NOTICIAS SOBRE EL HIJO DE RIBAS
Por: GERMAN FLEITAS NUÑEZ
Cronista de la ciudad de La Victoria
SU PRIMA DOBLE “PANCHITA” RIBAS PALACIOS (COLECCIÓN F.V.)
Hace
medio siglo, en el largo y sombreado corredor de la hacienda “Santa Rosa” de El
Consejo, Don Alfredo Palacios de la Madriz -a quien llamábamos “Papo”-,
solía contarnos, que su bisabuelo, Don
Feliciano Palacios Tovar, era hijo del “Tío Chano” y de Ana María Tovar Ponte,
y en consecuencia, nieto del Conde de
Tovar, sobrino de “Tía Concha Palacios”, primo hermano de los Ustáriz Palacios
de “La Guadalupe”, de “Panchita” Ribas Palacios de “El Palmar”, de Simón Bolívar Palacios “El Libertador”
y de José Félix Ribas Palacios, quien
había recibido el grado de Capitán del Ejército, cuando tenía tres años de edad.
Hasta aquí llegaba el cuento, porque
nos resistíamos a creer “tamaña
mentira”. Mediaba el siglo XX, teníamos
diez años, y no admitíamos que un niño
pudiera ser Capitán del Ejército. “Un niño de tres años?...sería que lo
disfrazaban de Capitán”, decíamos. Con
el paso del tiempo y las lecturas obligadas sobre la gran batalla, nos
convencimos de que era verdad. Surgieron entonces mil interrogantes, y crecimos
con la curiosidad por conocer algo más sobre el niño-capitán.
Muy
poco se sabía del personaje. Apenas que era primo hermano del Libertador, quien le confirió el grado de
Capitán de Infantería al día siguiente de la Batalla de La Victoria, un día
antes de que cumpliera los tres años de edad; que casó dos veces, tuvo tres
hijos, y murió de 64 años en 1875. Nada más.
Las grandes biografías del General José Félix
Ribas apenas lo mencionan porque José Félix Valentín
Ribas y Palacios –que así se llamaba- no
fue un hombre importante. Si lo medimos con los parámetros que le conferían
importancia a los hombres de su época, podríamos decir que fue un hombre común
y corriente. No fue general ni doctor,
no ganó batallas, no fue político ni ocupó altos cargos públicos, no fue
intelectual ni comerciante, no escribió libros ni acumuló cuantiosas fortunas, no fue masón ni miembro de clubes; dedicó su vida a sembrar caña y vender
papelón, azúcar y aguardiente en su hacienda de Guarenas. Fue un agricultor que
supo llevar con orgullo pero con
humildad la inmensa gloria de ser el
hijo único del más heroico general de nuestra guerra de independencia. La
aristocracia de sus cuatro apellidos no pesó sobre la nobleza de espíritu que le reconocieron
todos sus contemporáneos.
Ribas
Palacios nació el 14 de febrero (día de los enamorados) de 1811, recibió el
grado de Capitán del Ejército el 13 de febrero de 1814 (al día siguiente de la
batalla) a los dos años de su edad (fue el oficial más joven del mundo), y once
días antes de cumplir los cuatro años quedó huérfano de padre. Para el momento
del asesinato del General, la familia se encontraba participando de la huida a
oriente, el más dramático vía crucis de nuestros anales. Creció en Caracas al
lado de su madre y en 1822, cuando tenía once años, su madre lo hizo trasladar
a los Reynos de Francia, “para su mejor educación e ilustración”, al cuidado de
una familia victoriana, las señoras Montilla, dueñas de haciendas en el Pao de
Zárate y hermanas de los generales Mariano y Tomás Montilla.
Durante
su permanencia de siete años en Francia, se enteró de la muerte de su madre,
ocurrida en 1824. Regresó a Venezuela en 1829, y al año siguiente, el 1 de
septiembre de 1830, contrajo matrimonio con Amalia Anzola Tovar, su parienta,
con quien tuvo tres hijos llamados José Félix, José Ignacio y Trina Ribas
Anzola. En diciembre de ese año murió el Sol de Colombia, su primo hermano
Simón Bolívar Palacios. Quedó huérfano de padre, de madre y de protector; la
verdadera orfandad.
