INDIOS DE LA VICTORIA
(El presente trabajo fue elaborado luego de una minuciosa investigación, por la profesora Gisela Pastori de Núñez, como parte de una tesis universitaria exigida para aprobar el postgrado que cursaba. Lo ofrecemos a nuestros alumnos de la Universidad Bolivariana de Venezuela y al público en general por considerarlo de mucho interés).
ÁREA CULTURAL LA VICTORIA PREHISPÁNICA
De acuerdo con el
sacerdote jesuita Fernando Arellano se entiende por área cultural la zona
territorial ocupada por núcleos humanos que desarrollan en forma semejante una
serie de rasgos particulares referentes a la agricultura, costumbres, creencias
y prácticas religiosas, lenguaje y creaciones artísticas de cualquier índole,
con fronteras muy elásticas a causa del frecuente movimiento de estos
grupos, característica constante entre ellos antes de la conquista en todos los
rincones del país, y a mi modo de ver, ciñéndome a lo antes señalado,
particularmente en la región del Valle del Aragua. Arellano clasifica las
culturas de la Venezuela Prehispánica en áreas diferenciadas, que por lo
general, no coinciden con los actuales límites políticos debido a que las
relaciones comerciales y culturales mantenidas entre los distintos núcleos
humanos estuvieron condicionadas en esa época por diversos motivos que variaron
a lo largo del tiempo. Segùn Miguel Acosta Saignes,este último factor y
la desigualdad cronológica de las fuentes deben ser considerados cuando
se trata de reconstruir nuestras culturas antiguas o de conocer sus
estructuras y relaciones, para lo cual debe verificarse la real
coetaneidad considerando la lenta y disímil penetración de
los grupos de aborígenes en el territorio venezolano. Conforme con esta
recomendación hay que decir que de la Costa y de algunos lugares del
Orinoco existen informes de la primera mitad del siglo XVI, de los Llanos no se
sabe casi nada hasta mediados del siglo XVII ; y del Medio Orinoco y de la
región del Casanare sólo hay informes detallados desde el siglo
XVIII.
Por éstas y
por otras circunstancias, como por ejemplo, la insuficiente información de
carácter histórico y la diversidad de criterios de los estudiosos de la
materia, la delimitación de las áreas culturales del territorio venezolano es
una tarea compleja, y por tanto , para ubicar el sitio donde se
desarrolló lo que después sería el pueblo de La Victoria se
utilizaron las clasificaciones propuestas por varios especialistas, entre
ellas la del citado etnólogo Miguel Acosta Saignes,
quien a su vez basó sus análisis en los estudios de algunos autores
extranjeros, igualmente, las del antropólogo e historiador
oriundo de La Victoria Federico Brito Figueroa, junto a las del geógrafo
chileno-venezolano Pedro Cunill Grau, y las del historiador
aragüeño Lucas Guillermo Castillo Lara.
Acosta
Saignes, para identificar a los grupos de aborígenes que poblaron
el territorio de Venezuela los ubica en varias áreas culturales y a la
que tenía acceso al mar la llamó área de la “Costa del
Caribe”. Cunill Grau, apoyado
en los trabajos de Steward y Kirchhoff, para agruparlos bajo el mismo
concepto la denomina Geografía del Circuncaribe; y Brito Figueroa
prefiere llamarla Área Demográfica Costero-Montañosa. Para el
primero, la Costa del Caribe comprende tres sub-áreas extendidas desde Paria
hasta Borburata: Cumanagotos, Palenques y Caracas, para Steward y Grau,
la Geografía Circuncaribe parte de la Península de la Goajira hasta la de
Paria, con extensiones que abarcan las montañas de los Andes y de la Costa, los
litorales de Paria, el Delta del Orinoco y las sabanas y selvas de la Orinoquia
y Amazonia, Brito Figueroa sostiene que el área Costero-Montañosa
es la que comprende la franja costero-montañosa de los Andes venezolanos,
junto con una porción de los valles occidentales, centrales y orientales, con
proyecciones en las tierras insulares. A su juicio “esta región
era la más poblada, pero no de manera uniforme sino con la siguientes
peculiaridades: a) aldeas de elevada densidad demográfica en las zonas de
agricultura intensiva y riego sistemático. b) centros poblados estables de
relativa densidad en los lugares donde predominaban las formas económicas
basadas en la agricultura de azada y el intercambio permanente de productos de
consumo y c) población periférica nómada con interpenetraciones en las zonas
interiores”. De sumo interés para este estudio es la zona Circuncaribe Norcentral
cuyos paisajes según Cunill Grau “ estuvieron poblados por diversas etnias aborígenes
hasta las primeras décadas del siglo XVII; las cuales prefirieron para sus
establecimientos las numerosas depresiones longitudinales intraserranas
constituidas por la cuenca del lago de Tacarigua, hoy Lago de Valencia, Valles
de Aragua y Valle de Caracas. En estos valles se albergaban importantes
poblamientos indígenas, en pueblos medianos y pequeños formados por numerosos
bohíos. Las abruptas montañas de esta costa sirvieron de refugio a los
naturales en un vano intento de frenar la empresa colonizadora y evitar el
contacto con sus ejecutores; y el poblamiento de las inmediaciones de las
serranías del litoral y del interior que bordean los paisajes llaneros no fue muy
acentuado, debido a las muchas dificultades que ofrecían.
Por su parte, L.G. Castillo Lara realizó un estudio de los albores de la
tierra aragüeña, y la visualiza a través de tres regiones distintas, a saber:
“El Valle, la Costa y la zona sur
de Aragua que participa a la vez de la montaña, el piedemonte y la llanura.
Igual podemos hablar de esas tres regiones en la época colonial: los Valles
Centrales, la Costa y San
Sebastián. Entre las tres zonas no había una unidad administrativa ni política,
pero podemos hablar de una comunicación subterránea, que en definitiva
establecerá entre ellas la vinculación aragüeña”. De acuerdo con
sus investigaciones, en el territorio del actual Estado Aragua se dieron
cita desde épocas remotas grupos aborígenes de diferentes naciones y culturas,
entre ellos: yaguaragatos, masacures, petares, guarenas, trispas, tomusas,
quiriquires,meregotos, Teques,etc; y en La victoria, particularmente, se
produjo una mezcla de sangre indígena mucho antes de iniciarse
en ella el fenómeno del mestizaje que resultó de la empresa de la
conquista, o sea que tuvo lugar un mestizaje aborigen antes del mestizaje
propiamente dicho..
Todo parece
indicar, pues, que los primeros pobladores se concentraron principalmente en
las tierras altas y en los valles interioranos del Circuncaribe Norcentral
venezolano, donde los aborígenes encontraron diversidad de ambientes con
abundante flora y fauna silvestre, en medio de un clima saludable y en un suelo
acogedor. En uno de estos valles está ubicado el territorio bañado por los ríos
Aragua y Calanche (Caganche en algunos documentos de los Siglos XVI y XVII),
asiento de varias parcialidades indígenas localizadas en la sabana de
Guaracarima, en Tucua o Tucúa y en el pie de la serranía que muere en el Mar
Caribe, de donde fueron sacados para ser repartidos a los encomenderos,
y congregados más tarde junto a otras parcialidades traídas de
otras regiones en el sitio bautizado por los colonizadores con el nombre
de Nuestra Señora de La Victoria del Valle de Aragua. Estos naturales se
relacionaron activamente con las comunidades aborígenes circunvecinas. En
las crónicas y documentos figuran algunos nombres de
indios principales de la región, entre ellos: Totoubtar, Curama,
Yaguarnaca, Seque, Mocaguaima, Yusguaima, Tenecumacamo, Gusi, Pume, Tequine,
Caguaienar, Hacomaima,Yocomatacane, Peratumai, Yorocomai, Ocopraca y Taipane.
Un indicio digno
de ser tomado en cuenta para tratar de establecer posibles nexos
entre los aborígenes de las comarcas vecinas y los de La Victoria es el parentesco
existente entre Francisco Fajardo, uno de los más destacados
conquistadores de la región central del país, y una cacica Guaiquerí
llamada Isabel, quien era a su vez nieta y sobrina, respectivamente, de los
caciques Charaima y Naiguatá. El primero dominó en el valle y en el
puerto de Maya, situados ambos al norte de La Victoria, y el
segundo fue señor de una parte de la Costa de Caracas. Este parentesco implica relaciones de diversas
índole entre los naturales de la costa firme y de sus valles inmediatos con la
costa de Cubagua y la isla de Margarita. Entre estos grupos el intercambio de
manifestaciones culturales debe haber sido constante, si es que no conformaban
todo un mismo tronco familiar, lo que también es factible. Los Guaiqueríes del
Orinoco, diferentes según los entendidos, a los de la isla de
Margarita, fueron incluidos dentro de los caribes por el padre jesuista
Felipe Salvador Gilig cuando clasificó las lenguas de los
orinoquenses. Sin embargo, el Padre Arellano piensa que la clasificación
del Guaiquerí como dialecto Caribe dista mucho de ser indiscutible en razón de
que no existen vocabularios guaiqueríes que sirvan de base de comparación
con los vocabularios caribes; y en cuanto a su etnología, considera que
los datos existentes en relación con los rasgos culturales de esta etnia son
fragmentarios e insuficientes para encajarlos con seguridad dentro de un cuadro
etnológico.
Caribe o no, la cultura
de los Guaiqueríes que se radicaron en la isla de Margarita ha debido ejercer
alguna influencia en los naturales que se congregaron en el pueblo de indios de
Nuestra Señora de La Victoria, al verse éstos últimos obligados a
establecer con los de la Costa relaciones comerciales para intercambiar sus
productos, por ejemplo: frutos de la tierra, “carne de monte” y artesanías por
sal y pescado. Desconocemos la vía que utilizaron para comunicarse; pero
creemos que no debe haber sido muy distinta a la que actualmente une a La Victoria con el Puerto y la Costa de Maya entrando
por el mar.
Esta ruta, trajinada por
hombres de a pie y de a caballo, de acuerdo al testimonio oral de las hermanas
Kinsler Pastori, oriundas de Puerto Maya como lo llaman los nativos del
lugar, es como sigue: desembarque en la ensenada de Maya situada al este
del río del mismo nombre, el cual es preciso cruzar siete veces para llegar al
sitio de Los Conucos por donde corre la Quebrada Colorada. Después se
llega a Monte Oscuro, lugar rodeado de muchas haciendas cafetaleras, entre
ellas: Santa Rosa, San Esteban, San Antonio, Las Delicias, El Placer, Las
Marías, La Luisa, El Corozo y otras. Más adelante,
por un puente colgante hecho al parecer por los indígenas en épocas remotas, se
cruza el río La Rivera y se llega al
cementerio, se pasa Macanillal y una hacienda llamada El Portachuelo, que
en una época perteneció a Don Alfredo Jhan.
