30 mar 2014

INDIOS DE LA VICTORIA


IÁREA CULTURAL DE LA VICTORIA PREHISPÁNICA

De acuerdo con  el sacerdote jesuita  Fernando Arellano se entiende por área cultural la zona territorial ocupada por núcleos humanos que desarrollan en forma semejante una serie de rasgos particulares referentes a la agricultura, costumbres, creencias y prácticas religiosas, lenguaje y creaciones artísticas de cualquier índole, con fronteras muy elásticas a causa  del frecuente movimiento de estos grupos, característica constante entre ellos antes de la conquista en todos los rincones del país, y a mi modo de ver, ciñéndome a lo antes señalado, particularmente en la región del Valle del Aragua.  Arellano clasifica las culturas de la Venezuela Prehispánica  en áreas diferenciadas, que por lo general, no coinciden con los actuales límites políticos debido a que las relaciones comerciales y culturales mantenidas entre los distintos núcleos humanos estuvieron condicionadas en esa época por diversos motivos que variaron a lo largo del tiempo. Segùn Miguel Acosta Saignes,este último factor y  la desigualdad cronológica de las fuentes deben ser considerados  cuando se trata de reconstruir nuestras  culturas antiguas  o de conocer sus estructuras y relaciones, para lo cual debe verificarse la real coetaneidad  considerando la lenta  y disímil  penetración de los grupos de aborígenes en el territorio venezolano.  Conforme con esta recomendación hay que decir  que de la Costa y de algunos lugares del Orinoco existen informes de la primera mitad del siglo XVI, de los Llanos no se sabe casi nada hasta mediados del siglo XVII ; y del Medio Orinoco y de la región del Casanare  sólo hay informes detallados desde el siglo XVIII. 
Por éstas y por otras circunstancias, como por ejemplo, la insuficiente información de carácter  histórico y la diversidad de criterios de los estudiosos de la materia, la delimitación de las áreas culturales del territorio venezolano es una tarea compleja, y   por tanto , para ubicar el sitio donde se desarrolló lo que después sería el pueblo de La Victoria  se  utilizaron  las clasificaciones propuestas por varios especialistas, entre ellas la  del citado  etnólogo  Miguel Acosta Saignes, quien  a su vez basó sus análisis en los estudios de algunos autores extranjeros, igualmente,  las  del antropólogo e historiador  oriundo de La Victoria Federico Brito Figueroa, junto a las del geógrafo chileno-venezolano  Pedro Cunill Grau, y las del  historiador aragüeño Lucas Guillermo Castillo Lara.
Acosta Saignes, para identificar a los grupos de aborígenes que  poblaron  el territorio de Venezuela  los ubica en varias áreas culturales y a la que tenía acceso  al mar la llamó  área de la Costa del Caribe”.  Cunill   Grau, apoyado en los trabajos de Steward y Kirchhoff, para agruparlos bajo el mismo concepto  la denomina   Geografía del Circuncaribe; y Brito Figueroa  prefiere llamarla   Área Demográfica Costero-Montañosa. Para el primero, la Costa del Caribe comprende tres sub-áreas extendidas desde Paria hasta Borburata: Cumanagotos, Palenques y Caracas,  para Steward y Grau, la Geografía Circuncaribe  parte de la Península de la Goajira hasta la de Paria, con extensiones que abarcan las montañas de los Andes y de la Costa, los litorales de Paria, el Delta del Orinoco y las sabanas y selvas de la Orinoquia y Amazonia, Brito Figueroa  sostiene  que el área Costero-Montañosa es la que comprende la franja  costero-montañosa de los Andes venezolanos, junto con una porción de los valles occidentales, centrales y orientales, con proyecciones en las tierras insulares. A su juicio  “esta región era la más poblada, pero no de manera uniforme sino con  la siguientes peculiaridades: a) aldeas de elevada densidad demográfica en las zonas de agricultura intensiva y riego sistemático. b) centros poblados estables de relativa densidad en los lugares donde predominaban las formas económicas basadas en la agricultura de azada y el intercambio permanente de productos de consumo y c) población periférica nómada con interpenetraciones en las zonas interiores”. De sumo interés para  este estudio es la zona   Circuncaribe Norcentral  cuyos paisajes según Cunill Grau  estuvieron poblados por diversas etnias aborígenes hasta las primeras décadas del siglo XVII; las cuales prefirieron para sus establecimientos las numerosas depresiones longitudinales intraserranas constituidas por la cuenca del lago de Tacarigua, hoy Lago de Valencia, Valles de Aragua y Valle de Caracas. En estos valles se albergaban importantes poblamientos indígenas, en pueblos medianos y pequeños formados por numerosos bohíos.  Las abruptas montañas de esta costa sirvieron de refugio a los naturales en un vano intento de frenar la empresa colonizadora y evitar el contacto con sus ejecutores; y  el poblamiento de las inmediaciones de las serranías del litoral y del interior que bordean los paisajes llaneros no fue muy acentuado, debido a las muchas dificultades que ofrecían.
