12 abr 2014

EL RÍO QUE LA CANTA




Un río victoriano le dio nombre a la tierra. Primero la llamaron tierra  “del” Aragua; después “el valle del Aragua”; luego “valles del Aragua” para terminar siendo “valles de Aragua”. Muchos cambios de nombres; el único que no cambió fue el del río. Las comunidades indígenas que poblaban la tierra le daban ese nombre o tal vez uno fonéticamente igual para referirse a una palma que abundaba en sus márgenes y que hoy identificamos con el chaguaramo. Durante más de cuatro siglos Aragua ha querido decir chaguaramo y por eso el símbolo vegetal de nuestro estado debiera ser esa empinada y soberbia palmera. Si no fuera porque el samán se yergue altivo en toda nuestra geografía y lo que es más importante: en nuestra historia.

En su imponente soneto esculpido en el frontis de nuestra catedral, el gran Sergio Medina al referirse a nuestro otrora caudaloso y cantarino camino de agua, habla de “El río que la canta y el sol que la fecunda. Los dos, limpios raudales de gloria y aguas vivas;…”   
                                                                       
Los disparates de los gobernantes que por conveniencias momentáneas y transitorias le vivían cambiando los nombres a los estados, a los municipios, a las parroquias y a los sitios y que todavía los viven cambiando sin éxito, no pudieron contra el pueblo que sin saber de conveniencias políticas siguieron llamando al río, a la tierra y al estado con su hermoso nombre. 


El nombre del río dio más vueltas que el río. Primero se le puso a la tierra; después a la Provincia y  luego en abril de 1864 la constitución que redactan quienes han vencido en la Guerra Federal, esa espantosa matazón que ni fue federal, ni fue guerra ni la ganó nadie porque la perdimos todos, divide al país ya no en provincias como desde 1830 sino en estados. Ahora el país no se llama República de Venezuela sino que se llamará Estados Unidos de Venezuela, por los próximos 90 años. Nuestra provincia se llamará  Estado Aragua; tanto la capital de la Provincia como la primera del estado, es La Victoria. 

A fines de 1866 se les ocurrió a los diputados de Guárico y a los nuestros, unir a los dos estados y ponerle el nombre de “Guzmán Blanco”. En abril de 1879 el Congreso Plenipotenciario redujo a 7 los 20 estados existentes y crea el estado del Centro integrado por Bolívar, Guzmán Blanco, Guárico, Apure y Margarita (Nueva Esparta); o sea que Aragua, dejó de existir.  La próxima Constitución dispuso que el estado del Centro pasara a llamarse Guzmán Blanco. 

 Y el general feliz porque le fascinaba que le adularan, lo endiosaran y le rindieran culto a su personalidad. Como ninguna “jaladera” es eterna, en 1899 se le cambia al gran estado “Guzmán Blanco” el nombre y le ponen Estado Miranda y el de la capital que era Villa de Cura por el de Bolivia. El disparate mayor (o al menos para quienes no hemos podido entenderlo) lo acuerda la legislatura del estado Miranda el 16 de diciembre de 1898 cuando decide que Aragua y Margarita (Nueva Esparta), permanezcan unidas y formen un solo estado. En  1890 se decretó el  traslado de la capital del Estado Miranda de Bolivia (Villa de Cura) para La Victoria donde permaneció hasta 1893  cuando regresa a Villa de Cura. Por eso se repite que La Victoria fue capital del estado Miranda. 

Las constituciones de 1901 y 1904 designan nuevamente a La Victoria como capital hasta marzo de 1917 cuando se nos arrebata y se pasa para Maracay, no por las glorias del pasado sino porque le dio la gana al general Gómez.  En esos tiempos los estados tenían sus cancilleres y hacían sus tratados de límites como si fueran repúblicas. Por uno de esos tratados, firmado el 31 de enero de 1917, le pasaron a Aragua los pueblos de Ocumare, Cuyagua, Cata y Choroní que pertenecían a Carabobo y nosotros le pasamos a Carabobo el pueblo de Belén donde nació Salvador Rodríguez. El venerable Obispo Monseñor Iturriza decía que la Madre María de San José era Carabobeña porque cuando nació, Choroní pertenecía a Carabobo. 

