29 mar 2014

DISCURSO EN EL PANTEÓN NACIONAL

DISCURSO EN EL PANTEÓN NACIONAL
PRONUNCIADO EL 19 DE SEPTIEMBRE DEL 2006, CON MOTIVO DE CELEBRARSE EL 231 ANIVERSARIO DEL NATALICIO DEL GENERAL JOSE FÉLIX RIBAS Y PRIMERO DE SU INCORPORACIÓN SIMBÓLICA AL PANTEÓN NACIONAL.

Señoras y señores:

Hace un año emprendió  viaje de regreso hacia el amanecer, el águila de más empinado y breve vuelo, que rasgara la inmensidad de nuestro azul, en los días aurorales de la guerra por la independencia; y lo hizo, desde el máximo pedestal de su gloria: la histórica y heróica ciudad de La Victoria. Cuando remontó el vuelo, el bravo general del gorro frigio  iba liviano, y llegó a aquí sin nada, porque por el camino, lo fue dejando todo.

Lo despidió la ciudad de las grandes hazañas, la de su gran batalla el 12 de febrero de 1814, custodia de su gloria; porque  nunca una ciudad, un nombre y una fecha estuvieron tan indisolublemente ligados como esa ciudad, esa fecha y ese hombre. El peleó en mil batallas pero cuando se pronuncia su nombre se piensa en La Victoria; nuestra ciudad dio hijos ilustres a la patria en todas las épocas, comenzando por el padre del Libertador; y fue escenario de muchas acciones de guerra y de paz, pero cuando se la menciona, solo se piensa en Ribas. Así fue ayer y así será mañana. El propio Libertador los unió para siempre al bautizarlo como el Vencedor de los Tiranos en La Victoria y el Cabildo de Caracas, cuando al elevar a la vieja Villa al rango de Ciudad, la bautizó con el sobrenombre de Ciudad Victoriosa de Ribas. Existe hasta el afortunado error de creer que La Victoria debe su nombre al triunfo del 12 de febrero, cuando en realidad desde dos siglos antes se llamaba así. Pero la ciudad es agradecida y andar por sus calles es como caminar por entre las páginas de un libro de historia. Sus calles, su primera escuela, su liceo, el municipio, llevan su nombre. A finales del siglo XIX, Aragua se llamaba Estado Ribas; en el Escudo de Aragua aparecen solo dos fechas, una de ellas, Febrero de 1814 en recuerdo de la gran batalla; y el verso del Himno de Aragua, que es un himno victoriano oficializado en 1905 cuando la ciudad era la capital de Aragua,  se canta:

CORONÓ NUESTRAS CUMBRE LA GLORIA
CUANDO RIBAS SU ESPADA BLANDIÓ
Y A SU HOMÉRICO AFAN LA VICTORIA
CON SANGREO OPRESORA SUS CAMPOS REGÓ.

En 1957 se oficializa el Escudo de Armas de la Ciudad, y en su cuartel superior derecho aparece el Monumento a cuyos pies nos congregamos anualmente; en 1988 se crea la Bandera de La Victoria, en cuyos colores se recuerda el manto de La Virgen Vencedora de la gran Batalla. En 1986 al crearse el municipio cuya capital es La Victoria, se le dio el nombre de Municipio José Félix Ribas, segundo del mismo nombre, ya que el distrito guariqueño cuya capital era Tucupido, se llamó siempre Distrito Ribas, nombre que conservó el actual municipio.

De la antigua villa aragüeña, llegó a este sagrado reciento, escoltado por estudiantes revolucionarios, dignos herederos de la muchachada que lo acompañó en La Victoria el 12 de febrero de 1814.

No vinieron sus huesos a buscar eterno reposo en el sagrado claustro del Panteón Nacional, porque sus huesos jamás tendrán reposo, mientras permanezcan abiertas las puertas del templo de Jano. No vinieron sus huesos a mezclarse con los que el Cardenal Quintero llamó Huesos de Leones; vino su espíritu guerrero sembrado en la tierra que abonó con su sangre y que una vez se estremeció bajo el repiquetear de los cascos de su caballería.

En él se cumplió la palabra divina: “En polvo te convertirás”. Vino hecho tierra de Tucupido, donde encontró la muerte y se elevó a la inmortalidad, y tierra de La Victoria, donde fue coronado por la gloria, a confundirse con tierra de Caracas, donde encontró la vida. Bien podría haber contenido ese cofre también,  tierra de Vigirima, del primer Carabobo, de Niquitao, de Los Horcones, de Taguanes, de Charallave, de Ocumare del Tuy, de Urica, y de todos los otros lugares que él fue marcando con su espada para que fueran altares de la patria. Pero en ese pequeño cajón vino toda la tierra venezolana, porque en ese puño de tierra está la patria y sea cual sea el tamaño del que se la mire, la Patria será siempre grande y será siempre una sola.

