30 mar 2014


LO SALVO EL DIABLO.


Cuando joven, el sabio historiador José Antonio De Armas Chitty vivió con su familia en La Victoria y en su casa, en lugar de lavar la ropa una mujer, como en casi todas partes, lo hacía un señor ya mayor, que era ciego. Tenía noventa años, había suplido el sentido de la vista por el del olfato, y para saber si la ropa estaba limpia, sencillamente la olía. Había nacido en la primera mitad del siglo XIX y era nieto del verdugo de la Cárcel Real de La Victoria; el encargado de ahorcar a los condenados a muerte, que guardaban capilla en nuestra vieja cárcel colonial. El viejo lavandero le contó varias veces, que en una oportunidad, estaba preso y condenado a ser ahorcado en la inmensa Ceiba que está frente a la cárcel, un bandido generoso, salteador de caminos, muy querido por los pobres, a quien llamaban Ovejón, cuyas aventuras inspiraron al escritor Urbaneja Alchelpol, un hermoso cuento. Se decía que Ovejón tenía pacto con el diablo y que por eso no le entraba el plomo ni lo podían matar. Todo el pueblo estaba pendiente de su ejecución, porque corría la voz, de que su socio -El Diablo- vendría a salvarlo. Contaba el viejo, que la mujer del bandido era comadre del verdugo y que el día antes del ahorcamiento, lo visitó y le dijo: “Compadre: no puede ahorcar a su compadre de sacramento, porque entonces El Diablo a quien se va a llevar, va a ser a usted. Mire, ponga una empalizada de bambúes frente a la “mesa de la justicia”. Mi hijo va a estar abajo con unas libras de carburo y bastante agua. Cuando usted le ponga la soga por el cuello a su compadre, su ahijado le echa el agua al carburo y al salir “la humacera”, usted suelta a su compadre, que yo ie tengo un caballo arreglado detrás de la plaza, para que se vaga”. Así fue. En la mañana del ajusticiamiento, debajo de la ceiba estaba la mesa de la justicia” rodeada de un cañizo de bambú. De la capilla de la cárcel salió la procesión y al frente, entre guardias armados venía el bandido, conversando tranquilamente con un cura. Subió al cadalso y miró a su alrededor a su gente, al pueblo pobre que entre afligido y asustado, esperaba el milagro de su salvación. Cuando el verdugo le colocó la cuerda, un temor reverencial se apoderó del pueblo. El silencio permitía oír el ruido de la brisa entre las ramas de la ceiba. A la voz de la justicia, el verdugo comenzó a templar la cuerda. De pronto, un ruido ensordecedor como de tambores. se escuchó cerca de la quebrada de los indios; una humareda blanca con olor a azufre envolvió al cadalso y a la plaza, y el penetrante olor, apenas alcanzó a los guardias, al cura y al pueblo que huía despavorido. Al rato, pasado el gran susto, poco a poco, la gente comenzó a regresar a la plaza, y para su sorpresa encontró que sobre “la mesa de la justicia”, estaba el verdugo de pie, temblando de miedo y con la soga colocada en su cuello. Lo rescataron lo pusieron a salvo. Nunca más se supo nada de Ovejón. “El Diablo lo había salvado”

No hay comentarios:

Publicar un comentario