Desde allí comienza a
empinarse la montaña, la cual una vez remontada, conduce por la izquierda
a una vereda que desemboca en el camino abierto por los colonos alemanes
fundadores de la Colonia Tovar en 1883; y por la
derecha, después de pasar por los sitios conocidos con los nombres de La Mora, La Lagunita y La Gavilana, se
llega a Pie del Cerro, lugar donde se asentaron algunos de los primeros
conquistadores del Valle de Aragua, extendiéndose hasta el nacimiento del
valle, zona que fue bautizada con el nombre de Aragua Arriba. Un poco más
abajo, camino de La Victoria, se encuentra Sarayauta. Un antiguo
caserío del tiempo de los indios, llamado la “Puerta de Aragua Arriba”
por los victorianos. De allí bajaban cantadores, bailadores y músicos de Llora
cada dos de noviembre para incorporarse a la celebración que con entusiasmo
organizaban los vecinos del Barrio de Jesús en la famosa Plazoleta del Barrio.
De La Victoria hacia Puerto
de Maya, o simplemente Maya como le llaman los lugareños , la ruta comienza en
Pie del Cerro, se toma la vía que conduce a la Colonia Tovar,
y luego de atravesarla hasta el final, se cruza a la izquierda,
para iniciar el largo camino que bordea la costa aragüeña por el
Norte, a través de un recorrido contrario al antes señalado,
y después de dejar atrás a Puerto Cruz y Chichiriviche; se
llega a la angosta pero hermosa ensenada. En la actualidad,
aquel río, otrora navegable y fuente de vida, tanto para los
naturales residentes como para los que iban de paso, ha sido represado con la
finalidad de asegurarle el agua a algunos vecindarios distantes en
perjuicio de los porteños, cuyas protestas ante este hecho fueron desestimadas.
Después de todas estas consideraciones, me he
convencido de que es bien complicado llegar a determinar cuál o cuáles
parcialidades indígenas ejercieron mayor influencia en el pueblo victoriano,
sobre todo cuando son tan escasas las evidencias de sus rasgos culturales
primitivos. Si bien es cierto que se han encontrado importantes restos
arqueológicos en algunos lugares de Aragua y Carabobo,
desafortunadamente, en el sitio que ocupa La Victoria no ha ocurrido ningún hallazgo significativo,
aparte de algunos objetos de una cerámica rojiza y brillante, y numerosas
piedras y manos de moler que hablan por sí solas del consumo de maíz en
la región, diseminadas a lo largo de las quebradas que corrían al noreste de la
ciudad y en las riberas del Río Aragua.
Hace algunos años llegaron a
mis manos unos trozos desprendidos del borde de una tinaja de barro, que
casualmente quedó al descubierto cuando un grupo de muchachos jugaba a la
pelota sobre el lugar donde había sido enterrada. Era un campo de juego
improvisado en terrenos de la antigua hacienda La Mora, en los cuales se estaba
construyendo una de las etapas de la Urbanización las Mercedes en la década del
70. Por boca de dos de estos improvisados jugadores, a la sazón alumnos míos,
supe que trataron de desenterrar lo que en principio creyeron un tesoro de los
tantos que han sido encontrados en diferentes sitios del viejo pueblo colonial;
pero al percatarse de que había huesos en su interior, se asustaron y
desistieron del intento. Presumí que se trataba de una tinaja para uso
funerario; pero no logré que así quedara establecido a pesar de
haberlo procurado, porque las autoridades que para entonces regían los destinos
de la ciudad, se mostraron indiferentes a mi llamado. De ser cierta mi
presunción, éste sería un vestigio histórico de la existencia de un
cementerio indígena en La Victoria; bastante alejado por cierto del
lugar donde se levantó la primera Iglesia a principios del siglo XVII, en
cuyos alrededores se fueron concentrando en forma paulatina los habitantes del
pueblo de Nuestra Señora de La Victoria del Valle de
Aragua
Algunos años después de
este hallazgo fortuito, y cercano al mismo lugar de
dispersión ocurrió otro que sirvió para reafirmar esta primera hipòtesis.
En una vivienda de una nueva urbanización, de las tantas que se han ido
levantando en los terrenos de esa extensa hacienda, fue desenterrada a finales
del año 2003 una tinaja contentiva del esqueleto de un hombre joven
cuidadosamente colocado y tan bien conservado que mantenía intactas
todas sus piezas dentales. Esta vez sí se tomaron las medidas para que
este nuevo descubrimiento no corriera con la misma suerte y estamos
a la espera del resultado del estudio al que està siendo sometido en los
laboratorios de la P.T.J. de cuyo seguimiento han estado pendientes
el Cronista de la ciudad Dr. Germán Fleitas Núñez y
el historiador e indigenista venezolano Dr. Mario
Sanoja. El hecho de que ambos restos fueran enterrados dentro de
vasijas de barro cocido no es prueba contundente de que todos los
antiguos pobladores de esta región tuviesen las mismas
costumbres funerarias; pero hasta ahora no hay razones de peso
para pensar otra cosa.
Elías Rodríguez Argüello en su estudio ya
citado, fundamentado en los conceptos extraídos de la Guía del Museo
Antropológico de Maracay, de la Fundación
Lisandro Alvarado, apunta al respecto que los
aborígenes de esta región habían cultivado el arte de la cerámica como lo
demuestra la gran cantidad de piezas utilitarias y deidades encontradas
en las márgenes del lago de Tacarigua, hoy de Valencia, y en sus proximidades.
En cuanto a las urnas funerarias dice que pueden catalogarse como
deidísticas porque formaban parte del culto a los muertos. En cuanto a su
uso sostiene que nuestros pueblos aborígenes – dando por descartado que
se refiere concretamente a los de Aragua- enterraban sus difuntos directamente
en la tierra y transcurridos cinco años, poco más o menos, procedían a
enterrar la osamenta dentro de la tinaja funeraria junto sus pertenencias
habituales más queridas para su enterramiento definitivo. Gracias a ese
ritual se han encontrado en tales urnas de barro huesos de
animales, semillas diversas, objetos de cerámica y bebidas espirituosas
destinadas a acompañar al difunto en su largo recorrido por los túneles del
infinito. No coincide esta descripción con las de otros autores tratados
en este estudio a través de los cuales hemos podido apreciar indistintos
procederes en cuanto al destino final de los muertos entre ciertas
etnias de la zona central del país. Tampoco es mi intención ponerlo en
duda, pero me llama mucho la atención aquella costumbre, por lo visto muy
generalizada, de organizar lloras y otras ceremonias fúnebres justo al año de
muerto el pariente, que los naturales llamaron “ el año
triste ” y también “el cabo de año”. Por otra parte,
desconozco el procedimiento que utilizaban para desenterrar
los esqueletos después de varios años sin que se desarticularan, tal como
se pudo observar en el encontrado en La Victoria, para luego colocarlos
dentro de las mencionadas vasijas, por muy grandes que éstas fueran, a no
ser que tal cosa tuviera relación con la costumbre de enterrar los muertos de
pie, propia de ciertas parcialidades de aborígenes de otras regiones.
Al lado de los
indicadores señalados existe otro que considero de primordial importancia, y
sobre todo cuando no se cuenta con elementos de juicio suficientes
como para asegurar que la población autóctona de un lugar X, tuvo tal o cual
procedencia. Se trata del elemento lingüístico, cuya relevancia ha
estado, en no pocas ocasiones por encima de cualquier otra fuente, por cuanto
constituye para el investigador una de las herramientas más
valiosas para deducir la posible pertenencia de una etnia
determinada, a cualquiera de las familias de lenguas aborígenes de
nuestro país. Mediante el estudio de las voces indígenas del habla
cotidiana de un lugar, existe la posibilidad de hacer conjeturas con menor
riesgo de hacer falsas interpretaciones. En consecuencia, ha sido utilizada por
los lingüistas para identificar las dos oleadas de poblamiento ya
señaladas, ambas de Suramérica pero de distinta filiación lingüística: la Arahuaca
y la Caribe. Un ejemplo de
ello es ofrecido por Lino Duarte Level en el capítulo
de su Historia Patria correspondiente a los aborígenes de Suramérica; y
por supuesto de Venezuela. Según este autor: “…Hay motivos, al
parecer fundados, para creer que la raza tupís fue la primera pobladora de la América del Sur bañada por
el Atlántico; de esta raza se hace descender a los Arucas, que son
esencialmente suramericanos por su origen y filiación … por el occidente fueron
hasta Santa Marta y la Goajira, abrazando toda la hoya del Orinoco … Los arucas
dejaron huellas de su dominio en el oriente de la América del Sur. El
prefijo gua o oua, que corresponde al ah de los mayas y al güe de los
tupis de donde tal vez viene, lo hallamos por todas partes en esta región. Sus
ideas religiosas indican influencias ejercidas por las naciones de la América
Central. El lenguaje es el más diseminado en Suramérica,
principiando al Sur con los Guanás en las cabeceras del Paraguay hasta la
península de la Guajira que es la tierra
más al Norte del Continente. Las tribus arucas, ocupaban probablemente,
dice Davis, la mayor parte de las tierras bajas de Venezuela de donde fueron
arrojadas por los caribes, poco antes del descubrimiento. Esto último fue muy
reciente, pues las mujeres cautivas aún hablaban en aruco cuando llegaron
los europeos… Son palabras arucas, según Duarte Level: ají, batea, caracol,
conuco, hamaca, maíz, hico, sabana y tabaco.Ésta última era el nombre de la
pipa, y no de la planta, que se llamaba cohoba. El prefijo gua para ellos
significó dominio o posición. Así Aragua quiere decir “nuestro sitio”.
Pero hubo nuevas
palabras en otra lengua porque “…Una nueva raza se presentó en el
campo: la Caribe. Su verdadero nombre
es Calina de donde salió Calinago, Calibis, Galibis, y por último Caribe, que
al principio fue sinónimo de caníbal ... la mayoría de los que han
estudiado a fondo el asunto están de acuerdo en que vinieron del sur del
continente meridional de la América ... Es un hecho
indudable que los caribes de Venezuela invadieron y conquistaron los pequeñas
Antillas poco antes del descubrimiento, de manera que la invasión fue de Sur a
Norte. Los caribes de las Antillas francesas creían ser descendientes de los
Calíbitis o Galibis, sus aliados y grandes amigos, habitantes de la América meridional y
vecinos de los Arucas en Guayana. Contaban ellos que todos los caribes estaban
sujetos a los arucas y obedecían a su señor; pero que una parte de ellos,
cansados del yugo, se sublevaron y se vinieron a Tobago de donde ocuparon luego
las otras Antillas, haciendo excursiones a Guayana a robarle las mujeres a los
arucas, que a ejemplo de ello otros caribes se sublevaron, vencieron a los
arucas, los echaron al interior y se quedaron viviendo como señores de la
tierra.