El general Ribas es un personaje romántico; envuelto en el misterio de los héroes griegos cuyas vidas heroicas culminan casi siempre en tragedia. Es un aristócrata, hacendado, que en su juventud ha querido consagrarse al servicio de Dios, con preocupación social e inclinación política, testigo de los acontecimientos de su tiempo. Tiene 24 años cuando presencia el martirio de José María España y 31 cuando Miranda invade por primera vez por Ocumare de la Costa, y  hace flamear a bordo de sus buques, el tricolor nacional. Tiene conocimiento de la derrota naval de un Miranda a quien no conoce pero bajo cuyas órdenes servirá luego. Presencia la incineración de la bandera el 4 de agosto de 1806. De allí en adelante se convierte en un conspirador. Participó en todas las conspiraciones de su tiempo, especialmente en la de 1808, muchas de cuyas reuniones clandestinas de hacían en su casa.

El general Ribas fue un revolucionario. Además de ser un Libertador, fue un revolucionario. Y esto es necesario decirlo, porque no todos nuestros libertadores lo fueron. Creyeron en la independencia y lucharon con heroicidad por conquistarla, pero no creyeron en la libertad. Hubo quienes hasta 33 años después de la Batalla de Carabobo, 44 años después del 19 de abril, en 1854, seguían comprando y vendiendo esclavos. Muchos de ellos poseyeron grandes esclavitudes; compraban y vendían hombres, como compraban y vendían caballos y  mulas;  y “pegaron el grito en el cielo” cuando la ley de abolición promulgada por un llanero, les arrebató tan rentable propiedad. Lucharon con denuedo por arrebatarle el poder a la corona española, pero defendieron a capa y espada sus tierras y sus esclavos. Las que tenían antes,  quiénes las tenían; y las que se apropiaron después los próceres, mediante el cobro de sus “haberes de guerra”, procedimiento que El Libertador llamó graciosa e irónicamente “las adquisiciones de sus lanzas”.

El general Ribas fue el único guerrero venezolano que usó sobre su cabeza un gorro colorado; un gorro rojo, como el que usaron los antiguos frigios, luego los franceses que hicieron la revolución a finales del siglo XVIII y por último, los republicanos españoles; y usaba un gorro frigio, porque ese era el símbolo de los revolucionarios y él era uno de ellos.

Tal vez su mayor frustración como soldado la sufrió cuando en vísperas de la batalla de La Victoria, solicitó al Cabildo de Caracas el envío de 300 esclavos para reforzar el ejército de estudiantes, seminaristas y soldados que entrenaba sobre la marcha para enfrentar a Boves. El 14 de febrero, cuando todavía no se han apagado los fuegos en nuestra ciudad y no se ha terminado de enterrar a los muertos, el ayuntamiento resuelve negar la solicitud. El acta del cabildo dice: “La Municipalidad ha meditado sobre el proyecto y ha recordado dos razones poderosas  que impiden se lleve a cabo esta medida. Uno de nuestros comandantes del llano se resolvió a usar de algunos esclavos  convidándolos a que se incorporaran a nuestro ejército bajo la promesa de la libertad. Esta determinación fue absolutamente desaprobada por el Libertador. Esta medida tiene también otros inconvenientes como es el de que los demás eslavos acaso creyendo que sus compañeros que marchen al ejército van a obtener su libertad, aspiren a esto mismo y piensen en ir a buscar el ofrecimiento a casa del enemigo. Conviene echar mano de todos los hombres libres que todavía no faltan en esta capital y sus pueblos inmediatos, en el concepto de que este cuerpo es decir, todos sus integrantes se ofrecen al gobierno para salir al ejército siempre que se estime necesario. Caracas, 14 de febrero de 1814”. Prefirieron los ilustres cabildantes ofrecerse como soldados antes que correr el riesgo de perder a sus esclavos. Pensarían que buena es la libertad, pero no tanta.

Su corta vida militar que duró menos de 5 años revela claramente que no sucumbió ante las tentaciones que históricamente han seducido a los revolucionarios venezolanos y que han acabado con todas nuestras revoluciones y que consisten en hacer que los revolucionarios se apropien y hagan suyos,  los privilegios contra los cuales iniciaron sus revoluciones.

No se conformó jamás y así lo dice, con ser un libertador sino que es un revolucionario; cree en una revolución. Como han creído tantos en nuestros casi dos siglos de vida independiente. 

Si no hubiera muerto tan temprano, a apenas  cuatro años de iniciada la guerra, otro habría sido el destino de Venezuela, porque su espada no hubiera permitido que se desviara el destino de la Revolución de Independencia.

El pueblo venezolano siempre ha sido revolucionario, ha creído ciegamente en las revoluciones y se ha entregado sin reservas en defensa de las causas que ha creído justas. Pero sus dirigentes muy pocas veces han estado a su altura. Durante los siglos XIX y XX, el pueblo pobre no vaciló en irse detrás de los caudillos de caballo y bandera que le ofrecían mejores condiciones de vida y que siempre terminaron en el encumbramiento de los jefes y el pronto olvido de promesas y ofrecimientos. De allí su permanente frustración. Durante dos siglos, se le ofrecieron revoluciones que no fueron tales. Se habló de Revolución de Independencia; como después se hablará de Revolución Federal, Revolución Azul, Revolución de Abril, Revolución de las Reformas, Revolución de Marzo, Revolución de Queipa, Revolución Genuina, Revolución Legalista, Revolución Liberal Restauradora o Revolución Andina, la Revolución Libertadora, Revolución Reconquistadora, Revolución Reivindicadora, Revolución Liberal Conservadora o de la Revolución de Octubre; pero no hubo tales; fue puro nombre rimbombante, porque dejamos pasar la oportunidad; se quedó en el papel, porque no todos estaban claros; muchos de los revolucionarios asumieron los privilegios del régimen depuesto, la tierra permaneció en manos de los mismos propietarios que la detentaban hacía tres siglos y siguió en sus manos durante los siglos siguientes.

