30 mar 2014

EL TEATRO RIBAS (prólogo)

 (Tomado del libro “El Teatro Ribas de La Victoria, materiales para su historia”).

"El vicio predominante en este pueblo es la embriaguez, (...) y las comedias..."
Mariano Martí, Obispo de Caracas.
          (23 de mayo de 1780.)

Como un inmenso barco anclado en el centro del pueblo, está el teatro. Encalló en  un costado de la Plaza Mayor  y cual navío herido, comenzó  a hundirse lentamente en un mar de nostalgias y de reminiscencias. Con él se van más de cien años de recuerdos  que logró atesorar entre sus muros. Después vino el naufragio.  Tormentas y borrascas agitaron la plaza; se encresparon las olas y cuando "amainó la tempestad", su mascarón de proa quedó varado sobre el borde agrietado de la acera, sin ninguna esperanza de izar  velas y remontar el vuelo. Bajó el telón y entró el silencio borrando los aplausos. Las  sombras desdibujaron  sonidos, figuras y colores. El tiempo desvayó rostros, voces, escenas, vivencias y emociones,  con su tinte de olvido.  Apenas sobreviven las que se aferraron a retratos antiguos, a papeles amarillentos o a ese engañoso y transitorio refugio que es la memoria.  Me acerqué  a su fachada de papel,  grabada en una vieja fotografía.  Estaba donde mismo, con las puertas abiertas, el teatro de la infancia. Después fue  encender  faros,    recordar  cuentos parroquiales, revivir  personajes,  reconstruir  escenas,  rearmar viejas comedias y tragedias,  vislumbrar  intereses e intenciones; desempolvar papeles,  las actas del cabildo local, gacetas oficiales,  periódicos del pueblo y   nacionales,   programas desvaidos,  albumes familiares  y el diálogo alumbrador con vivos y con muertos. La historia es una  sola y está contenida en cada uno de los hechos que la conforman; como en la sola y única gota de sangre que el sabio examina en su microscopio; en ella está todo lo que de vida y de muerte corre por nuestras venas. Un hecho aparentemente aislado,  puede reflejar todo lo que está ocurriendo en el torrente que circula por el  organismo social.  Como en una gestalt; en cada una de las partes del todo, está el todo. La historia del viejo edificio del teatro,  tema inicial de esta investigación, cuyo curso debía ser lineal y cronológico,  comenzó a manifestárseme  desde un principio, como un barco a la deriva, aventado de un lado a otro por vientos encontrados, e impulsado por intereses principalmente de orden político, reflejo de los tropiezos y las vicisitudes que  se sucedían en el país. Su  simple construcción, con sus sucesivas destrucciones, reconstrucciones, demoliciones y remodelaciones,  son producto de cambios políticos de carácter nacional y local.  Un gobierno civil lo decreta y comienza,  pero no lo termina;  una feroz dictadura lo concluye,  y una revolución democrática lo vende por la vigésima parte de lo que costó hacerlo.  Un particular lo demuele y medio siglo después,  un  gobierno municipal lo recupera y uno regional decide reconstruirlo,  para al final, a más de un siglo de haber sido decretado,  poder inaugurar apenas la fachada. Paralela a la  insólita travesía que constituyen su construcción, demolición y reconstrucción,  lo que podríamos llamar: su “evolución arquitectónica”, está  su cambio de dueños,  que en realidad fueron pocos:   el gobierno de Aragua, la Municipalidad de La Victoria,  un particular y otra vez la Municipalidad de La Victoria. Pero ya inmerso en el mar de papeles que fue menester atravesar para historiar el viejo edificio, se me apareció como un tema digno de estudio aparte, la actividad teatral,  floreciente algunas veces decadente otras pero constante e ininterrumpida.  Aún hay más.  Acontecimientos nacionales influyeron grandemente en la vida de la ciudad,  y muchos  acontecimientos que tuvieron como escenario a La Victoria, influyeron de manera definitiva en la vida nacional. Tomemos como ejemplo apenas dos de ellos: La Batalla de 1902 y el proceso de Conjura y Aclamación que precedió la caída del general Castro y el advenimiento de la tiranía gomecista. La investigación debía limitarse a archivos y registros que nos indicaran: quienes hicieron el teatro, cuándo y cómo.  Arqueamos las fuentes más conocidas: El Archivo General de la Nación, donde se conservan los expedientes del antiguo Ministerio de Obras Públicas y  los relativos a la Cárcel Real de La Victoria en cuyos solares se hizo el edificio;   El Archivo Arzobispal de Caracas, donde revisamos los expedientes relacionados con los juicios seguidos por el Cura de La Victoria a finales del siglo XVIII contra la pretensión de los pardos del pueblo de  montar comedias “…como si fueran blancos”.  