Por Morela Fleitas Freites
Han pasado 520 años del 12 de
octubre de 1492 y aun no nos hemos puesto de acuerdo en el nombre que le vamos
a poner a ese día, porque al bautizarlo,
lo estamos limitando con una definición parcializada, que como toda definición
es cuestionable y deja por fuera partes importantes de lo definido. Durante más
de cinco siglos, el hecho de ponerle un solo nombre a este día, ha resultado
imposible. Hace mucho tiempo, se lo llamó “El Día del Descubrimiento de
América” o “El Día de la Raza”, pero
ambas denominaciones fueron cuestionadas alegando que la raza era una sola, la
humana, y que no se podía hablar de descubrimiento sin aclarar “quién había
descubierto a quién”; porque si es cierto que los europeos tuvieron un primer
contacto -que muchos dicen que no fue el primero- con los primitivos habitantes
de estas tierras, también lo es, que ese
mismo día los indios tuvieron su primer contacto con el hombre blanco. Por otra
parte, este término de “indios” con el que se denominó a los habitantes de esta
tierra de gracia, encerraba un error, porque los navegantes creían –y murieron
creyéndolo- que habían llegado a Las Indias.
Se cuestiona la idea del
descubrimiento de un nuevo mundo, alegando que no era tan nuevo, tanto así, que
la primera ciencia que floreció después de aquel memorable día, fue la arqueología, que estudia precisamente lo
muy antiguo.
Mucho menos se podía hablar del
descubrimiento de América por Europa, porque cuando se produjo ese hecho no
existían ni Europa ni América, y en todo caso la idea era “europeizante”,
porque se simbolizaba con la imagen de un hombre (Rodrigo de Triana) montado
sobre el Palo Mayor de una de las carabelas gritando: “Tierra, Tierra”; cuando desde nuestro punto
de vista americano o indiano, más bien debería simbolizarse con la imagen de un
habitante de nuestra costa oriental,
encaramado sobre lo más alto de un cocotero gritando: “Barco, Barco”.
Más tarde se lo bautizó como “El
Día de la Hispanidad”, pero enseguida se alegó que eso refería a España y
excluía a Portugal. Entonces se acudió
al término “Día Iberoamericano”, que incluía a Portugal, vecino de España en la
Península Ibérica, pero inmediatamente se dijo que se dejaba afuera a
Inglaterra y Francia, conquistadoras de todo el norte del continente, así como
Holanda y otros países que participaron en “eso que pasó“.
Se descartó lo de descubrimiento,
que era un concepto unilateral, y se
sustituyó por el de encuentro; pero entonces surgió la interrogante:
“¿encuentro de qué o de quiénes?”. Primero
se dijo que de “dos mundos” y se arguyó que ni eran dos, ni se habían encontrado. Entonces se dijo que “de dos culturas”, pero tampoco se aceptó, porque no se podía
considerar encuentro, el hecho de que una cultura borrara y aplastara a otra,
tal como pasó; porque al borrar las
ideas religiosas, las lenguas y las formas de vida de unos para ser sustituidas por las de otros, habría
de todo menos encuentro; y en todo caso, sería más bien, no un encuentro sino
“un encontronazo”
Nuestra incorporación al mundo
hispano ha sido muy dura porque comenzó por la fuerza y no hemos podido ni
siquiera ponerle nombre.
Para muchos fue el comienzo “del genocidio”;
“del exterminio” de unos hombres que hasta entonces habían sido libres para ser
sometidos a la manera de pensar, de creer y de vivir de otros. Por el contrario
surgió la idea de que ese día comenzó “La Evangelización” y la civilización de
“los infieles”.
La Asamblea Nacional le ha dado un nuevo nombre:
El de “Día del comienzo de la resistencia indígena”, el cual refiere a la
resistencia que en muchas partes comenzó en las mismas mañanas de sus
respectivos descubrimientos y que aún se
mantiene, no ya contra los conquistadores sino contra el abandono, los despojos
y las injusticias a que los sometieron y aun los tienen sometidos los gobiernos que sustituyeron al
régimen español después de la
independencia. Donde se resistió,
porque hubo, como algunos indios de nuestras costas, quienes le pidieron
a los invasores que no se fueran, que los defendieran de unos indios que venían
de las islas del mar, que los invadían, se llevaban a las mujeres, les robaban
las cosechas y a ellos los mataban y se los comían. Algo importante pasó ese
memorable día, pero cinco siglos después no hemos logrado ni siquiera, ponerle
nombre.
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