Y todo se inicia con el desvío de la primera de ellas, la de la independencia, frustrada a partir de la prematura e inesperada muerte del general Ribas.

Por esa defensa a ultranza de los intereses particulares e individuales frente a los intereses colectivos, en  Venezuela, en cinco siglos, dos de ellos independientes, nunca hemos podido consolidar una verdadera revolución. Por ese “acomodarse bien para porsiacaso” que ha obnubilado tradicionalmente a los líderes, todas se han quedado en el discurso y en el  tintero y han terminado siendo revoluciones de saliva y de papel. Así, socavadas por las pajarerías de los más vivos, se han frustrado a lo largo de nuestro continente, con muy contadas excepciones. Se podría simbolizar esa frustración con el caso de un bravo guerrero de la Revolución Mexicana llamado Sandalio Rojas, quien después de haber luchado con denuedo por los desposeídos y ver como al final los generalotes se cogían las tierras, se enriquecían con los dineros públicos y se convertían todos en panzudos multimillonarios, regresó a su bodega de  Michoacán y sobre el mostrador puso un cartelito con un verso que decía:

SI ME VIENEN A BUSCAR
PARA OTRA REVOLUCIÓN,
LES DIRÉ: “TOY’ OCUPADO
TRABAJANDO PAL’ PATRÓN”.

La Revolución de Independencia, la Revolución Federal, La Revolución Andina, la Revolución de Octubre, no fueron tales. Todos ellos, acontecimientos que introdujeron cambios significativos en la vida de la república, bautizados con rimbombantes nombres de “revoluciones”, no fueron tales. La Independencia nos separó del imperio español y obtuvimos nuestra autodeterminación, pero no fue capaz de abolir la esclavitud; unos hombres siguieron siendo dueños de otros; en El Consejo el negro José Tomás León, soldado patriota, tuvo que venir a pelear en los tribunales porque mientras se cubría de gloria en la Batalla de Ayacucho, su dueño lo había vendido. La tierra siguió en manos de los mantuanos, de los “grandes cacaos” de la colonia o de sus descendientes, a excepción de aquellas que se cogieron algunos de los generales y  doctores que hicieron la guerra.  Eso no fue una revolución.

La sangrienta Revolución Federal no sirvió de mucho, porque volvimos a perder la oportunidad. No hubo tal federación, porque así como la Primera República fue una "federación de centralismos", esta vez se produjo un centralismo de federaciones; después de teñirnos de tinta y de sangre, después de 5 años de proclamas que hablaban de federación, produjo el gobierno más centralista de siglo XIX: los 20 años de autocracia del general Antonio Guzmán Blanco; al final la guerra federal no fue tan federal ni tan guerra. Apenas hubo dos grandes batallas: la de Santa Inés que ganó la revolución y la de Coplé que ganó el gobierno; lo demás fueron combates de grupitos contra grupitos, una horrible matanza de escaramuza en escaramuza, y la tierra siguió estando en manos de los godos, a excepción de aquellas que se cogieron los generales y los doctores que hicieron la guerra. Eso tampoco fue una revolución.

La Revolución Andina fue puro nombre rimbombante y todavía muchos de nosotros vivimos sobre tierras que fueron potreros del general Gómez.

La Revolución de octubre, que sí hubiera podido ser una revolución, se frustró y todos sabemos cómo y por qué se frustró, por ser historia reciente.
Cada una de las llamadas revoluciones se convirtió por culpa de pocos, en fábricas de nuevos ricos y de nuevos oligarcas, a costa de los muchos.

El pueblo cree en  La Revolución Bolivariana. Las grandes mayorías participan en la ejecución de sus proyectos y se han incorporado con entusiasmo a su defensa. Eso nos obliga a ser doblemente cuidadosos y vigilantes para que no se frustre.

Visto en perspectiva, creemos que muy otro hubiera sido el destino de Venezuela si la influencia del general Ribas se hubiera prolongado al menos, hasta el fin de la guerra y los primeros años de la construcción de la República.

Por eso llama la atención que en ese panorama lleno de frustraciones, se pueda decir de uno de nuestros libertadores, que además de haberlo sido, haya sido también un revolucionario; y Ribas lo fue y lo demostró en su muy breve vida pública que duró apenas 5 años. En 1810 no se le conocía como político ni como guerrero; y  apenas 5 años después, en 1815,  ya estaba muerto y cubierto de glorias.