Al tiempo de la conquista apenas
quedaron arucas en Guayana y eran los maipures y los baris en el alto
Orinoco, los mitua en el Inírida, los ativeros en el Atabapo, los achaguas en
el Meta y además los Guajiros” .
Según el mismo Level, los Tupis, los Arucas y
los Caribes; aunque pertenecen al mismo grupo lingüístico, al diseminarse
a lo largo y ancho del continente fueron tomando diferentes características
somatológicas. De allí que la gran variedad de dialectos que hablaban las
tribus venezolanas pueden reducirse a dos o tres matrices entre las cuales
domina el caribe. La multiplicidad de lenguajes tuvo su origen en la
transmisión oral y en el continuo movimiento de grupos humanos empujados
por el hambre y por otras circunstancias. Entonces se
crearon nuevas palabras y se introdujeron giros y acentos diferentes, que
a primera vista, parecía ser un nuevo dialecto bien distinto al que lo había
originado.
Este autor asegura que entre nosotros hay
reminiscencias caribe por todas partes. Así, el afijo car equivale a
cantidad, cur es poco, ina pequeño y gua es un posesivo. También tenemos
muchas palabras en las cuales reconocemos el afijo y el calificativo: tuna =
agua, guara = río, guaica = arma y/o jefe, guere = mosca, goto o coto = tribu,
apo = fuego, atu = cascada, ani = familia, ora = techo, coro = viento, aro =
sombra, guare = hieba, are = sitio, ama, ire = camino, nagua = loma, icha =
doncella, pacara = cesto, ira = salida, ita = sangre, uma= calor, y otras
muchas. Según Level, descifrar el lenguaje caribe es complicado en razón
de que hicieron uso de símiles, aféresis, apócopes, cambio de sílabas, letras
intercaladas y palabras compuestas. Un ejemplo de esa dificultad sería la
adición de un afijo para modificar el sentido de una palabra como
ocurre con las voces ereba que significan maíz y
edebali comida de maíz , de las cuales provino la palabra arepa…
El Cronista Botello, en un artículo de
prensa intitulado De re Indígena (que significa cosas de
indígenas), apunta con relación a la lengua de los diversos
grupos de aborígenes venezolanos que algunos sacerdotes, entre ellos el Padre
Ruiz Blanco y el Padre Tauste, escribieron acerca de la
lengua Cumanagota -pariente de la Caribe- un catecismo y otros libros que hablaban del idioma
como tal, un diccionario y una relación de ciertas expresiones
cotidianas que hoy son el más preciado tesoro para conocer el
origen de muchas palabras y topónimos característicos, desde el Oriente hasta
el centro del país y los llanos, porque los Caribes-Cumanagotos dominaron la
escena. Agrega el autor del citado artículo que por eso nuestros pueblos se
llaman Maracay, Turmero, Cagua (de caigua, caracol), Cura (el aguacate),
Tucutunemo (boca pequeña),el sitio de La Victoria era Tucua o Tucúa, Ocumare (el bejuco de cumari),
Píritu (una planta utilitaria), Guaracarima (sitio de los monos), Güiripa (
o quiripa , un objeto intercambiable que servía de moneda), Taguay (que
es cocuiza) Güere (el áspero jabillo), Cataure, (un canasto), y así muchos
otros porque casi todos los pueblos de Aragua tienen un nombre indígena; pero
que en el Oriente son más porque es la cuna del ancestro Cumanagoto. Dice
también Botello, que de acuerdo a las modernas
investigaciones, son 19 las lenguas indígenas
contemporáneas, de las cuales hay dos en vía de desaparición pues el
universo que las habla no llega a las veinte personas; y para poder
escucharlas es necesario ir por la carretera del
Tigre-Soledad a los apartados caseríos de los Kariñas, a Caicara
del Orinoco donde viven los Panares, en Santa Elena los Pemones, en Puerto
Ayacucho los Piaroas, en Guachara los Yaruros, en el Delta los Guaraos, en el
Alto Orinoco los Yanomamis y en el Zulia los Guajiros y los Paraujanos. Casi
todas estas lenguas fueron estudiadas por el misionero Fray cesáreo
de Armellada, académico, antropólogo y educador; “el padre indio” como le llamaban
en la Gran Sabana, donde fue uno de los
pioneros de la evangelización.(49 ) En Venezuela, hasta la Constitución del año 1999 no existía
ninguna ley que obligara a los maestros que laboran es esas zonas a conocer el
idioma de los indios. Ahora es un requisito ineludible y los libros deben
ser bilingües. Pero con todo y eso, el proceso de extinción continuará
inexorablemente y llegará un día en que de esas lenguas quedarán sólo unas
pocas palabras que servirán para recordarnos un pasado cada vez más
lejano.
De acuerdo con lo dicho por Level en párrafos
anteriores se infiere que la unión de Arucas con
Caribes desencadenó también en ese pasado remoto una notable
modificación de sus costumbres, usos y tradiciones, lo que
significa que ya para la llegada de los conquistadores los
dialectos y los ritos fúnebres, por citar una de las
celebraciones de más interés para el momento que nos ocupa, tendrían
nuevas características. Con el tiempo, aunque cada familia aborigen
contase con su fiesta funeraria en particular, ambos grupos étnicos
habrían llegado a compartir algunas creencias mágico-religiosas.
Esa variedad de rituales practicados desde épocas pretéritas
para honrar a los muertos, celebrado cada uno a su manera y en
fechas diferentes, tuvieron forzosamente que adaptarse al calendario
cristiano. Por disposición de la Iglesia fueron
obligados a realizarse sólo los días dos de noviembre de cada año; y en vista
de que en ese entonces existía la costumbre generalizada de llorar en
grupo como parte importante de la ceremonia fúnebre, es muy probable que
de allí haya partido la idea de calificar la celebración con
el nombre común de llora.
En líneas generales, a los
nativos de la región central del país se les puede identificar por
ciertos rasgos característicos de estas dos grandes familias aborígenes. Es de
hacer notar que algunas de las costumbres a las que he hecho referencia son
desconocidas entre nosotros; y si existieron alguna vez, desaparecieron sin
dejar huellas. Verbi gracia, la de quemar a los muertos para
posteriormente beber sus cenizas, tampoco la de padecer el marido
los malestares del embarazo de su mujer y menos la de guardar
dieta después del alumbramiento, esta última de uso común entre los
grupos de filiación caribe, que los conquistadores llamaron couvade. Por
el contrario, las mujeres de todas las clases sociales del centro del país ,
hasta hace relativamente poco tiempo, guardaban después del parto un
cuido riguroso durante 40 días (lapso llamado por estos lados
“la dieta” ), durante los cuales se alimentaban con el
tradicional hervido de gallina, ( criadas, por lo general en el gallinero
de la casa, una para cada día ), queso blanco y pan tostado;
y las parturientas resguardaban al recién nacido dentro
de la habitación hasta pasada la cuarentena para protegerle del
“sereno” o rocío nocturno, culpable, según la creencia, del
mortal tétano del ombligo o mocezuelo que tantas muertes neonatales
causara por aquellos tiempos. Mientras tanto, el papel del hombre,
en el mejor de los casos, se concretaba a complacer los “antojos” de la
embarazada para evitar que el niño naciera “con la boca abierta”, y
de costear los gastos que acarreaba el parto, el cual rara
vez tenía lugar en un hospital o casa de salud, pues la mujer paría en el
hogar con la ayuda de la comadrona, partera o madama, que las había en cada
pueblo o caserío, por muy apartado que estuviera. Vaya un recuerdo oportuno y
merecido para la sabia partera campesina de la Costa y del Puerto
de Maya que asistió a mi madre por allá por la década del cuarenta, la señora
Pascuala, quien se ufanaba de haber traído al mundo más de cien niños sin
ningún percance fatal y cuyos cuidados para el neonato había aprendido seguramente
de sus mayores, como por ejemplo, colocar la placenta junto a un poco de
alhucema en un hoyo con brasas cercano a la habitación de la parturienta
para asegurarle una pronta recuperación, enterrar el ombligo del recién nacido
para que no se olvidara nunca de su lugar de origen, y darle una
cucharadita de clara de huevo batida para extraerle la flema o gleras de
los pulmones y “para que cantara bonito”, costumbres que
sugieren, en relación con el parto,una mezcla de tradiciones aborígenes,
africanas y españolas
.
Volviendo al tema de lo lingüístico, en vista de
que algunos investigadores e instituciones se han ocupado de
estudiar el lenguaje de nuestro aborígenes y de publicar los
vocabularios respectivos, me ha parecido conveniente hacer una selección
de ciertas palabras de naturaleza indígena del habla más o menos
reciente y actual de La Victoria, agrupándolas
de acuerdo a su procedencia, entre las cuales, seguramente, se habrán
colado algunos africanismos, modismos y otros términos de distinta
naturaleza.[GF1][ Palabras de probable procedencia aborigen del
habla cotidiana de los victorianos. (Algunas ya en desuso).
De filiación Caribe (Cumanagotas, Tamanacas y
Caracas).
Voces de la Lengua
Guayquerí: (comunes también en la Isla de Margarita).
Duarte
Level incluye las voces canoa, cocuyo, macana y onoto dentro de una lista de
palabras de origen caribe y la palabra casabe es considerada voz caribe
por algunos especialistas y taina por otros. En cuanto a la palabra
hamaca, Ehrenreich dice que parece que este lecho colgante diferente al
chinchorro fue inventado por los arucas; pero la mayoría de los investigadores
afirman que fue introducida en el país por los caribes, no
obstante, Colón la reseña en el diario correspondiente a su
primer viaje, durante el cual tuvo contacto sólo con naturales
antillanos. Como puede apreciarse, hay muchas dudas y diversidad de
pareceres al respecto.
Voces Aztecas
(México)
Voces Quechuas (Perú y Ecuador)
Con la finalidad de escudriñar
todo género de documentación que pudiera conducirme
hasta lo que pudiera ser la génesis del baile de La Llora de La
Victoria revisé numerosas publicaciones y archivos en
búsqueda de datos relacionados con los bailes y rituales indígenas.
Una de las más ricas y confiables es la del Jesuita Fernando
Arellano toda vez que se apoya en los testimonios de religiosos que, en
calidad de misioneros, convivieron con los aborígenes durante largo
tiempo; y en especial, de los que tuvieron el cuidado de aprender
sus lenguas.
