DOS NOMBRES Y UNOS CAÑONAZOS.
El general se llamó durante mucho
tiempo FRANCISCO LINARES por ser hijo de doña TRINIDAD LINARES, trujillana
nativa del pueblo de San Lázaro, avecindada en Turmero, unida por el amor al
general FRANCISCO DE PAULA ALCÁNTRA, prócer de la independencia y héroe de la
Batalla de Carabobo. Cuando su padre decidió reconocerlo y darle su apellido,
FRANCISCO aceptó y prometió hacerle honor y llevarlo hasta los más altos
sitiales pero puso como condición que seguiría usando de primero el apellido de
su madre y de segundo el de su padre. Así se hizo y ese nombre figura en las acciones de la guerra federal, como
último presidente de la Provincia de Aragua y primero del Estado Aragua y como
presidente de la República, cargo que ejerció hasta su muerte ocurrida el 30 de
noviembre de 1879 y que trajo como consecuencia la tercera batalla de La
Victoria.
El gran Demócrata Francisco
había casado con doña Belén Esteves, de familia victoriana y tuvieron un hijo a
quien el general quería ponerle el mismo nombre que él había llevado con tanta
dignidad, pero con el inconveniente de que el apellido de su hijo debía ser
ALCÁNTARA, verdadero apellido de su padre y no LINARES que era el de su abuela.
Ni el general ni sus asesores legales encontraban la solución y como suele
pasar, doña BELÉN quien era más inteligente que su marido, encontró la
solución. “Pancho, nuestro hijo no se llamará FRANCISCO ALCÁNTARA ESTEVES como
le corresponde, sino que llevará el mismo nombre tuyo; vamos a ponerle de
primer nombre FRANCISCO; de segundo nombre LINARES (No como apellido sino como
segundo nombre), luego tu apellido ALCÁNTARA y en lugar de ponerle mi apellido
ESTEVES, que firme “hijo” y así se
llamará FRANCISCO LINARES ALCÁNTARA HIJO, que es como tú quieres”.
Así se hizo y el
vástago, a quien siempre llamaron PANCHITO ALCÁNTARA también llegó a ser
general y fue el primer venezolano graduado en West Point donde solo podían
ingresar norteamericanos o hijos de jefes de estado. Allí se graduó de
artillero y cultivó la amistad de los futuros generales Douglas Mac Arthur y George Smith Patton. Ejerció
los cargos de Canciller y Presidente del
Estado Aragua. Fue un buen vecino de La
Victoria donde además de muchos amigos tenía su casa en la calle Libertador, al lado
de la cancha, donde se encuentra hoy la
entrada del Multijardín. Conocimos a don
PANCHITO en la ciudad y en su casa de Los Chorros en Caracas. Acumuló un
valioso archivo personal y oficial que es un reservorio de la vida política de
principios de siglo XX. Fue un gran conversador y vivía rodeado de amigos. Cada una de sus conversaciones era una
lección de historia contada con la pasión propia de los protagonistas. Era presidente del estado Aragua cuando se produjo la cuarta gran batalla de
La Victoria y solía referir muchas historias y anécdotas de esa época. Contaba que en 1902 en la casa
de corredor de pilares situada al final de la calle Candelaria (donde actualmente
está el automercado “Los Criollitos”)
estaban reunidos los jefes del gobierno esperando el ataque de la
llamada “Revolución Libertadora” que
comandaba el banquero y general Manuel Antonio Matos y que atacó a la
martirizada ciudad en busca de la primera derrota infringida al imperialismo en
Latinoamérica. Habían instalado allí el
Comando del gobierno Restaurador para estar cerca del ferrocarril. En el corredor interno de la casa, sentados
sobre un muro que lo separaba del patio, estaban sentados el general Cipriano
Castro presidente de la República, el general Juan Vicente Gómez vicepresidente
y en una poltrona situada en el corredor, el general Francisco “Panchito”
Linares Alcántara, afeitándose. Lo rasuraba el célebre fígaro Escalona, barbero
de los viejos victorianos. De pronto vino a interrumpir la conversación un
intenso cañoneo disparado desde la hacienda “El Recreo” hacia la ciudad. El presidente
general Castro comentó: “Empezó la fiesta “Pancho”, vámonos porque a mí en
estos casos me gusta ver, oír y tocar”. Los tres generales fogueados en la
guerra continuaron conversando sin inmutarse, pero quien se volvió como loco,
fue el barbero. Comenzó por recoger la
ponchera, las brochas, los jabones y las navajas y cuando ya le quitaba el paño
que le servía de babero a don “Panchito”, éste le dijo: “Termíname de afeitar
Escalona no me vayas a dejar trasquilado”. El aterrorizado peluquero le contestó:
“Pero general ¿Usted no está escuchando los cañonazos”? En ese momento, el
general Gómez quien había permanecido callado sin mover un solo músculo, para
tranquilizarlo le dijo: “Escalona, deje los nervios y termine de afeitar a
Pancho porque si no, va a quedar muy feo y por los cañonazos no se preocupe, no
les haga caso, porque esos cañonazos no son con Usted; esos son con nosotros.
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