         Por su parte, L.G.  Castillo Lara realizó un estudio de los albores de la tierra aragüeña, y la visualiza a través de tres regiones distintas, a saber: “El Valle, la Costa y la zona sur de Aragua que participa a la vez de la montaña, el piedemonte y la llanura. Igual podemos hablar de esas tres regiones en la época colonial: los Valles Centrales, la Costa y San Sebastián. Entre las tres zonas no había una unidad administrativa ni política, pero podemos hablar de una comunicación subterránea, que en definitiva establecerá entre ellas la vinculación aragüeña”.   De acuerdo con sus investigaciones, en el territorio del actual  Estado Aragua se dieron cita desde épocas remotas grupos aborígenes de diferentes naciones y culturas, entre ellos: yaguaragatos, masacures, petares, guarenas, trispas, tomusas, quiriquires,meregotos, Teques,etc; y en La victoria, particularmente, se produjo una mezcla de sangre   indígena mucho antes de iniciarse   en ella el fenómeno del  mestizaje que resultó de la empresa de la conquista, o sea que tuvo lugar un mestizaje aborigen antes del mestizaje propiamente dicho..  
Todo parece indicar, pues, que los primeros pobladores se concentraron principalmente en las tierras altas y en los valles interioranos del Circuncaribe Norcentral venezolano, donde los aborígenes encontraron diversidad de ambientes con abundante flora y fauna silvestre, en medio de un clima saludable y en un suelo acogedor. En uno de estos valles está ubicado el territorio bañado por los ríos Aragua y Calanche (Caganche en algunos documentos de los Siglos XVI y XVII), asiento de varias parcialidades indígenas localizadas en la sabana de Guaracarima, en Tucua o Tucúa y en el pie de la serranía que muere en el Mar Caribe, de donde fueron sacados  para ser repartidos a los encomenderos, y  congregados  más tarde junto a otras parcialidades traídas de otras regiones en el sitio bautizado por los colonizadores con el nombre  de Nuestra  Señora de La Victoria del Valle de Aragua.  Estos naturales se relacionaron activamente con las comunidades aborígenes circunvecinas. En  las crónicas  y documentos   figuran algunos  nombres de indios principales de la región, entre ellos:  Totoubtar, Curama, Yaguarnaca, Seque, Mocaguaima, Yusguaima, Tenecumacamo, Gusi, Pume, Tequine, Caguaienar, Hacomaima,Yocomatacane, Peratumai, Yorocomai, Ocopraca y Taipane.
Un  indicio  digno de ser tomado en cuenta  para  tratar de establecer posibles nexos entre los aborígenes de las comarcas vecinas y los de La Victoria es el parentesco existente entre Francisco Fajardo, uno de los más destacados  conquistadores de la región central del país, y una cacica  Guaiquerí llamada Isabel, quien era a su vez nieta y sobrina, respectivamente, de los caciques Charaima y Naiguatá.  El primero dominó en el valle y en el puerto de Maya, situados ambos al norte de La Victoria, y el segundo fue señor de una parte de la Costa de Caracas.   Este parentesco implica relaciones de diversas índole entre los naturales de la costa firme y de sus valles inmediatos con la costa de Cubagua y la isla de Margarita. Entre estos grupos el intercambio de manifestaciones culturales debe haber sido constante, si es que no conformaban todo un mismo tronco familiar, lo que también es factible. Los Guaiqueríes del Orinoco, diferentes  según los entendidos,  a los de la isla de Margarita, fueron incluidos dentro de los  caribes por el padre jesuista Felipe Salvador Gilig cuando clasificó las lenguas de los  orinoquenses.  Sin embargo, el Padre Arellano piensa que la clasificación del Guaiquerí como dialecto Caribe dista mucho de ser indiscutible en razón de que  no existen vocabularios guaiqueríes que sirvan de base de comparación con los vocabularios caribes;  y en cuanto a su etnología, considera que los datos existentes en relación con los rasgos culturales de esta etnia son fragmentarios e insuficientes para encajarlos con seguridad dentro de un cuadro etnológico.
