30 mar 2014

A MIS AHIJADOS DE LA PROMOCIÓN DE ABOGADOS 2013
Germán Fleitas Núñez
Queridos ahijados: En nuestra última clase formulé una pregunta que he debido formular el primer día: ¿Por qué estudiaron derecho? En sus respuestas encontré la clave de la unión, la solidaridad, la aplicación, el compañerismo, la alegría, la hermandad, que han prevalecido entre ustedes durante estos cinco años. Todos mencionaron las palabras justicia, libertad, amor, igualdad, responsabilidad, equidad, unión, compromiso, patriotismo, solidaridad y revolución.
Hubo un hombre que en su tiempo fue tildado de loco porque en un mundo de desigualdades se atrevió a decir que todos éramos iguales, porque éramos hermanos, porque éramos hijos del mismo padre, que era Dios. A ese hombre le hicieron lo que siempre le hacen a los hombres que pretenden con sus ideales y con sus conductas, cambiar el mundo: lo crucificaron. Lo que no pudieron fue matarlo, pero lo crucificaron. Habrá quienes pretendan crucificarlos a Ustedes si verdaderamente luchan por esos ideales. No se dejen. Recuerden siempre lo de “la otra mejilla” pero no olviden nunca lo de “la vara con que midáis”.
Ustedes son los protagonistas de  un acontecimiento histórico para la vida de nuestra ciudad y de nuestra región,  porque estamos recogiendo y cada vez con mayor solemnidad, las primeras cosechas de una siembra cuyas semillas fueron esparcidas por nuestros paisanos victorianos desde hace más de tres siglos pero que han fructificado en los últimos tiempos porque hoy nuestro municipio incorpora al foro de Aragua y de Venezuela un torrente de sangre nueva y de voces nuevas que va a engrosar el ejército de hombres y mujeres que luchan  por la justicia y por la libertad; y porque este hecho extraordinario, se ha convertido en ordinario y cuotidiano.
Con este aporte de nuevos profesionales que  estamos haciendo a nuestra región, van nuestras ilusiones y nuestras esperanzas, porque entre ustedes están los futuros profesores, jueces, alcaldes, concejales, síndicos, litigantes, prefectos y demás altos funcionarios públicos de nuestros municipios cuya actividad deba tener alguna relación con el derecho.
El instante más glorioso y sublime de la historia universitaria venezolana, tiene  aquí en La Victoria su escenario y es el mismo instante más glorioso y sublime de la historia de esta ciudad. Y quienes  el 24 de junio de 1827, durante su última visita juntos a Caracas, redactan los reglamentos de la universidad, para democratizarla y permitir que puedan ser rectores los pardos y los médicos y luego le cambian  el nombre de Real y Pontificia (del Rey y del Pontífice) por el de Universidad Central de Venezuela,  son un consejeño y el más ilustre hijo de un victoriano.
Pero con toda esa íntima relación que de antiguo teníamos con nuestra alma mater, no teníamos universidad;  ahora si tenemos y a falta de una,  tenemos  dos y ustedes son de los primeros frutos de esa siembra porque son de los primeros profesionales universitarios que lograron culminar sus estudios y obtener sus títulos, sin haber salido nunca de la ciudad y eso hay que celebrarlo porque es un hecho histórico.
Ustedes centraron parte de su esfuerzo estudiantil en la elaboración de Proyectos cuya finalidad principal fue la de vincularlos a la comunidad; no solo para diagnosticar sus problemas y  ayudar a gestionar las soluciones, sino para que las comunidades se vincularan con sus universitarios.  Ahora que están graduados es cuando pueden ser más útiles. Regresen, no pueden abandonar esas trincheras donde hacen falta, porque ustedes se ganaron la confianza del pueblo y sembraron en cada vecindario una esperanza. Ahora son apenas un almácigo, un semillero de futuros árboles frondosos de quienes se espera sombra, protección y abrigo. Seguirán vinculados a la tierra y a la gente, crecer con ellos y afincar bien la raíz, recordando siempre que al árbol que no afinca bien sus raíces, el viento se lo lleva. Vendrán momentos de tempestad y de oscuridad pero siempre habrá un faro encendido en la orilla.  Hoy se gradúan más abogados que los que hemos tenido en toda nuestra historia. Eso nos permite solicitar con propiedad que se cree el “Colegio de Abogados de  La Victoria”.
Cuando hace 46 años recibí mi título, en  La Victoria habíamos 22 abogados y había que enfrentarse diariamente a inteligencias preclaras. Ahora será más difícil el ejercicio porque en pocos años tendremos diez mil abogados en el municipio. Prevalecerán los mejores, como en la naturaleza; los mejor preparados, los más cultos, los más diligentes, los más estudiosos, los más honestos, los más avispados. Nuestra profesión debe ser ejercida con gran responsabilidad porque en nuestras manos ponen todos,  su tranquilidad, su fortuna o su libertad “Pobre del abogado a quien no le tiemble la mano en el momento de firmar una demanda”. “Antes de redactar una demanda, redacten la contestación”.  Debemos esmerarnos en ser abogados cultos; Líbrenos Dios de un abogado que solamente sepa de derecho; debe ser tan peligroso como un médico que solamente sepa de medicina.
El gran jurista Couture aconseja en su “Decálogo del Abogado”:
los siguientes enunciados: I. Estudia, II. Piensa, III. Trabaja. IV. Lucha. Tu deber es luchar por el Derecho, pero el día que encuentres en conflicto el Derecho con la Justicia, lucha por la Justicia. V. Sé leal. Leal con tu cliente, con el adversario, con el Juez. VI. Tolera. VII. Ten paciencia. VIII. Ten fe en el Derecho, en la Justicia, en la Paz  y sobre todo, en la Libertad, sin la cual no hay Derecho, ni Justicia, ni Paz. IX. Olvida. X. Ama tu profesión,  de tal manera que el día que tu hijo te pida consejo sobre su destino, consideres un honor para ti proponerle que sea Abogado.
Recuerden la clase sobre el chofer que “se come” la flecha para llevar un herido al hospital y le salva la vida. ¿Qué merece? ¿La medalla de buen ciudadano o una boleta por “comerse” la flecha? Cuando para hacer un acto de justicia tengan que violar la ley, modifíquenla  porque la ley estará mal hecha. La ley es humana pero la justicia es divina. . 