De
su madre heredó varias fincas de caña a cuyo cultivo se dedicó. La hacienda “La
Concepción” en Chacao, otra del mismo nombre en Guarenas, otra en Mariches,
otra en Macaira, otra a medias en Capaya
y la casa solariega de los Palacios ubicada entre las esquinas de la Sociedad a
los Traposos. Se estableció en su
hacienda “La Concepción de Maturín”, ubicada en el Pueblo de Guarenas y allí
pasó el resto de su vida. El único acto público en el que participó tuvo lugar en 1842, cuando forma parte del cortejo de
familiares que marcha detrás del féretro que traslada los restos del Libertador
a su penúltima morada en la Catedral de Caracas.
De
sus tres hijos, José Félix Ribas Anzola, el primogénito, no casó; José Ignacio Ribas Anzola, casó en Valencia con Luisa Paz y tuvieron dos
hijos llamados José Ignacio y Luisa Amelia, ambos sin descendientes; por su
parte la única hembra, Trina Ribas Anzola, casó con el Dr. Martín Aguinagalde,
larense, y tuvo numerosa descendencia
hasta nuestros días.
Desde
su infancia se empeño en hacer valer su grado de Capitán e incorporarse al
ejército, pero le fue imposible a pesar de haber crecido en un mundo de primos.
Los Ribas eran muchos, los Palacios
también y todos prolíficos; José Félix
tenía más de doscientos entre primos hermanos, primos segundos, primos terceros
y primos de primos. Algunos miembros de su parentela llegaron a ser Presidentes de la República,
como Esteban Palacios, Manuel Felipe de Tovar, Antonio Guzmán Blanco o su primo
y tocayo Carlos Valentín Soublette, pero ya los tiempos de la influencia de
Bolívar habían pasado.
Mantuvo
varios juicios en defensa de sus tierras y de sus propiedades contra terrófagos
colindantes y contra el propio gobierno nacional. Peticionó muchas veces ante el Congreso y los
demás poderes públicos su incorporación al ejército, el reconocimiento de su
antigüedad y el pago de sus sueldos sin mayores resultados. El congreso le
reconoció en 1856 el pago de veintemil pesos y de ellos solamente le llegaron a
pagar cuatrocientos dieciséis.
Viudo
de Doña Trinidad Anzola, contrajo segundo matrimonio en 1851, con Doña Carmen
Villavicencio (con sobrinos en La Victoria). Vivieron en una casa del centro de
Caracas situada de Reducto a Basurero, y allí murió el 18 de junio de 1875, a la edad de 64 años.
La prensa caraqueña de la época reseñó su muerte y publicó un hermoso artículo en su honor, bajo
el título de: “Un honorable Patricio”.
Los
bienes de su herencia, muchos menos que los que él había heredado de sus
mayores, fueron repartidos entre su viuda y sus hijos del primer
matrimonio. El inventario de sus bienes
es un reflejo de su vida; allí están su
casa, sus muebles, su hacienda, sus
retratos, los libros que leía. A pocos días de su fallecimiento, vendieron la
hacienda “Maturín”, propiedad que había pertenecido durante tres siglos a su
familia Palacios.
Doña
Carmen le sobrevivió 43 años durante los cuales, junto con otros
coherederos, continuó gestionando ante
los gobiernos nacionales, los haberes militares, sueldos y montepíos que le
correspondían al Capitán y que nunca llegaron a cobrar. Son dramáticas las
cartas que le dirige Luisa Ribas Paz desde Valencia, al General Cipriano Castro en 1905. En el año 1911, a un siglo del
nacimiento de Ribas Palacios, todavía la República no había honrado un compromiso contraído por el
propio Padre de la Patria. Doña Carmen de Ribas falleció en 1918 en su casa de
Monzón a Bárcenas.
Un
libro titulado “Un capitán de dos años” espera desde hace varios años por su
publicación.
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