Las ilustraciones fueron
dibujadas por un niño de seis
años (primer grado) mientras se dictaba una conferencia
años (primer grado) mientras se dictaba una conferencia
LA BATALLA |
La noche del 30 de enero de 1815 debió ser
la única en la que el general José Félix Ribas pudo dormir tranquilo, porque
sabía que al día siguiente, lo iban a fusilar. Desde hacía mes y medio, después
del espantoso desastre de Urica, no pudo volver a dormir tranquilo porque sabía
que la muerte los estaba persiguiendo. Ya había alcanzado a Boves el 5 de
diciembre (57 días antes), pero ahora le tocaba a él.
Ninguno de los dos fieros
contrincantes de La Victoria, llegó al primer aniversario de la gran batalla. Nadie
puede dormir tranquilo cuando sabe que lo vienen persiguiendo, hasta que lo
alcanzan. Esa última noche debió ser de pensamiento profundo y de sueño
profundo, porque al amanecer del 31, lo primero que hizo fue pedirle a sus
captores que le facilitaran su estuche de afeitarse, donde tenía sus navajas,
sus brochas y demás instrumentos de aseo personal. Uno de los secuaces del
terrible asesino Lorenzo Figueroa a quien llamaban “Barrajola”, le dijo a su
jefe: “No se las preste jefe, porque es capaz de suicidarse con la navaja”; y
el feroz teniente le contestó: “Mejor así, porque nos ahorra el trabajo de
tener que matarlo nosotros mismos. Entrégueselo”.
El general se afeitó con toda
su calma y le pasó el estuche a su sobrino, capturado junto con él, quien no lo
recibió porque dijo que no quería afeitarse. Entonces el general le dijo:
“Prepárate con valor porque hoy es el día más importante y glorioso de nuestras vidas; vamos a morir por la defensa de nuestra Patria”. Luego le regaló
el estuche al esclavo Concepción González quien lo había guiado por los caminos
de los llanos orientales y que según muchos, lo que hizo fue entregarlo a los
jefes realistas en un acto de traición, que se hace más condenable, cuando el propio
general le dice a sus captores: “Estamos listos; sé la suerte que me espera; y
les voy a suplicar que a mi sobrino y a mí nos ejecuten juntos y pongan en
libertad al negro que me acompaña que sólo es un esclavo que lo que ha hecho es
servirnos de guía”. Debió enfurecer mucho más a los jefes realistas, al ver que
en lugar de acobardarse o pedir clemencia, el general lo que demostró fue
altivez y valor. Esa misma mañana lo mataron.
Quienes
han escrito sobre el tema coinciden en que sucedió el 31 de enero de 1815, hace
hoy doscientos años; pero existen varias versiones de cómo sucedieron los
hechos.
EL ESCLAVO LE CORTÓ LA CABEZA |
LA MUERTE DE RIBAS
(GFN)
Medio siglo después de la batalla de La
Victoria, en plena guerra federal, el
cuerpo envejecido del esclavo Concepción González, quedó colgado de una ceiba,
en una apartada y polvorienta sabana cerca de Uverito. Dicen los que lo vieron
que cuando el general Natividad Solórzano se lo topó de frente en el camino
real, dizque le gritó: “Caramba
Concepción, Dios te ha traído; vamos a arreglar de una vez lo del general
Ribas”. Y parado sobre los estribos de su caballo le gritó al Sargento:
“Traigan la soga, carajo! Vamos a salir por fin de esta vaina”. Era la justicia
popular que esta vez también llegaba tarde.
De Urica
salió Ribas en ancas del caballo de José Tadeo Monagas y se internó en las
selvas del Guárico, buscando a las gentes del general Pedro Zaraza. Le servía
de baquiano el esclavo Concepción González, de Valle de la Pascua.
Llegó
Ribas enfermo al hato “Las dos Palmas”, y González, esclavo de la familia
Arzola, lo delató ante el Justicia de Tucupido, Lorenzo Figueroa (a)
“Barrajola”, famoso por su crueldad.
Conducido hasta el lecho del héroe, “Barrajola” lo trajo a Tucupido, y
el 31 de enero del 1815, lo hizo ejecutar
a lanzazos. Le cortaron la cabeza, la frieron en aceite, y en macabra procesión
la llevaron a Caracas donde la metieron en
una jaula de hierro, y sobre un poste de 40 metros de altura, fue
expuesta en la Puerta de Caracas durante varios años, para escarmiento de
quienes luchaban por la independencia;
hasta que “El Pacificador” Pablo
Morillo, llegado al mando de un ejército de 16.000 hombres con la misión de
pacificar el país, en gesto que lo ennoblece, hizo bajar de su horrenda prisión
la cabeza del héroe y se la entregó a sus familiares para que le dieran
cristiana sepultura.