Pertenecía a la más opulenta aristocracia territorial de Venezuela. Hijo de un isleño riquísimo y de una de las Herrera Mariñes, emparentado con las familias más principales de la colonia, entre ellas la del Libertador, era rubio de tez blanca quemada por el sol, pelo castaño claro y ojos azules. Dueño de tierras y esclavos, casado con una hermana de Concepción Palacios la madre del Libertador y emparentado con la alta aristocracia caraqueña, dueña del poder colonial, de todos los empleos, de las tierras y de los hombres. Pero eso no le impidió presentarse el 19 de abril de 1810 como representante de los pardos; usar un gorro frigio símbolo de los revolucionarios más radicales, participar en todas las conspiraciones de 1808, encabezar una rebelión de negros y esclavos y luego, organizar y disciplinar el célebre Batallón Barlovento formado por mulatos, zambos, negros libres y esclavos, en lo cual se adelanta al propio Libertador.
Esta actitud revolucionaria y antiesclavista fue rechazada por muchos libertadores de su época.

Su lucha, de la cual no voy a hablar en este acto, abarca muchos aspectos, desde conspirador en 1808, miembro del gobierno que surge después del golpe de estado de 1810, líder de una de las primeras protestas públicas contra los asesinatos de Quito en 1810, oficial coronel al mando de Miranda, Comandante Militar de Caracas, exilado en el caribe y nueva granada,  Jefe de la retaguardia en la Campaña Admirable, jornada en la cual vence en las batallas de Niquitao,  Los Horcones y Los Taguanes. Recuperada la Segunda República,  es Comandante de la Provincia de Caracas y ascendido al grado de Mariscal de Campo.  Surge Boves y sale Ribas a defender la Patria en Vigirima,  Puerto Cabello, y al final La Victoria, donde lo derrota personalmente. Quiero hacer hincapié en la presencia de Boves en la Batalla de La Victoria, porque algunos historiadores del siglo XIX, tal vez para exonerar al asturiano de la espantosa derrota, se dieron a la tarea de afirmar que quien había venido a la batalla era Morales, su segundo. Eso es incierto, pero es probable que sigamos escuchando esta mentira por más tiempo. En cambio, todos los historiadores y documentalistas que estuvieron presentes o fueron contemporáneos de los actores o tuvieron referencias de primera mano, dan fe de la presencia de Boves en la Victoria. Pero por si fuera poco, el parte Oficial de la batalla escrito de su puño y letra por el general Ribas en la madrugada del día 13 de febrero, dice: “Boves en persona mandaba la acción, a quien se le han cogido todos sus libros de órdenes”.

Participa en la Emigración hacia el Oriente hasta que el 5 de diciembre de 1814 se enfrenta por última vez a Boves en Urica. Ninguno de los dos bravos guerreros  estará vivo para el primer aniversario de la Batalla de La Victoria. Boves muere el 5 de diciembre y a los pocos días, el 31 de enero, muere Ribas.  Fueron los dos líderes  de una guerra feroz y ambos comandaron ejércitos populares sobre cuyos caballos venía la patria y bajo cuyos cascos se estremecía la tierra para dar a luz una patria única. Eran nuestros abuelos patriotas luchando contra nuestros abuelos realistas. Nunca fue una guerra entre venezolanos y españoles y mucho menos entre Venezuela y España; lo fue entre patriotas y realistas y nosotros somos los herederos de la ferocidad de ambos y el pueblo venezolano es heredero de ambos bandos y hoy en día la Patria somos todos.

Cuando muere tiene 49 años. Había nacido en Caracas el 19 de septiembre de 1775, hace hoy 231 años;  y a la edad de 21 años casa con María Josefa Isidra Juana Nepomucena Palacios Blanco,  hermana de doña Concepción Palacios. Era en consecuencia, tío político del Libertador, quien había nacido cuando él tenía 8 años. Cuando le faltaban apenas 4 años para morir y ya tiene 15 de casado,  nace su único hijo llamado José Félix Valentín de la Concepción Ribas y Palacios,  quien llegó a ser el oficial más joven que ha tenido el ejército de Venezuela. Nació el 14 de febrero de 1811, el año de la independencia, el Día de San Valentín; de allí su nombre. La batalla de La Victoria fue el 12 de febrero; el 13, el Libertador por decreto concede a su primo hermano, el hijo del general  Ribas,  el grado de Capitán Vivo y Efectivo de Infantería de Línea y al siguiente día, el 14, el nuevo capitán cumple 3  años.

Es importante hablar brevemente de este niño porque es el tronco común de todos los descendientes del general. Huérfano de padre, creció al lado de su madre. Venezuela no le reconoció el título de Capitán que le había conferido su primo El Libertador, pero Colombia sí. Fue enviado a estudiar a los Reynos de Francia al cuidado de las hermanas Montilla (hermanas de los generales Tomás y Mariano Montilla), regresó en 1829 y al año siguiente muere su primo y protector y él escribe: “Ha muerto mi primo hermano  Simón Bolívar Palacios El Libertador. Hoy he conocido la verdadera orfandad”.