Caribe o no, la cultura  de los Guaiqueríes que se radicaron en la isla de Margarita  ha debido ejercer alguna influencia en los naturales que se congregaron en el pueblo de indios de Nuestra Señora de La Victoria, al verse éstos últimos obligados a establecer con los de la Costa relaciones comerciales para intercambiar sus productos, por ejemplo: frutos de la tierra, carne de monte y artesanías por sal y pescado.  Desconocemos la vía que utilizaron para comunicarse; pero creemos que no debe haber sido muy distinta a la que actualmente une a La Victoria con el Puerto y la Costa de Maya entrando por el mar.
Esta ruta, trajinada por hombres de a pie y de a caballo, de acuerdo al testimonio oral de las hermanas Kinsler Pastori, oriundas de Puerto Maya como  lo llaman los nativos del lugar,  es como sigue: desembarque en la ensenada de Maya situada al este del río del mismo nombre, el cual es preciso cruzar siete veces para llegar al sitio de Los Conucos por donde corre la Quebrada Colorada.  Después se llega a Monte Oscuro, lugar rodeado de muchas haciendas cafetaleras, entre ellas: Santa Rosa, San Esteban, San Antonio, Las Delicias, El Placer, Las Marías, La Luisa, El Corozo y otras.  Más adelante, por un puente colgante hecho al parecer por los indígenas en épocas remotas, se cruza el río La Rivera y se llega al cementerio, se pasa Macanillal y una hacienda llamada El Portachuelo,  que en una época  perteneció a Don Alfredo Jhan.
Desde allí comienza a empinarse la montaña,  la cual una vez remontada, conduce por la izquierda a una vereda que desemboca en el camino abierto por los colonos alemanes fundadores de la Colonia Tovar en 1883; y por la derecha, después de pasar por los sitios conocidos con los nombres de La Mora, La Lagunita y La Gavilana, se llega a  Pie del Cerro, lugar donde se asentaron algunos de los primeros conquistadores del Valle de Aragua, extendiéndose hasta el nacimiento del valle, zona que fue bautizada con el nombre de Aragua Arriba. Un poco más abajo, camino de La Victoria, se encuentra Sarayauta. Un antiguo caserío del tiempo de los indios, llamado  la “Puerta de Aragua Arriba” por los victorianos. De allí bajaban cantadores, bailadores y músicos de Llora cada dos de noviembre para incorporarse a la celebración que con entusiasmo organizaban los vecinos del Barrio de Jesús en la famosa Plazoleta del Barrio. De La Victoria hacia  Puerto de Maya, o simplemente Maya como le llaman los lugareños , la ruta comienza en Pie del Cerro, se toma la vía que  conduce a la Colonia Tovar, y luego de atravesarla  hasta el final, se cruza a la izquierda,  para iniciar  el largo  camino que bordea la costa aragüeña por el Norte, a través de un   recorrido contrario al  antes señalado, y después de dejar atrás a Puerto Cruz y Chichiriviche;   se  llega a la angosta  pero hermosa ensenada.  En la actualidad,  aquel  río, otrora navegable y fuente de vida, tanto  para los naturales residentes como para los que iban de paso, ha sido represado con la finalidad de asegurarle el agua a algunos vecindarios distantes  en perjuicio de los porteños, cuyas protestas ante este hecho fueron desestimadas.
Después de todas estas consideraciones, me he convencido de que es bien complicado llegar a determinar cuál o cuáles parcialidades indígenas ejercieron mayor influencia en el pueblo victoriano, sobre todo cuando son tan escasas las evidencias de sus rasgos culturales primitivos.  Si bien es cierto que se han encontrado importantes restos arqueológicos en algunos lugares de  Aragua y Carabobo, desafortunadamente, en el sitio que ocupa La Victoria no ha ocurrido ningún hallazgo significativo, aparte de algunos objetos de una cerámica rojiza y brillante, y  numerosas piedras y manos de moler  que hablan por sí solas del consumo de maíz en la región, diseminadas a lo largo de las quebradas que corrían al noreste de la ciudad y en las riberas del Río Aragua.
