El 23
de mayo de 1906 se cumplen siete años de la revolución. Ese día, se inaugura en
El Calvario el segundo tanque del Acueducto que ha mandado a construir el
general y que aún hoy más de un siglo después, le sigue dando agua a parte de la
ciudad histórica.
Es
tanto el fervor patriótico que despierta la obra, que un ingeniero de la
universidad, propone al Ayuntamiento, que mande a talar todos los árboles que
se encuentren en las cabeceras de los ríos y quebradas que surten el acueducto,
de forma tal, que cuando llueva, las aguas puedan correr libremente hacia los
tanques que ha construido el general, sin ser absorbidas por las raíces de los árboles.
Y esa proposición la hace en ese memorable domingo en que se celebra
precisamente, el Día del Árbol.“Él
es tan fecundo, rico y sin igual, que sin él, el mundo sería un erial”.
Esperando al "Siempre Invicto" |
Desde
el 9 de abril se ha separado del poder en busca del reposo reparador, pero
ahora anuncia su “retiro absoluto” de la vida pública. Sus palabras recuerdan
las del Libertador. “Mis últimos votos son por la grandeza de la Patria (...)
Si mi retiro contribuyere a la unión y confraternidad de todos los venezolanos
(...) me será muy grato permanecer en ese retiro”. “Púyala” debió gritar
alguno.
Asaltan
la tribuna dos hombres del pueblo llamados Marcelino Rosa y Juan Ramón Pedroza,
quienes en elocuentes conceptos le piden a quien llaman “El Magno Andino”, que
deponga esa actitud. El orador designado para la Fiesta del Árbol, don Ramón
Bastidas, autor del “Himno Aragüeño”, cambia su discurso conservacionista por
uno político, y al final del acto, un grupo de niñas entrega al general un ramillete
de flores, con una tarjeta dibujada en sus bordes con florecitas coloreadas y las
siguientes palabras; “General: a nombre de la República y para bien de nuestra
querida Patria, Volved al Capitolio, donde os reclaman los compromisos que
habéis contraído. Volved, General”.
El
guerrero se retira entre vítores, y una multitud de cinco mil personas lo
escolta hasta su casa (en la Calle Real, donde estuvo la escuela “José Félix
Ribas”, luego la primera casa de Acción Democrática y después la Panadería
Cuatricentenaria). Allí, encaramado en la ventana, habla el doctor Toro Chimíes, luego don Víctor
Vicente Maldonado a quien por su belleza física y sus ojos azules llamaban “El
Corazón de Jesús” y el doctor J. de J. Montesinos “El Otoño”, inteligentísimo
abogado, Presidente del Concejo Municipal quien en todas partes (bautizo,
matrimonio, cumpleaños, fechas patrias o en lo que fuera), decía unas breves
palabras, las imprimía en su imprenta y las repartía él mismo y le decían “El
Otoño”, porque siempre dizque andaba “regando hojitas”. Por último la palabra
orientadora de El Restaurador señala un camino: “Decid al heroico y noble pueblo
aragüeño, que cuando todos los pueblos de la República piensen y pidan lo que
él, yo volveré gustoso al Capitolio Federal”.
Es la
señal esperada; hay esperanzas. Comienza el episodio de “La Aclamación”. El
pueblo, como el 19 de abril de 1810, llama a Cabildo. Un Acuerdo del Ilustre
Concejo Municipal de La Victoria (firmado por casi los mismos que después
firmarán el acuerdo contra Castro), se trasmite a todas las municipalidades del
país y comienzan a llegar los telegramas de apoyo. Nos contaba don Anfiloquio
Pimentel, hijo del telegrafista, que su padre tuvo que llamar a los
telegrafistas de los pueblos vecinos para que se vinieran a ayudarlo.
Todos
los papeles que llegan son parecidos, pero hay uno que merece ser estudiado
cuidadosamente: “Caracas, 24 de mayo de 1906. (...) le agradeceré que venga a
esta capital lo más pronto posible porque comprendo la urgencia que hay de
calmar la excitación que se ha producido. Jamás he tenido deseo de ser
político. Fue usted quien me hizo salir de mi hacienda y entrar en la vida
pública. Venga a hacerse cargo del gobierno. Yo tengo ya suficientes
decepciones en mi alma de patriota, para resistir esta lucha, más terrible que
la de los campamentos. Su amigo de siempre, Juan Vicente Gómez”.