Los
familiares, para asegurarse de que era su cabeza, llamaron al barbero que le
había hecho dos extracciones de muela y fue él quien lo reconoció.
Otro
gesto que ennoblece al pacificador fue la visita que hizo a la viuda del general Ribas, doña Josefa
Palacios, quien se había recluido en un cuarto de su casa desde la muerte de su
esposo. A su invitación para que abandonara su voluntaria prisión contestó la
honorable matrona: “...saldré de aquí cuando vengan los míos a buscarme y
anunciarme que mi patria es libre”. Después de la batalla de Carabobo el propio
Libertador fue a buscar a su “tía-madrecita Josefa” y a sacarla de su
cautiverio. En La Victoria rendimos homenaje a doña Josefa, cuando en 1991 por
decreto ejecutivo municipal creamos una
institución dedicada a “la mujer” de Ribas y al niño, la Casa de la Mujer y a
petición de su fundadora y primera presidenta Geisha Freites de Fleitas, fue bautizada con el nombre de “la mujer de
Ribas” como “Casa de la Mujer Josefa
Palacios de Ribas”.
El 18 de marzo
del año de 1824 falleció en Caracas a la edad de 50 años doña MARÍA JOSEFA
ISIDRA JUANA NEPOMUCENA PALACIOS BLANCO, viuda del general en Jefe José Félix
Januario Ribas Herrera con quien se había casado el primero de febrero de 1796.
Era la hermana menor de doña Concepción Palacios de Bolívar y en consecuencia,
tía del Libertador a quien le llevaba apenas 9 años. Tuvo un solo hijo llamado
José Félix Valentín Ribas y Palacios quien ahora tenía 13 años y estudiaba en
los reinos de Francia. Días antes, el 28 de febrero había otorgado su
testamento.
Cuando
80 años después, se inaugura el conjunto escultórico en la Plaza Mayor de La
Victoria, el bravo general aparece en actitud de arengar a la tropa. El gran
escultor maturinés Eloy Palacios Cabello, lo esculpió con tal realismo, que le
dejó la boca abierta, para que se le vieran los orificios de las muelas por los
cuales había sido reconocido.
El
esclavo Concepción González regresó a propiedad de su ama doña Juana González
del Hoyo y Arzola y siguió siendo esclavo por un tiempo más. Para poder seguir
siendo esclavo, había “matado” a su
libertador.
A
“Barrajola” le cobraron temprano su crimen: lo alancearon por los riñones en
“Las Lagunitas”.
Recuperada
la patria, Concepción González pasó el resto de su vida huyendo hasta que se
encontró de frente con unos guerrilleros federales, quienes seguramente no
habían conocido al general Ribas, pero luchaban por su misma causa.
A la voz
del general Natividad Solórzano –dice la historia- se templó la soga y en acto
–no de venganza- sino de justicia revolucionaria tardía, el cuerpo comenzó a
bambolearse suavemente, acariciado tan solo por la brisa de la sabana.
La tropa
siguió su camino y el delator quedó colgando pesadamente de un árbol como si
fuera un racimo, como si fuera un fruto colgado de una rama; pero más parecía
un fruto de la justicia, que de la
venganza.
Cuando
el cuerpo del ahorcado comenzó a balancearse suavemente bajo la inmensa Ceiba,
alguien debió pensar, que la justicia popular siempre llega tarde…pero siempre
llega.
OTRA VERSIÓN
A raíz
de la publicación del libro “...después
de la batalla”, fui llevado por mi gran amigo Aquiles Rangel, a presencia
de un buen señor nonagenario quien me dijo ser nieto de Concepción González
(hijo menor de su único hijo) y me aseguró que según le había relatado muchas
veces su abuelo a su padre y éste a
él, la muerte del héroe había ocurrido
de manera diferente. El general –me dijo- murió víctima de fiebres palúdicas y
fue enterrado por mi abuelo en el hato de “Las dos palmas”. Por supuesto, antes de sepultarlo lo
“cintureó”. Ya en Tucupido, mi abuelo llamó la atención por cargar revólver y
estar gastando con morocotas y monedas de oro. Puesto en confesión, llevó a las
comisiones realistas al sitio. Desenterrado el cadáver, lo trajeron al pueblo y
lo botaron por un barranco, después de cortarle la cabeza, ya en estado de
descomposición. Esa fue la razón por la
cual la tuvieron que freír en aceite antes de enviarla primero a Guarenas y
luego a Caracas. Lo único que le quedó a mi abuelo fue esa correa de cuero con
esa hebilla de oro con las iniciales “JFRH”, hoy endurecidas y ennegrecidas por
el tiempo.
