27 mar 2014

DISCURSO DE EL QUIJOTE

PRONUNCIADO EN EL HEMICICLO DE LA  ASAMBLEA NACIONAL DE LA REPÚBLICA BOLIVARIANA DE VENEZUELA, DURANTE LA SESIÓN ESPECIAL CELEBRADA EL 27 DE ABRIL DE 2005, CON MOTIVO DE CUMPLIR CUATROCIENTOS AÑOS  LA PUBLICACIÓN DE “EL INGENIOSO HIDALGO DON QUIJOTE DE LA MANCHA

Señoras y señores:

El 6 de diciembre de 1830, en la sala de una casa de campo, situada en un apartado rincón de la costa colombiana, un buen lector, moribundo del cuerpo y desesperanzado del alma, se acerca con dificultad, a la desvencijada vitrina donde tiene sus libros el dueño de la finca, el marqués don José Joaquín de Mier y Benítez, quien le ha brindado la hospitalidad que le niegan sus paisanos y que tanta falta le hace para morir tranquilo. El noble caballero español se le adelanta apenado: “Mi biblioteca es muy pobre, General; apenas tengo dos libros”. El Libertador los toma entre sus manos y le dice: “No necesita más; aquí tiene usted la historia de la humanidad: “Tiene a “Gil Blas”, de Santillana, donde está el hombre tal cual es; y  aquí tiene usted “Don Quijote de la Mancha”, donde está el hombre como debiera ser”.

Y es que ya entonces, desde hacía dos siglos y cuarto, como ahora,  hace cuatro siglos, “El Caballero de la Triste Figura”,  andaba y desandaba caminos, uniendo al mundo hispano, al cual también pertenecemos, porque lo que no pudieron las espadas ni las cruces, lo pudo la palabra.

Echó a andar en busca de aventuras, en un mundo antiquísimo y naciente a la vez,  que se reacomodaba después de las asombrosas transformaciones de finales del siglo XV. Se había comenzado a unificar España con el muy conveniente matrimonio de Fernando, el Rey de Aragón con Isabel, la Reina de Castilla; culminaba La Reconquista con la toma de Granada y con la definitiva expulsión de los moros en 1492 -si es que se puede expulsar definitivamente a alguien que ha estado adentro durante ocho siglos- y en el amanecer del 12 de octubre de 1492,  se completa la redondez del mundo, al menos para Europa.

Florecen el Renacimiento y el Siglo de Oro, comienza la Edad Moderna, surgen en propiedad  la Economía Capitalista y la internacionalización de los mercados;  aparecen  nuevas clases sociales, se producen cambios fundamentales en la filosofía,    en la visión del mundo y del hombre y en  su ubicación sobre el planeta,  y se expande la Evangelización.  Para los habitantes del nuevo mundo es el comienzo de la transculturización, del despojo, de la esclavitud y en muchos de los casos, del exterminio. Aparecen la Utopía y el pensamiento revolucionario. Se plantean gigantescos problemas jurídicos y morales que aún están por resolverse y por supuesto, los lógicos problemas de orden militar, político, social, económico y jurídico.

En esa clara mañana comienzan varios procesos,  imperceptibles entonces,  pero que hoy, a cinco siglos de distancia, podemos visualizar. El primero es que se completa la visión  geográfica del planeta;  Colón ha descubierto para España un continente y la novedad europea consiste en enterarse de “que más allá de la mar queda mundo todavía”. Comienza el mestizaje. Vienen tres largos y silenciosos siglos de mezcla de culturas y de sangres. Los trescientos años de formación del pueblo venezolano. De lo que somos hoy. Junto con la religión, la lengua, las instituciones, los caballos, las espadas y las cruces, llegan las contradicciones; el despojo de la tierra, la esclavitud,  la injusticia,  y comienza un proceso que todavía, cinco siglos después, está por resolverse.


Se ha agigantado y enriquecido el poderoso imperio español.

Primero fue descubrir la tierra: montañas, valles ríos, lagos, llanuras inmensas y solitarias; una vegetación desconocida, animales exóticos; un verdadero mundo nuevo. Luego conquistarla a punta de espadas y cruces; pólvora y oraciones. La conquista de la tierra no fue tan dura ni tan peligrosa como la conquista de sus habitantes. Después fue poblarla: siembra de hombres y siembra de pueblos. Y durante todo el tiempo, la mezcla creadora del pueblo.

Españoles con indias, negros con españolas, indios con negras, guitarras con tambores, maracas con zambombas, panderetas con quenas; oraciones, ensalmes, conjuros; guajiros con andaluces y con negros mandingas,  guaiqueríes y jiraharas mezclados con canarios, castellanos con luangos, africanos con caribes, maremares con fandangos; la tristeza india con la sangre caliente de los negros y el rasguear de guitarras con maracas y tambores,  y al final: galerones, fulías, décimas,  jotas, lloras, polos, él “cuatro” y sobre la tierra el hombre nuevo;  y en el aire: el joropo que era, hecha sonidos, el alma nacional. Años después pudo decir Bolívar que no éramos ni indios ni europeos ni sino un crisol de razas, una nueva raza sobre la faz de la tierra.

Pero no todo fue paz ni aguas mansas, porque esa misma mañana había desembarcado grandes contradicciones. Explotación, esclavitud y látigo. Las perlas para España;  el cacao para España; el añil para España, el oro para España; y de allá para acá: nuevos gobernadores, nuevos obispos nuevos tributos. Vinieron la lengua castellana, la religión y las instituciones, entre las cuales, El Municipio. Éramos un pedazo más del imperio español. Con el Atlántico en el medio, pero españoles. Cuando nace Bolívar, el caraqueño,  nace español.  Por sobre nuestras cabezas emplumadas, la corona de España.

Se premió a los hombres que hicieron la conquista, con el botín de guerra: la tierra y los hombres. Junto con las matas, los pájaros, los ríos, repartieron los hombres que habitaban la tierra y al final unos fueron dueños de otros: los amos y los esclavos. Los de arriba y los de abajo. Desde el propio comienzo, imperceptiblemente, comenzó el movimiento. Fugas, rebeliones,  y todo un caudaloso río subterráneo que desemboca  el 19 de abril de 1810. Lo que en nuestra patria había comenzado una mañana clara de 1498, comienza a desmoronarse una mañana clara de 1810, primero en luchas por la independencia de la corona española,  luego contra la aristocracia criolla y que subsiste hoy contra los explotadores. Y esa lucha en la que estamos enfrascados desde antes de 1810 no ha terminado, porque nunca hemos logrado consolidar una verdadera revolución.

Siempre nos hemos engolosinado con la palabra, nos gusta, nos motiva, nos hace levantar los sueños, pero siempre ha terminado teniendo un sabor amargo. Se habló de la Revolución de Independencia; como después se hablará de la Revolución Federal, luego de la Revolución Andina o de la Revolución de Octubre; pero no hubo tales; dejamos pasar la oportunidad; se quedó en el papel, porque no todos estaban claros; muchos de los revolucionarios asumieron los privilegios del régimen depuesto, la mayoría de las tierras permaneció en manos de los mismos propietarios que la detentaban hacía tres siglos y siguió en sus manos durante los siglos siguientes.

Por esa defensa a ultranza de los intereses particulares e individuales frente a los intereses colectivos, en  Venezuela, en cinco siglos, dos de ellos independientes, nunca hemos podido consolidar una verdadera revolución. Por ese “acomodarse bien para porsiacaso” que ha obnubilado tradicionalmente a los líderes, todas se han quedado en el discurso y en el  tintero y han terminado siendo revoluciones de saliva y de papel. Así, socavadas por las pajarerías de los más vivos, se han frustrado a lo largo de nuestro continente, con muy contadas excepciones. Se podría simbolizar esa frustración con el caso de un bravo guerrero de la Revolución Mexicana llamado Sandalio Rojas, quien después de haber luchado con bravura por los desposeídos y ver como al final los generalotes se cogían las tierras, se enriquecían con los dineros públicos y se convertían todos en panzudos multimillonarios, regresó a su bodega de  Michoacán y sobre el mostrador puso un cartelito con un verso que decía:
SI ME VIENEN A BUSCAR
PARA OTRA REVOLUCIÓN,
LES DIRÉ: “TOY’ OCUPADO
TRABAJANDO PAL’ PATRÓN”.

La Revolución de Independencia, la Revolución Federal, La Revolución Andina, la Revolución de Octubre, no fueron tales. Todos ellos, acontecimientos que introdujeron cambios significativos en la vida de la república, bautizados con el rimbombante nombre de “revoluciones”, no fueron tales. La Independencia nos separó del imperio español y obtuvimos nuestra autodeterminación, pero no fue capaz de abolir la esclavitud; unos hombres siguieron siendo dueños de otros; en El Consejo el negro José Tomás León, soldado patriota, tuvo que venir a pelear en los tribunales porque mientras se cubría de gloria en la Batalla de Ayacucho, su dueño lo había vendido. La tierra siguió en manos de los mantuanos, de los “grandes cacaos” de la colonia o de sus descendientes, a excepción de aquellas que se cogieron algunos de los generales y  doctores que hicieron la guerra, mediante el cobro de sus servicios, lo que el Libertador llamaba graciosamente “las adquisiciones de sus lanzas”. Treinta y tres años después de la Batalla de Carabobo, muchos de los Ilustres Próceres de nuestra Independencia, estaban vendiendo esclavos. Eso no fue una revolución.