Hace algunos años llegaron a mis manos unos trozos desprendidos del borde de una tinaja de barro, que casualmente quedó al descubierto cuando un grupo de muchachos jugaba a la pelota sobre el lugar donde había sido enterrada.  Era un campo de juego improvisado en terrenos de la antigua hacienda La Mora, en los cuales se estaba construyendo una de las etapas de la Urbanización las Mercedes en la década del 70. Por boca de dos de estos improvisados jugadores, a la sazón alumnos míos, supe que trataron de desenterrar lo que en principio creyeron un tesoro de los tantos que han sido encontrados en diferentes sitios del viejo pueblo colonial; pero al percatarse de que había huesos en su interior, se asustaron y desistieron del intento. Presumí que se trataba de una tinaja para uso funerario; pero no logré  que así quedara establecido  a pesar de haberlo procurado, porque las autoridades que para entonces regían los destinos de la ciudad, se mostraron indiferentes a mi llamado. De ser cierta mi  presunción, éste sería un vestigio histórico  de la existencia de un cementerio indígena en La Victoria;  bastante alejado por cierto del lugar donde se levantó la primera Iglesia  a principios del siglo XVII, en cuyos alrededores se fueron concentrando en forma paulatina los habitantes del pueblo de Nuestra Señora de La Victoria del Valle de Aragua
Algunos años  después de este hallazgo  fortuito, y  cercano al mismo lugar de  dispersión ocurrió otro  que sirvió para reafirmar esta primera hipòtesis. En una vivienda de una nueva urbanización, de las tantas que se han ido levantando en los terrenos de esa extensa hacienda, fue desenterrada a finales del año 2003  una tinaja  contentiva del esqueleto de un hombre joven cuidadosamente colocado y tan bien  conservado que mantenía intactas  todas sus piezas dentales. Esta vez  sí se tomaron las medidas para que este  nuevo descubrimiento no corriera  con la misma suerte y estamos a la espera del resultado del estudio al que està siendo sometido en los laboratorios de la P.T.J.  de cuyo seguimiento han estado pendientes  el Cronista de la ciudad  Dr. Germán Fleitas Núñez y  el    historiador e  indigenista venezolano  Dr. Mario Sanoja. El hecho de que ambos restos  fueran enterrados  dentro de vasijas de barro cocido  no es prueba contundente de que todos los antiguos  pobladores  de esta región tuviesen las  mismas costumbres funerarias; pero  hasta ahora  no hay razones de peso para   pensar  otra cosa.
Elías Rodríguez Argüello en su  estudio ya citado, fundamentado en los conceptos  extraídos de  la Guía del Museo Antropológico  de Maracay, de la Fundación Lisandro Alvarado, apunta  al respecto  que los aborígenes de esta  región habían cultivado el arte de la cerámica como lo demuestra la gran cantidad de piezas utilitarias y deidades  encontradas en las márgenes del lago de Tacarigua, hoy de Valencia, y en sus proximidades. En cuanto a las urnas funerarias dice que  pueden catalogarse como deidísticas  porque formaban parte del culto a los muertos. En cuanto a su uso  sostiene que nuestros pueblos aborígenes – dando por descartado que se refiere concretamente a los de Aragua- enterraban sus difuntos directamente en la tierra y transcurridos cinco años, poco más o menos, procedían a enterrar  la osamenta dentro de la tinaja funeraria junto sus pertenencias habituales más queridas  para su enterramiento definitivo. Gracias a ese ritual se han encontrado en tales urnas  de barro  huesos de animales, semillas diversas, objetos de cerámica y bebidas espirituosas  destinadas a acompañar al difunto en su largo recorrido por los túneles del infinito.  No coincide esta descripción con las de otros autores tratados en este estudio a través de los cuales  hemos podido apreciar indistintos procederes  en cuanto al destino final de los muertos entre ciertas  etnias de la zona central del país. Tampoco es mi intención  ponerlo en duda, pero me llama mucho la atención aquella costumbre, por lo visto muy generalizada, de organizar lloras y otras ceremonias fúnebres justo al año de muerto el pariente, que  los naturales llamaron   “ el año triste ”  y también “el cabo de año”.   Por otra parte, desconozco el  procedimiento que utilizaban para  desenterrar  los esqueletos después de varios años  sin que se desarticularan, tal como se pudo observar en  el encontrado en La Victoria, para luego colocarlos dentro de las mencionadas vasijas, por muy grandes que éstas fueran,  a no ser que tal cosa tuviera relación con la costumbre de enterrar los muertos de pie, propia de  ciertas parcialidades de aborígenes de otras regiones.