Aún
cuando verosímil, creemos que ese cuento fue inventado para descargo de
González y sus descendientes, pero es otra versión que merece ser investigada.
No entendemos cómo pudo mantenerse esta “verdad” oculta durante medio siglo,
cuando su divulgación hubiera evitado el ajusticiamiento del delator.
EL GENERAL RIBAS Y EL GENERAL BOVES |
TERCERA VERSIÓN
(Llegada
a nuestras manos de las del gran historiador guariqueño Dr. Adolfo Rodríguez)
“Corría
el año terrible de 1815, y era la última quincena del mes de enero. Después del
desastre de Urica, de donde se desprendió Ribas con varios compañeros que en
proporción que iban acercándose a sus lugares lo iban dejando solo, así quedó
hasta que llegó a La Chaguaramita, hato de nombradía en aquel entonces, hoy
porción del pueblo El Socorro: dicen que desde allí incubaba Concepción
González la horrible traición y mandó a visitarle a Barrajola Teniente Real de
Justicia de Tucupido, de donde era nativo, pues hay una comisaría que se
denomina Barrajola; quizá vivía en aquel lugar el terrible hombre. Ribas,
confiado en Concepción González, esclavo ahijado de Don Juan José González de
Padrón, le mandó de una mata cerca de las Dos Palmas (Jácome) llamado Dragalito
o Quebrada de las Vacas a buscarle bastimento y medicamentos para calenturas
que le daban; y al haber llevado dinero en oro metió en sospechas a las
autoridades realistas de Valle de La Pascua y lo examinaron dicen unos, que de “motu
proprio” dicen otros, pero de uno u otro modo fueron en una mañana fresca de
enero a sorprender al ilustre héroe de La Victoria y sus leales compañeros
donde dormían y bien seguros lo condujeron a la casa de Don Juan González de
Padrón, donde le dieron permiso para afeitarse rasurado como lo acostumbraban
hacer en aquella época; las navajas eran de su propio equipaje. Alguien de los
subalternos dijo a Barrajola que no le diera permiso a Ribas para afeitarse
porque podía suicidarse y él dijo: "Nos ahorra trabajo si lo hace",
Ribas habiendo oído esto se rasuró con la mayor tranquilidad. Al terminar esta
operación ofrecióle las navajas al sobrino y él no quiso afeitarse; y entonces
Ribas le dijo: “¿Por qué estar triste; qué más glorias quieres adquirir que por
la patria morir?”
Hay una referencia burlesca: Serafín
Gutiérrez y Francisco Tomás Morales “Moralote” (es otro) que hacía de
Secretario de Barrajola no sabía leer y con un misal, únicos libros grandes que
existían en la época, lo abrió por todos lados y dijo a su jefe “Aquí está el
caso. Mantuano, blanco contra el Rey, moriréis. Y si es de cuello, puño y
corbata, con lanza. Artículo 115. Caguinche, templinche. ¡Amén!".
LA METIERON EN UNA JAULA DE HIERRO |
Nota.
Según la tradición, Serafín Gutiérrez, individuo a quien he aludido arriba, era
de regular tamaño, color negro tostado, ojos blanqueadores,
"encapotados" y tenía los pies grandes y torcidos a manera de loro. Y
era el tal Gutiérrez un hombre famoso en el modo de ser sanguinario: Bartolina
Quirós, barragana, la cual de diez años sostenía con aquél esa clase de
relaciones y quien no dejó descendencia ni de él ni de nadie, decía a personas
que aún existen lo siguiente: “Siempre se me aparecía materialmente manchado de
sangre humana; y nunca debía manifestarle repugnancia ni asco pues cualquier
desdén lo hubiera pagado con mi propia existencia”. La misma Bartolina refería:
“Salió una vez a los vecindarios Faldriquera y Bendición; condujo a esta plaza
varias mujeres que huían de la guerra y se las presentó a su jefe el Teniente
Real de Justicia Barrajola, el cual le dijo: “¿Para qué las trajo? Ya que lo
hizo, mátelas; esas son perras patriotas; y esos –mostrando a los pequeños
hijos–, hijos de patriotas”. Todos fueron alanceados. Como había varias mujeres
embarazadas les sacaban los hijos vivos para alancearlos por separado”.
Dos
siglos después, no quisiera saber “cómo moriste”, porque sé bien “por qué” y “por
quién moriste”. Tucupido no puede seguir siendo recordado como el escenario de
tu sacrificio sino como el lugar donde naciste para La Gloria, donde te
elevaste a la inmortalidad. Dos siglos de tristezas ya fueron suficientes;
ahora comienza un nuevo tiempo de alegrías en el que tu rostro estará junto con
el de tu único jefe, El Libertador, encabezando la lucha e iluminando el camino
a los jóvenes venezolanos, por los siglos de los siglos…
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