nada, porque al poco tiempo lo premiaron con la Insectoría Nacional de Vehículos. Este Viernes Santo
estuvimos desde temprano en la iglesia y hablamos con todos los socios pero
ninguno recuerda nada. No en vano eso fue hace más de sesenta años. Solamente
Juan Torres nuestro amigo de hace más de medio siglo nos ofreció jurungar entre
los papeles de nuestro recordado amigo don José Manuel quien debe haber
conservado los recortes de prensa del ridículo incidente.
EL
DOCTOR CERRÓ FUE UN SANTO. En tiempos del general Gómez vivía en La Victoria el
doctor Anselmo Cerró, médico con fama de ser comunista por sus ideas de
libertad y por pertenecer al Círculo Literario que dirigía el poeta Rafael
Briceño Ortega, que según el gobierno, era una célula comunista. Andaba por
todo el pueblo en un Quitrín tirado por una mula. Cada vez que recogían a los
sospechosos, apresaban al doctor Cerró pero en seguida lo soltaban porque
dentro de los mismos gomecistas había infinidad de personas que atestiguaban en
su favor por ser un hombre bueno y generoso. Hoy en día su nombre lo lleva la
calle que está detrás del Teatro Ribas. Existía entonces la tradición de que el
Lunes Santo, al pasar la procesión de “Jesús Atado La Columna” por el frente de la Policía (donde hoy está
la Casa de La Mujer), soltaban un preso. Lo que se hacía, era que el fin de
semana agarraban a cualquier borrachito, lo llevaban arrestado al calabozo y
cuando pasaba la procesión, lo soltaban. Entonces el libertado tenía que meterse
debajo de la mesa donde llevaban el santo, hasta que llegara a la iglesia,
aunque muchos al verse libres, echaban a correr. Una vez, en la segunda década
del siglo pasado, habían metido preso al doctor Anselmo Cerró “por comunista” y
toda la población esperaba que al pasar la procesión de Jesús Cautivo, lo
soltaran.
Todo el pueblo se había volcado para celebrar la libertad del querido
“médico de los pobres”, quien atendía a todos los que solicitaban su auxilio y
también les regalaba las medicinas. Llegada la hora, cuando el Santo estaba
parado frente a la cárcel, se abrió la puerta y ante la sorpresa de todos,
soltaron al borrachito. La indignación fue general, los cargadores se negaron a
seguir y el Jefe Civil de la ciudad, de cuyo nombre no quiero ni acordarme, de
muy ingrata recordación, ordenó a los socios levantar la mesa bajo amenaza de
meterlos a todos en la prisión. Mientras la negativa de los cargadores
enfurecía al envalentonado coronel, el pueblo comenzó a gritar que soltaran al
doctor Cerró. El Jefe Civil le ordenó a
otro grupo de hombres que sustituyeran a
los cargadores y ante la amenaza, se metieron debajo de la mesa pero estaba tan
pesada que no la pudieron levantar. Cambió varias veces de improvisados
cargadores pero no podían levantar la mesa que cada vez se ponía más pesada.
El
coronel mandó a venir a ochenta soldados de los que estaban en el cuartel que
en esa época funcionaba en el Palacio de Campoelías, pero tampoco pudieron. Él
mismo se metió y se dio cuenta personalmente de que el Santo “no se quería
mover”. Entonces, ante el paso de angustiosos minutos, la gritería y su propio
convencimiento, ordenó de mala gana: “Esta bien, que suelten al doctor Cerró”.
Una vez en la calle, entre aplausos y vítores, el doctor Cerró se metió humildemente
debajo de la Procesión y entonces las mujeres de La Victoria -sí, las mujeres-
rodearon la mesa y con una sola mano levantaron al santo y siguieron su
marcha. Al comenzar la Semana Santa,
vale la pena acercarse a la Catedral, compartir la fe del pueblo y observar
cómo en nuestra ciudad cada Santo ha tenido sus dueños, su cofradía, sus cargadores y sobre todo, sus
historias.
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