Así aconseja Don Quijote a Sancho
cuando se dispone a asumir el cargo de Gobernador de las Ínsula de Barataria:
“Primeramente, ¡oh hijo!, has de temer a Dios, porque en el temerle está la
sabiduría y siendo sabio no podrás errar en nada. Lo segundo, has de poner los
ojos en quien eres, procurando conocerte a ti mismo. Del conocerte saldrá el no
hincharte como la rana que quiso igualarse con el buey. Haz gala, Sancho, de la
humildad de tu linaje, préciate más de ser humilde virtuoso que pecador
soberbio. La sangre se hereda y la virtud se aquista, y la virtud vale por sí
sola lo que la sangre no vale. Si trajeres a tu mujer contigo (porque no es
bien que los que asisten a gobiernos de mucho tiempo estén sin las propias),
enséñala, doctrínala y desbástala de su natural rudeza, porque todo lo que
suele adquirir un gobernador discreto suele perder y derramar una mujer rústica
y tonta. Hallen en ti más compasión las lágrimas del pobre, pero no más
justicia, que las informaciones del rico.
Procura descubrir la verdad por
entre las promesas y dádivas del rico, como por entre los sollozos del pobre.
Cuando pudiere y debiere tener lugar la equidad, no cargues todo el rigor de la
ley al delincuente, que no es mejor la fama del juez riguroso que la del
compasivo. Si acaso doblares la vara de la justicia, no sea con el peso de la
dádiva, sino con el de la misericordia. No te ciegue la pasión propia en la
causa ajena, Si alguna mujer hermosa viniere a pedirte justicia, quita los ojos
de sus lágrimas y tus oídos de sus gemidos, y considera de espacio la sustancia
de lo que pide, si no quieres que se
anegue tu razón en su llanto y tu bondad en sus suspiros. Al que has de castigar con obras no trates mal con
palabras. Muéstratele piadoso y clemente, porque, aunque los atributos de Dios
todos son iguales, más resplandece y campea a nuestro ver el de la misericordia
que el de la justicia. Si estos preceptos y estas reglas sigues, Sancho, serán
luengos tus días, tu fama será eterna, tus premios colmados, tu felicidad
indecible, vivirás en paz y beneplácito de las gentes, y en los últimos
pasos de la vida te alcanzará el de la
muerte, en vejez suave y madura, y cerrarán tus ojos las tiernas y delicadas
manos de tus terceros nietezuelos. Esto que hasta aquí te he dicho son
documentos que han de adornar tu alma; escucha ahora los que han de servir de
servir para adorno del cuerpo. Lo primero que te encargo es que seas limpio, y
que te cortes las uñas; no andes, desceñido y flojo, que el vestido
descompuesto da indicios de ánimo desmazalado; toma con discreción el pulso a
lo que pudiere valer tu oficio,
Reparte entre tus criados y los
pobres: quiero decir que si has de vestir seis pajes, viste tres y otros tres
pobres, y así tendrás pajes para el cielo y para el suelo; No comas ajos ni
cebollas, porque no saquen por el olor tu villanería. Anda despacio; habla
con reposo, pero no de manera que parezca que te escuchas a ti mismo, que toda
afectación es mala. Come poco y cena más poco, que la salud de todo el cuerpo
se fragua en la oficina del estómago. Sé templado en el beber, considerando que
el vino demasiado ni guarda secreto ni cumple palabra. Ten cuenta, Sancho, de
no mascar a dos carrillos, ni de eructar delante de nadie. Sea moderado tu
sueño, que el que no madruga con el sol, no goza del día; y advierte, ¡oh
Sancho!, que la diligencia es madre de la buena ventura, y la pereza, su
contraria. Sancho: será menester que se me den por escrito, puesto que no sé
leer ni escribir, yo se los daré a mi confesor para que me los encaje y
recapacite cuando fuere menester. ¡Ah, pecador de mí -respondió don Quijote-,
qué mal parece en los Gobernadores el no saber leer ni escribir”.
Cuan otra sería la historia de
Venezuela, si quienes nos gobernaron durante los dos últimos siglos, hubieran
leído “El Quijote”, o si por lo menos todos, especialmente los Prefectos y
Jefes Civiles, hubieran sabido leer y escribir.
Se ha hecho énfasis en la
anécdota divertida, en las ocurrencias, en lo gracioso, en lo cómico, pero la
grandeza mayor está en lo que dijo. Cada uno de sus pasos, de sus movimientos,
está motivado por una idea, un pensamiento o un sentimiento que explica. Nada
es sinrazón. Y Cervantes pone en su boca y en las de los otros personajes, sus
propios pensamientos. Tiene la novela mucho de proyección, autobiográfico. Si
Don Quijote hubiera hecho lo que hizo pero no hubiera dicho lo que dijo, no
estaríamos recordándolo cuatrocientos años después.
El buen castellano que hablan
nuestros campesinos, lo hablan porque sus antepasados lo aprendieron de los
castellanos de castilla, y mientras en la península evolucionó y fue absorbido
por el español, en nuestros campos se mantuvo como lengua viva. Los magníficos
trabajos de nuestro gran profesor Ángel Rosenblat y de su brillante alumna la
doctora María Josefina Tejera, son fuente inagotable de conocimientos acerca
del castellano que se habla en Venezuela. A unos campesinos analfabetas de
Chabasquén les oímos cantar un par de coplas que decían:
Yo vide claro llover,
Tronar y quedar oscuro,
Y vide un amor perder
Cuando estaba más seguro.