Este José Félix Ribas Palacios no fue importante, si lo medimos por el rasero con que se medía a los hombres importantes del siglo XIX. No fue general ni doctor, ni masón, ni gobernante, ni miembro de clubes,  ni poeta. Heredó seis haciendas de su madre, vendió 4, cultivó 2, e hizo lo que los hacendados de su época: sembró caña y vendió papelón y aguardiente; tuvo casa en Caracas y en Guarenas donde era propietario de la famosa hacienda Maturín que había sido de los Palacios Blanco, sus abuelos. Vivió 64 años y murió en 1875 (el año que su padre cumplió un siglo). El único acto público donde lo hemos encontrado es en el traslado de los restos de su primo Simón en 1842, cuando marcha inmediatamente detrás del alto gobierno, acompañado de los familiares del Padre de la Patria. Casó dos veces: primero con doña Amalia Anzola Tovar y luego con doña Carmen Villavicencio. Del segundo matrimonio no tuvo hijos pero del primero tres que fueron: José Félix Ribas Anzola, sin descendencia; José Ignacio Ribas Anzola, quien casó con Luisa Paz de Valencia y tuvo hijos y nietos solamente; y doña Trinidad Ribas Anzola quien casó con el general Martín María Aguinagalde y tuvo 3 hijos Martín, Carlota y Trina. Esta última, doña Trina Aguinagalde Ribas, que fue la última en usar el apellido Ribas del general, casó con el general Ramón Ayala Anzola, y es el tronco común del cual descienden todos los herederos del prócer que pasan de cuatrocientas personas y que algún día debemos invitar a visitar este lugar sagrado, a colocarle una ofrenda floral a su ilustre antepasado.   

En la Proclama dictada en Valencia el Libertador al dirigirse a los Vencedores de la Victoria dice una frase profética: “Vuestros nombres no irán nunca a perderse en el olvido”. Se ha cumplido. Pero con quien mas se ha cumplido es con Ribas. Desde el mismo instante de su espléndida victoria, hasta hoy.

El 12 de febrero fue un sábado de gloria. El héroe había retado al destino con una sola frase. No dejo lugar a elección; no se podía escoger entre Patria o Muerte, ni entre Victoria o Sacrificio; no! “Ni aún podemos escoger entre Vencer o Morir; Necesario es Vencer. ¡Viva la República!”. Nadie escogió y todos vencieron.

Los homenajes al general Ribas no se hicieron esperar. Al siguiente día desde Valencia Bolívar dice: El general Ribas sobre quien la adversidad no puede nada, el héroe de Niquitao y los Horcones ser desde hoy titulado “EL VENCEDOR DE LOS TIRANOS EN LA VICTORIA”  y da a su hijo de dos años de grado de Capitán de Infantería.

El nombre de “Vencedores”, que hoy en día se utiliza para bautizar a los participantes en una de las misiones educativas del estado venezolano, lo acuñó el Libertador, precisamente, a raíz de la Batalla de La Victoria, cuando se dirige a “Los Vencedores de La Victoria” y da a Ribas el título de “Vencedor de los Tiranos”. Por eso creo que corresponde a los miembros de la Misión Ribas, por colecta popular capitaneada por ellos, y con la ayuda de las Alcaldías de La Victoria y Tucupido, erigir en el Panteón Nacional un Cenotafio al General Ribas. Un  Cenotafio es una tumba vacía, como existen las erigidas en memoria del Mariscal Sucre, del Generalísimo Miranda y de otros ausentes del Panteón de los Héroes. Propongo un imponente monumento de mármol  con la efigie del general, que bien podría ser copia del extraordinario bronce de Eloy Palacios que se encuentra en esta Plaza Mayor de La Victoria. Que a su pie se abra un catafalco vacío, debajo del cual se entierre este cofre con su contenido de patria y se coloque una inscripción que diga: “Venezuela llora la ausencia de los restos del general José Félix Ribas Vencedor de los tiranos en La Victoria, pero se consuela al saber que su memoria recibe la veneración del pueblo amante de la libertad”.

El 17 de febrero el Cabildo de Caracas bautiza a la ciudad como CIUDAD VICTORIOSA DE RIBAS y ordena la erección de la estatua; a los pocos días se asciende a Ribas al grado máximo de General en Jefe, ganado en el campo de batalla y a la Villa de La Victoria al rango de ciudad. En el mismo mes de febrero del 14 se hace la primera misa votiva en honor de la Virgen Vencedora en la Catedral de Caracas y de allí pasa a la Victoria y es el origen de la celebración anual. En 1897 se declara el 12 de febrero Fiesta Parroquial y en 1944 Día de Venezuela en Aragua. En 1947 la Asamblea Nacional Constituyente lo declara Día Nacional de la Juventud a proposición del diputado Ramón Escovar Salón , mediante decreto firmado por Andrés Eloy Blanco y el guariqueño Miguel Toro Alayón. A finales del siglo antepasado se bautiza al estado con el nombre de Estado Ribas y al distrito guariqueño como Distrito Ribas. El 23 de octubre de 1986 a proposición del Cronista de La Victoria, se creó el Municipio José Félix Ribas, capital La Victoria.   En 1984 la Virgen Vencedora fue entronizada como Patrona de la Academia Militar de Venezuela. Por cierto que algún día, debemos traer a este templo de la Patria, a la Inmaculada Concepción, la Virgen Vencedora, a presencia del Padre de la Patria y del soldado  que cubrió con su manto el 12 de febrero y quien le atribuyó el triunfo al manifestar en carta al cabildo de Caracas “La sangre de los ilustres caraqueños derramada en La Victoria y la protección visible de María Santísima de la Concepción fueron los que salvaron la patria en aquel memorable día”.