Al lado de los  indicadores señalados existe otro que considero de primordial importancia, y sobre todo cuando no se cuenta  con elementos de juicio suficientes  como para asegurar que la población autóctona de un lugar X, tuvo tal o cual procedencia. Se trata del elemento  lingüístico, cuya relevancia ha estado, en no pocas ocasiones por encima de cualquier otra fuente, por cuanto constituye para el investigador una de las   herramientas  más valiosas para deducir  la posible pertenencia de una etnia determinada,  a cualquiera de las familias de lenguas aborígenes de nuestro país.  Mediante el estudio de las voces indígenas del habla cotidiana de un lugar, existe la posibilidad de hacer conjeturas con menor riesgo de hacer falsas interpretaciones. En consecuencia, ha sido utilizada por los lingüistas para identificar las dos oleadas de poblamiento ya señaladas,  ambas de Suramérica pero de distinta filiación lingüística: la Arahuaca  y la Caribe. Un ejemplo de  ello   es  ofrecido por  Lino Duarte Level en el capítulo de su Historia Patria correspondiente a los aborígenes de Suramérica;  y por supuesto de Venezuela.  Según este autor:  “…Hay motivos, al parecer fundados, para creer que la raza tupís fue la primera pobladora de la América del Sur bañada por el Atlántico; de esta raza se hace descender a los Arucas, que son esencialmente suramericanos por su origen y filiación … por el occidente fueron hasta Santa Marta y la Goajira, abrazando toda la hoya del Orinoco …  Los arucas dejaron huellas de su dominio en el oriente de la América del Sur.  El prefijo gua o oua, que corresponde al  ah de los mayas y al güe de los tupis de donde tal vez viene, lo hallamos por todas partes en esta región. Sus ideas religiosas indican influencias ejercidas por las naciones de la América Central. El lenguaje es el más diseminado en Suramérica, principiando al Sur con los Guanás en las cabeceras del Paraguay hasta la península de la Guajira que es la tierra más al Norte del Continente. Las tribus arucas,  ocupaban probablemente, dice Davis, la mayor parte de las tierras bajas de Venezuela de donde fueron arrojadas por los caribes, poco antes del descubrimiento. Esto último fue muy reciente, pues las mujeres cautivas aún hablaban en  aruco cuando llegaron los europeos… Son palabras arucas, según Duarte Level: ají, batea, caracol, conuco, hamaca, maíz, hico, sabana y tabaco.Ésta última era el nombre de la pipa, y no de la planta, que se llamaba cohoba.  El prefijo gua para ellos significó dominio o posición.  Así Aragua quiere decir “nuestro sitio”.
Pero hubo  nuevas  palabras en otra lengua  porque  “…Una nueva raza se presentó en el campo: la Caribe. Su verdadero nombre es Calina de donde salió Calinago, Calibis, Galibis, y por último Caribe, que al principio fue sinónimo de caníbal ...  la mayoría de los que han estudiado a fondo el asunto están de acuerdo en  que vinieron del sur del continente meridional de la América ... Es un hecho indudable que los caribes de Venezuela invadieron y conquistaron los pequeñas Antillas poco antes del descubrimiento, de manera que la invasión fue de Sur a Norte. Los caribes de las Antillas francesas creían ser descendientes de los Calíbitis o Galibis, sus aliados  y grandes amigos, habitantes de la América meridional y vecinos de los Arucas en Guayana. Contaban ellos que todos los caribes estaban sujetos a los arucas y obedecían a su señor; pero que una parte de ellos, cansados del yugo, se sublevaron y se vinieron a Tobago de donde ocuparon luego las otras Antillas, haciendo excursiones a Guayana a robarle las mujeres a los arucas, que a ejemplo de ello otros caribes se sublevaron, vencieron a los arucas,  los echaron al interior y se quedaron viviendo como señores de la tierra.
Al tiempo de la conquista apenas quedaron arucas en Guayana y eran los maipures y  los baris en el alto Orinoco, los mitua en el Inírida, los ativeros en el Atabapo, los achaguas en el Meta y además los Guajiros” .