La sangrienta Revolución Federal no sirvió de mucho, porque volvimos a perder la oportunidad. No hubo tal federación, porque así como la Primera República fue una "federación de centralismos", esta vez se produjo un centralismo de federaciones; después de teñirnos de tinta y de sangre, después de 5 años de proclamas que hablaban de federación, produjo el gobierno más centralista de siglo XIX: los 20 años de autocracia del general Antonio Guzmán Blanco; al final la guerra federal ni fue federal ni fue propiamente una guerra. Apenas hubo dos grandes batallas: la de Santa Inés que ganó la revolución y la de Coplé que ganó el gobierno; lo demás fueron combates de grupitos contra grupitos, una horrible matanza de escaramuza en escaramuza, y la tierra siguió estando en manos de los godos, a excepción de aquellas que se cogieron los generales y los doctores que hicieron la federación. Eso tampoco fue una revolución.

La Revolución Andina fue puro nombre rimbombante y todavía muchos de nosotros vivimos sobre tierras que fueron potreros del general Gómez.
La Revolución de octubre, que sí hubiera podido ser una revolución, se frustró y todos sabemos cómo y por qué se frustró, por ser historia reciente.

La Revolución Bolivariana, es un proceso actualmente en pleno desarrollo y creo que los acontecimientos históricos deben ser observados muy de cerca y analizados muy de lejos, en perspectiva;  y además, yo soy hijo de llanero,  y  los  llaneros dicen que nunca se debe mencionar al caimán,  mientras se está atravesando el río.

Los paños calientes no han sido suficientes, apenas han servido de anestesia local y los grandes problemas siguen sin solucionarse.
Algo pasó ese día y cuando hoy lo celebramos o lo conmemoramos (no se
cual es el término correcto), debemos plantearnos que de allí arrancó la formación de un crisol que dio origen al pueblo venezolano.  De la mezcla de europeos, africanos y habitantes de esta parte del mundo, del cruce de sus sangres, culturas, religiones, artes, creencias y vivencias, surgió lo que hoy somos. Pero somos mestizaje de mestizajes, porque los españoles que vienen son el producto de diez siglos de mezclas allá en la península y los africanos, los que menos, se han mezclado entre ellos un  siglo antes de venir; esta mezcla es la más difícil de observar porque todos se nos parecen, pero es necesario meterse entre los libros de Marcial Ramos Guédez. 
Nuestra patria la hemos ido haciendo entre todos; nos caemos y nos reconstituimos una y otra vez, y la seguimos construyendo día a día entre todos; quienes nacimos aquí y quienes llegaron de otras tierras. Desde los días aurorales estamos juntos. El Acta de la Independencia la redactó un italiano, el Escudo Nacional lo pintó un inglés, los grandes descubridores del territorio ante el mundo fueron un alemán y un italiano Prócer de la Independencia; en la Batalla de Carabobo pelearon más ingleses que aragüeños, y ese día en el ejército realista había más venezolanos que españoles. Nuestra mezcla de mezclas, nuestro mestizaje de mestizajes es nuestra verdadera identidad nacional; aquí junto con las culturas propias de nuestros abuelos cobrizos, en gran parte arrasadas por nuestros abuelos blancos y la de nuestros abuelos negros traídos del África contra sus voluntades y esclavizados por nuestros antepasados, se fusionaron seis siglos de cultura grecorromana y ocho siglos de cultura árabe. Ahí está, diluida pero fácilmente identificable, nuestra identidad nacional.  No podemos quienes desde hace dos siglos hemos gobernado nuestro país, eludir la responsabilidad que tenemos por haber abandonado, ignorado y explotado a nuestros hermanos indígenas, eludiendo nuestra responsabilidad, y endosándole nuestra desidia y nuestra gran culpa, a los conquistadores españoles. Eso es un viejo vicio que consiste en echarle las culpas al gobierno anterior. Los verdaderos dueños de esta tierra somos todos sin discriminación de grupos étnicos y si nos seguimos descalificando unos con otros afirmando que más derecho tienen los negros de Curiepe o los indios del Amazonas o los catiritos de la Colonia Tovar, que el hijo de la inmigrante que desembarcó ayer en La Guaira con su barriga, nuestra Patria en lugar de ser de todos, seguirá siendo de quienes la han explotado ante nuestras miradas fragmentadas.

La Patria es tricolor y nosotros somos todos, café con leche. Tenemos la costumbre de llamar oro a todo lo que brilla y de ponerle colores al oro. Nos ocupamos del oro negro que es el petróleo, del oro verde que es la agricultura, del oro azul que es el mar. Nuestra primera prioridad debe ser el oro “café con leche”, que es la gente. El color a este oro le viene dado por la observación de un importante sociólogo quien decía que en Venezuela, gracias al mestizaje, todos somos café con leche; unos más leche y otros más café. Que bastaría con vernos la piel para darnos cuenta de cuanta leche y de cuanto café pusieron en la mezcla que nos produjo.

La novedad del nuevo mundo es materia que enciende la imaginación de los científicos, poetas, aventureros, soñadores, novelistas, y entre ellos, a Cervantes, y así lo va a reflejar en su obra.

Colón muere apenas a seis años de haberle engarzado a la corona de España su joya más preciosa; pero la injusticia persigue al descubridor; muere sin enterarse de que había encontrado un mundo nuevo. También podríamos decir que contra su memoria ese día comenzó a dar buenos frutos la viveza y la pajarería; y el caso más ilustrativo tiene que ver con el nombre de nuestro continente.  Un ilustre cartógrafo, quien nada tuvo que ver con la hazaña de atravesar un mar desconocido para llegar a cualquier parte, dibujó los mapas de las tierras “recién descubiertas” y esas se comenzaron a llamar “tierras de Américo”, hasta que al final quedaron bautizadas como “América” o “Continente Americano”,  en el acto de mayor injusticia bautismal, cometido para con el Almirante Cristóbal Colón, que fue quien tuvo que hacer los cuatro largos y arriesgados viajes.

Nuestro Libertador Simón Bolívar quiso corregir ese error y esa gigantesca injusticia y creó una gran patria con el nombre de Colón.  Tal vez aspiraba  a que con los tiempos esa patria se hiciera más grande y fuera ganando terreno y cubriendo el continente,  con el nombre de su “descubridor”. Pero ese sueño fue roto y destruido por quienes ni lo entendieron ni lo defendieron, se partió en pedazos,  y hoy en día, uno de los pedazos de ese hermoso sueño de Bolívar lleva su propio nombre y América se sigue llamando América.

Desde ese día quedó institucionalizado el triunfo de quienes “dicen y pregonan” sobre quienes “hacen y logran”. Desde entonces, si un hombre va adelante pegando gritos y diciendo que hace falta construir un edificio, y detrás viene otro hombre con una carretilla llena de ladrillos y cemento y lo construye, el día de la inauguración, le colocan una estatua al hombre que pegó los gritos y no al hombre que construyó el edificio. Por este lado deben buscarse las causas del gran éxito que durante los últimos siglos han tenido en nuestras patrias los demagogos y los picos de plata.
Pero hay más.  Los “norteamericanos” decidieron apropiarse del nombre de todo el continente; se lo cogieron para ellos;  y ahora, cuando su presidente habla de “América”, o del “pueblo de América”, se está refiriendo solamente al de los Estados Unidos.