Frente a la Casa del General Castro |
El
programa es sencillo: exornación de la ciudad, Gran Parada Militar, Salva de
Artillería, Banquete Popular en la planicie del cuartel, Paseo Cívico Militar,
iluminación de las plazas “Ribas” y “Castro”, Gran Baile en el “Club Victoria”,
obsequio del Presidente del Estado, General Francisco Linares Alcántara. La
Asamblea cumple con patriotismo su cometido y el 5 de julio, el “Ínclito Ciudadano”
reasume su función; La Patria está salvada. Pero
ahora hay castristas y gomecistas. En realidad siempre los hubo, pero la
Restauración sale resquebrajada de esta innecesaria “Aclamación”.
Con
un pie en Caracas y otro en La Victoria, el presidente enfrenta los graves
asuntos del estado y cultiva el cariño del pueblo que lo tiene como su
benefactor. Construye aquí su palacio y su cuartel. Sigue la fiesta; florecen
la agricultura, la ganadería, el comercio y las bellas artes, especialmente la
música y la literatura.
Durante
el castrismo, en Aragua aparecen más de
cien periódicos. Uno sólo es diario; los demás son semanarios y bisemanarios,
pero hay prensa escrita todos los días, mañana y tarde, porque diariamente
salen dos y tres. En la sola capital aparecen más de cincuenta. “El
Industrial”, de don Carlos Bejarano García, que circuló durante cuarenta y
nueve años y nueve meses, hasta la muerte de su director; “El Copey” de Víctor
Vicente Maldonado; “El Patriota” de Cosme Damián Maza; “El Eco Liberal”, “El
Restaurador de Aragua” del Dr. Belisario Plaza; “El Aragüeño”, “El Atalaya” del
Dr. José Eustaquio Machado; “El Bien Público” de los Ochoa Blank; otro “El Aragüeño”
de Juan Piñango Ordóñez, hijo del general Judas Tadeo Piñango; la “Gaceta
Oficial de Aragua”, creada el 1 de enero del 1900; “El Correo de Aragua”, “El
Demócrata” de Julio Bolet Monagas; “Aragua”, del Dr. Pérez Armas; “El Eco
Liberal”, “El Regional” de don Carlos Blank y el poeta Sergio Medina; “La
Rochela”, “Castro Único” dirigido por Juan Ramón Pedroza, el humilde artesano
que habló en El Calvario el día de “La Aclamación”, ahora metido a periodista
político. Todos sirven a un mismo ideal, a una misma causa y a un mismo y único
jefe.
Al
presidente le gustan los toros coleados. No colea pero asiste caballero en
brioso corcel a despejar la manga y cortejar a las hermosas aragüeñas que
llevan cintas para los diestros coleadores. Se le brindan sonrisas y cintas.
Los hombres le brindan toros. Todos ríen sus ocurrentes salidas y su buen
humor. Un día el doctor Olayzola, diestro coleador carabobeño, le ofrece una coleada;
“Se lo voy a tumbar por el filo del lomo,
general”. Hay expectativa. Viene la carrera y Olayzola hala la cola con todas
sus fuerzas, pero el toro apenas resbala en cuatro patas, gira sobre sí mismo y
queda con la cabeza hacia atrás; pero no se cae. El avergonzado coleador le
grita desde el caballo: “Perdone general, pero en el momento crucial me faltó
caballo”. El general Castro hace estallar las carcajadas de las muchachas que
lo rodean cuando le contesta: “No, Olayzola, lo que le pasó fue que en el
momento crucial, le sobró toro”. “Ese es mi gallo”, grita un borracho y las
muchachas, que ya tenían sus cintas listas para adornar al jinete, se las
colocan todas al “Siempre Invicto”. El buen brandy perfuma el ambiente que una
vez olió a pólvora.
Viene
“La Conjura”. Los riñones del jefe se resienten de tanta parranda. Los doctores
de Valencia y “Panchito” Alcántara sirven los tragos y sacan cuentas. La lucha
es sorda, palaciega y doméstica. Lo que está en juego es la herencia política
de la Revolución Liberal Restauradora”, ahora en manos de un hombre que está al
borde del sepulcro. Dos grupos se disputan la herencia: uno encabezado por el
general Alcántara y el otro por el general Juan Vicente Gómez. Tal vez ha sido
el tema mejor estudiado de esos días. Su epicentro es La Victoria, porque aquí
vive “Panchito” Alcántara. Cuenta él mismo, por boca de su hijo, nuestro amigo
don Francisco Segundo Alcántara, que el general Gómez lo invitó a que fuera a
Maracay a conversar con él y antes de ir, llamó al general Castro para pedirle
autorización. La respuesta fue lapidaria: “Pancho”, eso es como que una mujer
le pidiera permiso al marido para pegarle cachos”.
Cipriano Castro |
No hay comentarios:
Publicar un comentario