Uno de ellos, el
capuchino fray Cesáreo de Armellada, tuvo la oportunidad de
observar de cerca las vivencias de los indios del Orinoco, entre ellas, sus
danzas. En la Relación que escribió al
respecto se aprecia que no sólo se preocupó por hacerse
presente sino que tuvo el cuidado de indagar sobre lo que
cada celebración significaba, lo cual le llevó a afirmar que “…los
bailes indígenas están todos estrechamente ligados a la costumbre de embriagarse
en razón de que lo primero que intentan es la diversión (en sentido
etimológico) y la alegría, además, el baile en grandes coros con música,
disfraces, mimetismo, bebidas, etc, viene a producir necesariamente aquella
exaltación orgiástica. No se organizaban bailes
para festejar nacimientos, matrimonios ni defunciones, pues está
reñidísimo con la manera sencillísima y privadísima de los unos las
restricciones que impone el couvade* respecto de los recién nacidos y el asarakpué
respecto de los parientes difuntos, todas ellas incompatibles con las
comilonas y bebezonas de los bailes Poseen
estos indios dos bailes autóctonos que acompañan con instrumentos diferentes.
Los dos son en corro o en círculo, con movimientos acompasados y lentos:
y tienen la particularidad de que suelen bailarse a la vez: el Tukui y el
Parichará, formándose un doble círculo. Los que bailan Parichará, (círculo
interior), se mueven con la cara hacia el centro: y los danzantes del Tukui,
(círculo exterior), caminan detrás del cabecero o tamborilero, a veces en doble
fila o en parejas cogidas del brazo. A veces el director cambia repentinamente
y los obliga a caminar hacia atrás. Al final de cada verso o motivo poético
repetido infinidad de veces se dan pasos hacia atrás y hacia delante mirando
hacia el centro donde se encuentran las camazas o canoas de kachirí, se lanzan
grandes gritos y se hace la pausa para beber. Hecho un pequeño descanso el
dueño del tambor marca de nuevo el compás, entona nuevos versos y el
baile continúa hasta agotarse las fuerzas o la bebida. La monotonía que
resulta de este bailar tan prolongado, no lo es tanto para los cantores por la
variedad de los versos al estilo de la salmodia o de la letanía que le
confieren un efecto maravilloso en el terreno de lo religioso o de la
magia. Las letras suelen transmitirse de memoria; pero alguna vez son
inventadas durante el trance mismo del baile inspiradas en paisajes
o sucesos de la vida cotidiana…”
La voz autorizada de este
religioso, en una época director del Instituto Venezolano de Lenguas
Indígenas, hace pensar en la necesidad de enfocar la celebración de las danzas
funerarias desde otro punto de vista. Podría dárseles una connotación
absolutamente mágica y religiosa y no tenerlas como bailes propiamente dichos,
sino como escenificaciones fúnebres. Así, serían considerados bailes o
danzas sólo los de diversión. Sin embargo, dado que en todas sus reuniones
tristes o alegres el consumo de bebidas embriagantes no podía faltar, habría
que convenir en que, irremediablemente, terminaban siempre con las consabidas
borracheras colectivas. De ser así, ese argumento refuerza mi
posición en cuanto a que La Llora habría sido en un principio una
ceremonia puramente ritual, para convertirse después, por obra de
las circunstancias, en un baile de diversión.
También
el Padre Jesuita Felipe Salvador Gilij durante su labor misionera
en la reducción indígena San Luís de la Enramada hizo las
siguientes observaciones: “ el baile era el entretenimiento favorito de
los orinoquenses y cada nación tenía sus danzas distintas y su modo particular
de ejecutar los movimientos. ”. En una de sus incursiones por los
alrededores de la Misión integrada por indios
Tamanacos vio que realizaban bailes donde ofrendaban bebidas y comidas
para alejar al demonio y una vez oyó los horribles gritos que daban en la selva
dos o tres jóvenes tamanacos mientras los otros bailaban dentro del poblado, y a
la pregunta de por qué aullaban de esa manera, le respondieron que lo hacían
para alejar a Mavári o genio maligno.
En un
folleto editado por el Consejo Nacional de la Cultura,
el Ministerio de la Secretaría de la Presidencia y el Museo Nacional del
Folklore figura una cita suya relacionada con estos aborígenes en
la cual hizo un bosquejo de las modas” que utilizan en los días solemnes
de esta manera: Los tamanacos en los grandes bailes , dejando sólo el
botuto, bailan al son de la maraca. No se disponen en círculo, ni los
unos se apoyan en los otros, como en el baile común, sino en forma de
media luna, danzando siempre y conservando siempre, mientras la cabeza se
mantiene, la misma figura. Lleva cada uno en la mano una caña gruesa de
guadua de la altura de cuatro palmos con la que golpean el suelo. Se
pinta también cada uno de varios modos ridículos, y se atan
plumas de diversos pájaros. El primer bailarín, que de ordinario es de la clase
de los caciques o de los piaches, conduce el coro con el cuerpo un poco
encorvado y le siguen los otros, serios y graves igualmente pero derechos, y se
mueven tan bien que producen asombro mirarlos. Y continùa su relato el
sacerdote: “pero ésto no es lo más notable de sus bailes. Más que todo me
gustó la armonía y me deleitó su ritmo....no hay peligro de que ninguno
desentone: maraca, sonajas, golpear en la tierra con guadua, movimiento
de pies, canto, todo va de acuerdo”. Pido al lector leer con
detenimiento el siguiente párrafo: “ la voz de las mujeres se levanta
sobre la de los hombres; pero se levanta con gracia. El piache canta
primero, y cantan después los otros y repiten sus palabras y así
alternativamente cantando llevan tan ordenadamente la voz que parece que
canta uno solo”. Para la comprensión del proceso de transformación del baile de
La Victoria es verdaderamente interesante esta descripción por
cuanto deja ver que los indígenas bailaban en círculo sólo en las
fiestas que no eran solemnes, y que además cantaban en
alternancia como algunos cantos de la serie victoriana. Particularmente
me inclino a pensar que La Llora comenzó siendo una ceremonia semejante a
la descrita por Gilij, vale decir, para rendirle honores a los
muertos importantes del grupo; pero que al ser privada de
su carácter ritual y convertida por obra de las circunstancias en
un baile festivo, adquirió los elementos que en una època
temprana caracterizaban los “ bailes comunes¨,
como las que describe el Padre Tauste en la Relación
transcrita por Carrocera, propias de las costumbres de los indios
Chaimas de la Misión de Cumaná, disipados y aficionados a
celebrar convites y fiestas con borracheras para lo cual usaban “
pinturas, disfraces y adornos”
Existen
otras contribuciones importantes en este campo entre las que
destaca la del escritor Martín Matos Arvelo,
citado frecuentemente por Isabel Aretz en su extenso estudio sobre
los instrumentos musicales de Venezuela, ya sea describiendo una
ceremonia fúnebre, un instrumento musical o un baile
perteneciente a la cultura aborigen de nuestro país. Sus
testimonios resultan de singular importancia para el conocimiento de los
bailes que suelen acompañarse con las flautas de Pan, que en la lengua
aborigen es llamada de diversas maneras, entre ellas, mare,
caramillo o carrizo, y en castellano: zampoña, siringa
o gaita. Entre los que calificó de “pintorescos y caprichosos bailes
aborígenes” señaló El Pabón, El Pilón, La Palometa, El
Paulau, El Curumare y; finalmente, también citó y describió uno de
gran interés para comprender el proceso de transformación que ha
experimentado el baile de La Llora en virtud de que su nombre coincide
con el reseñado por el Obispo Martí cuando su visita pastoral
al pueblo de La Victoria. La somera descripción que de dicho baile
hiciera el religioso dificulta la tarea de establecer la
correlación exacta entre ambos, cosa que hubiese sido
de enorme utilidad para sacar conclusiones en ese sentido. Se trata
del Baile del Carrizo cuya descripción es la siguiente:
“Los músicos que son tres giran solos de pie en el centro de una sala o patio.
Poco a poco los rodean numerosas parejas que danzan en su alrededor. En esta
primera parte de la danza los tres músicos giran con los rostros hacia la circunferencia;
y los movimientos de las parejas son vivos y animados y se escuchan los
gritos cortos de ¡ jai ¡jai! ¡jai! y los dedos de las gaitas son alegres,
vivaces y agudos. A esta figura sucede un cambio de posición en los bailarines
y en los músicos que se voltean con los rostros hacia el centro del
círculo , y un cambio en la nota de los carrizos que ahora son tristes y
quejumbrosos, graves y sostenidos. Por último los músicos cambian nuevamente de
posición y de movimientos; y su música es ya alegre, ya triste, ya
aguda, ya profunda; y los danzantes corresponden bailando sin orden ni
concierto, hasta salirse todos del círculo y hacerlo en la mayor confusión. El
silencio de las gaitas pone fin a la danza.
Esta
descripción minuciosa del baile citado realizada por
Matos Arvelo y publicada en una obra de su autoría editada en 1912, a pesar de que
no permite asegurar su correspondencia con el baile de La Victoria;
aunque puede presumirse, ha sido providencial para ratificar
la idea que se tenía de la clase de carrizos que acompañaron
al baile de La Llora en su etapa inicial toda vez que afirma, como ya se
dijo, que todos estos bailes se acompañan con las llamadas flautas
de Pan, instrumento musical que se fabrica con una serie de tubos de
tamaños diferentes atados de mayor a menor y que, según Aretz, fue mencionado
en Venezuela desde los primeros tiempos de la Conquista y su
uso se conserva hasta nuestros días, tanto entre las diversas
tribus indígenas como entre algunos grupos mestizos. Su nombre más
difundido en la actualidad es el de carrizo. Algunas
imprecisiones del autor, así como de la gran mayoría de los cronistas,
dan pie para que surjan dudas al respecto, y a veces
pareciera que también los instrumentos de un solo tubo reciben el nombre
de gaitas. Sin embargo Aretz, especialista en la materia, afirma que
las flautas de Pan, carrizos y gaitas son una misma cosa.