La otra injusticia bautismal que lo persigue, es que 513 años después, no nos hemos puesto de acuerdo en el nombre que le vamos a poner al día de su hazaña, porque al bautizarlo, lo estamos limitando con una definición parcializada, que como toda definición es cuestionable y deja por fuera partes importantes de lo definido. Durante cinco siglos, el solo hecho de ponerle un solo nombre a este día, ha resultado imposible. En los lejanos días de la escuela primaria, se lo llamó “El Día del Descubrimiento de América” o “El Día de la Raza”,  pero ambas denominaciones fueron cuestionadas alegando que la raza era una sola, la humana, y que no se podía hablar de descubrimiento sin aclarar “quién había descubierto a quién”; porque si es cierto que los europeos tuvieron un primer contacto –que muchos dicen que no fue el primero- con los indios, también lo es,  que ese mismo día los indios tuvieron su primer contacto con el hombre blanco. Por otra parte, este término de “indios” con el que se denominó a los habitantes de esta tierra de gracia, encerraba un error, porque los navegantes creían –y murieron creyéndolo- que habían llegado a Las Indias.
Se cuestiona la idea del descubrimiento de un nuevo mundo, alegando que no era tan nuevo, tanto así, que la primera ciencia que floreció después de aquel memorable día, fue  la arqueología, que estudia precisamente lo muy antiguo.
Mucho menos se podía hablar del descubrimiento de América por Europa, porque cuando se produjo ese hecho no existían ni Europa ni América, y en todo caso la idea era “europeizante”, porque se simbolizaba con la imagen de un hombre (Rodrigo de Triana) montado sobre el Palo Mayor de una de las carabelas gritando:  “Tierra, Tierra”; cuando desde nuestro punto de vista americano o indiano, más bien debería simbolizarse con la imagen de un habitante de nuestra costa oriental,  encaramado sobre lo mas alto de un cocotero gritando: “Barco, Barco”.
Más tarde se lo bautizó como “El Día de la Hispanidad”, pero enseguida se alegó que eso refería a España y excluía a Portugal.  Entonces se acudió al término “Día Iberoamericano”, que incluía a Portugal, vecino de España en la Península Ibérica, por inmediatamente se dijo que se dejaba afuera Inglaterra y Francia, conquistadoras de todo el norte del continente, así como Holanda y otros países que participaron en “eso que pasó“.
Se descartó lo de descubrimiento, que era un concepto unilateral,  y se sustituyó por el de encuentro; pero entonces surgió la interrogante: “¿encuentro de qué o de quiénes?”.  Primero se dijo que de “dos mundos” y se arguyó que ni eran dos,  ni se habían encontrado.  Entonces se dijo que “de dos culturas”,  pero tampoco se aceptó, porque no se podía considerar encuentro, el hecho de que una cultura borrara y aplastara a otra, tal como pasó; porque al borrar las  ideas religiosas, las lenguas y las formas de vida de unos  para ser sustituidas por las de otros, habría de todo menos encuentro; y en todo caso, sería más bien, no un encuentro sino “un encontronazo”.
Nuestra incorporación al mundo hispano ha sido muy dura porque comenzó por la fuerza y no hemos podido ni siquiera ponerle nombre.
Para muchos fue el comienzo “del genocidio”; “del exterminio” de unos hombres que hasta entonces habían sido libres para ser sometidos a la manera de pensar, de creer y de vivir de otros. Por el contrario surgió la idea de que ese día comenzó “La Evangelización” y la civilización de “los infieles”. Esta Honorable Asamblea le ha dado un nuevo nombre: El de “Día del comienzo de la resistencia indígena”, el cual refiere a la resistencia que en muchas partes comenzó en las mismas mañanas de sus respectivos  descubrimientos y que aun se mantiene, no ya contra los conquistadores sino contra el abandono, los despojos y las injusticias a que los sometieron y aun los tienen  sometidos los gobiernos que sustituyeron al régimen español después de la  independencia. Donde se resistió,  porque hubo, como algunos indios de nuestras costas, quienes le pidieron a los invasores que no se fueran, que los defendieran de unos indios que venían de las islas del mar, que los invadían, se llevaban a las mujeres, les robaban las cosechas, los mataban y se los comían.

Cuando en 1547 nace Cervantes en Alcalá de Henares, Su Serenísima Majestad, el Rey de España,    no sabía hablar español porque era de Bélgica. El hijo de Juana “La Loca” y Felipe “El Hermoso”, por ser nieto de los Reyes Católicos y del Emperador Maximiliano,  ceñía  ambas coronas: la de España y la del Sacro Imperio.  Casará  con la Princesa Isabel, hija y hermana de Reyes de Portugal.  Todo como parte de una estrategia trazada por sus abuelos los Reyes Católicos,  quienes conocían perfectamente por experiencia propia, los beneficios que traía una buena política de enlaces y unos buenos matrimonios por conveniencia. Casarán a Isabel con el heredero al trono portugués, a Juan y Juana con dos herederos de la Casa de Austria, a Catalina con el Príncipe de Gales, y a Juana con Felipe, hijo del Emperador. Esta política fue correcta y como consecuencia de su aplicación, legaron a sus sucesores,  un imperio donde jamás se ponía el sol.

Si preguntáramos  a cualquier estudiante de nuestra generación ¿Quién fue Carlos I?, es probable que dudaría mucho antes de reconocer que no lo sabe. Pero si le preguntamos por Carlos V, responderá enseguida que fue el Rey de España y Emperador de Alemania, y ello, porque este ilustre Emperador del Sacro Imperio,   rigió a España y pasó a su historia, con su nombre alemán. No es de extrañar entonces,  que en los comienzos de esa gigantesca empresa que fue la conquista de América, muchos de los adelantados, hayan sido alemanes, a pesar de que Alemania, en ese entonces, tampoco existía.

Le corresponderá a su hijo, El Rey Felipe II, volver la mirada hacia el Oeste,  y ceñir para sí y para su hijo y nieto, los Reyes Felipe III y Felipe IV, la corona de Portugal. Podríamos afirmar entonces, estirando un poco las apreciaciones y fijando la atención en muchas de las reales decisiones y los lugares donde se tomaron,  que en gran medida, durante casi todo el siglo XVI y buena parte del  XVII, por más de cien años,  rigieron sobre nuestras cabezas,  una corona alemana y tres coronas portuguesas.

Y ese es el mundo en pleno proceso de creación y reacomodo, en el cual nace, vive, escribe envejece  y muere Cervantes.
Echa a andar por caminos de palabras, en una lengua en plena formación: el castellano. Un mestizaje lingüístico en el cual se mezclan los latines –porque hay un latín noble que hablan los curas, los césares, los escritores los poetas, el de Cicerón; y hay otro común (lo han llamado latín vulgar), el  del hombre común y corriente, el del pueblo bajo, los autores lo denominan “sermo urbanus”, “rústicus”, “humilis” y “plebeius”. Ha llegado a la península en el siglo III y se queda durante seis siglos. Allí se mezcla con las lenguas de los iberos, celtas, fenicios, griegos y toda una gama de lenguas provinciales. Se asienta sin dificultad en Castilla de donde toma su nombre y hay quienes señalan como su inicio, tan solo once palabras
 
Las glosas emilianenses compuestas en el Monasterio de San Millán de la Cogolla. Un monje glosa un sermón de San Agustín y escribe once líneas que son las primeras escritas en castellano. Dice “Con la ayuda de Nuestro Señor Don Cristo, Don Salvador, Señor que está en el honor y Señor que tiene el mando con el Padre, con el Espíritu Santo, en los siglos de los siglos. Concédenos Dios omnipotente, hacer tal servicio que delante de su faz gozosos seamos. Amén”. 

Once líneas que se pueden comparar con esos pequeños manantiales de los cuales al correr del tiempo nacen majestuosos  y turbulentos ríos.

De boca en boca en esta lengua se cantan las hazañas, los cantares de gesta y entre ellos “El Mío Cid”, la historia Ruí Díaz de Vivar, el Cid Campeador. Y en 1268 el Rey Alfonso X El Sabio escribe su obra y su monumental “Siete Partidas”, fuente fundamental del derecho indiano. Hay regiones donde no logra penetrar tan fácilmente. Mantienen hasta hoy sus fablas, el País Vasco, Cataluña, Valencia, Galicia, regiones que en su secular lucha por la autonomía espiritual, cultural y hasta territorial, la primera defensa que hacen es la de la lengua así como para doblegar las pretensiones autonómicas la dictadura de Franco lo primero que hace es prohibir que en Cataluña o en Euzkadi, se hable catalán o Vasco. Parece ser verdad eso de que lo que no pueden las espadas ni las cruces, lo puede la palabra.

El latín le va cediendo paso al castellano en las “Glosas Silenienses”, en las “Glosas Emilianenses” y en “Los Milagros de Nuestra Señora”, de Gonzalo de Berceo.

Quiero fer una prosa en roman paladino (*)
en cual suele el pueblo fablar a su vecino
ca non son tan letrado por fer otro latino
bien valdra como creo un vaso de bon vino.

Don Antonio de Nebrija pretende ponerle orden al idioma, por mandato de la Reina Isabel, y compone la Primera Gramática de la Lengua Castellana. Su autor, Lebrija o Nebrija, , cuando la Real Majestad le pregunta que para qué sirve ese libro, le dice: “después que su alteza metiesse debaxo de su iugo muchos pueblos bárbaros e naciones de peregrinas lenguas, e con el vencimiento, aquellos tenian necesidad de recibir las leies quel vencedor pone al vencido, e con ellas nuestra lengua, entonces  por esta mi Arte podrian venir en el conocimiento della  como agora nos otros deprendemos el Arte dela  gramática latina para desprender el latín”. Lo que es igual no es trampa, pensaría Don Antonio. Esa lengua castellana fresca es la que enseñan aquí los conquistadores y por eso nuestros campesinos hablan tan bien un castellano que en España tuvo necesidad de darle paso al español. El Padre Heredia desde La Victoria, según se lee en la magnífica obra de Gisela Pastori, de informa al Rey: “Los he enseñado a hablar nuestra lengua, para que en todo se parezcan a los españoles”. Era el ideal de quienes nos enseñaban sus hablares y sus dioses, para civilizarnos, en la seguridad de que nos estaban haciendo un gran favor. Nuestro máximo poeta popular decía que no, que nuestro Dios nos alegraba más y nos mantenía en constante navidad; oigamos de su Canto España:

Y ES SU PASCUA, LA PASCUA MATUTINA,
MÁS CLARA QUE LA PASCUA JOVIAL DE PALESTINA,
PORQUE SI EN LOS CATÓLICOS REBAÑOS
EL PASTOR GALILEO NACE TODOS LOS AÑOS,
CADA AURORA DEL INDIO FLORECE EPIFANÍAS,
PORQUE EL SOL, DIOS SUPREMO, NACE TODOS LOS DÍAS.

