EL
TEATRO RIBAS (prólogo)
(Tomado del
libro “El Teatro Ribas de La Victoria, materiales para su historia”).
"El
vicio predominante en este pueblo es la embriaguez, (...) y las
comedias..."
Mariano Martí, Obispo de Caracas.
(23
de mayo de 1780.)
Como un inmenso barco anclado en el
centro del pueblo, está el teatro. Encalló en
un costado de la Plaza Mayor y
cual navío herido, comenzó a hundirse
lentamente en un mar de nostalgias y de reminiscencias. Con él se van más de cien
años de recuerdos que logró atesorar
entre sus muros. Después vino el naufragio.
Tormentas y borrascas agitaron la plaza; se encresparon las olas y
cuando "amainó la tempestad", su mascarón de proa quedó varado sobre
el borde agrietado de la acera, sin ninguna esperanza de izar velas y remontar el vuelo. Bajó el telón y
entró el silencio borrando los aplausos. Las
sombras desdibujaron sonidos,
figuras y colores. El tiempo desvayó rostros, voces, escenas, vivencias y
emociones, con su tinte de olvido. Apenas sobreviven las que se aferraron a
retratos antiguos, a papeles amarillentos o a ese engañoso y transitorio
refugio que es la memoria. Me
acerqué a su fachada de papel, grabada en una vieja fotografía. Estaba donde mismo, con las puertas abiertas,
el teatro de la infancia. Después fue
encender faros, recordar
cuentos parroquiales, revivir
personajes, reconstruir escenas,
rearmar viejas comedias y tragedias,
vislumbrar intereses e intenciones;
desempolvar papeles, las actas del
cabildo local, gacetas oficiales,
periódicos del pueblo y
nacionales, programas
desvaidos, albumes familiares y el diálogo alumbrador con vivos y con muertos.
La historia es una sola y está contenida
en cada uno de los hechos que la conforman; como en la sola y única gota de
sangre que el sabio examina en su microscopio; en ella está todo lo que de vida
y de muerte corre por nuestras venas. Un hecho aparentemente aislado, puede reflejar todo lo que está ocurriendo en
el torrente que circula por el organismo
social. Como en una gestalt; en cada una
de las partes del todo, está el todo. La historia del viejo edificio del
teatro, tema inicial de esta
investigación, cuyo curso debía ser lineal y cronológico, comenzó a manifestárseme desde un principio, como un barco a la
deriva, aventado de un lado a otro por vientos encontrados, e impulsado por
intereses principalmente de orden político, reflejo de los tropiezos y las
vicisitudes que se sucedían en el país.
Su simple construcción, con sus
sucesivas destrucciones, reconstrucciones, demoliciones y remodelaciones, son producto de cambios políticos de carácter
nacional y local. Un gobierno civil lo
decreta y comienza, pero no lo termina; una feroz dictadura lo concluye, y una revolución democrática lo vende por la
vigésima parte de lo que costó hacerlo.
Un particular lo demuele y medio siglo después, un
gobierno municipal lo recupera y uno regional decide reconstruirlo, para al final, a más de un siglo de haber
sido decretado, poder inaugurar apenas
la fachada. Paralela a la insólita
travesía que constituyen su construcción, demolición y reconstrucción, lo que podríamos llamar: su “evolución
arquitectónica”, está su cambio de
dueños, que en realidad fueron
pocos: el gobierno de Aragua, la
Municipalidad de La Victoria, un
particular y otra vez la Municipalidad de La Victoria. Pero ya inmerso en el
mar de papeles que fue menester atravesar para historiar el viejo edificio, se
me apareció como un tema digno de estudio aparte, la actividad teatral, floreciente algunas veces decadente otras pero
constante e ininterrumpida. Aún hay
más. Acontecimientos nacionales
influyeron grandemente en la vida de la ciudad,
y muchos acontecimientos que
tuvieron como escenario a La
Victoria , influyeron de manera definitiva en la vida
nacional. Tomemos como ejemplo apenas dos de ellos: La Batalla de 1902 y el
proceso de Conjura y Aclamación que precedió la caída del general Castro y el
advenimiento de la tiranía gomecista. La investigación debía limitarse a
archivos y registros que nos indicaran: quienes hicieron el teatro, cuándo y
cómo. Arqueamos las fuentes más
conocidas: El Archivo General de la Nación, donde se conservan los expedientes
del antiguo Ministerio de Obras Públicas y
los relativos a la Cárcel Real de La Victoria en cuyos solares se hizo
el edificio; El Archivo Arzobispal de
Caracas, donde revisamos los expedientes relacionados con los juicios seguidos
por el Cura de La Victoria a finales del siglo XVIII contra la pretensión de
los pardos del pueblo de montar comedias
“…como si fueran blancos”. Revisamos la
colección de la Gaceta Oficial de Venezuela y de Aragua, así como las Memorias
del Gobierno de Aragua y del Ministerio de Obras Públicas, celosamente
guardadas en la Biblioteca Nacional, en busca de Decretos, Cuentas y demás
datos reveladores. Leímos Las Actas del
Cabildo de Caracas y las de La
Victoria y las colecciones de periódicos nacionales y locales
que arrojaran luz sobre el tema.
