“Simón: Ni una basquiña tengo para presentarme
y que es prestada la con que me presento (…) pues hay días en que ni luz para
alumbrarme tengo y si por tu decencia crees que el darme media docena de pesos
no es decencia, te engañas; yo recibo cualquier cosa que puedan darme mis
amigos pues hasta el pobre Diego me dio la silla con que me siento. Tengo mis
dos niñas en cama; mi hija Solita ha estado de muerte y no tengo ni un medio…”
Esta carta llena de pena y
desesperación, se la escribe a su primo El Libertador, una sanmateana que llegó
a ser la mujer más rica y la más bella de Venezuela.
Habían quedado atrás los años
felices de la juventud, de la opulencia; la casa de Caracas, asiento principal
de la aristocracia, donde llegaron en su momento príncipes y marqueses
europeos. Atrás quedó el gran salón revestido con cortinajes de damasco rojo
flecos de oro, las mullidas poltronas y sofás, las orquestas de los rumbosos
bailes y las guitarras de las serenatas en las noches románticas y frescas; los
amigos –ahora casi todos muertos- y las extensas posesiones en los fértiles
valles del Aragua, desolados, despoblados y destruidos durante la guerra.
Siete años había pasado la
ilustre sanmateana huyendo por tierras de las Antillas y Guayana, rodando de
pueblo en pueblo y muriéndose de hambre.
Al regreso a la Patria libre, sus
bienes estaban destruidos por el terremoto, por lo enemigos, o por los realistas y patriotas que se las habían
cogido para ellos, como siempre ha pasado en nuestras revoluciones.
A su pariente el Marqués del Toro
le escribe: “Ay Pancho, las cosas de este mundo, si tu papá y el mío vivieran y
me vieran”.
Esta heroína sanmateana se
llamaba Belén Xerez de Aristeguieta; su hija se llama Belén Soledad y su nieta
también se llamará Belén. Nacida en San Matheo el 11 de mayo de 1765, su
infancia y su alegre juventud transcurrieron
entre la opulenta mansión de Caracas y su casa de hacienda en San
Matheo. En ambas casas vio congregarse en oración a su familia, en sendos
oratorios dedicados a la devoción de
Nuestra Señora de Belén, apenas medio siglo mayor que ella. Cuando sea
una mujer –de las más bellas de la Provincia-
prestará su rostro a la madre de Dios, para que el pintor Juan Pedro
López la plasme en toda su belleza, en los retratos de la Virgen de La Merced y
en el de Nuestra Señora de Belén.
San Matheo está en la obligación
de rescatar para el afecto pueblerino, a esta mujer, Belén Xerez de
Aristeguieta, dueña y señora de “El Palmar y del “Trapichito de la Santísima
Trinidad”, haciendas que posteriormente pasarían a propiedad de las familias
Ribas y Montesdeoca, quien por creer y militar en la causa de la libertad y de
la independencia, y por haber sido fiel a los suyos, ahora no tenía ni un
medio, ni una basquiña para presentarse, ni una silla en que sentarse, ni una
vela con que alumbrarse.
La devoción de Nuestra Señora de
Belén tiene ya medio siglo (56 años) cuando nace Belén. Es la sexta de las nueve musas, las hermanas
Xerez de Aristeguieta y Blanco Herrera, las mujeres más celebres de Caracas
durante el siglo XVIII, primas hermanas y vecinas de cuadra de las Palacios
Blanco Herrera, una de quienes, “Concha Palacios”, será, cuando Belén cumpla 14
años, la madre del libertador. No
solamente vivirá esta sanmateana todo el proceso de desmoronamiento del viejo
orden colonial, sino que luchará por el establecimiento de un orden nuevo y
será pionera en la defensa de los derechos de la mujer, y defenderá los suyos,
al litigar en contra de su marido y alcanzar el derecho de administrar su
propia fortuna.
Verá desaparecer todos
sus privilegios a casi toda su familia, morir a su única hija y su única nieta,
y alcanzar una venerable ancianidad hasta su muerte en 1850, a sus 85 años de
edad. Será testigo de la venta de la hacienda “El Palmar” donde había
nacido, a su primo José Félix Ribas
Herrera; de este a su hermano Juan Nepomuceno y de este, a su hermano Antonio
José, los tres casados con sus tres primas Palacios Blanco Herrera y los tres
muertos alanceados en la guerra. Ella
misma junto con su hermana mayor, venderá el “Trapichito de la Santísima Trinidad”
a la familia Montes de Oca y será
testigo del florecimiento de la devoción a La Virgen de Belén, en los tres
altares donde se la venera inicialmente, que son los de su familia Xerez de
Aristeguieta en “El Palmar” y “Trapichito”; el de la familia Bolívar en “El
Ingenio”, y el del pueblo en la iglesia del Señor San Matheo.
Cuando aparece La Virgen, ya la
Iglesia tiene ochenta y nueve años de haber sido erigida, el 30 de noviembre de
1620, fecha que no debe confundirse con la de la fundación del pueblo,
desconocida hasta hoy.