Esa es la lengua que va a servir de pedestal definitivo al mayor de sus monumentos, que es la obra de Cervantes.
En este  momento en todo el planeta se habla de Cervantes, de la lengua castellana, de su extraordinario libro y del personaje: Don Quijote. Hay que mencionarlos separados porque la aventura del autor y la aventura del libro son tan apasionantes como la de Alonso Quijano.

Si Cervantes no hubiera escrito nunca una sola línea, de todas maneras merecería una biografía. Su vida es tan apasionante, porque de fracaso en fracaso alcanzó la gloria que tal vez jamás hubiera conocido si hubiera sido un triunfador; si nunca hubiera fracasado.

Cervantes vivió el momento cimero de la literatura universal, el siglo de oro, y eso que parece ser una fortuna, es una desafortunada circunstancia, porque sus contemporáneos no lo dejan brillar. En Inglaterra William Shakespeare, quien murió el mismo día 23 de abril del mismo año en que murió Cervantes; en Portugal Camoens, y en España: Francisco de Quevedo y Villegas, Luís de Góngora, Tirso de Molina, muy jóvenes Zurbarán,  Velásquez, El Greco,  Murillo y Gracián, Ignacio de Loyola quien en 1540 funda la Compañía de Jesús; Santa Teresa de Jesús, San Juan de la Cruz, Gracilazo de La Vega, Calderón de la Barca, Fernando de Rojas, Espinel, el hombre que le ha puesto las quinta y sexta cuerdas a la guitarra española y ha inventado la décima o espinela, y su rival, Fray Lope Félix de Vega Carpio, el gran Lope de Vega.  Han aparecido en esos tiempos las grandes novelas de caballería: “El Caballero Cifar”, “Palmerín de Oliva”, “El Conde de Lucanor”, “Tirante El Blanco” y sobre todos, “Amadis de Gaula” que tanto ensalza Cervantes. Novelas pastoriles como “Arcadia” de Lope de Vega, “La Diana”, “La Galatea”; y picarescas como “El Lazarillo de Tormes”, “Guzmán de Alfarache” de Mateo Alemán, el “Libro del buen amor” del Arcipreste de Hita, “El Corbacho” del Arcipreste de Talavera. Este nombre de picaresca le viene de una región de Francia de donde pasaban a España vagabundos y aventureros y de “picar”; “picar de aquí y de allá”. Aparecen “La Celestina” atribuida a Fernando de Rojas y “El Buscón” de Quevedo. Es una partida demasiado fuerte para Cervantes quien no logra destacarse entre sus contemporáneos; especialmente frente a Lope de Vega cuyas obras de teatro dominan la escena mientras las de Cervantes no logran grandes públicos.

Pero así como el no destacarse entre los de su tiempo es una desventura, es al mismo tiempo su gran ventura, porque junto con sus otras desgracias, se ve en la necesidad de recorrer conocer un mundo va a reflejar en su obra para surgir como el más grande entre todos.

Su vida no fue ni corta ni larga; vivió 59 años pasando trabajo.

Nació en Alcalá de Henares en 1547, probablemente el 29 de septiembre, día de San Miguel. Su padre era Rodrigo de Cervantes, un modesto médico cirujano,  y su madre Leonor Cortina. Su abuelo era abogado sin clientela; pertenecían a una familia hidalga pobre, con ascendencia gallega, probablemente conversos. Tenía tres hermanos y tres hermanas. Su familia andaba para arriba y para abajo, persiguiendo a las cortes.
El abuelo paterno se hizo abogado del Santo Oficio (La Inquisición)  y Miguel a la edad de cuatro años cambió de residencia junto con sus padres y hermanos, en 1551 se mudan a Valladolid y allí comienza estudios probablemente en un colegio de Jesuitas. Su padre sufre prisión por deudas. En 1561 la corte se muda para Madrid y toda la familia se muda para Madrid. Su formación es improvisada,  pero frecuenta Salamanca y Alcalá de Henares tal revela un sus descripciones de la picaresca vida estudiantil de la época.  a Valladolid en donde Les fue tan mal, con el encarcelamiento del padre por deudas, que vivieron posteriormente en Córdoba y Sevilla hasta que, en 1566, se aposentaron en Madrid.
Pero no todo era cultura en la vida de Cervantes, en 1569 reta a duelo a un cortesano real y se le condena a que se le fuese cercenada la mano derecha y al destierro. Huye y cuando se dicta la sentencia ya está en Roma al servicio del cardenal Acquaviva. Recorre Italia, se enroló en la Armada española y en 1571 participa con heroísmo en la célebre Batalla de Lepanto. Resultó herido y perdió el movimiento del brazo izquierdo, por lo que fue llamado desde entonces, el Manco de Lepanto.
En 1575, cuando regresaba a España, cargado de honores y con recomendaciones del propio Don Juan de Austria,  corsarios berberiscos lo apresan y lo llevan a Argel, donde lo venden como esclavo y pasa cinco años de cautiverio (1575-1580). Realiza cuatro intentos de fuga pero en todos fracasa. Finalmente es obtenido su rescate el 19 de septiembre de 1580, gracias a la intervención de los frailes trinitarios recolectando éstos, de los mercaderes cristianos, el dinero necesario que les faltaba; se pedían 500 escudos por Cervantes y su familia sólo había podido reunir 300.
A su regreso a Madrid encontró a su familia en la ruina. Se casa en Toledo con Catalina de Salazar y Palacios. Publica La Galatea (1585) sin éxito. De 1582 a 1583 tiene amores con una mujer casada y una hija con ella de nombre Isabel de Saavedra.
Sin recursos para vivir, marcha a Sevilla como comisario de abastos para la Armada Invencible y recaudador de impuestos. Quiso cobrarle impuestos a la iglesia y fue excomulgado. Allí va a la cárcel por irregularidades en sus cuentas. Después se traslada a Valladolid. En 1605 publica la primera parte del Quijote. Es al final de su vida, diez años antes de morir, cuando comienza a saborear las mieles de un triunfo que se le ha negado durante medio siglo.

En 1605, hace ahora cuatro siglos, aparece la primera parte de su obra cumbre.
Al año siguiente, en 1606  la corte va a Madrid y Cervantes la sigue, escoltado por su familia –todas mujeres: esposa, hermanas, sobrina e hija.
Intenta venir a América, la llama “refugio y amparo de los desesperados de España” y así lo dice en sus cartas mediante las cuales solicita empleo en Cartagena de Indias; pro la respuesta es “Busque por acá en qué se le haga merced”. Don Miguel de Unamuno decía que los Quijotes se venían a América mientras que los Sanchos se quedaban en España.
En sus últimos años publica las Novelas ejemplares (1613), el Viaje del Parnaso (1614), Ocho comedias y ocho entremeses (1615) y la segunda parte del Quijote (1615). El triunfo literario no lo libró de sus penurias económicas. Dedicó sus últimos meses de vida a Los trabajos de Persiles y Segismunda (de publicación póstuma, en 1617).
Murió en Madrid el 23 de abril de 1616 en  
 la más absoluta pobreza,
El Quijote no es su primera obra ni será la última, y trayectoria del libro es tan interesante como la de su autor. Escribió la primera parte en 1604, probablemente en la cárcel, dirigida al duque de Béjar, y entregó los originales a Federico Robles. Se publicó en 1605, hace ahora cuatro siglos, editado por Juan de la Cuesta y vendida por Francisco Robles “librero del Rey nuestro Señor”.
Está documentado que más de la mitad de esta primera edición salió por el puerto de Cádiz hacia América. Era de entenderse, desde entonces de lado acá del charco se habla más español que en el resto del mundo; hoy tenemos el país con mayor número de hispanohablantes que es Méjico (España es el segundo),  y hemos ganado más Premios Nóbel de Literatura que España (entre ellos, la única mujer).

