30 mar 2014


DOS NOMBRES Y UNOS CAÑONAZOS. 

    El general se llamó durante mucho tiempo FRANCISCO LINARES por ser hijo de doña TRINIDAD LINARES, trujillana nativa del pueblo de San Lázaro, avecindada en Turmero, unida por el amor al general FRANCISCO DE PAULA ALCÁNTRA, prócer de la independencia y héroe de la Batalla de Carabobo. Cuando su padre decidió reconocerlo y darle su apellido, FRANCISCO aceptó y prometió hacerle honor y llevarlo hasta los más altos sitiales pero puso como condición que seguiría usando de primero el apellido de su madre y de segundo el de su padre. Así se hizo y ese nombre figura  en las acciones de la guerra federal, como último presidente de la Provincia de Aragua y primero del Estado Aragua y como presidente de la República, cargo que ejerció hasta su muerte ocurrida el 30 de noviembre de 1879 y que trajo como consecuencia la tercera batalla de La Victoria.
El gran Demócrata Francisco había casado con doña Belén Esteves, de familia victoriana y tuvieron un hijo a quien el general quería ponerle el mismo nombre que él había llevado con tanta dignidad, pero con el inconveniente de que el apellido de su hijo debía ser ALCÁNTARA, verdadero apellido de su padre y no LINARES que era el de su abuela. Ni el general ni sus asesores legales encontraban la solución y como suele pasar, doña BELÉN quien era más inteligente que su marido, encontró la solución. “Pancho, nuestro hijo no se llamará FRANCISCO ALCÁNTARA ESTEVES como le corresponde, sino que llevará el mismo nombre tuyo; vamos a ponerle de primer nombre FRANCISCO; de segundo nombre LINARES (No como apellido sino como segundo nombre), luego tu apellido ALCÁNTARA y en lugar de ponerle mi apellido ESTEVES, que firme “hijo”  y así se llamará FRANCISCO LINARES ALCÁNTARA HIJO, que es como tú quieres”.

Así se hizo y el vástago, a quien siempre llamaron PANCHITO ALCÁNTARA también llegó a ser general y fue el primer venezolano graduado en West Point donde solo podían ingresar norteamericanos o hijos de jefes de estado. Allí se graduó de artillero y cultivó la amistad de los futuros generales  Douglas Mac Arthur y George Smith Patton. Ejerció los cargos de Canciller y  Presidente del Estado Aragua.  Fue un buen vecino de La Victoria donde además de muchos amigos  tenía su casa en la calle Libertador, al lado de la cancha,  donde se encuentra hoy la entrada del Multijardín.  Conocimos a don PANCHITO en la ciudad y en su casa de Los Chorros en Caracas. Acumuló un valioso archivo personal y oficial que es un reservorio de la vida política de principios de siglo XX. Fue un gran conversador y vivía rodeado de amigos.  Cada una de sus conversaciones era una lección de historia contada con la pasión propia de los protagonistas.  Era presidente del estado Aragua  cuando se produjo la cuarta gran batalla de La Victoria y solía referir   muchas historias y  anécdotas  de esa época. Contaba que en 1902 en la casa de corredor de pilares situada al final de la calle Candelaria (donde actualmente está el automercado “Los Criollitos”)  estaban reunidos los jefes del gobierno esperando el ataque de la llamada “Revolución Libertadora”  que comandaba el banquero y general Manuel Antonio Matos y que atacó a la martirizada ciudad en busca de la primera derrota infringida al imperialismo en Latinoamérica.  Habían instalado allí el Comando del gobierno Restaurador para estar cerca del ferrocarril.  En el corredor interno de la casa, sentados sobre un muro que lo separaba del patio, estaban sentados el general Cipriano Castro presidente de la República, el general Juan Vicente Gómez vicepresidente y en una poltrona situada en el corredor, el general Francisco “Panchito” Linares Alcántara, afeitándose. Lo rasuraba el célebre fígaro Escalona, barbero de los viejos victorianos. De pronto vino a interrumpir la conversación un intenso cañoneo disparado desde la hacienda “El Recreo” hacia la ciudad. El presidente general Castro comentó: “Empezó la fiesta “Pancho”, vámonos porque a mí en estos casos me gusta ver, oír y tocar”. Los tres generales fogueados en la guerra continuaron conversando sin inmutarse, pero quien se volvió como loco, fue el barbero.   Comenzó por recoger la ponchera, las brochas, los jabones y las navajas y cuando ya le quitaba el paño que le servía de babero a don “Panchito”, éste le dijo: “Termíname de afeitar Escalona no me vayas a dejar trasquilado”. El aterrorizado peluquero le contestó: “Pero general ¿Usted no está escuchando los cañonazos”? En ese momento, el general Gómez quien había permanecido callado sin mover un solo músculo, para tranquilizarlo le dijo: “Escalona, deje los nervios y termine de afeitar a Pancho porque si no, va a quedar muy feo y por los cañonazos no se preocupe, no les haga caso, porque esos cañonazos no son con Usted; esos son con nosotros.

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