2 feb 2015

A DOS SIGLOS DE TUS MUERTES

Las ilustraciones fueron dibujadas por un niño de seis
años (primer grado) mientras se dictaba una conferencia

LA BATALLA
La noche del 30 de enero de 1815 debió ser la única en la que el general José Félix Ribas pudo dormir tranquilo, porque sabía que al día siguiente, lo iban a fusilar. Desde hacía mes y medio, después del espantoso desastre de Urica, no pudo volver a dormir tranquilo porque sabía que la muerte los estaba persiguiendo. Ya había alcanzado a Boves el 5 de diciembre (57 días antes), pero ahora le tocaba a él. 



Ninguno de los dos fieros contrincantes de La Victoria, llegó al primer aniversario de la gran batalla. Nadie puede dormir tranquilo cuando sabe que lo vienen persiguiendo, hasta que lo alcanzan. Esa última noche debió ser de pensamiento profundo y de sueño profundo, porque al amanecer del 31, lo primero que hizo fue pedirle a sus captores que le facilitaran su estuche de afeitarse, donde tenía sus navajas, sus brochas y demás instrumentos de aseo personal. Uno de los secuaces del terrible asesino Lorenzo Figueroa a quien llamaban “Barrajola”, le dijo a su jefe: “No se las preste jefe, porque es capaz de suicidarse con la navaja”; y el feroz teniente le contestó: “Mejor así, porque nos ahorra el trabajo de tener que matarlo nosotros mismos. Entrégueselo”. 

El general se afeitó con toda su calma y le pasó el estuche a su sobrino, capturado junto con él, quien no lo recibió porque dijo que no quería afeitarse. Entonces el general le dijo: “Prepárate con valor porque hoy es el día más importante y glorioso  de nuestras vidas; vamos a morir  por la defensa de nuestra Patria”. Luego le regaló el estuche al esclavo Concepción González quien lo había guiado por los caminos de los llanos orientales y que según muchos, lo que hizo fue entregarlo a los jefes realistas en un acto de traición,  que se hace más condenable, cuando el propio general le dice a sus captores: “Estamos listos; sé la suerte que me espera; y les voy a suplicar que a mi sobrino y a mí nos ejecuten juntos y pongan en libertad al negro que me acompaña que sólo es un esclavo que lo que ha hecho es servirnos de guía”. Debió enfurecer mucho más a los jefes realistas, al ver que en lugar de acobardarse o pedir clemencia, el general lo que demostró fue altivez y valor. Esa misma mañana lo mataron.

Quienes han escrito sobre el tema coinciden en que sucedió el 31 de enero de 1815, hace hoy doscientos años; pero existen varias versiones de cómo sucedieron los hechos. 

EL ESCLAVO LE CORTÓ LA CABEZA
LA MUERTE DE RIBAS (GFN)

Medio siglo después de la batalla de La Victoria,  en plena guerra federal, el cuerpo envejecido del esclavo Concepción González, quedó colgado de una ceiba, en una apartada y polvorienta sabana cerca de Uverito. Dicen los que lo vieron que cuando el general Natividad Solórzano se lo topó de frente en el camino real,  dizque le gritó: “Caramba Concepción, Dios te ha traído; vamos a arreglar de una vez lo del general Ribas”. Y parado sobre los estribos de su caballo le gritó al Sargento: “Traigan la soga, carajo! Vamos a salir por fin de esta vaina”. Era la justicia popular que esta vez también llegaba tarde.
 
De Urica salió Ribas en ancas del caballo de José Tadeo Monagas y se internó en las selvas del Guárico, buscando a las gentes del general Pedro Zaraza. Le servía de baquiano el esclavo Concepción González, de Valle de la Pascua.

Llegó Ribas enfermo al hato “Las dos Palmas”, y González, esclavo de la familia Arzola, lo delató ante el Justicia de Tucupido, Lorenzo Figueroa (a) “Barrajola”, famoso por su crueldad.  Conducido hasta el lecho del héroe, “Barrajola” lo trajo a Tucupido, y el 31 de enero del 1815,  lo hizo ejecutar a lanzazos. Le cortaron la cabeza, la frieron en aceite, y en macabra procesión la llevaron a Caracas donde la metieron en  una jaula de hierro, y sobre un poste de 40 metros de altura, fue expuesta en la Puerta de Caracas durante varios años, para escarmiento de quienes luchaban por la independencia;  hasta que “El Pacificador”  Pablo Morillo, llegado al mando de un ejército de 16.000 hombres con la misión de pacificar el país, en gesto que lo ennoblece, hizo bajar de su horrenda prisión la cabeza del héroe y se la entregó a sus familiares para que le dieran cristiana sepultura.

