2 abr 2014

EL “ORFEÓN SANTA CECILIA”





El 22 de noviembre día de Santa Cecilia Patrona de los Músicos, recordamos al legendario orfeón victoriano en el 69° aniversario de su primer ensayo. Dedicamos este cariñoso recuerdo a  Josefina Simoza, Josefina de Subero y Luís Pastori, en el cielo;  y a Mireya Briceño de Guevara, en la tierra.

Tierra de buena música y de buenos músicos ha sido La Victoria. Nuestros abuelos indios tenían miles de años tocando, cantando y danzando cuando llegaron nuestros abuelos blancos y nuestros abuelos negros. En adelante la música tuvo arpas, guitarritas, tambores y maracas. Marcharon parejas  la música del campo y la de la iglesia y ambas llegaron hasta hoy, quinientos años después. 

 Los primeros observadores extraños de nuestras manifestaciones culturales son los curas y ellos destacan  la intima relación que tiene la música con las faenas propias de la vida cotidiana como la adoración a sus Dioses, el trabajo, la diversión, la guerra, el amor y la muerte.  No fue difícil el  mestizaje musical porque aunque diferentes, las músicas respondían a la misma necesidad de comunicar. 

Antes de comenzar el mestizaje, ya atesorábamos siglos de música autóctona,  mucha de la cual sobrevive; y de allí en adelante, la mezcla se va a enriquecer con los aportes españoles y africanos. En un ligero repaso por la obra del profesor Calzavara y de Lucas Guillermo Castillo,  sobre la música victoriana encontramos que en nuestra iglesia pueblerina  la hubo desde los propios días de la fundación y en los diferentes siglos posteriores. Sin detenernos a mencionar la música popular de arpas, guitarras,  tambores, carrizos, chirimías y  otros instrumentos, nos referiremos solamente a la que se interpreta con el más sublime de todos: la voz humana. 

Tuvimos  música coral desde hace más de tres siglos. En 1676 (Siglo XVII) el padre Juan de Heredia y Aguiar enseña a los músicos que van a tocar en la Catedral de Caracas y en casi todas las iglesias de la provincia. En 1741 (Siglo XVIII) Juan Pascual Guevara arma un coro de cuatro voces para amenizar las festividades de San Nicolás de Tolentino. En 1805 (Siglo XIX)  José Simón Caire presenta un coro la noche buena del martes 24 de diciembre.  

Durante el siglo XIX se avecindaron entre nosotros algunos de los mejores compositores  de la época y compusieron aquí sus grandes valses, pero es el siglo XX el de mayor esplendor. Especialmente los tiempos en los cuales nuestro más importante vecino era nada menos que el presidente de la república, el general Cipriano Castro. Entrado el siglo XX existen varias escuelas de música, pero el gran coro será el “Orfeón Santa Cecilia”, fundado y dirigido por el párroco Ángel Pérez Cisneros con la ayuda del maestro Pedro Oropeza Volcán. 

El padre Pérez, quien llegó a ser Obispo de Los Teques, de Barcelona y Arzobispo de Mérida, era de Turmero pero se levantó en La Victoria junto con toda su familia.  Se encargó de la parroquia en 1940, antes de cumplir los 30 años, afincó las raíces y dio frutos. Pastor de  todos, confesor de todos, mentor y guía, protegió al desvalido, confortó al adolorido, socorrió al enfermo, enterró a nuestros muertos, nos dio consuelo y nos señaló un sendero hacia la luz. 

Nos apadrinó, nos bautizó, nos regaló su Dios y su palabra. Nos casó y  sin saberlo, sembró en todos la esperanza de que un hijo nuestro, fuera también su ahijado. Transformó la estructura espiritual de la histórica villa. Restauró la Iglesia Pueblerina; agrupó a los jóvenes en el famoso orfeón que él mismo dirigía; abrió camino hacia la educación superior al fundar el Colegio “Padre Machado” en la actual Casa de la Cultura, vertiente del actual Liceo “José Félix Ribas”. Encabezó la gran cruzada contra el paludismo al crear el Hospital Antimalárico en 1944. Fue músico, poeta, deportista y maestro. 

 El día de Santa Cecilia de 1944 (hizo tras antier 69 años) convocó a los jóvenes que quisieran integrar una coral y de inmediato comenzaron los ensayos bajo su dirección y la del maestro Oropeza. Se ensayaba en la iglesia y ya para la navidad de ese año hubo villancicos, aguinaldos y parrandas en las misas de aguinaldo. Pero el debut del Orfeón fue el Miércoles Santo 4 de abril de 1945 en la iglesia, cuando al salir la procesión del Nazareno, interpretaron “Llorad Mortales” y el “Popule Meus” de José Ángel Lamas, cuyo solista fue Francisco “Pancho” Villasana.  

El 26 de mayo de ese mismo año cantaron en la boda de dos orfeonistas: la bella Mireya Briceño Álvarez hija del gran poeta Rafael Briceño Ortega quien casó con J. M. Guevara Partidas. Cantaron el “Ave María” de Vitoria. Fue un hermoso espectáculo  ver a los propios novios cantando rodeados del Orfeón. Pero el primer Concierto Público se presentó el 25 de octubre del 45 en el “Teatro Ribas”. La solista de este concierto fue Carmen Isabel Bonnet y entre los espectadores estaban el gobernador Aníbal Paradisi,  el famoso narrador hípico Eloy Pérez Alfonso (Mr. Chips), todas las autoridades de la ciudad y numeroso público que abarrotó el teatro. Desde entonces fueron muchos los conciertos, misas, aguinaldos, serenatas y parrandas. 