A Venezuela llega desde los primeros días. En viejos documentos, testamentos e inventarios consta que tan pronto como la Santa Inquisición dio licencia, Rocinante cabalgó libremente entre nosotros.
En su obra sobre los libros en la colonia, don Ildefonso Leal dice que aparte del Quijote que tenía Fray Agustín Antonio Álvarez en Barquisimeto, no se han encontrado otros ejemplares. “Esto solo  prueba la escasez de datos que poseo” dice con humildad propia de los hombres sabios.
Luego se sabe que para 1699 aparece en el inventario del hacendado caraqueño Diego González de Castro y en 1682 es el libro más vendido en Venezuela.

Fue tan grande el éxito alcanzado por la primera parte de la novela que a Cervantes le piratearon la segunda. Aun cuando no existían los adelantos técnicos de que disponen hoy los falsificadores de ediciones  y los quemadores de CD, le piratearon la obra. En 1614  apareció en Tarragona una segunda parte apócrifa, titulada Segundo tomo del ingenioso hidalgo don quijote de la mancha, escrita por  alguien que se escudó en el seudónimo de Alonso Fernández de Avellaneda y que para muchos autores fue el propio  Lope de Vega.
Nunca como en este momento se hace tan verdad la frase que acuña don Francisco de Quevedo en el Buscón: “Tu enemigo, el de tu oficio”.
Obligado a acelerar le segunda parte, la publica en 1605 y al año siguiente muere en el hospital de las Trinitarias Descalzas y tiene que ser enterrado “de caridad”.  Ese mismo día muere en Inglaterra William Shakespeare.
En esos mismos días, dedicado hoy al idioma, muere también un americano, Gracilazo Inca de La Vega.
Traducido a todos los idiomas del mundo, se hicieron Ciento noventa y nueve ediciones en el siglo XIX y ciento ochenta y dos en la primera mitad del XX. Quienes no lo hemos leído con fundamento, en lugar de angustiarnos, debemos consolarnos con las palabras de don Martín de Riquer: “Que gran suerte no haber leído nunca El Quijote y poder leerlo por primera vez”,

Ya existen por supuesto las ediciones cibernéticas en CD, casetes y en la red, donde pueden leerse todos los capítulos con ilustraciones de Doré y los demás ilustradores que han enriquecido la obra con sus creaciones pictóricas.

Por curiosidad consulté la red y descubrí cosas interesantísimas como que Sigmud Freud aprendió a la perfección el idioma castellano, solamente para poder leer “El Quijote” en su versión original; Jorge Luís Borges confesó que lo había leído una sola vez, pero en inglés; en toda la obra no hay una sola palabra escrita con la letra “W”, El poema del Mio Cid tiene 211.000 ventanas, Las Mil y una noches 461.000 y El Quijote 1.950.000, solo superado por La Biblia que tiene 3.450.000.

La única edición venezolana de la obra fue hecha por la Academia Nacional de la Historia en 1992, con motivo de los quinientos años del 12 de octubre, bajo la dirección de Guillermo Morón quien la prologa. Es facsimilar de la segunda edición completa, la de 1647, e incluye además de su magnífico prólogo, una Bibliografía Cervantina Venezolana, compilada por Rafael José Lovera De Sola y treinta ilustraciones de Régulo Pérez, Luís Guevara Moreno y Pedro León Zapata. La imprimió Italgráfica de Caracas.
Solamente la edición venezolana y la de 1647, de la cual es copia facsimilar, corrigen lo que par el prologuista es un error de impresión secularmente repetido. Dice la primera edición:  “En algún lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lança en astillero, adarga antigua, rozin flaco, y galpo corredor”. Son las seis primeras líneas. Según Morón no debe leerse “galgo” sino “algo corredor”. Ello por varias razones: primeramente: El Quijote no tiene perro y segundamente: Rocinante no corre mucho.
Las dos partes se publican juntas en 1637 la primera vez. Es la edición que se repite, corrige, comenta e ilustra en la gloriosa marcha del libro, la segunda vez en 1647: “En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lança en astillero, adarga antigua, rozin flaco, y algo corredor”. En flaco está puesta una coma para destacar la condición del rocín que recibió el nombre de Rocinante. Era flaco y “algo corredor”. ¿Cuándo echó una carrera ni corta ni larga…? Nunca.

En Venezuela desde siempre muchos intelectuales se ocuparon de ella. Don Tulio Febres Cordero, para el tercer centenario publica “El Quijote en América”; Pedro Pablo Pareces “Leyendas del Quijote” el Maestro Ángel Rosemblat: “La lengua del Quijote”.

La Academia Venezolana de la Lengua lanzó a finales del pasado año una edición de precio solidario y anteayer el Gobierno Nacional hizo lo propio; repartió la obra en las plazas, gratis, y una edición especial para los niños. Ojalá se formen grupos de estudio para leer el libro y comentarlo.
Esos son los dineros mejor gastados, los de educar al pueblo. Por supuesto que la educación, la formación, la alimentación, la salud y la cultura, solamente, no hacen la felicidad; hace falta mucho más. 

Siempre se ha dicho que el atraso y la incultura de los pueblos de este continente es el germen de nuestras desgracias políticas y que el único producto netamente latinoamericano ha sido el caudillo, el dictador. No debe ser cierto porque los pueblos más cultos del mundo: España, la tierra de Cervantes; Alemania, patria de la música y de la filosofía; e Italia, cuna del derecho y del renacimiento, pueblos bien cultos y bien comidos, han padecido en el solo comienzo del siglo XX, tiranías espantosas como fueron las de Franco, Hitler y Musolini. Hace falta algo más.

En Venezuela desde siempre muchos intelectuales se ocuparon de ella. Don Tulio Febres Cordero, para el tercer centenario publica “El Quijote en América”; Pedro Pablo Pareces “Leyendas del Quijote” el Maestro Ángel Rosemblat: “La lengua del Quijote”.

La novela tiene más de realidad que de ficción pero es tenida por lo contrario. El paisaje no solo es real sino que el itinerario también lo es, tanto que “La Ruta” y sus lugares constituyen hoy un paseo turístico en el que hasta los toponímicos se conservan. Existen mapas de comienzos del siglo XVIII que prueban la existencia de la ruta original. El contexto histórico se corresponde con la realidad del tiempo descrito; la situación de la raleza, de la iglesia, de la nobleza y sus relaciones con el común, son reales. La descripción psicológica de los personajes se ajusta a las descripciones del castellano de la época. La música, las comidas, son reales. El lenguaje, personaje principal de la novela es el que habla el pueblo, sin afectaciones ni rebuscamientos literarios, tanto, que con El Quijote, nuestra lengua se consolida definitivamente para siempre.

El humor, otro de los elementos fundamentales, es más humorístico que cómico; es un humor serio. Llama más a la sonrisa y a la reflexión que a la risa. Entre nosotros podríamos decir que  muchas de sus escenas de humor, nos provoca la misma actitud que asumimos ante algunos poemas humorísticos de Aquiles Nazoa o ante las caricaturas de Zapata.

A “El Quijote” como a “La Biblia”, hay que estarlo leyendo toda la vida. Poco a poco, palabra por palabra, frase por frase, porque su contenido es infinito como el alma humana.

