Hoy
cumpliría 120 años Misia Belencita Briceño. Nació en La Victoria en el siglo
antepasado, el 6 de octubre de 1894 y vivió más de la mitad de su vida en El
Consejo, adonde llegó el primero de octubre de 1940, a encargarse del
Dispensario de “Santa Teresa”. Vivió más de 90 años durante los cuales conoció
la felicidad, el dolor, la riqueza, la miseria, la compasión, la solidaridad y
al final, murió en paz con su conciencia,
rodeada del cariño de quienes la conocieron.
Se llamaba Belén María Briceño
León y era hija de don Federico Briceño
León, hacendado y comerciante de La Victoria y de doña Belén María Torrealba, del Barrio de Jesús. Tenía varios hermanos,
entre ellos el gran poeta Rafael Briceño Ortega, Miguel Ángel Briceño Rojas,
Miguel Ángel Briceño León y Andrés Briceño León. Cuando tenía 21 años contrajo
matrimonio con el Teniente Coronel Pedro Emilio Núñez de Cáceres, caraqueño,
hermano de Misia Dolores Amelia Núñez de Cáceres, señora del General Juan
Vicente Gómez y madre de diez de sus hijos. Este parentesco no impidió el que
su hermano adorado, el poeta Rafael, muriera prisionero en el Castillo
Libertador de Puerto Cabello, por haber pronunciado el 12 de febrero de 1932,
el Discurso de Orden en la Plaza Ribas con motivo del 118 aniversario de la
batalla, en el cual hizo una ardiente defensa de la libertad y de la democracia,
que aprovecharon sus enemigos locales para, al bajar de la tribuna, apresarlo y
llevarlo al castillo donde lo encarcelaron hasta su muerte.
Los
años de su juventud fueron felices, casi todos vividos en sus haciendas “El
Socorro” en la cual circulaba una moneda propia, “Santa Lucía” y “El Paíto”,
con estancias prolongadas en Caracas y algunos viajes a Europa. Llegaron los
tiempos de las “vacas flacas” y afloró en ella una vieja vocación de enfermera
que ya le había pronosticado una querida amiga a quien llamaba simplemente
Laura y que no era otra que la Madre María de San José. Se había convertido en
su ayudante cuando ambas asistieron en su gravedad en Maracay doña Dolorita
Núñez de Cáceres. La dulce Madre María le decía: “Belencita, tú tienes vocación
de enfermera; algún día serás una enfermera muy abnegada”. Cuando años después
la Madre María fundó en La Victoria el “Colegio Coromoto”, lo instaló en la
vieja casona de don Federico Briceño y cuando venía de visita, la invitaba y le
decía: “Te invité para verte entrar de cofia y uniforme blanco”. Fueron amigas
hasta el final.
Sus
inicios como enfermera fueron al lado del doctor Fulgencio Cecilio Carías,
ilustre médico caraqueño avecindado en La Victoria quien solicitó su
colaboración para fundar una institución hospitalaria que prestar los servicios
de que carecía la ciudad; entonces ellos dos, trabajando día y noche y
solicitando colaboración de sus amigos, fundaron la “Cruz Roja” de La Victoria
que pasado un tiempo se convirtió en el “Hospital Padre Lazo”. Enrumbada ya la
“Cruz Roja” fue necesario buscar a una enfermera que sustituyera en El Consejo
a la abnegada Misia Elodia; entonces vinieron los doctores Arnoldo Gabaldón,
Armando Castillo Plaza y el doctor Aude a conversar con el doctor Carías para que
les “prestara” a Belencita, de quien los tres eran amigos personales. Al final
de esta suplencia en el dispensario del pueblo, don Alberto Vollmer le habló de
instalar en “Cantasapo” un dispensario tiempo completo con médicos y equipos y
la invitó a participar. Allí pasó el resto de su vida útil.
Desde
su llegada a El Consejo se dedicó a
hacer el bien y eso lo recuerda todo el pueblo. Casi todos asistían a las
consultas de dispensario por ser trabajadores o familiares de trabajadores de
“Santa Teresa”; pero cuando llegaba un enfermo, no se le preguntaba si era
trabajador o familiar sino que se le atendía. Era frecuente verla salir con su
maletín a media noche, a las casas del pueblo o a cualquiera de los cerros, a
socorrer a los enfermos, a los niños o a ayudar a confortar a un moribundo.
Jamás
quiso tomar vacaciones ni separarse de sus obligaciones; “Los enfermos, solía
repetir, son como crucifijos vivos; la enfermera debe ser para ellos un reflejo
de la bondad de Jesús, de la compasión de Jesús, de la piedad de Jesús, del
amor de Jesús”. Era frecuente ver su diminuta figura vestida de blanco, a media
noche, por las calles y por los cerros del pueblo, con su maletín, socorriendo
a quien necesitara de su auxilio. Todos los consejeños de su tiempo la quisieron
y la llamaron cariñosamente “Misia Belén”.
Todas las tardes de los lunes,
miércoles y viernes hubo consultas con diferentes médicos entre los cuales
destacaron el doctor Roberto Villalobos Ferrer y el doctor Gustavo Subero Sosa.
Nunca dejó de haber consulta. Inclusive, cuando se produjo la Revolución de
Octubre, el primer nombramiento que hizo la Junta Revolucionaria de Gobierno
presidida por Rómulo Betancourt fue designando al doctor Villalobos Presidente
del estado Aragua.
Los enfermos estaban como siempre, sentados en el corredor del dispensario, a la expectativa, y para sorpresa de todos, a
la hora de costumbre llegó el doctor Villalobos como siempre, con su maletín y el
único detalle diferente era que en el asiento del copiloto de su carro de siempre,
estaba sentado un policía. La vida del dispensario fue emocionante por la
cantidad de cosas que pasaron, las mil vivencias y las vidas que se salvaron. Los años pasaron
demasiado rápidos y todos nos fuimos haciendo viejos. “Misia Belén” fue
jubilada y en su lugar quedó Aracelis Ferray quien fue como una verdadera hija
para ella.
Tiempo
después se le quiso rendir un homenaje a su memoria
bautizando con su nombre el C. D. I. de El Consejo y así se anunció en la
prensa. En la lista publicada en El Siglo
aparecía para El Consejo el “CDI Misia Belén Briceño”. Pero al abrir el
magnífico centro asistencial unos médicos que no solo no eran consejeños sino
que ni siquiera eran venezolanos, decidieron que como ellos no sabían quién era
esa señora, lo mejor era quitarse ese nombre al centro y ponerle “Simón
Bolívar”, con lo cual no le añadieron ni un milímetro a la inmensa gloria de
Simón Bolívar, pero borraron de la historia del pueblo, el nombre de la
abnegada enfermera.
Igual pasó en un lugar en donde después de ponerle a una
escuela el nombre de una maestra que estuvo más de cuarenta años dando clases
de gratis en su propia casa, unos patriotas imbéciles le quitaron el nombre de
la maestra y le pusieron el de Francisco de Miranda, con lo cual no le hicieron
ningún favor al general Miranda pero terminaron de matar a la maestra. Este 6
de octubre se cumplieron ciento veinte años del nacimiento de Misia Belencita
Briceño cuyo nombre debería honrar al Dispensario de Santa Teresa al cual le
dedicó casi toda su vida.
BAILANDO CON EL DOCTOR GUSTAVO |
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