De ser así,
hay motivos para pensar que este baile del Carrizo podría ser
el mismo del de La Victoria y de San Mateo, aunque con toda seguridad,
para el momento de la visita pastoral del Obispo a ambos pueblos, ese baile del
Carrizo o de Gaitas, probable antecesor de La llora aborigen del cual
tuvo conocimiento por parte de sus informantes, habría sufrido ya
notables transformaciones que desafortunadamente no hemos podido precisar. Lo
que más llamó la atención del sacerdote fue la indecencia de
que durante el baile los hombres se sujetaban del cuello de las
mujeres, y para colmo de males, eran fiestas nocturnas. Pero a
pesar de que no existe la información detallada acerca de los bailes en
cuestión, intuyo que podría haber existido una relación de
continuidad entre ellos, hasta que en algún momento que tampoco hemos
logrado determinar, el de Carrizos o Gaitas cayò en el olvido para dar paso al
Baile de La Llora. El encadenamiento de los hechos aludidos conduce
a la siguiente conclusión: Desde el baile de La Llora de los
tiempos pre-hispánicos, hasta el que conocemos ahora con ese mismo
nombre, ha ocurrido un interesante y notable proceso de evolución,
que a pesar del largo tiempo trascurrido le permitió conservar para
la posteridad ciertos elementos primitivos, que por alguna
razón de peso, quedaron grabados en el inconsciente colectivo
Por esa
razón se ofrecen algunas características de unos y otros grupos que al ser
comparadas y confrontadas podrían acercarnos al nacimiento de esta
tradición. Es sabido que en cuanto a la manera de organizarse para
las fiestas compartían los indios en general ciertas
costumbres; pero cada grupo en particular tenía hábitos propios que
permitía distinguirlos unos de otros. Por ejemplo: los Guamos, una de las
tribus de los Llanos de Caracas, celebraban sus fiestas en tiendas de
ramos recién cortados, donde se bebía y se bailaba al mismo tiempo, porque
cuando repartían la bebida, cada sirviente estaba acompañado
de dos flauteros; y entre los grupos de origen caribe era común el
uso de un espacio adecuado para reunirse, por lo cual en cada población,
entre las casas, había un patio o plaza muy plano y limpio, y en el
centro “hacían una enramada donde se reparan del sol, hacen sus fiestas,
bailes, consultas y otras cosas por placer”.
Visto asì,una de
las características comunes a todos parece ser la de celebrar reuniones
sociales protegidos con enramadas construidas en el momento del evento en
cuestión. Esa costumbre podrìa estar asociada a uno de los
preparativos más llamativos del baile de La Victoria, cuyo procedimiento
consiste en levantar dos circos concéntricos de ramas
frescas, preferiblemente matas de plátano, para que se acomoden los
músicos en el centro del circo de menor diámetro; y los bailadores
en el que le circunda, de mayor tamaño y con espacio suficiente para el baile.
( Este escenario sòlo es posible cuando el espacio lo permite, que
sería lo deseable para hacerlo màs interesante y apegado a la
tradición).
Costumbres
Funerarias de los Aborígenes de Venezuela.
La búsqueda
incesante de datos relacionados con este tipo de ceremonias me
proporcionó lo que consideré un premio al esfuerzo. Se trata de la
información detallada de una danza con el nombre de llora, que forma parte
de los ritos funerarios de algunas tribus de los Llanos de Caracas o de la Provincia de Venezuela
cuyo desarrollo es como sigue: “El ceremonial que usaban en sus entierros y duelos
era el siguiente: en medio de la única pieza de sus casillas ponen al difunto
tendido en el suelo y en esta situación, ya puesto en el ataud
destinado para conducir los cadáveres a la sepultura, colocan en la
circunferencia del cuerpo el arco, las flechas, la cama, que es o bien una
especie de red que llaman chinchorro que fabrican ellos mismos de cordel o
cabuya que hacen de una palma llamada moriche; o bien una campeñana o piel
de vaca o novillo bien sajada, y además los muebles del difunto,
y luego, sentados o haciendo círculos alrededor del cadáver forman un baile que llaman llora y consiste en llorar y cantar, especialmente las
hembras, en un tono bajo y muy triste, y todo lo que cantan es que el difunto
no usará más de aquellos muebles, y así permanecen hasta que se conduce el
cadáver a la sepultura al siguiente día de su muerte.”. [El
subrayado es propio].
El hecho de que el
autor haya extraído esta importante información de los documentos
que produjeron los Misioneros Capuchinos encargados de la Misión de los Llanos de
Caracas, bastante tiempo después de la fundación jurídica de La Victoria,
confirma que muchas de las etnias a su cargo lograron
conservar sus ritos y tradiciones ancestrales; las cuales, por
varias vías, tuvieron la oportunidad de relacionarse con las
que estaban ya asentadas en el Valle de Aragua; sin descartar que algunas
de las que fueron congregadas tardíamente en dicha Misión podrían haber
pertenecido al mismo grupo aborigen que habitó en estos
valles desde épocas remotas, y en consecuencia, tuviesen usos
y costumbres comunes. Pero nuevamente hay algo que confunde y es el
hecho de que, a primera vista, la ceremonia antes
descrita parece ser de cierta importancia y sin embargo
en el baile que forma parte de ella las parejas se
mueven en círculo, lo cual no se compadece con lo dicho por Gilij unos
párrafos atrás. Cabe entonces la posibilidad de que la llora para
los difuntos de menor importancia fuera menos formal, y en
consecuencia, guardase alguna distancia con la que estaba reservada
sólo para los caciques y piaches, la cual, según
la mayoría de las fuentes, era de carácter ritual y muy solemne.
Es oportuno
destacar que, aparte de éste, no he encontrado otro baile con el
nombre específico de Llora en ninguna de las fuentes
que tratan el tema de las fiestas rituales de las
etnias venezolanas, con excepción de la que relata el poeta
Núñez de Cáceres en su obra Miscelánea Poética,( ya incunable ),
como se verá más adelante, y de un baile, aparentemente de
diversión, descrito por Castillo Lara en su trabajo sobre la población de
Guardatinajas, cuyo nombre ( Jura o Jora) se le asemeja. No sucede
lo mismo con respecto a la ceremonia fúnebre del mismo nombre, es decir, “La Llora”, la cual ha sido
tema de estudio de numerosos investigadores.
Así por ejemplo, la
antropóloga Angelina Pollak-Eltz, una europea enamorada de Venezuela,
cuando trata el tema de las fiestas y diversiones del pueblo venezolano
con posible origen indígena, le dedica tres páginas a La llora de unas cuantas
etnias del país en diferentes épocas. Para esta investigadora: ... “La Llora,
tal como se puede estudiar todavía hoy en día, tanto entre los Kariña, en
proceso de asimilación en el estado Anzoátegui, como entre los descendientes de
los Ayamanes y Gayones de Lara y Falcón, es una fiesta conmemorativa de los
difuntos o un antiguo rito funerario. Hay que distinguir entre las
celebraciones de Anzoátegui y de Falcón. Oramas (1949), citado en este estudio
, describe la Llora de los Caribes del Oriente (Kariña) de esta
manera: “En ocasión del velorio las mujeres viejas cantan mientras el
resto de las personas presentes lloran; y después del entierro se
celebra una comida ritualística. Al cabo de un año se celebra la “Llora”
propiamente dicha, que marca el término del período del luto. Se colocan todos
los bienes del difunto en el centro de la sala donde empiezan a cantar y a
bailar”.
También otros
autores citados por Pollak, ofrecen datos parecidos de las lloras
del Oriente del país, entre ellas, la de los Sálivas y las de otras
naciones del Orinoco acompañadas con bailes, cánticos monótonos,
mucho llanto y en todas es común el consumo de chicha fuerte
y la consiguiente borrachera. En cuanto a la Llora en el Occidente del país dice lo siguiente:
“Fernández de Oviedo y Valdez describe la costumbre entre los Caquetíos de
llorar por el cacique muerto, alabando sus hazañas y al día siguiente se quema
el muerto. Herrera describe unas costumbres similares, propias de los
indígenas de los alrededores de Coro, entre ellos, los descendientes de los
Gayones y de los Ayamanes de la región montañosa de Lara y Falcón quienes
celebran La Llora inmediatamente
después de la Tura Grande. Con relación
a esta importante celebración incluye el aporte del folklorólogo Luís Arturo
Domínguez quien la describe así: al terminarse la Tura
Grande los participantes, colmados de frutos agrícolas y
animales se reúnen frente a un “palo de la basura”; luego amontonan los
productos de sus campos y los animales sacrificados en el centro de un círculo a
la vez que recitan letanías monótonas y lloran copiosamente. Se recuerdan las
hazañas de sus antepasados en cuya memoria se celebra esta fiesta.
Mientras cantan y lloran, consumen también grades cantidades de alcohol
(chicha). La Llora dura hasta
cuatro días con sus noches. Se trata de un rito indígena conservado entre
los criollos casi sin alteración” No deja, por supuesto, de
referirse a la Llora de La Victoria. Su información
al respecto la tomó de una publicación de Miguel Cardona, habida cuenta de
que no había tenido la autora la oportunidad de observar el baile
victoriano hasta que en 1992 acudió a un Encuentro de Lloras
realizado en el Ateneo de La Victoria; y estuvo
también en esa ocasión en el pueblo de Suata, atendiendo a la
invitación que le hiciéramos mi persona y una de sus alumnas de la U.C.A.B, la victoriana Anastacia López Navarro,
cuya tesis de grado versó sobre la mencionada manifestación
folklórica..
De igual manera , el
CONAC, en el folleto publicado en 1976 con motivo del intento de la
reactivación del baile de La Victoria, incluyó testimonios de algunos
testigos presenciales y de investigadores de mucha credibilidad como
Rafael Olivares Figueroa, Lisandro Alvarado y Gil Fortoul; quienes
observaron y describieron lloras indígenas de variados aspectos, tanto en el
Oriente como en el Occidente del país. Transcribo a continuación una Llora
celebrada más de cincuenta años atrás en un caserío indígena
perteneciente al estado Táchira: “A eso de las seis de la tarde fueron
runiéndose hombres mujeres y muchachos en uno de los ranchos el día
previsto pues se les había avisado con tiempo... y una vez allí reunidos,
después de cambiar saludos e impresiones, lloriqueando tomaron el sacure”.
A simple
vista parecieran existir notables diferencias entre las lloras de
nuestros aborígenes según la región donde habitan. No obstante, si se
profundiza en el tema, es posible encontrar muchos rasgos semejantes en
todas sus manifestaciones fúnebres, (así como también en
las festivas y en las guerreras), algunos de los cuales, están
presentes en el baile de La Llora de La Victoria. Las
particularidades se observan en la manera de organizar el ritual de
acuerdo a un orden determinado, en los diferentes modos de llamar la
chicha según la región, en si se usan o no instrumentos musicales y
cantos dentro de la ceremonia, si se utilizan o no señales
externas para diferenciarse unos grupos de otros como por ejemplo:
pintarse el cuerpo, cortarse el pelo o dejárselo crecer, etc.;
y en cuanto al destino final de los restos del difunto, en
virtud de que cada grupo tiene su forma de enterrarlo, cremarlo,
etc.