Los familiares, para asegurarse de que era su cabeza, llamaron al barbero que le había hecho dos extracciones de muela y fue él quien lo reconoció.

Otro gesto que ennoblece al pacificador fue la visita que hizo a la  viuda del general Ribas, doña Josefa Palacios, quien se había recluido en un cuarto de su casa desde la muerte de su esposo. A su invitación para que abandonara su voluntaria prisión contestó la honorable matrona: “...saldré de aquí cuando vengan los míos a buscarme y anunciarme que mi patria es libre”. Después de la batalla de Carabobo el propio Libertador fue a buscar a su “tía-madrecita Josefa” y a sacarla de su cautiverio. En La Victoria rendimos homenaje a doña Josefa, cuando en 1991 por decreto ejecutivo  municipal creamos una institución dedicada a “la mujer” de Ribas y al niño, la Casa de la Mujer y a petición de su fundadora y primera presidenta Geisha Freites de Fleitas,  fue bautizada con el nombre de “la mujer de Ribas” como “Casa de la Mujer Josefa Palacios de Ribas”. 

El 18  de marzo del año de 1824 falleció en Caracas a la edad de 50 años doña MARÍA JOSEFA ISIDRA JUANA NEPOMUCENA PALACIOS BLANCO, viuda del general en Jefe José Félix Januario Ribas Herrera con quien se había casado el primero de febrero de 1796. Era la hermana menor de doña Concepción Palacios de Bolívar y en consecuencia, tía del Libertador a quien le llevaba apenas 9 años. Tuvo un solo hijo llamado José Félix Valentín Ribas y Palacios quien ahora tenía 13 años y estudiaba en los reinos de Francia. Días antes, el 28 de febrero había otorgado su testamento. 

Cuando 80 años después, se inaugura el conjunto escultórico en la Plaza Mayor de La Victoria, el bravo general aparece en actitud de arengar a la tropa. El gran escultor maturinés Eloy Palacios Cabello, lo esculpió con tal realismo, que le dejó la boca abierta, para que se le vieran los orificios de las muelas por los cuales había sido reconocido.

El esclavo Concepción González regresó a propiedad de su ama doña Juana González del Hoyo y Arzola y siguió siendo esclavo por un tiempo más. Para poder seguir siendo esclavo,  había “matado” a su libertador.

A “Barrajola” le cobraron temprano su crimen: lo alancearon por los riñones en “Las Lagunitas”.

Recuperada la patria, Concepción González pasó el resto de su vida huyendo hasta que se encontró de frente con unos guerrilleros federales, quienes seguramente no habían conocido al general Ribas, pero luchaban por su misma causa. 

A la voz del general Natividad Solórzano –dice la historia- se templó la soga y en acto –no de venganza- sino de justicia revolucionaria tardía, el cuerpo comenzó a bambolearse suavemente, acariciado tan solo por la brisa de la sabana. 

La tropa siguió su camino y el delator quedó colgando pesadamente de un árbol como si fuera un racimo, como si fuera un fruto colgado de una rama; pero más parecía un  fruto de la justicia, que de la venganza.

Cuando el cuerpo del ahorcado comenzó a balancearse suavemente bajo la inmensa Ceiba, alguien debió pensar, que la justicia popular siempre llega tarde…pero siempre llega.

OTRA VERSIÓN
A raíz de la publicación del libro “...después de la batalla”, fui llevado por mi gran amigo Aquiles Rangel, a presencia de un buen señor nonagenario quien me dijo ser nieto de Concepción González (hijo menor de su único hijo) y me aseguró que según le había relatado muchas veces  su abuelo a su padre y éste a él,   la muerte del héroe había ocurrido de manera diferente. El general –me dijo- murió víctima de fiebres palúdicas y fue enterrado por mi abuelo en el hato de “Las dos palmas”.  Por supuesto, antes de sepultarlo lo “cintureó”. Ya en Tucupido, mi abuelo llamó la atención por cargar revólver y estar gastando con morocotas y monedas de oro. Puesto en confesión, llevó a las comisiones realistas al sitio. Desenterrado el cadáver, lo trajeron al pueblo y lo botaron por un barranco, después de cortarle la cabeza, ya en estado de descomposición.  Esa fue la razón por la cual la tuvieron que freír en aceite antes de enviarla primero a Guarenas y luego a Caracas. Lo único que le quedó a mi abuelo fue esa correa de cuero con esa hebilla de oro con las iniciales “JFRH”, hoy endurecidas y ennegrecidas por el tiempo.