Según el mismo Level,  los Tupis, los Arucas y los Caribes;  aunque pertenecen al mismo grupo lingüístico, al diseminarse a lo largo y ancho del continente fueron tomando diferentes características somatológicas. De allí que la gran variedad de dialectos que hablaban las tribus venezolanas pueden reducirse a dos o tres matrices entre las cuales domina el caribe. La multiplicidad de lenguajes tuvo su origen en la transmisión oral y en  el continuo movimiento de grupos humanos empujados por el hambre y por otras circunstancias. Entonces se crearon nuevas palabras y se introdujeron giros y acentos  diferentes, que a primera vista, parecía ser un nuevo dialecto bien distinto al que lo había originado.
Este autor asegura que entre nosotros  hay reminiscencias caribe por todas partes. Así,  el afijo car equivale a cantidad, cur es poco, ina pequeño y gua es un  posesivo. También tenemos muchas palabras en las cuales reconocemos el afijo y el calificativo: tuna = agua, guara = río, guaica = arma y/o jefe, guere = mosca, goto o coto = tribu, apo = fuego, atu = cascada, ani = familia, ora = techo, coro = viento, aro = sombra, guare = hieba, are = sitio, ama, ire = camino, nagua = loma, icha = doncella, pacara = cesto, ira = salida, ita = sangre, uma= calor, y otras muchas. Según Level,  descifrar el lenguaje caribe es complicado en razón de que hicieron uso de símiles, aféresis, apócopes, cambio de sílabas, letras intercaladas y palabras compuestas. Un ejemplo de esa dificultad  sería la adición de un afijo para modificar el sentido de una palabra  como ocurre  con   las voces  ereba que significan maíz y edebali comida de maíz ,  de las cuales provino  la palabra arepa…
El Cronista  Botello,  en un artículo de prensa intitulado De re Indígena  (que significa cosas de indígenas),  apunta  con relación  a la lengua de los diversos grupos de aborígenes venezolanos que algunos sacerdotes, entre ellos el Padre Ruiz Blanco y el Padre Tauste,    escribieron acerca de la lengua Cumanagota -pariente de la Caribe- un catecismo y otros libros que hablaban del idioma como tal, un diccionario y  una relación de ciertas  expresiones cotidianas  que hoy son el más preciado  tesoro para conocer el origen de muchas palabras y topónimos característicos, desde el Oriente hasta el centro del país y los llanos, porque los Caribes-Cumanagotos dominaron la escena. Agrega el autor del citado artículo que por eso nuestros pueblos se llaman Maracay, Turmero, Cagua (de  caigua, caracol), Cura (el aguacate), Tucutunemo (boca pequeña),el sitio de La Victoria era Tucua o Tucúa, Ocumare (el bejuco de cumari), Píritu (una planta utilitaria), Guaracarima (sitio de los monos), Güiripa ( o  quiripa , un objeto intercambiable que servía de moneda), Taguay (que es cocuiza) Güere (el áspero jabillo), Cataure, (un canasto), y así muchos otros porque casi todos los pueblos de Aragua tienen un nombre indígena; pero que en el Oriente son más porque es la cuna del ancestro Cumanagoto. Dice también  Botello,   que de acuerdo a las modernas investigaciones,  son 19  las lenguas  indígenas contemporáneas,  de las cuales hay dos en vía de desaparición pues el universo que las habla no llega  a las veinte personas; y para  poder  escucharlas es necesario  ir por  la carretera  del Tigre-Soledad  a los apartados caseríos de  los Kariñas, a Caicara del Orinoco donde viven los Panares, en Santa Elena los Pemones, en Puerto Ayacucho los Piaroas, en Guachara los Yaruros, en el Delta los Guaraos, en el Alto Orinoco los Yanomamis y en el Zulia los Guajiros y los Paraujanos. Casi todas estas lenguas  fueron estudiadas por  el misionero Fray cesáreo de Armellada, académico, antropólogo y educador; “el padre indio” como le llamaban en la Gran Sabana, donde fue  uno de los pioneros  de la evangelización.(49  )  En Venezuela, hasta la Constitución  del año 1999 no existía ninguna ley que obligara a los maestros que laboran es esas zonas a conocer el idioma de los indios. Ahora  es un requisito ineludible y los libros deben ser bilingües. Pero con todo y eso, el proceso de extinción continuará inexorablemente y llegará un día en que de esas lenguas quedarán sólo unas pocas  palabras que servirán para recordarnos un pasado cada vez más  lejano.