Entre
las costumbres comunes a todos tenemos la elaboración de un
circo o empalizada para proteger sus plazas, rancherías y sitios de reunión,
(lo que indujo a los conquistadores a llamar palenques a las etnias que
utilizaron dicha práctica); la emisión de un grito de guerra o de llamada para
un evento en especial como forma de comunicación, la utilización de una figura
de animal o de un muñeco casi siempre de madera en los ritos fúnebres,
- costumbre que podría ser de carácter totémico o tratarse
simplemente de la representación del indio difunto-, la
celebración de diversas ceremonias en torno a un árbol cargado de simbolismo,
el uso de algunos instrumentos musicales primitivos como las flautas de
carrizos, tambores, maracas, algún rústico cordófono; y la costumbre ancestral
de bailar en círculo o en rueda, práctica que es una constante en los
bailes y danzas primitivas de todos los pueblos del mundo.
Para ilustrar lo
dicho se muestran a continuación algunos ejemplos en los cuales
destacan ciertos elementos que denotan que sí había diferencias de
acuerdo con la importancia del difunto: cuando moría un noble Caquetío,
se reunían los parientes y amigos para lamentar el fallecimiento y alabar los
hechos notables de su vida. Si se trataba de un Cacique ponían el cuerpo
disecado en una hamaca nueva, debajo de la cual depositaban un simulacro o
imagen de madera del difunto y después abandonaban la casa. Los Cumanagotos
usaban en sus bailes idolátricos importantes un instrumento llamado
purma formado de dos calabazas y un tambor junto con unos ídolos formados
de madera; y a veces dichos ídolos tenían forma de pescado. El padre Ruiz
Blanco presenció una de estas celebraciones y escribió lo que
sigue: “en los bailes remedan a los animales de la tierra* y a los peces, y bailan a compás de pies, en
rueda, el canto es lúgubre, acompañado de tambor y de unas gaitas
gruesas” .
Otro testigo de
excepción- el Padre Gumilla- estuvo también presente en
un rito funerario practicado por los Sálivas del Orinoco en ocasión de la
muerte de un hermano del cacique de la tribu. Transcribimos completo el relato
de este misionero: “El contorno del
sepulcro estaba cerrado con celosías bien hechas y bien matizadas de varios
colores. En las cuatro esquinas y en los medios había seis columnas muy bien
torneadas; dos de ellas remataban en coronas, dos tenían sobre sí dos pájaros
bien imitados, y las dos delanteras remataban con dos caras en ademán de
llorar, con las dos manos sobre los ojos. La parentela del difunto salió a invitar
a varios pueblos para las honras de la víspera y del día del entierro. Al
llegar los diversos grupos lloraban a la puerta del duelo y luego se ponían a
beber y bailar alegremente. Luego resonaron los instrumentos fúnebres. El
primor de estas danzas consistía en una notable variedad de posturas, vueltas y
círculos acompasados al son de la música” .
Esta familia de
aborígenes, según dicho misionero, tenía por costumbre celebrar “el cabo de año”* lo cual consistía en convocar a los parientes
cuando calculaban que ya los huesos del difunto tenían un año de sepultados
para desenterrarlos y poniéndolos en medio de la casa, se sentaban alrededor,
repitiendo algo de sus lamentaciones y llantos. Así se están velando los
huesos cuatro, seis, ocho días con sus noches”
Dentro de los
ritos funerarios de los orinoquenses se incluyen también los gritos para
alejar las enfermedades y otros males. Uno de los testimonios más interesantes
en este sentido es el relato de una lamentación que fue
incluida en una obra sobre literaturas indígenas publicada por el
padre Armellada en equipo con su secretaria Carmela Bentivenga de Napolitano,
y recogida a su vez por el misionero Padre Lavandero en 1972, quien
debió pedirle a la esposa del difunto le repitiera algunas frases
que no logró entender por lo desgarrado de la queja. Hela aquí:
“Lamento
Fúnebre.”
1. Hermano, ¡
que miseria eres, hermano!
. Hermano,
¡ fíjate que miseria, hermano!
2. Hermano, tú
que en otro tiempo me llamabas “hermanita”, nunca más me lo llamarás.
3. Hermano, tú
que decías para mí “mujercita, mi único amor”, te me fuiste en
viaje sin retorno.
4. Hermano, ¡
qué lástima me das, hermano! ¡ahora si que verte, jamás!
5. Hermano, ¡
infeliz hermano!
¡”hermanita” nunca dirás más! “.
A propósito de
este lamento fúnebre y de otras muestras de danzas ceremoniales,
fiestas indias, cantos escenificados, juegos, poesía y literatura
indígena publicadas en 1974, concluyen dichos autores este
valioso estudio con la siguiente reflexión: Para que se vea que a
cuatro siglos de distancia de Colón aún tenemos en varios rincones de nuestra
patria la mismas costumbres que entonces; y toma como ejemplo una
descripción que aparece en la relación de Pimentel sobre los bailes y borracheras
de los indios Caracas que data del tiempo en que éstos fueron conquistados:”
Convidan a los comarcanos y días antes hacen mucho masato; y lo más de la
fiesta es beber hasta caer, vienen a camaradas como salen de los barrios
en que viven untados con cierto género de resina que llaman orcay y mara ,
semejante a trementina, y sobre ella o sin ella se ponen o pintan de
colorado, que es como bermellón, que ellos llaman bariquisa, hecha de hojas y
cortezas de árboles; y enmascarados y con figuras del diablo y así entran en la
borrachera, y el que más fea y horrible máscara tiene, viene más galano;
otros traen unos pajaritos, otros malejos sobre unas varas, hechos de
palo, hilo y colores.”.
Coincidencialmente,
una de las artesanías que le ofrecen los indígenas a los turistas que visitan
las zonas del país donde algunas etnias han logrado mantenerse, la
constituye una gran variedad de móviles, (llamados espanta
espíritus en la región Sur-oriental venezolana.), cuyos motivos son
coloridos y pintorescos pájaros de todas las clases y tamaños fabricados de
igual manera. Ello pudiera servir de fundamento para sostener
que así como han persistido hasta hoy ciertos usos y
costumbres de nuestro pasado indígena , cabe la posibilidad de que
los cantos funerarios de la llora referida por Lisandro Alvarado en
su Glosario del Bajo Español en Venezuela, publicado por vez
primera en 1929- fecha relativamente cercana si se compara con la de los
tiempos de la conquista- tuvieran alguna semejanza con el
lamento fúnebre presenciado por el Padre Lavandero en 1972, cuyo texto,
milagrosamente, no había sido tocado por la “civilización”.
Según lo expuesto,
para algunas etnias los bailes no eran parte de las fiestas de diversión sino
danzas ceremoniales que se incluían dentro de las celebraciones luctuosas,
iniciaciones, acciones guerreras y otros ritos; y la zampoña, que viene siendo
la flauta de carrizo, mare o gaita, según algunos cronistas y
especialistas en la materia, parece no haber sido utilizada en ellos. De
allí podría inferirse que el baile de gaitas reseñado por el Obispo
Martí en La Victoria, cuyo solo nombre sugiere el uso del
mencionado instrumento, ya había perdido su carácter funerario. En cuanto a las
lamentaciones referidas por el Padre Lavandero se asemejan a algunos cantos de La Llora victoriana, en el
sentido de que al cantar en octavas sucesivas parece que hubiera un
cambio de tonalidad ; y tras de una pausa breve comienzan otra vez
por el principio sin cansarse, tal como sucede en La Vaca y El Oso, danzas
de la “llora” cuyas melodías y estrofas se repiten mudando octavas;
y durante toda la serie, cada vez que termina una danza, las
parejas se detienen emiten un grito colectivo que recuerda el
que los indios acostumbran antes de los actos de cierta
significación. Por lo visto, la práctica de cantar “mudando tonos” era común
entre los aborígenes pues también los Otomacos, solían bailar en varios
círculos mientras respondían a un “director” que entonaba, y
luego iban “mudando tonos” hombres, mujeres y
niños hasta que terminaba el baile; y , posiblemente,
así lo hacía la gran mayoría
.
Sobre los ritos
funerarios y fiestas de los indios de Cumaná escribieron el Padre
Caulín y el Padre Tauste y con relación a los bailes
específicamente, éstas son sus impresiones: “El baile acompañado de copiosas libaciones era
imprescindible en cualquier clase de celebración. En toda nación india hay
varios y todos se usan en algún tiempo dado. Sus músicas tienen dos tiempos: en
el primero, bailan y cantan suavemente; y en el segundo lo hacen con mayor
violencia y con un tono más elevado inclinados de medio cuerpo, y al final de cada
canto se levantan y gritan juntos, sin cantar: irie, irie ” [El subrayado es propio]. De los
Chaimas dijo Tauste que prefieren realizar sus lloras en la misma
casa del difunto después de haber quemado sus huesos. Son estos
indios aficionados a convites y fiestas con borracheras para lo cual se
adornan con pinturas, disfraces y adornos. ( Nótese que el grito que anuncia el
final de los cantos cumanagotos es el mismo que separa cada una de las danzas
de La Llora de La Victoria ). .
Junto a los
cantos, danzas, instrumentos musicales y otros simbolismos utilizados en
esta clase de ceremonias, se incluye la veneración a un árbol determinado,
elemento que en opinión del folklorólogo Abilio Reyes viene a ser como un
altar sagrado al cual se le rinde homenaje por su carácter mágico. “Esa magia está vinculada con la creencia de que
quien guarda la hoja del árbol tendrá suerte y los malos espíritus no lo
acecharán porque dentro de aquel árbol hay espíritus de los antepasados. Dentro
de la creencia indígena, fueron muchos los que consideraban a los árboles como
dotados de espíritu, al creer que cuando un indio moría su espíritu iba a
posarse en un árbol” .
También
dentro del baile de La llora el árbol fue alguna vez parte
importante del ritual; pero hoy, lamentablemente para los que amamos esta
tradición ancestral, ha dejado de serlo. En la actualidad, cuando
se dan las condiciones, las parejas danzan alrededor de un palo adornado
con una bandera, o de una mata cualquiera por la sencilla razón de
que dicho símbolo, al perder su antiguo significado, se convirtió
en un recurso coreográfico. Asimismo desaparecieron muchos de
los elementos antes señalados, arrancados y sepultados en el
olvido por la corriente, unas veces débil y otras veces
poderosa, pero siempre avasallante de la transculturación.
Quizás ciertas
alegorías estuvieron vinculadas a la práctica del totemismo,
tema esbozado ligeramente cuando me referí al uso de figuras y otros
símbolos dentro de las ceremonias de carácter ritual; y
en especial las fúnebres, cuyo significado es conveniente
tratar un poco más, mediante definiciones y conceptos que
ayudarán a entender el origen o la razón de extrañas prácticas y
actuaciones que, por desconocimiento, escapan a nuestra
comprensión. Abundan las definiciones que sobre el particular han propuesto
los etnógrafos, sociólogos y teólogos; pero aquí lo que realmente
interesa es detectar su presencia en determinado grupo social y
resaltar el hecho de es propio de los pueblos más primitivos.