Aún cuando verosímil, creemos que ese cuento fue inventado para descargo de González y sus descendientes, pero es otra versión que merece ser investigada. No entendemos cómo pudo mantenerse esta “verdad” oculta durante medio siglo, cuando su divulgación hubiera evitado el ajusticiamiento del delator.

EL GENERAL RIBAS Y EL GENERAL BOVES
TERCERA VERSIÓN
(Llegada a nuestras manos de las del gran historiador guariqueño Dr. Adolfo Rodríguez)

“Corría el año terrible de 1815, y era la última quincena del mes de enero. Después del desastre de Urica, de donde se desprendió Ribas con varios compañeros que en proporción que iban acercándose a sus lugares lo iban dejando solo, así quedó hasta que llegó a La Chaguaramita, hato de nombradía en aquel entonces, hoy porción del pueblo El Socorro: dicen que desde allí incubaba Concepción González la horrible traición y mandó a visitarle a Barrajola Teniente Real de Justicia de Tucupido, de donde era nativo, pues hay una comisaría que se denomina Barrajola; quizá vivía en aquel lugar el terrible hombre. Ribas, confiado en Concepción González, esclavo ahijado de Don Juan José González de Padrón, le mandó de una mata cerca de las Dos Palmas (Jácome) llamado Dragalito o Quebrada de las Vacas a buscarle bastimento y medicamentos para calenturas que le daban; y al haber llevado dinero en oro metió en sospechas a las autoridades realistas de Valle de La Pascua y lo examinaron dicen unos, que de “motu proprio” dicen otros, pero de uno u otro modo fueron en una mañana fresca de enero a sorprender al ilustre héroe de La Victoria y sus leales compañeros donde dormían y bien seguros lo condujeron a la casa de Don Juan González de Padrón, donde le dieron permiso para afeitarse rasurado como lo acostumbraban hacer en aquella época; las navajas eran de su propio equipaje. Alguien de los subalternos dijo a Barrajola que no le diera permiso a Ribas para afeitarse porque podía suicidarse y él dijo: "Nos ahorra trabajo si lo hace", Ribas habiendo oído esto se rasuró con la mayor tranquilidad. Al terminar esta operación ofrecióle las navajas al sobrino y él no quiso afeitarse; y entonces Ribas le dijo: “¿Por qué estar triste; qué más glorias quieres adquirir que por la patria morir?”

Hay una referencia burlesca: Serafín Gutiérrez y Francisco Tomás Morales “Moralote” (es otro) que hacía de Secretario de Barrajola no sabía leer y con un misal, únicos libros grandes que existían en la época, lo abrió por todos lados y dijo a su jefe “Aquí está el caso. Mantuano, blanco contra el Rey, moriréis. Y si es de cuello, puño y corbata, con lanza. Artículo 115. Caguinche, templinche. ¡Amén!".

LA METIERON EN UNA JAULA DE HIERRO
Nota. Según la tradición, Serafín Gutiérrez, individuo a quien he aludido arriba, era de regular tamaño, color negro tostado, ojos blanqueadores, "encapotados" y tenía los pies grandes y torcidos a manera de loro. Y era el tal Gutiérrez un hombre famoso en el modo de ser sanguinario: Bartolina Quirós, barragana, la cual de diez años sostenía con aquél esa clase de relaciones y quien no dejó descendencia ni de él ni de nadie, decía a personas que aún existen lo siguiente: “Siempre se me aparecía materialmente manchado de sangre humana; y nunca debía manifestarle repugnancia ni asco pues cualquier desdén lo hubiera pagado con mi propia existencia”. La misma Bartolina refería: “Salió una vez a los vecindarios Faldriquera y Bendición; condujo a esta plaza varias mujeres que huían de la guerra y se las presentó a su jefe el Teniente Real de Justicia Barrajola, el cual le dijo: “¿Para qué las trajo? Ya que lo hizo, mátelas; esas son perras patriotas; y esos –mostrando a los pequeños hijos–, hijos de patriotas”. Todos fueron alanceados. Como había varias mujeres embarazadas les sacaban los hijos vivos para alancearlos por separado”.  

Dos siglos después, no quisiera saber “cómo moriste”, porque sé bien “por qué” y “por quién moriste”. Tucupido no puede seguir siendo recordado como el escenario de tu sacrificio sino como el lugar donde naciste para La Gloria, donde te elevaste a la inmortalidad. Dos siglos de tristezas ya fueron suficientes; ahora comienza un nuevo tiempo de alegrías en el que tu rostro estará junto con el de tu único jefe, El Libertador, encabezando la lucha e iluminando el camino a los jóvenes venezolanos, por los siglos de los siglos…  




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