Conversamos con hombres y mujeres del pueblo que fueron trabajadores en la
construcción, en la demolición, en la reconstrucción y en las tablas, en
calidad de "artistas" de
nuestro coliseo y por último, reconstruimos antiguas conversaciones que
sostuvimos sobre el tema con personas algunas de la cuales se fueron
físicamente de nuestro lado, cuyo
recuerdo sagrado nos acompaña
permanentemente, especialmente mi abuela Belencita Briceño quien junto
con su entrañable amiga María de los Ángeles Rodríguez, acompañó al Presidente
del Estado don Pedro José Rodríguez a la inauguración del Teatro desde el Palco
Presidencial, mi madre Vestalia
Núñez, Mireya Briceño Álvarez, Josefina
Cano González Blank, Polito Silva, Carmencita Castro, Ángel Raúl Villasana y
Luís Pastori, artistas pueblerinos, quienes desde la tierna infancia hasta
siempre, actuaron en Veladas y Representaciones. Los documentos existentes en
el Registro Subalterno victoriano, dan
fe del proceso jurídico. Ventas, Títulos
Supletorios, compras, contratos de diversa índole. Revisamos archivos familiares, viejas fotografías, programas
de veladas, recortes de periódicos, cartas, papelitos, invitaciones,
carnets de baile, entradas y la
inagotable tradición oral. Los Testimonios de actores y espectadores, empleados, acomodadoras... y público en
general. La construcción del Teatro, sus vaivenes, la vida teatral, su
condición de escenario artístico y político, todo esta interrelacionado con lo
que pasa en la ciudad y en el país en cada uno de sus momentos, pero al mismo
tiempo es un punto en el proceso de la vida nacional; especialmente de la vida
artística. Ello nos obliga a ir atrás y descubrir que en la ciudad desde
tiempos inmemoriales hubo teatro, representaciones, autos sacramentales,
comedias y fiestas escénicas, reglamentaciones y prohibiciones, que también
fueron consecuencia de su momento y causa de acontecimientos notables. Coliseo
a la deriva, sometido al vaivén de las turbulencias políticas y sociales, dependiendo siempre de los vientos que
soplaran, sin haberse movido jamás de un
mismo punto, es lo más parecido que hemos encontrado a un barco azotado por los
embates de un mar embravecido. Buscando sus orígenes en una montaña de páginas amarillentas, hemos topado con la
vida. En el mismo escenario de los
antepasados, los hemos visto
actuar. Hemos sentido muy cerca a personas que nunca conocimos. Mezclados en
una misma escena, trastocando tiempos y espacios, he creído ver al ilustre
Presidente doctor Raimundo Andueza Palacio en su Consejo de Gobierno firmando
el decreto y a su mujer, la victoriana
Isabelita González Esteves cambiándole el nombre de “Teatro Bolívar” por
el de “Teatro Ribas; al gran
educador Félix María Paredes, al General
del Mercado José María García Gómez, al
Presidente de Aragua General Pedro José Rodríguez, al albañil Canuto Herrera, al carpintero Vidal González y al alarife Atanasio Cortez, cuyo nombre me perseguía
desde hacía mucho tiempo, sin saber ni
quién era, ni que hacía. Junto con
ellos, eternos habitantes de la memoria,
Rosario "Charito" Peralta, Alsacia Álvarez, Angelina González Blank, Luis Pastori, Ángel Raúl Villasana,
Carmencita Castro, Mireya Briceño, Josefina Cano, Vestalia Núñez mi madre, Silita González, Josefina Simoza de Reyes, Julio
Páez, Elena Torres, Julio Jáuregui, Gisela Pastori, Eddie López, Daniel Tejera,
Ivón Ladera y tantos otros que
subieron un día al escenario y decidieron quedarse allí eternamente. Y
conocí a Talía, la Diosa Griega del teatro y Musa de la Comedia, “la que hace
florecer”, la Amante de los Dioses. Supe
que ella estaba muy triste pero escondió
su inmenso dolor detrás una máscara sonriente y todos rieron. Que disipó
las tristezas pero escondió su felicidad y su alegría detrás de una
máscara con mueca de dolor desesperanzado
y todos sollozaron. Comprendí entonces
por qué colgadas a los lados del escenario,
están dos máscaras. Simbolizan sonrisas y tristezas; como en la vida misma: la alegría y el dolor
unidos para siempre, hasta que baje el
telón, el silencio y las sombras se
adueñen de la escena y borren todo.
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