Revisamos la colección de la Gaceta Oficial de Venezuela y de Aragua, así como las Memorias del Gobierno de Aragua y del Ministerio de Obras Públicas, celosamente guardadas en la Biblioteca Nacional, en busca de Decretos, Cuentas y demás datos reveladores.  Leímos Las Actas del Cabildo de Caracas y las de La Victoria y las colecciones de periódicos nacionales y locales que arrojaran luz sobre el tema.  Conversamos con hombres y mujeres  del pueblo que fueron trabajadores en la construcción, en la demolición, en la reconstrucción y en las tablas, en calidad de   "artistas" de nuestro coliseo y por último, reconstruimos antiguas conversaciones que sostuvimos sobre el tema con personas algunas de la cuales se fueron físicamente de nuestro lado,   cuyo recuerdo sagrado nos acompaña  permanentemente, especialmente mi abuela Belencita Briceño quien junto con su entrañable amiga María de los Ángeles Rodríguez, acompañó al Presidente del Estado don Pedro José Rodríguez a la inauguración del Teatro desde el Palco Presidencial,  mi madre Vestalia Núñez,  Mireya Briceño Álvarez, Josefina Cano González Blank, Polito Silva, Carmencita Castro, Ángel Raúl Villasana y Luís Pastori, artistas pueblerinos, quienes desde la tierna infancia hasta siempre, actuaron en Veladas y Representaciones. Los documentos existentes en el Registro Subalterno victoriano,  dan fe del proceso jurídico.  Ventas, Títulos Supletorios, compras, contratos de diversa índole. Revisamos  archivos familiares, viejas fotografías,  programas  de veladas, recortes de periódicos, cartas, papelitos, invitaciones, carnets de baile,  entradas y la inagotable tradición oral. Los Testimonios de actores y espectadores,  empleados, acomodadoras... y público en general. La construcción del Teatro, sus vaivenes, la vida teatral, su condición de escenario artístico y político, todo esta interrelacionado con lo que pasa en la ciudad y en el país en cada uno de sus momentos, pero al mismo tiempo es un punto en el proceso de la vida nacional; especialmente de la vida artística. Ello nos obliga a ir atrás y descubrir que en la ciudad desde tiempos inmemoriales hubo teatro, representaciones, autos sacramentales, comedias y fiestas escénicas, reglamentaciones y prohibiciones, que también fueron consecuencia de su momento y causa de acontecimientos notables. Coliseo a la deriva, sometido al vaivén de las turbulencias políticas y sociales,  dependiendo siempre de los vientos que soplaran,  sin haberse movido jamás de un mismo punto, es lo más parecido que hemos encontrado a un barco azotado por los embates de un mar embravecido. Buscando sus orígenes en una montaña  de páginas amarillentas, hemos topado con la vida.  En el mismo escenario de los antepasados,  los hemos visto actuar.  Hemos  sentido muy cerca  a personas que nunca conocimos. Mezclados en una misma escena, trastocando tiempos y espacios, he creído ver al ilustre Presidente doctor Raimundo Andueza Palacio en su Consejo de Gobierno firmando el decreto y a su mujer, la victoriana  Isabelita González Esteves cambiándole el nombre de “Teatro Bolívar” por el de “Teatro Ribas;  al gran educador  Félix María Paredes, al General del Mercado José María García Gómez,  al Presidente de Aragua General Pedro José Rodríguez, al albañil  Canuto Herrera, al carpintero  Vidal González   y al alarife   Atanasio Cortez, cuyo nombre me perseguía desde hacía  mucho tiempo, sin saber ni quién era, ni que hacía.  Junto con ellos,  eternos habitantes de la memoria, Rosario "Charito" Peralta, Alsacia Álvarez, Angelina González Blank,  Luis Pastori, Ángel Raúl Villasana, Carmencita Castro, Mireya Briceño, Josefina Cano, Vestalia Núñez mi madre,  Silita González, Josefina Simoza de Reyes, Julio Páez, Elena Torres, Julio Jáuregui, Gisela Pastori, Eddie López, Daniel Tejera,  Ivón Ladera y tantos otros que subieron  un día al escenario  y decidieron quedarse allí eternamente. Y conocí a Talía, la Diosa Griega del teatro y Musa de la Comedia, “la que hace florecer”, la Amante de los Dioses.  Supe que ella  estaba muy triste pero escondió su inmenso dolor detrás una máscara sonriente y todos rieron.  Que disipó  las tristezas pero escondió su felicidad y su alegría detrás de una máscara con mueca de dolor desesperanzado  y todos sollozaron.  Comprendí entonces por qué colgadas a los lados del escenario,  están dos máscaras. Simbolizan sonrisas y tristezas;  como en la vida misma: la alegría y el dolor unidos para siempre, hasta que  baje el telón,  el silencio y las sombras se adueñen de la escena y borren todo.

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