Los historiadores coinciden en cuanto a que para el momento de la
llegada de los conquistadores la mayoría de las etnias de Venezuela se
encontraban en una etapa de desarrollo social y cultural poco
evolucionada en comparación con las de otros países del nuevo continente.
El totemismo ha
sido considerado como una forma de derecho constitucional primitivo
cuyo estudio permite comprender la razón de ciertos comportamientos
dentro de algunas sociedades que de otro modo hubiesen
perdido su verdadero significado. Los especialistas en la materia
sostienen que este fenómeno se reconoce en los grupos humanos que poseen las
siguientes características: a) Sus miembros se cobijan bajo el símbolo de un
objeto determinado o de un animal que los represente. Éste
será el tótem del grupo. b) Cada grupo debe cumplir con una
serie de normas y obligaciones pre-establecidas inspiradas en su propio tótem.
c) Cada grupo se siente de cierta manera comprometido con su tótem,
tanto que algunos han llegado a considerarlo un lazo de
consaguinidad que ata a todos los que llevan el mismo nombre o respetan a
un mismo símbolo, lazo que al mismo tiempo que contribuye con el
crecimiento de las comunidades les da una identidad de origen.
A estos elementos
se le añaden usos, costumbres y creencias que suelen variar según las regiones;
y alrededor de estas variantes se conforma el complejo sistema mágico
–religioso y social del totemismo representado por el
tótem que protege al grupo. De acuerdo con el autor de este estudio -
Maurice Besson - existen tres clases de tótem: el del clan, que se
conserva de generación en generación, el sexual, que puede ser común a
los hombres o a las mujeres del clan; y el individual, que
pertenece a cada individuo y se transmite por herencia, casi siempre por
parte de la madre.
Este sistema
social forma una comunidad con poderes indivisos en razón de
que las obligaciones son colectivas .y en estas sociedades el
incumplimiento de los tabúes es castigado severamente. El respeto a los
principios unido al interés de sus miembros en reconocerse dio
lugar a la creación de algunas contraseñas propias del grupo como los tatuajes
y pinturas corporales usadas en ciertas ceremonias familiares. En
consecuencia, este fenómeno ha contribuido a fortalecer los lazos sociales y gracias
a ello las comunidades han podido unir sus esfuerzos para
organizarse social y territorialmente. Así, bajo la acción
combinada de ambos factores nacieron vastos imperios y
civilizaciones importantes.
En América
abundan las leyendas de tinte totémico que explican los nombres de cada grupo
en particular y desde el punto de vista histórico su existencia
ayuda a comprender cómo la unión de varias comunidades condujo a la
creación de verdaderas confederaciones y pueblos. Aunque
algunos estudiosos niegan la huella del totemismo en
las regiones del Amazonas y en otros lugares del Sur del continente,
y aceptan sin reparos su práctica en Norteamérica, otros,
como James Frazer, afirman que los indios Arawuak y los
Uaupré que habitan en la cuenca del Río Negro, algunas tribus brasileñas
y los Guajiros de la parte norte del Lago de Maracaibo poseen
costumbres de esta naturaleza. Así mismo hay quienes
sostienen que entre los Incas se observa su existencia
en los ritos de iniciación, en la conservación
del nombre totémico en cada territorio; y es posible que hasta el
célebre culto al sol podría atribuírsele a una creencia agraria
procedente de concepciones totémicas.
El mismo Frazer,
dice Besson, advierte que estos rasgos a veces se
confunden con otros que parecen serlo pero no lo son,
verbi-gracia las danzas de algunas tribus totémicas amerindias que tienen por
objeto conferir a determinado cazador un poder secreto sobre los animales que
haya de cazar. En ellas existen manifestaciones coreográficas comparables con
las pantomimas que suelen ejecutar los indios antes de partir a guerrear
o a cazar. Por supuesto, dicho cazador no podrá matar al animal representado
por su tótem; pero eso no quiere decir que la danza en cuestión
sea totémica. En estas últimas, bien sean festivas o fúnebres, se
utilizan señales de identificación como tatuajes y signos
convencionales siempre iguales alusivos al tótem que
deben ser tomados en cuenta para evitar caer en tales
confusiones.( 13 )
Sobre este
tema tan específico, no poseo la suficiente información acerca de
su práctica en Venezuela; pero existen estudios serios que
giran en torno a las costumbres de nuestras etnias, y en particular
de las que se relacionan con las ceremonias mortuorias, que pueden darnos una
idea somera sobre el particular. Por ejemplo, en noviembre del 2001 la
revista Cábala publicó un reportaje relacionado con
los ritos fúnebres de los indígenas de Venezuela. Sus
interesantes testimonios sugieren la existencia de algún tipo
de totemismo en la mayoría de las etnias estudiadas. Allí
aparece, entre otras, una costumbre de origen caribe conocida como
endocanibalismo que consistía en disecar el cadáver al fuego,
el líquido resultante lo mezclaban con el polvo de los huesos
tostados y luego lo bebían. Dado que tal práctica
parecía ocurrir sólo con las difuntos importantes, podría
interpretarse que existía en el grupo la creencia de que ese
bebedizo simbólico transmitiría a quienes lo tomaban todas
las virtudes del pariente muerto. La autora, Teresa Quílez S.,
añade que la cosmogonía indígena, al igual que la de otras culturas,
encierra enigmas que vale la pena desentrañar toda vez
que en ese mundo mágico una serie de elementos: muerte, mitología, ritos
y creencias impregnan y animan con su energía etérea animales objetos y
fenómenos de la naturaleza.
En sintonía con
los conceptos aquí emitidos, podríamos apoyarnos en algunos
fundamentos para calificar como totémica o no a
tal o cual sociedad. Por ejemplo, para ciertos pobladores de la época
pre-hispánica: caribes, arauacos, betoyes, timotes- y sus respectivos
subgrupos el tránsito mortuorio retoñó en historias que describieron la
morada del alma. Así, animales como la danta donde se creía vivía el
difunto eran muy respetados, y si por casualidad causaban
algún estropicio, no se podía hacer nada contra ellos. Otra de las tantas
creencias era que el alma era un doble inmortal que podía tener forma de
animal, por eso en muchas comunidades cuando nacía un
niño criaban el con especial cuidado el animal donde ésta anidaría.
Algunos elementos
representativos, entre ellos la coloración, aunque ésta fue utilizada con
diversas finalidades, tuvieron especial significado en los ritos del ciclo de
la vida y de la muerte. Era parte de la cotidianidad
untarse el cuerpo con sustancias colorantes para espantar la plaga,
protegerse del sol, realizar conjuros, y también para danzar antes de ir
de cacería o a la guerra, etc.; pero donde esta costumbre
tuvo mayor connotación fue en las ceremonias de la pubertad,
matrimonio y muerte. La pintura corporal se hacía a través de tatuajes y
dibujos que imprimían al rito funerario magia y variadas significaciones.
Así, los Jirajara, para velar a sus muertos, teñían de negro su
figura o parte de ella con un líquido proveniente de la fruta del caruto
y los Cumanagoto pintaban de rojo el cuerpo del difunto antes de disecarlo
con un colorante extraído del onoto. Algunas etnias consideraban
que los objetos de uso privado del fallecido debían
acompañarlo hasta su sepulcro, otras, como los Tamanaco preferían
destruirlas y había quienes después de quemar la choza que
había sido del muerto, además de su sembradío y todas sus pertenencias,
se alejaban de ella convencidos de que así se libraban
del ente maligno causante de la fatalidad.
En cuanto a la costumbre de asociar determinados animales y objetos
con el mundo de los muertos, destaca en primer lugar el culto
al murciélago, cuyo hábitat era, casualmente., las cuevas que
muchas etnias utilizaron para sepultar sus muertos. Numerosas representaciones
aladas con la forma de este roedor fueron motivo de respeto bajo la
creencia de que mediante su mágica dimensión facilitarían y guiarían los
pasos del muerto. Vasijas funerarias de barro y de cerámica y
cestas tejidas sirvieron como urnas de diferentes tamaños para ser
depositadas en cementerios, cuevas, y otros parajes. Además de la
cremación se practicaba la momificación de los cadáveres y
las mortajas variaban de acuerdo con la usanza de cada tribu.
En el aborigen americano, al igual que en todas las culturas primitivas,
los astros originaron cultos de adoración en torno a ellos, de tal forma
que se convirtieron en figuras mitológicas veneradas en altares
politeístas. Apunta Quílez que nuestros aborígenes creían profundamente
en los encantos, definidos éstos como espíritus que moraban
en ríos, bosques, plantas, animales y otros elementos de la naturaleza y; a
veces, hasta en los objetos. Con respecto a esto último hay
algunos escritos muy interesantes publicados en su mayoría en la prensa
nacional basados en testimonios acerca de la existencia de
gnomos, genios encantos, momoyes y duendes que han pasado a formar parte
del folklore espiritual de diversos lugares de
Venezuela. Juan Ramón Polo, en un artículo fechado en junio
de 1986 ofreció a los lectores un recuento de algunos casos muy
interesantes, casi todos vinculados con pozos de agua, ciénagas, ríos y
manantiales,. entre ellos uno de la vida real que me causó grata
impresión. Sucedió, según le contó al articulista Edgardo González Niño,
en el Territorio Federal Amazonas. Allí se consiguen unos objetos en
miniatura, que al decir de los habitantes del lugar son hechos por los
Áparos, duendes que se aparecen acompañados de una fría neblina¸y algunos
aseguran haber visto raudas curiaras entre la niebla, en apariencia solas,
movidas por largos y silenciosos canaletes. Particularmente, tengo conocimiento
de algunos episodios ocurridos en el pueblo de San Pedro en el Estado
Lara, narrados por testigos presenciales relacionados con la aparición de
duendes burlones, pozos encantados, enanos protectores de animales del
bosque y postes totémicos ocultos en cuevas Es probable, pues, que esta
creencia tan extendida por todas partes tenga que ver con prácticas
totémicas que con el devenir de los años se convirtieron en leyendas.
Los Instrumentos Musicales.
La utilización de ciertos
instrumentos musicales tuvo especial significación en las ceremonias
indígenas. Una contribución importante en ese aspecto es la
de Don Ramón de la Plaza quien ofrece en sus Ensayos Sobre el
Arte en Venezuela la descripción de algunos muy antiguos con sus
correspondientes ilustraciones; así como también son muy valiosos
aportes como los del jesuita Fernando Arellano, los de
acuciosos investigadores como Isabel Aretz y Juan Liscano
entre otros, y los de varios historiadores de temas indigenistas de reconocida
seriedad, quienes a título personal o apoyados por prestigiosas instituciones,
se han dedicado al estudio de los instrumentos musicales de Venezuela y
de su uso para cada ocasión. De la obra de Arellano tomé lo
concerniente a los utilizados por las etnias que
poblaron la costa del Caribe, la región de los Llanos de Caracas
y algunas de que las se ubicaron en las márgenes del Orinoco
por ser estos grupos, como ya se dijo, los que tuvieron mayor acceso a los
Valles de Aragua.