Los límites con Guárico se establecieron el 13 de diciembre de 1933; ellos nos pasaron  a nosotros Barbacoas y Taguay, y nosotros le pasamos a ellos San Juan de los Morros que era una parroquia de Villa de Cura, para que la pusieran de capital. Esa es la razón por la que Simón y Joselo quienes nacieron en Barbacoas en el mismo cuarto de la misma casa, Simón era guariqueño mientras que Joselo era aragüeño. En esas mismas volteretas políticas están inmersas las capitales;  Aragua tuvo como capitales a La Victoria de 1848 a 1881, a Camatagua, luego  Villa de Cura; penúltimamente otra vez La Victoria y por último Maracay.

Pero a pesar de toda esa cambiadera, el río seguía estando ahí donde mismo y con su mismo nombre. Maltratado, abandonado, descalificado, sintiendo como le robaban sus aguas, convertido en cloaca, sirviendo de pretexto para que de tiempo en tiempo se asignaran inmensos recursos destinados a su  “saneamiento y recuperación” que terminaban engordando los panzudos abdómenes de sus “desinteresados” salvadores. Casi siempre pasivo pero algunas veces atemorizante, dejando sentir la fuerza y la ferocidad con la que es capaz de defenderse. A su paso va dejando leyendas. Una es la del indio acostado; dicen que cuando “traga nubes” orina mucho y el río crece. Los campesinos están pendientes y cuando ven que las nubes que vienen del este “chocan” contra la nariz del indio, se recogen temprano porque saben que el río va a crecer y crece. Otra dice que una vez se llevó por delante la planta eléctrica porque le faltaron el respeto al Santo Cristo de El Calvario; otra que en la “crecida” del cuarentiocho, llegó hasta La Hoyada y que últimamente inundó  y arrasó al restaurante ubicado a su lado.

A su costado sigue estando la ciudad; como al principio, cuando los primeros pobladores españoles aprovechándose de lo ya sedentarizado por los naturales y dando cumplimiento a las Leyes de Toro que establecían que los pueblos debían fundarse al naciente de los ríos (al este) de manera que al salir el sol “calentara primero a las gentes y ni a las aguas”. “La ley respetando” como dice el himno, La Victoria se acunaba al naciente del río. Las aguas siguen su curso natural hacia el verdadero pueblo hermano de La Victoria que es San Matheo y hacia Cagua y de allí, por otros paisajes, hasta enriquecer con sus caudales a la Laguna de Tacarigua o Lago de Valencia.

Pero cuando llega al pueblo, no viene de muy lejos, como sí lo vienen sus afluentes. Comienza a ser el Río Aragua en Pie del Cerro, en el sitio donde unen sus aguas los ríos Gabante y Curtidor ambos nacidos en la cordillera de la costa. Pero ambos vienen tambien recogiendo aguas de muchas quebradas y torrenteras hasta llegar con aguas prestadas que ya les son propias, hasta Las Adjuntas que hoy se pueden contemplar exactamente debajo del puente del Pie del Cerro. 

Por el lado del naciente (al este) viene el Curtidor, que los campesinos del lugar llaman unos, Quebrada de Coche y otros, Río San Carlos. Ambos nombres son válidos porque el San Carlos viene de muy arriba; de La Lagunita, Capachal y el Atravesado, mientras que la Quebrada de Coche, que quiere decir “venado”, viene del Topo Llano Grande más abajo de La Peonía. Por el lado del poniente (al oeste) viene el Río Gabante que baja del Peñón de Gabante y recibe por su margen derecha a la Quebrada Honda. Al unirse en Pie del Cerro, Gabante y Curtidor tomarán el nombre de Aragua y lo llevarán hasta desembocar en su destino final que es la Laguna de Tacarigua o Lago de Valencia. Antes de llegar a La Victoria suma aguas y nombres del Macanillal que a su vez se nutre de las Quebradas de Monte Oscuro, Maraquita, Cambural y Maracas por la margen izquierda y Pesgual, Guaipao, San Ramón, La Loma y Hato Viejo, por la derecha. Pasa por nuestra ciudad y sigue rumbo a San Matheo donde llega después de recoger aguas de las Quebradas de Los Cucharos, Pipe y Orope. De allí a Cagua y ahora sí, al gran lago.

Mucha agua ha corrido por nuestro río en estos últimos cuatrocientos años; ha sido testigo cantarino de nuestra historia pueblerina y heroica; y para nosotros sigue siendo como dijo nuestro gran poeta: “Limpio raudal de gloria y aguas vivas…”                     

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