De acuerdo con lo dicho por Level en párrafos anteriores  se infiere que  la unión  de Arucas con Caribes  desencadenó  también en ese pasado remoto una  notable modificación  de sus  costumbres, usos y tradiciones, lo que significa que ya  para la llegada  de los conquistadores los  dialectos  y los  ritos fúnebres,  por citar una de las celebraciones de más interés  para el momento que nos ocupa, tendrían nuevas  características. Con el tiempo, aunque cada familia aborigen contase con su fiesta funeraria en particular, ambos grupos étnicos   habrían llegado a compartir  algunas  creencias mágico-religiosas. Esa  variedad de rituales practicados desde épocas pretéritas  para  honrar a los muertos, celebrado cada uno a su manera y en  fechas diferentes,  tuvieron forzosamente que adaptarse al calendario cristiano. Por disposición de la Iglesia  fueron obligados a realizarse sólo los días dos de noviembre de cada año; y en vista de que en ese entonces existía la costumbre  generalizada de llorar en grupo como parte importante de la ceremonia fúnebre, es muy probable que  de allí haya  partido la idea de calificar la celebración   con el nombre común   de llora. 
   En líneas generales, a los  nativos de la región central del país se les puede identificar por  ciertos rasgos característicos de estas dos grandes familias aborígenes. Es de hacer notar que algunas de las costumbres a las que he hecho referencia son desconocidas entre nosotros; y si existieron alguna vez, desaparecieron sin dejar huellas. Verbi gracia, la  de quemar a los muertos para   posteriormente  beber sus cenizas,  tampoco la de padecer el marido los malestares del embarazo de su mujer y menos la  de   guardar dieta  después del alumbramiento, esta última de uso común entre los grupos de filiación caribe, que los conquistadores llamaron couvade.  Por el contrario, las mujeres de todas las clases sociales del centro del país , hasta hace relativamente poco tiempo, guardaban después del parto un cuido  riguroso durante  40 días  (lapso llamado por estos lados “la dieta” ), durante los cuales  se alimentaban  con el tradicional  hervido de gallina, ( criadas, por lo general en el gallinero de la casa, una para cada día ), queso blanco  y pan tostado; y   las parturientas  resguardaban  al recién nacido dentro de  la habitación hasta pasada la cuarentena  para protegerle del “sereno” o rocío nocturno,  culpable,  según la creencia,  del mortal  tétano del ombligo o mocezuelo que tantas muertes neonatales  causara por aquellos tiempos.  Mientras tanto, el  papel del hombre, en el mejor de los casos,  se concretaba a complacer los “antojos” de la embarazada para evitar que el niño naciera “con la boca abierta”,   y de  costear  los gastos  que acarreaba el parto, el cual rara vez tenía lugar  en un hospital o casa de salud, pues la mujer paría en el hogar con la ayuda de la comadrona, partera o madama, que las había en cada pueblo o caserío, por muy apartado que estuviera. Vaya un recuerdo oportuno y merecido para la  sabia partera campesina de la Costa y del Puerto  de Maya que asistió a mi madre por allá por la década del cuarenta, la señora Pascuala, quien se ufanaba de haber traído al mundo más de cien niños sin ningún percance fatal y cuyos cuidados para el neonato había aprendido seguramente  de sus mayores, como por ejemplo, colocar  la placenta junto a un poco de alhucema  en un hoyo con brasas cercano a la habitación de la parturienta para asegurarle una pronta recuperación, enterrar el ombligo del recién nacido para que no se olvidara nunca  de su lugar de origen, y darle una cucharadita de clara de huevo batida para extraerle  la flema o gleras de los pulmones  y  “para que  cantara bonito”, costumbres que sugieren, en relación con el parto,una mezcla de tradiciones aborígenes, africanas y españolas .            
Volviendo al tema de lo lingüístico, en vista de que algunos  investigadores e instituciones se han ocupado de  estudiar  el lenguaje de nuestro aborígenes y de  publicar  los vocabularios respectivos, me ha parecido conveniente hacer una  selección de  ciertas palabras de naturaleza indígena del habla más o menos reciente  y actual de La Victoria, agrupándolas de acuerdo a su procedencia, entre las cuales, seguramente,  se habrán colado algunos africanismos,  modismos y otros términos de distinta naturaleza.[GF1] [ Palabras de probable  procedencia aborigen del habla cotidiana de los victorianos. (Algunas ya en desuso).
De filiación Caribe (Cumanagotas, Tamanacas y Caracas).
Acure o Picure
Algarrobo
Hicaco (icaco)
Icorota (caraota)
Anauco  (bucare)
Apamate
Iguana
Icaco ( hicaco )
Aragua: Toponimia
Machaca (insecto)
Araguaney
Araguato
Manare (colador)
Manirito
Arepa (Erepa)
manirote
Bachaco
Báquira
Mapire
Mapuey
Bututo o botuto
Budare
Butaque (butaca)