En el capítulo XIV de la primera parte, sus amigos entierran a Grisóstomo quien ha muerto de amor por la bella Marcela. Y, como al enamorado ausente no hay cosa que no le fatigue ni temor que no le dé alcance, así le fatigaban a Grisóstomo los celos.  Ha muerto de celos y “del áspero rigor tuyo la fuerza”.
Al acto se presenta Marcela y la acusan porque no amaba a quien la amaba.
Ella defiende sus derechos y sin saberlo, se adelanta a quienes cuatro siglos después, defendemos el derecho de la mujer, a amar con libertad.
“Vengo a dar a entender cuán fuera de razón van todos aquellos que de sus penas y de la muerte de Grisóstomo me culpan; y así, ruego a todos los que aquí estáis me estéis atentos.
»Hízome el cielo, según vosotros decís, hermosa, y de tal manera que, a que me améis os mueve mi hermosura; y, por el amor que me mostráis, decís, y aun queréis, que esté yo obligada a amaros. Yo conozco, con el natural entendimiento que Dios me ha dado, que todo lo hermoso es amable; mas no alcanzo que, por razón de ser amado, esté obligado lo que es amado por hermoso a amar a quien le ama. Y más, que podría acontecer que el amador de lo hermoso fuese feo, y, siendo lo feo digno de ser aborrecido, cae muy mal el decir —Quiérote por hermosa; hasme de amar aunque sea feo—. Pero, puesto caso que corran igualmente las hermosuras, no por eso han de correr iguales los deseos, que no todas hermosuras enamoran; que algunas alegran la vista y no rinden la voluntad; que si todas las bellezas enamorasen y rindiesen, sería un andar las voluntades confusas y descaminadas, sin saber en cuál habían de parar; porque, siendo infinitos los sujetos hermosos, infinitos habían de ser los deseos. Y, según yo he oído decir, el verdadero amor no se divide, y ha de ser voluntario, y no forzoso. Siendo esto así, como yo creo que lo es, ¿por qué queréis que rinda mi voluntad por fuerza, obligada no más de que decís que me queréis bien? Si no, decidme: si como el cielo me hizo hermosa me hiciera fea, ¿fuera justo que me quejara de vosotros porque no me amábades? Cuanto más, que habéis de considerar que yo no escogí la hermosura que tengo; que, tal cual es, el cielo me la dio de gracia, sin yo pedilla ni escogella. Y, así como la víbora no merece ser culpada por la ponzoña que tiene, puesto que con ella mata, por habérsela dado naturaleza, tampoco yo merezco ser reprehendida por ser hermosa; que la hermosura en la mujer honesta es como el fuego apartado o como la espada aguda, que ni él quema ni ella corta a quien a ellos no se acerca. La honra y las virtudes son adornos del alma, sin las cuales el cuerpo, aunque lo sea, no debe de parecer hermoso. Pues si la honestidad es una de las virtudes que al cuerpo y al alma más adornan y hermosean, ¿por qué la ha de perder la que es amada por hermosa, por corresponder a la intención de aquel que, por sólo su gusto, con todas sus fuerzas e industrias procura que la pierda?
»Yo nací libre, y para poder vivir libre escogí la soledad de los campos. Los árboles destas montañas son mi compañía, las claras aguas destos arroyos mis espejos; con los árboles y con las aguas comunico mis pensamientos y hermosura. Fuego soy apartado y espada puesta lejos. A los que he enamorado con la vista he desengañado con las palabras. Y si los deseos se sustentan con esperanzas, no habiendo yo dado alguna a Grisóstomo ni a otro alguno, el fin de ninguno dellos bien se puede decir que antes le mató su porfía que mi crueldad. Y si se me hace cargo que eran honestos sus pensamientos, y que por esto estaba obligada a corresponder a ellos, digo que, cuando en ese mismo lugar donde ahora se cava su sepultura me descubrió la bondad de su intención, le dije yo que la mía era vivir en perpetua soledad, y de que sola la tierra gozase el fruto de mi recogimiento y los despojos de mi hermosura; y  él, con todo este desengaño, quiso porfiar contra la esperanza y navegar contra el viento. Porfió desengañado, desesperó sin ser aborrecido: ¡mirad ahora si será razón que de su pena se me dé a mí la culpa! Quéjese el engañado, desespérese aquel a quien le faltaron las prometidas esperanzas, confíese el que yo llamare, ufánese el que yo admitiere; pero no me llame cruel ni homicida aquel a quien yo no prometo, engaño, llamo ni admito.
»Este general desengaño sirva a cada uno de los que me solicitan de su particular provecho; y entiéndase, de aquí adelante, que si alguno por mí muriere, no muere de celoso ni desdichado, porque quien a nadie quiere, a ninguno debe dar celos; que los desengaños no se han de tomar en cuenta de desdenes. El que me llama fiera y basilisco, déjeme como cosa perjudicial y mala; el que me llama ingrata, no me sirva; el que desconocida, no me conozca; quien cruel, no me siga; que esta fiera, este basilisco, esta ingrata, esta cruel y esta desconocida, ni los buscará, servirá, conocerá ni seguirá en ninguna manera.
Puestos en boca de Marcela, Cervantes se adelanta en cuatro siglos a la defensa que hoy se hace de los derechos de la mujer.
Así aconseja Don Quijote a Sancho cuando se dispone a asumir el crgo de Gobernador de las Ínsula de Barataria:
 
Primeramente, ¡oh hijo!, has de temer a Dios, porque en el temerle está la
sabiduría, y siendo sabio no podrás errar en nada. Lo segundo, has de poner
los ojos en quien eres, procurando conocerte a ti mismo. Del conocerte saldrá el no hincharte como la rana que quiso igualarse con el buey,
Haz gala, Sancho, de la humildad de tu linaje, préciate más de ser humilde virtuoso que pecador soberbio. La sangre se hereda y la virtud se aquista, y la virtud vale por sí sola lo que la sangre no vale. Si trajeres a tu mujer contigo (porque no es bien que los que asisten a gobiernos de mucho tiempo estén sin las propias), enséñala, doctrínala y desbástala de su natural rudeza, porque todo lo que suele adquirir un gobernador discreto suele perder y derramar una mujer rústica y tonta. Hallen en ti más compasión las lágrimas del pobre, pero no más justicia, que las informaciones del rico.
Procura descubrir la verdad por entre las promesas y dádivas del rico, como
por entre los sollozos del pobre. Cuando pudiere y debiere tener lugar la equidad, no cargues todo el rigor de la ley al delincuente, que no es mejor la fama del juez riguroso que la del compasivo. Si acaso doblares la vara de la justicia, no sea con el peso de la dádiva, sino con el de la misericordia. No te ciegue la pasión propia en la causa ajena, Si alguna mujer hermosa veniere a pedirte justicia, quita los ojos de sus lágrimas y tus oídos de sus gemidos, y considera de espacio la sustancia de lo que pide, si no quieres  que se anegue tu razón en su llanto y tu bondad en sus suspiros. Al que has  de castigar con obras no trates mal con palabras. Muéstratele piadoso y clemente, porque, aunque los atributos de Dios todos son iguales, más resplandece y campea a nuestro ver el de la misericordia que el de la justicia. Si estos preceptos y estas reglas sigues, Sancho, serán luengos tus días, tu fama será eterna, tus premios colmados, tu felicidad indecible, vivirás en paz y beneplácito de las gentes, y en los últimos pasos  de la vida te alcanzará el de la muerte, en vejez suave y madura, y cerrarán tus ojos las tiernas y delicadas manos de tus terceros nietezuelos. 
Esto que hasta aquí te he dicho son documentos que han de adornar tu alma; escucha ahora los que han de servir de servir para adorno del cuerpo.
Lo primero que te encargo es que seas limpio, y que te cortes las uñas; no andes, desceñido y flojo, que el vestido descompuesto da indicios de ánimo desmazalado; toma con discreción el pulso a lo que pudiere valer tu oficio,
Repárte entre tus criados y los pobres: quiero decir que si has de vestir seis
pajes, viste tres y otros tres pobres, y así tendrás pajes para el cielo y
para el suelo; No comas ajos ni cebollas, porque no saquen por el olor tu
villanería. Anda despacio; habla con reposo, pero no de manera que parezca que te escuchas a ti mismo, que toda afectación es mala.
Come poco y cena más poco, que la salud de todo el cuerpo se fragua en la oficina del estómago. Sé templado en el beber, considerando que el vino demasiado ni guarda secreto ni cumple palabra. Ten cuenta, Sancho, de no mascar a dos carrillos, ni de erutar delante de nadie. Sea moderado tu sueño, que el que no madruga con el sol, no goza del día; y advierte, ¡oh Sancho!, que la diligencia es madre de la buena ventura, y la pereza, su contraria.
Sancho: será menester que se me den por escrito, puesto que no sé leer ni escribir, yo se los daré a mi confesor para que me los encaje y recapacite cuando fuere menester.
 
¡Ah, pecador de mí -respondió don Quijote-, qué mal parece en los
Gobernadores el no saber leer ni escribir.
 
Cuan otra sería la historia de Venezuela, si quienes nos gobernaron durante los dos últimos siglos, hubieran leído “El Quijote”, o si por lo menos todos, especialmente los Prefectos y Jefes Civiles, hubieran sabido leer y escribir.
Se ha hecho énfasis en la anécdota divertida, en las ocurrencias, en lo gracioso, en lo cómico, pero la grandeza mayor está en lo que dijo. Cada uno de sus pasos, de sus movimientos, está motivado por una idea, un pensamiento o un sentimiento que explica. Nada es sinrazón. Y Cervantes pone en su boca y en las de los otros personajes, sus propios pensamientos. Tiene la novela mucho de proyección, autobiográfico. Si el quijote hubiera hecho lo que hizo pero no hubiera dicho lo que dijo, no estaríamos aquí reunidos recordándolo.

La escritura de la nueva lengua estuvo también rodeada de magia, de belleza, de ingenuidad y de pureza. Contó nuestro sabio académico don José del Rey Fajardo en su discurso de incorporación, citando a Gaspar Poeck,   que los primitivos habitantes de la orinoquia descubrieron que los papeles hablaban con los misioneros. Ellos se dieron cuenta de que cuando llegaban los papeles, los misioneros se iban solos a alguna parte donde hubiera silencio y los abrían; entonces los papeles les contaban cosas. Algunos se ponían a llorar porque el papel les había dicho que había muerto un ser querido; otros se alegraban porque sus familias estaban bien, o había nacido un nuevo príncipe. En la misa, el padre ordenaba silencio e inclinaba la cabeza y casi la pegaba del misal y luego lo abría para poder oírlo. Muchas veces relataban historias que habían pasado en lugares lejanos donde nunca habían estado. Entonces  los indios decidieron escuchar lo que decía el papel y se ponían en completo silencio, muy cerca de los misioneros. Algunos afirmaban que si se oía,  pero muy bajito; otros se lo pegaban en el oído pero no escuchaban nada y decían que solamente le hablaban a los hombres blancos porque el papel era blanco. Otros pensaban que solamente podía oír el primero que lo abriera. Entonces empezaron a llegar cartas abiertas y con las lacras rotas. Cuando los padres preguntaron, ellos el dijeron. Entonces los jesuitas se enteraron de la curiosidad y le explicaron a los indios que el papel si hablaba, pero que solo podían escucharlo, quienes entendieran y pudieran descifrar las rayitas que venían pintadas en la hoja. Ellos se interesaron en aprender y los misioneros se comprometieron a enseñarlos. Al mes, todos los indios de la misión, sabían leer y escribir.