De acuerdo con la mayoría de
los cronistas de indias y religiosos citados en su obra, el
instrumento músico más usado por los caribes era el botuto que es como una caña
gruesa, y de largo media vara.” Es un instrumento con que atormentan de día y
porfían de noche y a la madrugada, de un sonido semejante al aullido de los
perros”; y debió ser usado desde muy antiguo otro instrumento músico
conocido con el nombre de carrizo, una especie de flauta de Pan hecha de
ordinario con seis cañas, de cuyo uso y confección trataré con más detenimiento
por ser éste, tocado por varios ejecutantes, el instrumento musical protagonista
en la época inicial del baile de La Llora.
Los Cumanagotos*, por ejemplo, acompañaban sus lúgubres
cantos con tambor, gaitas gruesas y purmas,( éstos últimos formados con dos
calabazas); y los Caracas acompañaban sus danzas con flautas y
timbaletes.
Los aborígenes de los Llanos
de Caracas*, llamados
Guamonteyes por los misioneros y cronistas antiguos, fabricaban sus
instrumentos con cañas huecas de diferentes diámetros según fuera la ocasión:
las flautas, de carrizos delgados usadas para la diversión; y los
botutos, hechos de cañas grandes y gruesas para los ritos fúnebres,.todos con
acompañamiento de una maraca. Para bailar formaban un círculo de hombres y
mujeres cantando mil simplezas en verso castellano, teniendo en el centro a dos
músicos con sus flautas de carrizo.
Las tribus del Orinoco,*con excepción de
los Otomanos, que a veces usaban como único instrumento musical la voz de las
mujeres, niños y hombres dispuestos en varios círculos “mudando tonos”, y usaban un
“formidable tambor”. Entre los
Tamanacos el primer instrumento músico que aparece en sus bailes es el botuto,
y el segundo instrumento, que sirve para la diversión privada y sólo fuera del
baile, es una zampoña que El Padre Giliig, describió como un
instrumento que consta de cuatro a cinco tubos desiguales y planos atados por
el medio “exactamente como la de los sátiros”.Este rústico instrumento, al
parecer, no es muy adecuado para los bailes indios los cuales son muy
serios. El instrumento preferido por todos es la maraca.
Dicha
zampoña es la misma flauta de Pan, llamada por los indios mare,
gaita, carrizo o caramillo, la cual según Ysabel Aretz
sirve “para acompañar pintorescos y caprichosos bailes indígenas” y en
opinión de Angelina Pollak-Eltz, era de uso común entre los
aborígenes de la Costa venezolana.
Dicha flauta, hecha con una serie de tubos de diferentes tamaños atados
de mayor a menor, fue usada desde los primeros tiempos de la conquista
por diversas tribus indígenas y se conserva en uso hasta nuestros días entre
grupos aborígenes y mestizos. También menciona Pollak “un
instrumento de cierto origen indígena: un clarinete denominado chirimía usado
por los descendientes de los indios de los Andes*” . Como resulta que el último de los
nombrados fue conocido también por los indios de La Victoria, me propuse seguirle la pista
hasta donde fuera posible, y he aquí los datos obtenidos:
Don Ramón de la Plaza, en coincidencia con Pollak, apunta
que los indígenas de Colombia y Ecuador usaban la chirimía para sus cantos
tristes y melancólicos; y la describe como una especie de clarinete de madera
con la boquilla formada por dos cañuelas que tiene cinco agujeros en la
misma dirección de la embocadura, uno en la parte lateral y dos en la
posterior, que en conjunto, producen un sonido áspero y estridente.(19 )
Pero el caso es que también lo usaron los indios de otras
regiones de Venezuela ,entre ellos los Achaguas y los Sálivas
de los Llanos de Caracas, y tal como fue señalado
antes, fue uno de los instrumentos de viento que
contribuyeron a darle mayor solemnidad a las festividades
eclesiásticas de La Victoria. En la
declaración de varios de los testigos que salieron en defensa del
Padre Juan de Heredia, .Cura Doctrinero de dicho pueblo a mediados del
siglo XVII, consta que los rosarios cantados eran acompañados con chirimías.
Uno de ellos, el Sargento Mayor Cristóbal Loreto de Silva, aseguró
que él mismo se las había recomendado y encargado al cura; pero “no
se las mando por haver savido poco después que ya sus indios tocavan y tañian
chirimías”.
No aparece en los
documentos de esta época ninguna información de cómo llegaron
a La Victoria; pero atendiendo a lo expresado por
los investigadores y cronistas citados , podría deducirse que entraron a
Venezuela por Colombia y que desde la región andina su uso
se extendió hacia otros lugares; aunque existe también la
posibilidad de que hubiesen venido directamente de México,
así como fueron traídos desde allí los enseres para la
dotación del hospital fundado en La Victoria por el
mencionado doctrinero. Sin embargo, este rústico instrumento, cuyo
nombre parece sugerir su origen indígena, era utilizado también en España
cuando la empresa de la conquista en Venezuela estaba todavía en pleno apogeo,
y quizás mucho antes de ser conocido entre nosotros.
En ese país,
el erudito y político andaluz Miguel Garrido Atienza rescató del
olvido una rica colección de escritos y documentos referentes a la historia de
Granada; y en una obra de su autoría narra algunos
preparativos relacionados con las fiestas del Corpus en los cuales
deja constancia , no sólo del uso de la chirimía, sino también de
su importante participación dentro de dicha celebración. En
trascripción textual dijo que para 1637 “ …el
Alcalde mayor se conformo y sse acordo que se pongan
luminarias. En los miradores de la ciudad y cauildo de ella ,y en todas las
calles y plazas por donde a de passar la prozession; aia tronpetas y chirimías”
y después aclaró que, a pesar de que los músicos ya no recorrían las
calles y plazas con sus instrumentos como lo habían hecho al
parecer desde un principio, seguían amenizando la fiesta con las “caxas,
clarines y chirimías alternando con los repiques de las campanas de todas las
iglesias de este granadino suelo…” Véase pues la importancia que había
alcanzado este rústico instrumento de viento para
atreverse a codearse con la popular trompeta.
Entre los
citados por Don Ramón de la Plaza con sus
correspondientes gráficas, además de la chirimía,
vemos unos instrumentos
indígenas que fueron enviados al Museo de Bellas Artes de
Caracas por el Sr. José B. Gómez junto al siguiente informe: “…Todas
las tribus indígenas de este Estado (Barcelona) usan unos mismos instrumentos
de música. El más importante de éstos por su antigüedad es el Carrizo o
Mare en el idioma caribe, instrumento de una dulzura melancólica, de que hacen
uso en sus veladas y fiestas, y que en un tiempo celebró los funerales de sus
mayores, ó resonó con la voz de sus guerreros llamando las falanges al combate.
Este instrumento se compone de dos juegos de tubos de la caña que crece con
abundancia en las orillas de los ríos y lugares húmedos, conocida con el nombre
de Mare, de donde lleva el nombre el instrumento...” .
Cita y
reproduce además una descripción del botuto
tomada de las observaciones del Padre Gumilla en el Orinoco; y
agrega un comentario muy interesante sobre una flauta de ocho
agujeros llamada quena, utilizada por los Tamanacos (y quizás por muchos otros
grupos de aborígenes venezolanos) para sus lamentaciones; las cuales se
identifican con los cantos melancólicos de los Quechuas del Perú llamados
yaravíes. Dice de la Plaza de las quenas
lo siguiente: “entonan los
indios Tamanacos en este instrumento sus lamentaciones con el nombre de mare
mare; que en lengua tamanaca significa canto amoroso, dulce”.
En una
publicación editada por el Museo Nacional del Folklore con la
colaboración de varias instituciones culturales, cuyo contenido es un compendio
de información sobre las diversas clases de instrumentos
musicales de origen indígena, africano y europeo que forman parte de la
tradición en Venezuela, se puede apreciar cómo se utiliza cada uno
dentro de los bailes y ceremonias rituales. Allí aparece una
descripción tomada de la obra “El Orinoco Ilustrado y Defendido” escrita
por Gumilla quien cita ciertos instrumentos de viento “cuya
existencia no perduró”. Se trata de una inaudita cantidad de instrumentos
fúnebres que los observadores confiesan no haber visto ni oído
jamás. “...Todos, según sus clases, sonaban de dos en dos. Los de la primera
clase eran unos cañones de barro de una vara de largo, tres barrigas huecas en
medio, la boca para impeler el aire, angosta y de buen ancho en su parte
inferior. Sus sonidos son demasiado oscuros, y uno como un
bajón es infernal. La segunda clase, también de barro, es de la misma
hechura pero con dos barrigas y los huecos de las cavidades intermedias
son mayores; y su eco mucho más bajo y a la verdad, horroroso. La tercera clase
la forman unos canutos largos cuyas extremidades meten en una tinaja
vacía fabricada especialmente para ellos; y ya no hallo voces con
que explicar la horrorosa lobreguez y funesto murmullo que del soplo de las
flautas resulta y sale de aquellas tinajas...”
Esta inmensa
variedad de instrumentos musicales fueron utilizados por nuestros
aborígenes mucho antes de la llegada de los españoles a Venezuela. De los
numerosos yacimientos arqueológicos se han obtenido interesantes muestras
elaboradas con materiales duraderos, como flautas de hueso,
silbatos de barro cocido y trompetas y sonajeros de conchas marinas, como
la guarura o botuto y otros semejantes; pero es de suponer que
debieron existir muchos más que no resistieron la acción del tiempo. Verbi
gracia, los carrizos o gaitas que acompañaron a La Llora , aunque son de
uso común en las comunidades indígenas en toda la Amèrica y aùn crecen
silvestres en las riberas de los rìos y quebradas de la región aragüeña,
no tenemos ninguna muestra que se haya encontrado como para
exponerla; y por tal motivo hay que recurrir a las fuentes escritas
para tener una idea aproximada de cómo eran y para qué se
usaban
Parece no haber duda,
entonces, de que cada instrumento musical aborigen tenía una función específica
antes de la llegada del colonizador y de que con la implantación de
una nueva manera de vivir muchos usos y costumbres dejaron de
tener sentido. Inevitablemente, las tradiciones
ancestrales fueron desplazadas por efecto de la transculturación;
y en consecuencia, se adoptaron nuevos instrumentos y
surgieron otros más cónsonos con las nuevas maneras de
celebrar las diversas fiestas y ceremonias.
* Esta expresión es utilizada en algunos pueblos de
los Andes venezolanos para señalar el final del luto.
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