22 mar 2014


L
OS FUSILADOS DE EL CONSEJO
                                                                             Por: Germán Fleitas Núñez                                                      
                        


La Segunda República nació en el Pueblo de La Victoria el 4 de agosto de 1813, cuando después de culminar la más admirable de sus campañas, El Libertador, hospedado en la casa de don Juan de La Madriz (hoy “La Mascota” frente a “La Liberal”),  visita a la comisión que le envía el gobierno realista de Caracas,  en la casa de don Francisco Sosa (hoy Casa de Mariño), acepta la rendición que le ofrecen y se retira a descansar para continuar al día siguiente su viaje y hacer su entrada triunfal a Caracas, el 7 de agosto.
En la capitulación se establece que Monteverde y los demás integrantes del gobierno de Su Majestad, esperarán a Bolívar  en Caracas para hacerle entrega formal del gobierno, pero cuando éste llega a Caracas, encuentra a la ciudad sin autoridades, abandonada por sus dirigentes, quienes contrariando lo estipulado, han huido hacia La Guaira y de allí a Puerto Cabello.  
Los patriotas acusan a los realistas de haber incumplido con los términos de la rendición pero estos se defienden diciendo que “los insurgentes” no respetan ni sus propios acuerdos, ya que después de haber aceptado la capitulación y con ella, el fin de la guerra, a su paso hacia Caracas, fusilaron a 21 personas en La Victoria, a 9 en El Consejo y a una en San Pedro de Los Altos, y que si ellos  los hubieran esperado en Caracas, los habrían fusilado también.
El nuevo gobierno patriota de Caracas, presidido por José Félix Ribas, negó estos fusilamientos y acusó a los fugitivos  de incumplir lo acordado mientras que los realistas insistieron en que las tropas de Bolívar habían fusilado entre el 4 y el 6 de agosto, a 21 en La Victoria, 9 en El Consejo y 1 en San Pedro.
Hace 50 años, cuando tuvimos conocimiento de estos fusilamientos, investigamos en los libros parroquiales respectivos, con el siguiente resultado:
1) No encontramos los 21 fusilados de La Victoria porque en esa ciudad no existen libros parroquiales de ningún tipo, anteriores al año de  1821.
2) Pudimos revisar los libros de  San Pedro de los Altos y encontramos a un pulpero,  isleño,  “pasado por las armas” (fusilado).
3) Distinta suerte tuvimos en El Consejo, porque pudimos confirmar que los realistas habían dicho la verdad. A su paso por mi pueblo querido, lo cual ocurrió al día siguiente, el 5 de agosto de 1813 (hizo 199 años), las fuerzas  patriotas fusilaron a nueve (9)  personas. Al cura del pueblo que era el presbítero doctor Juan Félix de Castro, se le permitió prestarle el auxilio espiritual a los condenados y enterrarlos en el cuarto tramo del cementerio, según se desprende de las actas levantadas  al efecto.
Los nombres de los Fusilados de El Consejo son los siguientes: Don ISIDORO BERNAL,  adulto, “pasado por las armas”; quien recibió cristiana sepultura con entierro rezado y recibió “los santos sacramentos de la penitencia”. 
Don JOSÉ SUNIGA, marido de doña JOSEFA GONZÁLEZ, “pasado por las armas”.
Don MATEO TORRES, isleño “pasado por las armas”.
Don FRANCISCO GONZÁLEZ, isleño, “pasado por las armas”.
Don DOMINGO GORRÍN, isleño, “pasado por las armas”.
Don AGUSTÍN MONROY, isleño, “pasado por las armas”.
Don JOAQUÍN, isleño, “pasado por las armas”.
Don AGUSTÍN, isleño, “pasado por las armas”.
Don JOSÉ JOAQUÍN, isleño, “pasado por las armas”.
Todos eran pulperos y siete de ellos, isleños. Sorprenden sus ejecuciones porque ya para la fecha había quedado sin efecto el Decreto de Guerra a Muerte firmado en  Trujillo; con la Batalla de Taguanes había terminado militarmente la campaña admirable y con la Capitulación de La Victoria había terminado la guerra y nacido nuevamente la República.
De los nueve fusilados solo se le menciona  la esposa a Don JOSÉ SUNIGA (creemos que es Súñiga  o Suniaga); a seis de ellos se los identifica como “isleños” (recordemos lo de “españoles y canarios”) y a los tres últimos no se les anota el apellido.
Extraña que siendo personas relevantes, principales y seguramente ricas, en un pueblo tan pequeño como era El Consejo que apenas tenía 36 años de fundado, de estos 9 condenados a muerte, que recibían el título de “Don”, el cual no se le concedía sino a personas libres, blancas y ricas,  el Cura Párroco no conociera los nombres de las esposas de 8 de ellos ni los apellidos de los otros tres. Es muy probable que la conmoción causada en un pueblo tan pequeño por los fusilamientos,  hubiera turbado a todos. Era la Guerra a Muerte aplicada extemporáneamente a 9 consejeños, siete de ellos de origen canario.
Claro está que no dio tiempo a confesarlos porque no murieron de muerte natural sino bajo las balas de los fusiles patriotas, en quien sabe cual improvisado paredón. Al conocer sus nombres y algunos de sus apellidos en 1959, fue fácil comprender que eran vecinos muy conocidos,  muchos de cuyos descendientes vivían  aun entre nosotros; al fin y al cabo había transcurrido menos de siglo y medio de los fusilamientos y aun la memoria colectiva estaba fresca. Investigamos entre viejas familias amigas descendientes de los fusilados y logramos completar alguna información. Vale la pena que los jóvenes historiadores consejeños, especialmente mis amigos Rómulo Aponte Mejías, Rafael Sanabria Martínez y Rebeca Moreno de Cuenca, escudriñen la memoria de nuestros paisanos más ancianos y esa inagotable fuente de información que es la memoria del pueblo,  para ver si recuerdan haber oído decir entre sus mayores, algo sobre estos fusilamientos.

Entre nosotros viven los descendientes de estos mártires de la guerra. Jamás olvidemos que todos somos descendientes de todos;  que entre nuestros abuelos, bisabuelos y tatarabuelos hay indios, negros, españoles, esclavos y hombres libres, patriotas y realistas: que todos somos producto de un mestizaje, de una mezcla enriquecedora, y  que el pueblo somos todos. A casi 200 años de sus muertes, elevemos una oración por el alma y en memoria de estos 9 consejeños fusilados por el ejército patriota, muy seguramente por defender las banderas de su Rey.

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