Apenas agregaríamos: Sé un ejemplo a seguir en tu vida pública y en tu vida privada, de manera tal,  que si algún día, no solo tu hijo, sino  cualquier hijo de cualquier padre le pida consejo sobre su destino, ese padre le sugiera a ese hijo,  que se haga abogado, para que algún día se parezca a ti.  Y, se leal con los demás, especialmente con tus amigos y recuerda siempre, que “cuando la palabra del enemigo acusa, el silencio del amigo condena”.
Enseña lo que sabes y se un multiplicador de tus saberes y de tus valores, en el foro y dentro y fuera del aula, para que algún día, algún alumno pueda decirte las palabras que Simón Bolívar le dijo desde Pativilca en 1824 a don Simón Rodríguez: “Maestro, Usted  formó mi corazón para la libertad, para la justicia, para lo grande, para lo hermoso, yo he seguido el sendero que Usted me señaló”.
Nos toca ahora darle calor y amor a nuestra universidad victoriana y por ende a la universidad venezolana, o para decirlo con la letra del himno  de nuestro gran poeta victoriano Luis Pastori recientemente fallecido: darle calor y amor a  “este mundo de azules boínas (…) a esta casa que vence las sombras”. Han cursado la carrera en íntima relación con los nombres del Bolívar que bautiza a la Universidad, del Sucre que bautiza a la Misión y del Ribas que bautiza la aldea.
Hemos sufrido pérdidas dolorosas; hace dos años nos dejó nuestro compañero Pedro Lugo quien se estaría graduando con ustedes, antes nos había dejado Heriberto, en el semestre pasado las compañeras, Marbelia y María, hace un mes Dionisio Machado y hace apenas ocho meses falleció el creador e inspirador de esta universidad, el Presidente Hugo Chávez.
Salgamos todos a la vida, a la lucha, a enfrentar nuestros destinos que serán superiores porque ahora vamos bien equipados, bien armados, ahora somos abogados de la República y la justicia, la libertad, la solidaridad, lo grande, lo hermoso, son nuestras banderas; Vamos sin complejos, ni de superioridad ni de inferioridad. a honrar a nuestra ciudad, a nuestra universidad, a nuestras mujeres y a nuestros compañeros y profesores; a ser los mejores, a desempeñarnos con laboriosidad, honestidad y con inteligencia, a desmentir a quienes pretendieron descalificarnos en un principio, diciendo que esta era una universidad pirata, tapa amarilla, de  “tierrúos”,  de pegadores de afiches y que no nos graduaríamos de abogados sino de “asistentes jurídicos” y que para poder ejercer,  deberíamos tener al lado un “abogado de verdad verdad”. Por supuesto que nuestra Universidad es diferente y ustedes saben bien en qué consiste la diferencia; pero los demás, la gente de la calle, lo sabrán mañana, cuando ustedes comiencen a ejercer. En ese momento marcarán la diferencia de la cual no hablaré porque ustedes estuvieron cinco años oyéndola todos los días de boca de sus profesores. A partir de hoy digamos con el “Himno de la creación”: “De cara al viento saldremos al camino, con ansias a buscar la claridad del sol”.
Queridos exalumnos y ahijados hoy colegas: Hace medio siglo recibí mi título de manos de un rector decente y valiente que supo defender la dignidad y la autonomía universitaria de los zarpazos del gobierno y dos de mis hijos se graduaron de abogados; pero es este inmenso honor inmerecido, el más gratificante que he recibido en mi vida profesional y compromete mi gratitud para siempre.
Nuestros destinos se han cruzado demasiado temprano y demasiado tarde porque ustedes comienzan a ejercer sus dignas profesiones cuando yo estoy terminando de ejercer la mía; pero de aquí en adelante recorreremos juntos el camino hasta que la muerte nos separe.

Mis palabras finales son las que los padrinos le dicen a sus ahijados queridos cuando emprenden un viaje: que el camino sea grato  y alfombrado de rosas, que les vaya bien y que DIOS LOS BENDIGA.

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