Por supuesto que todo no fue  paseo triunfal. El 1 de septiembre del mismo año 1814 doña María López de Villavicencio encopetada realista denuncia ante el Juez de Secuestros que el 10 de febrero cuando hacía su entrada a la ciudad para esperar a Boves, Ribas le robó 800 pesos fuertes, un doblón de a 4, varias onzas de oro, un cofre con 9 cubiertos de plata, argollas, sortijas de perla, ocho hierros de planchar,  dos pilas de cobre, cinco cuchillos y cinco tenedores, una fanega de arroz, media de caraotas, media de frijoles, varios pollos, un gallo y cuarenta gallinas. El tribunal lo condenó pero nada pudieron embargarle porque  cuando salió la sentencia que lo condenaba como ladrón de gallinas, se encontraba ya en el oriente defendiendo a la patria.

Hoy en día el gobierno nacional ha bautizado con su nombre inspirador a uno de sus programas, cuya misión es devolver a las aulas a quienes ayer la abandonaron por diferentes causas para que culminen el bachillerato y  se enrolen en lo que para muchos puede significar una segunda y definitiva oportunidad.

Dentro de 8 y 9 años serán los bicentenarios de su mayor triunfo militar, su mejor batalla, y de su terrible muerte. Debemos prepararnos para honrar dignamente su memoria y  testimoniar con obras tangibles que beneficien a nuestras comunidades,  el afecto que su hazaña  inspira entre nuestros pueblos. Pensemos a futuro. Nueve años son suficientes para que planifiquemos, programemos y ejecutemos. Desde obras públicas hasta edición de libros y ciclos de conferencias, charlas, concursos estudiantiles que nos acerquen más a ese desconocido que es ha veces José Félix Ribas. Ese hombre puede ser muestro héroe porque su vida, su personalidad, su lucha y hasta su muerte, tienen las características de los héroes griegos. No necesitamos buscar fuera.

Uno de los aspectos llamativos y desconocidos del héroe romántico, es su nombre; se llamaba Januario. En su Partida de Bautismo aparece su nombre completo como JOSE FELIX JANUARIO RIBAS HERRERA. Este extraño tercer nombre fue profético.  Poco frecuente en su época y en su entorno, lo escogen  de la Mitología Romana, lo cual no se repite con  ninguno de sus dieciocho hermanos. Va a ser conocido en sus orígenes y significado, por el bravo guerrero, y seguramente a servirle de inspiración en sus ideales, ya que  en momento de gloria,  expresará en carta memorable,  una referencia sin duda alguna relacionada con el  origen de este su extraño nombre.

JANUARIO viene de JANO, el Dios de las Puertas.

Es un Dios itálico y más específicamente: Romano, que no aparece en ninguna otra mitología, ni siquiera en la griega. No debe confundirse con JUNO, Diosa femenina del alumbramiento.

Jano es una divinidad solar y etimológicamente evoca la idea de un cielo luminoso. Es el Dios de todas las puertas, tanto públicas como privadas y su insignia es la llave que las abre y las cierra. Se le representa con rostro doble, lo cual le permite vigilar el exterior y el interior de la morada y las entradas y salidas de las puertas públicas. Por lo mismo es también el Dios de las partidas y de los regresos y en consecuencia, de las vías de comunicación y por extensión, de los puertos y se le tiene como el inventor de la navegación. Jano era igualmente el Dios de los comienzos; presidía el comienzo del día, y todas las iniciativas de los humanos.  Se le atribuye un papel esencial en la creación del mundo.  Encabezaba las enumeraciones, el primer día de cada mes y se le dio su nombre al primer mes del año: JANUARIO (Enero). Cuando varios siglos después, durante el mes de enero,  los expedicionarios descubran el inmenso río brasileño, lo bautizarán como el Río de “Janeiro”. Jano tenía un templo en el Foro y sus puertas permanecían abiertas durante la guerra y cerradas durante la paz; solo que en muy pocas oportunidades,  se cerró.  Se cuenta que durante el ataque que sufrió Roma por los Sabinos de Tacio, quienes trataban de recuperar a sus mujeres robadas por los romanos, el Dios Jano, una de cuyas atribuciones es abrir paso a las fuentes cuando tratan de brotar a la superficie, hizo salir un torrente de agua hirviente que detuvo a los invasores. En ese mismo lugar se le edificó su templo  y se ordenó que permaneciera abierto en tiempos de guerra para que el Dios pudiera salir libremente a ayudar a los romanos.  La doble cara permitía a Jano ver lo pasado y lo porvenir. Su oficio era el de “Janitor” (Portero del Cielo) y le dedicaron el mes de Januario porque abre la puerta del año. No se le conservan estatuas ni bustos pero su imagen aparece en muchas monedas romanas. Se le representa como un hombre maduro, con doble faz y barbudo, con una corona de laureles.  Si con un poco de imaginación, a su rostro de hombre maduro y con barba, le sustituimos la corona de laureles por un gorro frigio, tendremos la imagen del “Vencedor de los Tiranos en La Victoria.”