Las orfeonistas Carmen Isabel Bonnet y María Luisa Sandoval, cumplieron 50 años ininterrumpidos cantando el “Popule Meus” todos los Miércoles Santos en la Iglesia Matriz. La obra iniciada por Monseñor Pérez Cisneros continuó y nuevos coros, hijos del viejo orfeón, han mantenido en sus voces la tradición musical de la ciudad. Nuestra  Coral “Cantaragua” fundada y dirigida por Eduardo Plaza, contó entre sus filas a Mireya Briceño de Guevara ex integrante del “Orfeón Santa Cecilia”. Ella simbolizó el vínculo que une a la semilla con la flor.                                    

 Hasta entonces el movimiento coral victoriano estuvo íntimamente ligado a la iglesia, pero en 1950 se funda en el liceo “José Félix Ribas” de la Plaza, entonces bajo la dirección del profesor Marcano Rojas, el “Orfeón Vicente Emilio Sojo”. Lo integran los estudiantes del liceo Olga Páez, Irma Monroy, Carmen Polanco,  Yolanda Estrada, Yolanda Morales,  Alegría Trusman, Guido Antonini Paredes, Guillermo González Pachano y otros, quienes continuaron bajo la dirección de la profesora Carmen Polanco.

El 12 de febrero de 1950 presentan un concierto en el cual interpretan el “Himno de la Juventud”, el “San Pedro”, “Noche de Paz”, “Claro Sol” y el “Himno Nacional”. Como continuación de una tradición coral ininterrumpida, destacan los coros formados por Eduardo Plaza Aurrecoechea, Luís Fernando Martínez Estarita, Zenaida Muñoz, Daniel Osío, Carmencita Muñoz y sus hijos, “Cantaragua”, los “Niños Cantores de La Victoria”, la “Coral Eduardo Plaza”, la “Coral John Ávila”, “Entrecanto Coro de Cámara” y otros  que actualmente se han ido formando. 

Después de 37 años de haberse ido, regresó el Padre Pérez a su vieja Iglesia Parroquial. Venía cargado de gloria y de merecimientos. Su verbo aún resuena en la memoria victoriana. Vicario de Los Teques y Párroco de San Felipe Neri, el “Papa Bueno” Juan XXIII lo hizo Obispo de Barcelona. Abanderado de la justicia, su célebre Pastoral barcelonesa se difunde por igual en Venezuela y en la Unión Soviética. El Papa Pablo VI  lo eleva al Arzobispado de Mérida. Ahora era Su Excelencia. El Arzobispo, pero para los victorianos seguía siendo el Padre Pérez. Todo había cambiado menos los afectos. La vieja villa heroica y procera era ahora una pujante ciudad industrial; la doméstica iglesia, un imponente Monumento Histórico Nacional.

  En medio de la celebración eucarística el Ayuntamiento le impuso la Orden Ciudad de La Victoria y lo declaró Huésped Ilustre de la Ciudad con motivo de sus Bodas de Plata Episcopales y su medio siglo de vida sacerdotal; fue sencillamente un acto de justicia. Cuando la “Coral Cantaragua” dirigida por Eduardo Plaza, entonó cánticos, hubo Fiesta del Corazón porque el buen pastor había regresado. Se reunió el rebaño y las campanas cantaron aleluyas. Despojado del Báculo y la Mitra, a traer su palabra y a recibir nuevamente el amor de su pueblo, volvió el Padre Pérez a su vieja Iglesia Parroquial de La Victoria. 

Entre voces que evocaban al “Santa Cecilia”, bendijo el lugar donde voluntariamente decidió reposar para siempre. Al entregar su alma a Dios sus restos fueron sepultados frente al Altar de Nuestra Señora del Rosario donde reciben permanentemente el cariño de los victorianos.

En la foto, celosamente guardada por Josefina Simoza de Reyes, aparecen frente al histórico templo victoriano de izquierda a derecha EN LA PRIMERA FILA: Manuel Naranjo, Tulio Rodríguez Trilla, un orfeonista no identificado, el poeta Heriberto Aponte, Jesús María Guevara Partidas, Luis Ascanio, Ansaldo Pastori, el poeta Julio Páez, Luis Carantoña y Alejandro José Muguerza; EN LA SEGUNDA FILA: Julio Quiñones, Pedro Remigio Oropeza, Francisco Aguilar, Manuel Rodríguez Barco, Humberto Buznego, Carlos Márquez, Porfirio Barrios, un orfeonista no identificado, Francisco (Pancho) Villasana “Solista del Popule Meus”, Fernando Lugo y Luis Romero (Romerito); EN LA TERCERA FILA: Carmen Castro, una orfeonista no identificada, Petra María Arana, Josefina Simoza, Zoilita López primera mujer presidenta de nuestro Concejo Municipal, María Luisa Sandoval, Mireya Briceño Álvarez, Esperanza Figuera, Esperanza Alfonzo, Josefina Silva Ríos, y EN LA CUARTA FILA: Josefina Rangel, Amanda Mengelles, Josefina Pérez, Esther Bejarano de Mena, el maestro Pedro Oropeza Volcán (Subdirector), el Padre Ángel Pérez Cisneros (Director), Carmen Isabel Bonnet, Yolanda Soto Áñez, Lourdes Pérez y Josefina Barrios.
EL PADRE PÉREZ

FRANCISCO “PANCHO” VILLASANA
LUÍS,  MIREYA Y JOSEFINA

MIREYA BRICEÑO

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