El buen castellano que hablan nuestros campesinos, lo hablan porque sus antepasados lo aprendieron de los castellanos de castilla, y mientras en la península evolucionó y fue absorbido por el español, en nuestros campos se mantuvo como lengua viva. Los magníficos trabajos de nuestro gran profesor Ángel Rosemblat y de su brillante alumna la doctora María Josefina Tejera, son fuente inagotable de conocimientos acerca del castellano que se habla en Venezuela. A unos campesinos analfabetas de Chabasquén les oímos cantar un par de coplas que decían:

Yo vide claro llover,
Tronar y quedar oscuro,
Y vide un amor perder
Cuando estaba más seguro.

Dicen que muere de espanto
Aquel que visiones ve;
Yo vide unos ojos negros,
No se si me moriré.

Ese es el buen castellano. Algo tenemos que hacer para conservarlo y evitar que nos sigan diciendo que “son las once con cuarenta minutos”, o que vamos a “aperturar” el acto, o que cuando con humildad pedimos un vasito de agua, se nos señala con dedo acusador mientras se nos humilla con el clásico grito de: “un vaso con agua para esta mesa”, como si Cervantes hubiera hablado de odres con vino.
 
 
 
Toda esa literatura popular nos llega y nos conquista. Nuestros cantares llaneros tienen sus raíces en Andalucía; llegaron en barco.
 
UN AÑO PARA UNA FIESTA
PARA UN BAILE ME INVITARON
PARA QUE FUERA A CANTAR
CERCA DE PUERTO MIRANDA…
 
Lo único que cambia es el nombre del pueblo.
 
PAJARILLO PAJARILLO
QUE VUELAS EN LA RIBERA
POR QUÉ NO VUELAS AHORA
QUE LLEGÓ LA PRIMAVERA.
 
Nosotros no usamos el diminutivo “illo” sino el “ito”. Hubiéramos dicho: “Pajarito pajarito”. Los versos del Pajarillo llanero, son andaluces con ancestros árabes.
 
Aun en los momentos mas cruentos de la guerra magna, pertenecíamos al mundo hispano. La guerra de independencia no fue propiamente una guerra entre venezolanos y españoles ni entre Venezuela y España, sino entre patriotas y realistas. El más furibundo realista es José Domingo Díaz, médico caraqueño autor del terrible libro sobre la Revolución de Caracas y en cambio quien salva a Ribas en la Batalla de La Victoria es Vicente Campoelías de Valladolid; y en la Batalla de Carabobo, frente al inderrotable ejército patriota, entre los valientes defensores de las banderas del Rey,  en el ejército realista, había más venezolanos que españoles.

Quien jamás niega y por el contrario, busca nuestra incorporación al mundo hispano es Bolívar. Hay que releer sus cartas a Fernando VII. Esta integración nuestra al mundo hispano es de vieja data. Quien recibe en Madrid a la delegación venezolana que gestiona el reconocimiento a la independencia, es Pablo Morillo, El Pacificador, el antiguo Capitán General que se entrevista en Santa Ana con Bolívar, convertido ahora en Capitán  General de Madrid. 

Nuestros enemigos naturales no han estado nunca en el mundo hispano. Me alegré al saber que la estatua de Colon no había sido derribada en nombre de Simón Bolívar, su gran admirador, sino por un vástago de nuestros enemigos naturales, los que pretendieron las desembocaduras del Orinoco, y nos arrebataron La Trinidad y El Esequibo.

En la Venezuela del siglo XX entre las muchas voces se elevaron para cantar a España; destaca la de nuestro poeta nacional Andrés Eloy Blanco. En su laureado Canto a España invita al Quijote:


VEN…AQUÍ VERÁS EL MUSGO EN LOS SENDEROS,
PORQUE PARA TUS LANZAS NO TENEMOS MOLINOS
Y PARA TUS ESCUDOS NO TENEMOS CABREROS.
¡HAZTE A LA MAR, QUIJOTE! NAVE DE LA ESPERANZA,
UNA ADRGA LA VELA Y EL BEAUPRÉS UNA LANZA:
CIERRA CONTRA EL REBAÑO QUE EN LAS OLAS BLANQUEA,
COBRA AL FUTURO EL SECULAR REPOSO,
QUE HAY EN ESTAS RIBERAS DEL TOBOSO
LECHO DE PALMAS PARA DULCINEA.

Aun en los momentos mas cruentos de la guerra magna, pertenecíamos al mundo hispano. La guerra de independencia no fue propiamente una guerra entre venezolanos y españoles ni entre Venezuela y España, sino entre patriotas y realistas. El más furibundo realista es José Domingo Díaz, médico caraqueño autor del terrible libro sobre la Revolución de Caracas y en cambio quien salva a Ribas en la Batalla de La Victoria es Vicente Campoelías de Valladolid; y en la Batalla de Carabobo, entre los valientes defensores de las banderas del Rey,  había más venezolanos que españoles.

Quien jamás niega y por el contrario, busca nuestra incorporación al mundo hispano es Bolívar. Hay que releer sus cartas a Fernando VII. Esta integración nuestra al mundo hispano es de vieja data. Quien recibe en Madrid a la delegación venezolana que gestiona el reconocimiento a la independencia, es Pablo Morillo, El Pacificador, el antiguo Capitán General que se entrevista en Santa Ana con Bolívar, convertido ahora en Capitán  General de Madrid. 

Por parte de España ha sido la propia corona quien ha hecho las demostraciones más significativas.

Cuando murió en Roma el ilustre Académico de la Historia,  Embajador de Venezuela ante la Santa Sede, doctor Carlos Grisanti Franceschi, se ofició un solemne funeral en la iglesia gótica de San Camilo, presidido con toda la pompa cardenalicia, por el Secretario de Estado Eugenio Paccelli, convertido al poco tiempo en Papa Pío XII. En pleno velatorio, llegó un caballero enjuto de rigurosa etiqueta cuya augusta presencia impresionó a todos los presentes. Era el Rey Alfonso XIII quien vivía en Roma desde su derrocamiento. Al recibir el reconocimiento que en nombre del gobierno se le manifestó por participar en nuestro duelo, recalcó: “Era mi deber, y deber de gratitud, porque como Rey de las Españas, estoy obligado para con Venezuela, en donde nació el más grande de los españoles modernos: ¡Simón Bolívar!”.

En 1930, el mismo monarca y su corte en pleno, habían convocado y presidido en Madrid, grandes solemnidades para conmemorar el centenario de la muerte del Libertador.

Y nosotros fuimos testigos de un hecho que ni el propio Bolívar, en sus momentos de mayor optimismo, hubiera imaginado jamás; cuando el actual monarca don Juan Carlos I, fue al Panteón Nacional a colocar sobre su tumba, una corona de flores. Ese día, para muchos, dentro de nuestros corazones, terminó para siempre la guerra de la independencia y España dejó de ser la Madre Patria para ser de allí en adelante, la Patria Hermana.

Por qué El Quijote ?  Si en El Quijote -según Bolívar- está el hombre “como debiera ser”, nos surge una pregunta: ¿cómo debiera ser el hombre?  La respuesta parece fácil: “Como es El Quijote”. Pero entonces cabe preguntarse: y… ¿cómo es  El Quijote? Muy fácil: “loco”.  Pero,  es realmente loco El Quijote porque reacciona alocadamente frente a la realidad que captan sus sentidos y su imaginación o ¿es la alocada realidad que él capta, la verdaderamente subvertida? Sabemos por la simple lectura, que es aventurero, noble, leal, arriesgado, solidario, justo, serio. Pero es doble. Hay dos, Alonso y Sancho. Dos caras de una misma moneda. El autor no puede dibujar al hombre “como debiera ser”, en un solo personaje y tiene que crear dos. Entonces preguntamos: Si a la mejor pluma de la lengua castellana no le alcanzó un solo personaje y tuvo que echar mano de otro, es que el hombre “como debiera ser”, es doble?  Alguien que pueda hacerlo, deberá alguna vez, dar respuesta a esta interrogante.

Nosotros también hemos tenido los nuestros.