No sabemos nada de la motivación que tuvieron los padres del General Ribas, para ponerle este tercer nombre. Su padre era Don Marcos de Ribas Bethencourt, canario, natural de El Sauzal, Tenerife; y su madre era Doña Petronila Herrera Mariñas, caraqueña por los cuatro costados. De los diecinueve hermanos Ribas Herrera, todos tienen nombres comunes y corrientes en su época: María de la Soledad, Juán Nepómuceno, María de la Candelaria, Valentín, María de la Concepción, Francisco José, Marcos Francisco, María Petronila, María Altagracia, Antonio José. Por eso extraña encontrar este nombre de JANUARIO, especialmente si tomamos en cuenta que el General  no nació en enero ni en comienzo de mes, sino el 19 de septiembre de 1775. Hará mañana 230 años. En cambio sí murió en el primer mes,  pero el último día; el 31 de enero de 1815.

De lo que si estamos seguros, es de qué hombre culto e ilustrado como era, conocía su tercer nombre y su extraordinario significado. No sabemos hasta que punto lo inspiró, pero además del parecido físico con la deidad romana, existe un enorme parecido espiritual: el Prócer comienza la lucha por la independencia desde el primer día (no olvidemos que el propio 19 de abril se incorpora al Ayuntamiento de Caracas como representante de los pardos); encabeza el combate y en la hora de la batalla va siempre adelante; facilita el surgimiento de las fuerzas que luchan por salir a la superficie;  mira el pasado y atisba el futuro; vigila entradas y salidas, partidas y regresos;   se le atribuye papel principalísimo en la creación de un “nuevo mundo” y fue “portero” cuando defendió con heroísmo el “antemural de Caracas”,  nombre  con el cual  el Ayuntamiento Caraqueño  calificó a La Victoria en 1814, después de la heroica batalla.   Su  fulgurante carrera militar  lo lleva a ser Mariscal de Campo y General en Jefe, todo ello en “el comienzo”; en menos de cinco años, ya que para 1815, había ofrendado su vida por la independencia.

Conocía bien el significado de su  tercer nombre y así lo demuestra.  Cuando el Cabildo de Caracas, luego de su esplendoroso triunfo,  le acuerda honores y la erección de una estatua en la Villa de La Victoria, en el párrafo final de su histórica carta dirigida al Ayuntamiento el 18 de febrero de 1814, apenas cuatro días después de la batalla, mediante la cual rechaza cualquier homenaje dice:  “La Patria exige de mí aún mayores servicios y sacrificios, ella se ve atacada de sus enemigos y yo,  añadiendo a mi deber,  la gratitud para con este Pueblo, ofrezco a ese Ilustre Cuerpo, no envainar la espada, “hasta que no vea cerrado el Templo de Jano.”

Quienes hayan conocido su estatua en La Victoria,  recordarán que aun tiene su espada desenvainada, lo que significa que aun le quedan batallas por librar.

Cuando todavía no era militar sino civil, Ribas incorpora a los excluidos. En la mañana auroral de la Patria, el 19 de abril de 1810 se incorpora al Cabildo de Caracas, como representante de los pardos. Ribas era blanco, ojos azules, pelo castaño, riquísimo, dueño de haciendas, perteneciente a la más rancia aristocracia de Caracas;  hijo de un canario y de una de las Herrera Mariñes, de la familia del Libertador; no tenía una sola gota de sangre de pardos; pero se incorpora como representante de los pardos. Visto desde aquí está claro que sabía que los pardos, no podían ni asomarse a aquella reunión, que ni siquiera los hubieran dejado entrar, y él los incorpora cuando se anuncia como su representante. Es el primer incorporador de los marginados; de los excluidos. Esa mañana, la secular exclusión que comenzó el 12 de octubre de 1492, comienza a resquebrajarse hasta nuestros días. Incorporará luego a los negros, cuando entrena el célebre Batallón Barlovento; luego a los esclavos cuando le solicita al Cabildo de Caracas el envío de cien esclavos para defender La Victoria, solicitud que es negada por unanimidad; y por último a los estudiantes, en las batallas de Vigirima y La Victoria.


Hasta en su manera de llegar aquí, el incorporador de los excluidos nos señala caminos. Actualmente Venezuela gestiona la repatriación de los restos de del Precursor de la Independencia. “No se que tienes Venezuela, si en la sangre, en la leche o la placenta, que el hijo vil se te eterniza adentro, y el hijo grande se te muere fuera”.