Dicen que muere de espanto
Aquel que visiones ve;
Yo vide unos ojos negros,
No sé si me moriré.
Ese es el buen castellano. Algo
tenemos que hacer para conservarlo y evitar que nos sigan diciendo que “son las
once con cuarenta minutos”, o que vamos a “aperturar” el acto, o que cuando con
humildad pedimos un vasito de agua, se nos señala con dedo acusador mientras se
nos humilla con el clásico grito de: “un vaso con agua para esta mesa”, como si
Cervantes hubiera hablado de “odres con vino”.
Toda esa literatura popular nos
llega y nos conquista. Nuestros cantares llaneros tienen sus raíces en
Andalucía; llegaron en barco.
UN AÑO PARA UNA FIESTA
PARA UN BAILE ME INVITARON
PARA QUE FUERA A CANTAR
CERCA DE PUERTO MIRANDA…
Lo único que cambia es el nombre
del pueblo.
PAJARILLO PAJARILLO
QUE VUELAS EN LA RIBERA
POR QUÉ NO VUELAS AHORA
QUE LLEGÓ LA PRIMAVERA.
Nosotros no usamos el diminutivo
“illo” sino el “ito”. Hubiéramos dicho: “Pajarito pajarito”. Los versos del
Pajarillo llanero, son andaluces con ancestros árabes.
Quien jamás niega y por el
contrario, busca nuestra incorporación al mundo hispano es Bolívar. Hay que
releer sus cartas a Fernando VII. Esta integración nuestra al mundo hispano es
de vieja data. Quien recibe en Madrid a la delegación venezolana que gestiona
el reconocimiento a la independencia, es Pablo Morillo, El Pacificador, el
antiguo Capitán General que se entrevista en Santa Ana con Bolívar, convertido
ahora en Capitán General de Madrid.
Nuestros enemigos naturales no
han estado nunca en el mundo hispano. Me alegré al saber que la estatua de
Colon no había sido derribada en nombre de Simón Bolívar, su gran admirador,
sino por un vástago de nuestros enemigos naturales, los que pretendieron las
desembocaduras del Orinoco, y nos arrebataron La Trinidad y El Esequibo.
En la Venezuela del siglo XX
entre las muchas voces se elevaron para cantar a España; destaca la de nuestro
poeta nacional Andrés Eloy Blanco. En su laureado Canto a España invita al
Quijote:
VEN…AQUÍ VERÁS EL MUSGO EN LOS
SENDEROS,
PORQUE PARA TUS LANZAS NO TENEMOS
MOLINOS
Y PARA TUS ESCUDOS NO TENEMOS
CABREROS.
…
¡HAZTE A LA MAR, QUIJOTE! NAVE DE
LA ESPERANZA,
UNA ADRGA LA VELA Y EL BEAUPRÉS
UNA LANZA:
CIERRA CONTRA EL REBAÑO QUE EN
LAS OLAS BLANQUEA,
COBRA AL FUTURO EL SECULAR
REPOSO,
QUE HAY EN ESTAS RIBERAS DEL
TOBOSO
LECHO DE PALMAS PARA DULCINEA.
Aun en los momentos más cruentos
de la guerra magna, pertenecíamos al mundo hispano. La guerra de independencia
no fue propiamente una guerra entre venezolanos y españoles ni entre Venezuela
y España, sino entre patriotas y realistas. El más furibundo realista es José
Domingo Díaz, médico caraqueño autor del terrible libro sobre la Revolución de
Caracas y en cambio quien salva a Ribas en la Batalla de La Victoria es Vicente
Campoelías de Valladolid; y en la Batalla de Carabobo, entre los valientes
defensores de las banderas del Rey,
había más venezolanos que españoles.
Por parte de España ha sido la
propia corona quien ha hecho las demostraciones más significativas.
Cuando murió en Roma el ilustre
Académico de la Historia, Embajador de
Venezuela ante la Santa Sede, doctor Carlos Grisanti Franceschi, se ofició un
solemne funeral en la iglesia gótica de San Camilo, presidido con toda la pompa
cardenalicia, por el Secretario de Estado Eugenio Paccelli, convertido al poco
tiempo en Papa Pío XII. En pleno velatorio, llegó un caballero enjuto de
rigurosa etiqueta cuya augusta presencia impresionó a todos los presentes. Era
el Rey Alfonso XIII quien vivía en Roma desde su derrocamiento. Al recibir el
reconocimiento que en nombre del gobierno se le manifestó por participar en
nuestro duelo, recalcó: “Era mi deber, y deber de gratitud, porque como Rey de
las Españas, estoy obligado para con Venezuela, en donde nació el más grande de
los españoles modernos: ¡Simón Bolívar!”.
En 1930, el mismo monarca y su
corte en pleno, habían convocado y presidido en Madrid, grandes solemnidades
para conmemorar el centenario de la muerte del Libertador.
Y nosotros fuimos testigos de un
hecho que ni el propio Bolívar, en sus momentos de mayor optimismo, hubiera
imaginado jamás; cuando el anterior monarca Juan Carlos I, fue al Panteón
Nacional a colocar sobre su tumba, una corona de flores. Ese día, para muchos,
dentro de nuestros corazones, terminó para siempre la guerra de la
independencia y España dejó de ser La Madre Patria para ser de allí en
adelante, La Patria Hermana.
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