Quijote entre nosotros fue Alonso Andrea de Ledesma, de los fundadores de Caracas y su Alcalde. Un su ancianidad, cuando el Pirata Preston amenaza saquear la ciudad recién fundada, ensilla su caballo y armado de su lanza, sale por el camino que conduce a la mar, a enfrentar al numeroso enemigo.  Hiere a varios, hasta que un estúpido lo derriba mortalmente herido de un arcabuzazo. Admirado el viejo corsario lo hace traer con honores a la naciente ciudad. Alonso Andrea de Ledesma ganó su última batalla después de muerto como el Cid Campeador. Don Mario Briceño Iragorri, digno presidente que fue de este parlamento, le dedica uno de sus mejores libros y deja entrever, que Cervantes conoció la historia diez años antes de publicar las aventuras de “El Quijote de la Mancha”, a quien le puso el nombre de Alonso.

Quijote entre nosotros fue aquel Sebastián Francisco, caballero en corcel de madera, quien llegó galopando por caminos de un azul salobre, a la mar de Ocumare de la Costa, en un día como hoy, enarbolando una bandera tricolor, a enfrentarse a un gigante omnipotente por salvar a una dama cautiva llamada Libertad.

La guerra de independencia comenzó un día como hoy, hace 199 años. Por supuesto que antes y después hubo rebeliones y movimientos precursores, pero la guerra, la verdadera guerra, entendida como el enfrentamiento de un ejército organizado contra otro ejército organizado, comenzó el 27 de abril de 1806, cuando jóvenes norteamericanos, polacos y portugueses, reclutados por el General Miranda, invadieron la Provincia  a bordo de tres buques, por el mar de Ocumare de la Costa, donde algunos bajaron a hacer reconocimientos.  En el mástil de la nave capitana, el Leander, venía ondeando por vez primera en territorio venezolano, la bandera tricolor que habían izado en el puerto de Jacmel, en Haití, el 12 de marzo anterior. Atacado el ejército invasor por la Armada realista,  fueron apresados dos de los buques con sus más de setenta tripulantes. Llevados a Puerto Cabello, tras un juicio sumario, diez de ellos fueron ahorcados en un cadalso irónicamente adornado con tres inmensas telas, una amarilla, una azul y otra roja. A quien declaró ser el abanderado del grupo, antes de ahorcarlo le colocaron entre las manos la bandera. Nuestra primera batalla por la emancipación fue una batalla Naval y la perdimos. En ella recibió nuestra bandera nacional su bautismo de fuego, de sangre y de muerte. Varios meses después Miranda volvió a invadir, esta vez por La Vela de Coro con igual mala suerte, solo que esta vez el desembarco fue en sana paz y no a cañonazos como en Ocumare. No puedo desaprovechar la oportunidad de proponer ante esta máxima representación de la voluntad nacional, que se cambie el día de la bandera del 12 de marzo para el 27 de abril, fecha en la cual flameó por vez primera en territorio venezolano, en el mar de Ocumare, el tricolor que es símbolo de nuestra Patria Venezolana.

Cuando en 1963 el Presidente Rómulo Betancourt solicitó asesoría de muy destacados intelectuales entre quienes estaban don Martiano Picón Salas y don José Nucete Sardi, ambos, biógrafos de Miranda, le hablaron del 12 de marzo, día del izamiento en Haití y del 3 de agosto, día del desembarco en La Vela; y el presidente, sabiamente, decidió declarar el 12 de marzo, porque en agosto los estudiantes estaban de vacaciones. Nadie le habló del desembarco en Ocumare. En el Diccionario de Historia de Venezuela de la Fundación Polar, el más completo publicado hasta ahora en el país, en el capítulo dedicado a la bandera, no se dice nada del desembarco en Ocumare. Me permito, con la venia de ustedes, proponer muy respetuosamente ante esta Asamblea Nacional, que estudie el asunto y previa consulta a la Academia Nacional de la Historia, el año que viene,  tal día como hoy, cuando se cumplan doscientos años de la primera batalla naval librada en América por la emancipación,  declare el 27 de abril, como Día Nacional de la Bandera.

Tras su segundo intento, como los cañones ya no alcanzaban a don Quijote de Miranda, de quien Napoleón Bonaparte había dicho: “Es un Quijote pero no está loco”, quienes bien conocían el poder de la palabra, pretendieron ridiculizarlo, y  desde lejos le lanzaron una cuarteta escrita en muy buen castellano, que copiaron como graffiti en las paredes. La cuarteta, rescatada por Edgardo Mondolfi, dice así::

A ESTE VENDIDO AL INGLÉS
CON SU ZARCILLO EN LA OREJA
Y SU PELUCA DE VIEJA
TODO LE SALE AL REVÉS.

Se expone en el hemiciclo de esta Honorable Asamblea Nacional, una escultura de Don Quijote, obra del médico, artista y diputado victoriano doctor Orlando Jaimes Ochoa. De aquí irá a su destino final, la Catedral de La Victoria, donde simbolizará una curiosa relación que existe entre Cervantes y nuestra histórica ciudad. Es la siguiente: En 1571, cuando las tropas cristianas se disponían a enfrentar a los turcos de Salim II, sucesor de Solimán, en la célebre Batalla de Lepanto, el Papa Pío V ordenó a las iglesias de Roma, que rezaran el Santo Rosario, para que la divinidad protegiera a la flota de la Alianza, integrada por España, Venecia, Génova y los Estados Papales, al mando de don Juan de Austria, hijo de Carlos V y hermano del Rey Felipe II. En uno de los barcos, la galera “Marquesa”,  se enroló como soldado, Miguel de Cervantes a los 24 años de su edad. La batalla naval se produjo el 7 de octubre de 1571, en el golfo de Lepanto, con triunfo de la Escuadra Confederada sobre los turcos al mando de Alí Bajá, quien murió de un arcabuzazo. Durante la acción, la más cruenta de su tiempo, Cervantes, quien peleó enfermo, lucho valientemente y recibió tres heridas. Una de ellas le inutilizó la mano izquierda y desde entonces fue conocido como el Manco de Lepanto. Una antigua leyenda afirma que durante la noche, La Virgen apareció en el cielo y le iluminó el camino a las naves de la santa alianza, señalándoles el lugar donde estaba escondido el enemigo. Al conocerse la noticia del triunfo, Su Santidad Pío V instituyó la devoción del Santo Rosario y agregó a las letanías, el “auxilium cristianorum” auxilio de los cristianos. Su inmediato sucesor Gregorio XIII, el pontífice que cambió el calendario, bautizó a la Virgen del Rosario con el nombre de Nuestra Señora de La Victoria de Lepanto y el Rey Felipe II,  ordenó a sus ejércitos en América, que todos los pueblos que se fundaran en esos años, se bautizaran con el nombre de Nuestra Señora de La Victoria. La histórica y heroica ciudad de donde venimos, cuna del padre del Libertador y pedestal de la gloria de José Félix Ribas, fundada en esos años, se llamó desde un principio, Pueblo de Nuestra Señora de La Victoria, y su primera patrona fue La Virgen del Rosario. La carambola es larga, Sancho, pero nuestra ciudad de La Victoria, que se llamaba así dos siglos antes de la batalla del 12 de febrero,  debe su nombre profético a una acción de guerra en la cual se batió con valor y heroísmo, el creador de ese personaje que está representado en esa estatua.

Señoras y señores:
Once días después, en la misma lejana y solitaria costa colombiana, como en el acto final de una tragedia griega, el Sol de América, o como dijo el Rey Alfonso XIII, “el más grande de los españoles modernos”,  muere en casa ajena y con camisa prestada. Días antes ha confesado: “Jesucristo, don Quijote de la Mancha y yo, hemos sido los más insignes majaderos de este mundo”.

Mucha debió ser su admiración por ambos personajes, y su identificación con lo que hicieron, para, en el momento final de su vida, en la oportunidad de escoger una imagen con la cual presentarse ante la posteridad, crear e incorporarse a una trilogía de insignes majaderos, en la cual los otros dos  son nada menos que Cristo y El Quijote.

Muchos rasgos comunes identifican a estos tres majaderos; pero hay dos, con los cuales quiero terminar estas palabras: fueron tres revolucionarios; el primero se atrevió a afirmar en un mundo de desigualdades, que todos éramos iguales y hermanos,  por ser hijos de un mismo padre que era  Dios; el segundo luchó en defensa del honor,  la libertad y la justicia; y el tercero, libertó a un continente; los tres, con sus dichos y sus hechos, dejaron tras de sí, mundos diferentes; y los tres,  alcanzaron la inmortalidad, por la resurrección. El Cristo Redentor resucitó al tercer día y está sentado a la diestra del Dios Padre todopoderoso; don Quijote de la Mancha,  resucita cada vez que alguien, lanza en ristre, enfrenta un enemigo poderoso, sea real o imaginario; y Simón Bolívar El Libertador,  resucita, al decir del gran poeta de la lengua castellana Pablo Neruda, “cada cien años…cuando despierta el pueblo”.

                                                                                                      HE DICHO


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