Se ofrece ante la mirada
asombrada de un hombre del pueblo, de un aborigen, el indio Tomás José y se va
a mantener por ya casi tres siglos en la fe y en el amor de su pueblo. Sería
reveladora de esa fe, una investigación documental en las Matrículas
Eclesiásticas y en las Partidas de Bautismo y demás registros documentales, y
mediante encuestas organizadas en las escuelas, acerca del número de mujeres
que en San Matheo y Aragua, han llevado y llevan actualmente, el sagrado nombre
de Belén.
Poco se habla de Inés Heredia, la
esposa de Tomás José; y debería mencionársela más, porque la historia afirma
que se le apareció a ambos. Él llamó a su mujer y cuando ella estuvo presente,
fue cuando se les apareció la santa imagen en forma de una bamba, un real
español, de plata, con una media luna sin nubes ni querubines, con su niño en
los brazos, parada sobre la tierra elevada. La colocaron en un altar
improvisado en su propia casa y esa misma noche del 26 de noviembre de 1709,
recibió de María Micaela, la india madre de José Tomás, y de muchos otros
indios y españoles, el primer rezo del Santo Rosario, primer homenaje de amor
de un pueblo que tres siglos después la sigue homenajeando y reconociendo como
su santa madre. Siempre se ha dicho y repetido que a diferencia de otras
apariciones marianas, La Virgen de Belén no dejó ningún mensaje. Creemos por el
contrario, que su mensaje estuvo en el propio hecho de la aparición, ya que no
se le reveló “a un indio”, como se afirma, sino “a una familia” sanmateana, a
una familia aragüeña, y ese regalo “a la familia”, es el mensaje.
El Padre Nicolás de la Torre,
cura del pueblo, convenció al Indio José Tomás, de que debía trasladar la
imagen a la iglesia y así se hizo. Repiques de campanas, chirimías, cajas,
guitarras, acompañaron el regocijo y la solemnidad, que se mezclaron para hacer
el traslado, hasta el altar de la Inmaculada Concepción. Al siguiente día,
cuando el monaguillo descorrió el velo para cantar la misa, se había producido
el primer milagro, la imagen estaba dorada y a su alrededor aparecían
querubines y nubes. Esta vez también le había tocado a un niño del pueblo, al
humilde monaguillo, ser testigo de este milagro; el primero de muchos. Algún
día La Virgen hará el milagro de llevar a los altares al humilde indio Tomás
José, como la Patrona Nacional al indio Coromoto y como la Virgen de Guadalupe,
a Juan Diego.
La imagen, dicen los testigos,
fue creciendo hasta dos tercios de su
tamaño original y se hizo necesario irle cambiando los relicarios, hasta el
actual, mandado a hacer según algunos, por María Antonia Bolívar, en Londres; y
según otros por los Xerez de Aristeguieta en Caracas. Nos inclinamos por la
segunda tesis, siguiendo al sabio investigador Carlos F. Duarte, máxima
autoridad en la materia, quien afirma en su magnífica obra sobre El Arte de la
Platería en Venezuela, que la Custodia Expositor de la Virgen de Belén fue
mandada a hacer por don Martín Xerez de Aristeguieta, dueño de la Hacienda “El
Palmar”, con el orfebre caraqueño Francisco de Landaeta. Es de plata dorada con
dobletes verdes y rosas, azogados. Tuerca de hierro forjado. En la medialuna que sostiene la medalla de
bronce hay (o hubo) una esmeralda y unos diamanticos. Tiene una altura de
0.585. Faltan la cruz y algunos angelitos y un ángel de cuatro alas.
Según el ilustre académico, debió
construirse en 1773, pues existe una
pintura de esa fecha que la representa. No puede ser cierto, como se afirma en
muchas publicaciones, que haya sido
donada por María Antonia Bolívar ni por
ninguno de sus hermanos, porque cuando la custodia llegó a San Mateo, aún no se
había casado don Juan Vicente de Bolívar y Ponte con doña Concepción Palacios
Blanco. Durante su visita pastoral, el Obispo de Caracas, Monseñor Mariano
Martí, afirma que es una dádiva de Don Miguel, el padre de los hermanos Xerez
de Aristeguieta y Blanco Herrera, entre ellas, las célebres Nueve Musas y entre
ellas, Belén.
Estos días de gloria para el por
mil títulos heróico pueblo, son propicios para que se busquen las reliquias de
Antonio Ricaurte en el altar de la Virgen de Belén, para que se retire del
frontis de la iglesia esa placa embustera y apócrifa donde aparece una acta de
fundación inventada y para que se rescate del olvido y se incorpore a la vida
afectiva del pueblo, en calidad de Heroína de la Patria, a la sanmateana Belén
Xerez de Aristeguieta, colocando su retrato copiado del rostro de Nuestra
Señora de la Merced, en sitio de honor de esa histórica Santa Iglesia
Parroquial del Señor San Matheo.
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