Venezuela Llora la ausencia de los restos del Mariscal Sucre, pero se consuela al saber que reciben la veneración del pueblo ecuatoriano, en la Catedral de Quito; llora igualmente la ausencia de los restos del General Miranda, pero su dolor de agranda porque sabe que no reciben la veneración de nadie en ninguna parte. Los sabios con su carbono 14 no han logrado saber donde están esos restos; pero nosotros si sabemos dónde está la tierra con la cual se confundieron en el camposanto del Arsenal de La Carraca en Cádiz. Propongo muy respetuosamente que a semejanza de lo hecho con el General Ribas, traigamos tierra de Ocumare de la Costa, de La Vela de Coro, de La Victoria y de Caracas, y simbolicemos en ella la reliquia de sus huesos y los dejemos descansar en paz.

El nuestro es un país de integración, hecho que se puede simbolizar en el hecho de que nuestra Acta de Independencia la redactó un italiano, nuestro Escudo de Armas lo pintó un inglés; en la batalla de Carabobo había más británicos que carabobeños y nuestro primer Ejército Patriota estuvo integrado por jóvenes polacos, portugueses y norteamericanos.

Vamos a invocar la intercesión del general Ribas, incluidor de excluidos, para que, aprovechando la magnífica iniciativa del señor Presidente de la República, que incorporó a nuestros abuelos indios al escudo de Armas de la República, se incorpore también a nuestros abuelos africanos y a nuestros abuelos españoles. Nuestro Libertador lo vio claro: “no somos europeos, no somos indios, sino una especie media entre los aborígenes y los españoles. Nuestro pueblo es un compuesto de África y América. Somos un crisol de razas”. Todos café con leche; unos más leche y otros más café.

Incorporemos a nuestras efemérides a nuestra primera batalla, la de Ocumare de la Costa. Miranda llegó a Ocumare de la Costa el 27 de abril de 1806,  se cumplieron dos siglos de silencio. En ese mar azul de Ocumare ondeó por vez primera el tricolor mirandino en territorio venezolano; allí se produjo el primer combate militar entre dos ejércitos organizados; nuestro primer ejército patriota comandado por Miranda y el ejército de Su Majestad, el Rey de España. Perdimos la batalla. Nos cañonearon, ahogaron al capitán y varios marineros, a otros los mataron con fuego de metralla, apresaron a dos de los tres buques, capturaron a 57 soldados, los juzgaron en Puerto Cabello, diez fueron condenados  y ahorcados, y la bandera, humillada, clavada al lado de cada víctima con el asta hacia abajo, y condenada a ser incinerada en la Plaza Mayor de Caracas. El General huyó a Trinidad y varios meses después regresó, esta vez a La Vela de Coro. El mismo día que llegó a Coro, el 4 de agosto, se quemaba entre burlas y humillaciones, la bandera tricolor en la Plaza de Mayor de Caracas y Ribas estaba allí. Fue el primer combate militar por la independencia; nuestra primera batalla naval; allí recibió la bandera su bautizo de fuego, de sangre, de muerte, de ahogados, de cautiverio, de enjuiciados, de condenados, de ahorcados, de humillación y de incineración. Por eso propusimos muy respetuosamente el 27 de abril antepasado ante la Honorable Asamblea nacional, que se cambiara el Día Nacional de la Bandera para el 27 de abril, lo cual aún se puede hacer, para que no quede en el  olvido, en la ignorancia y baypaseada, nuestra primera batalla, y no se queden los primeros mártires de la guerra de independencia, sin un piadoso Padre Nuestro.

Que se incorporen a la bandera las provincias de Coro y Maracaibo,  y que se estudie la posibilidad de cambiar nuevamente el Día Nacional de la Bandera para el 27 de abril, fecha en la cual ondeó por primera vez en territorio nacional, el tricolor mirandino y honrar así a nuestra primera batalla militar, a nuestro primer combate naval y a los primeros mártires de nuestra guerra magna.

Actualmente Ribas es un Capitán Válido, vivo y efectivo. Un líder está vivo, cuando su ideal sigue vigente; cuando la lucha en la cual se empeñó no está cumplida y cuando quienes se empeñan en alcanzarla, necesitan una fuente de inspiración. Actualmente, dentro del proceso de transformaciones que experimenta la república, el general Ribas tiene un papel importante que desempeñar.

Señoras y señores:

Las aguas vuelven al lugar de donde salieron.

José Félix Januario Ribas Herrera salió un día de su Caracas natal, a darlo todo por Una Patria verdadera, con independencia y libertad y por una Revolución verdadera, con igualdad y justicia,  y lo dio todo.  Entregó cuerpo y alma a luchar por los ideales en los que creía y en el camino lo fue dejando todo;  hasta sus huesos. No vinieron los suyos a confundirse con los “Huesos de Leones”; pero llegaron escoltados  por revolucionarios guariqueños y aragüeños, dignos herederos de la muchachada de Vigirima y  La Victoria.

General: en el Altar de la Gloria lo dejamos; junto a sus compañeros de ideales, encabezados por su  sobrino político, su superior y subalterno, su único jefe, El Libertador.
                                                                            
                                                                                                     HE DICHO.

           

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