Caca
Cachapa
Maraca
Maracay
Cachicamo
Cachipo
Cagua
Camaza
Capazo (capacho)
Carahota (caraota)
Maruto (ombligo)
Cariaco
Caroata    ( caruata, maguey )
Carocaro
Carora
Catuche    (guanábana)
Cautaro (caujaro)
Maya
Cayapa
Cedro
Coco (voz para asustar a los niños)
Mazato
Merecure
Merey
Moriche
Conoto
Coro
Coroto


Morón (brujo)
Cotiza
Morrocoy
Cotoprich (cotoperí)
Múcura
Nigua
Ocumare
Cumaco
Ocumo (chaco)

Cunaguaro
Curiara
Orore
Papaya
Parapara
Chaguaramo
Patiya (patilla)

Chícura
Piache
Pipe (tórtola)
Chichiriviche
Pira
Chigüire
Danta
Guacharaca

Guaicamacuto
Guama
Piragua
Pita (cocuiza)
Guamacho
Puinque (espina)
Tacarigua
Tácata
Tacua (tuna)
Tapiramo
Tara
Tártago
Timbo (tenducho)
Topo (cima)
Totumo
Tunapuy
Turpial
Guaracarima
Guaracaro
Guaracarumbo
Guaratara
Guaritoto
Guaro
Guaira
Guaire
Guarenas
Guanes (miel)

Guate

Guatipa (excremento)
Guaya
Guayaba
Guayana
Guayuco
Güere
Güerelo (gusano de mosca)
Guatire

Guirirí


Hayaca ( bojote, paquete, envotura)



Voces  de la Lengua Guayquerí: (comunes también en la Isla de Margarita).
Auyama
Guacharaca
Cachapa
Macuto
Cachicamo
Piache
Caimito
Tacarigua
Cariaco

Cotoperí

Corohota (caraota)

Ají
Aje (batata)
Anón
Balsa
Batata
Batea
Barbacoa

Hobo (jobo)
Jagüey
   Jején

Junco

Macana
Bejuco
Maíz
Buhío (bohío)
Mamey
Cabuya
Mamón
Cacique
Maní
Caimito
Nirgua
Canoa
Onoto
Caoba
Paují
Caracol
Cazabe
Sabana
Ceiba
Tabaco
Cocuyo
Yagrumo
Comején
Yuca
Corozo

Dividive

Guacamaya

Guagua (caña)

Guanábana

Hamaca

Huracán


Duarte Level incluye las voces canoa, cocuyo, macana y onoto dentro de una lista de palabras de origen caribe y la palabra casabe es  considerada voz caribe por algunos especialistas y taina por otros.  En cuanto a la palabra hamaca, Ehrenreich dice que parece que este lecho colgante diferente al chinchorro fue inventado por los arucas; pero la mayoría de los investigadores afirman que   fue introducida en el país por los caribes, no obstante, Colón la reseña en el diario correspondiente  a  su  primer viaje, durante  el cual tuvo contacto sólo con naturales antillanos.  Como puede apreciarse, hay muchas dudas y diversidad de pareceres al respecto. 
Voces Aztecas (México)
Aguacate
Atol (Atole)
Maguey
Mecate
Cacao
Petaca
Chipilín
Chococolate
Sisal
Tamal
Henequen (genequen)

Hicotea (jicotea)

Huacal  (guacal )

Jícara

Juajua



Voces Quechuas (Perú y Ecuador)
Carato
Misi (voz para llamar al gato)
Culantro
Ñapa
Cucaracha
Papa
China (muchacha, honda o fonda)
Papaya
Chirimoya 
Chinchurria
Garúa
Loro
Paují



Presencia Aborigen en el Baile de La Llora.

Con la finalidad de escudriñar todo género  de  documentación  que pudiera conducirme  hasta lo  que pudiera ser la  génesis del baile de La Llora de La Victoria  revisé numerosas  publicaciones  y archivos  en búsqueda de datos relacionados con los bailes  y rituales indígenas.  Una de las más ricas y confiables  es la del  Jesuita Fernando Arellano toda vez que se apoya en los testimonios de religiosos  que, en calidad de misioneros, convivieron  con los aborígenes durante largo tiempo; y en especial, de los que  tuvieron el cuidado de aprender sus  lenguas.
Uno  de ellos, el  capuchino fray Cesáreo de  Armellada,  tuvo la oportunidad de observar de cerca las vivencias de los indios del Orinoco, entre ellas, sus danzas.  En la  Relación que escribió al respecto se aprecia que no sólo se preocupó por hacerse  presente    sino que tuvo el cuidado de indagar sobre lo que cada celebración significaba,  lo cual le llevó a afirmar  que “…los bailes indígenas están  todos estrechamente ligados a la costumbre de embriagarse en razón  de que lo primero que intentan es la diversión (en sentido etimológico) y la alegría,  además, el baile en grandes coros con música, disfraces, mimetismo, bebidas, etc, viene a producir necesariamente aquella exaltación orgiástica. No se organizaban bailes para festejar nacimientos, matrimonios ni defunciones, pues está reñidísimo con la manera sencillísima y  privadísima de los unos las restricciones que impone el couvade* respecto de los recién nacidos y el asarakpué respecto de los parientes difuntos, todas ellas incompatibles con  las comilonas y bebezonas de los bailes Poseen estos indios dos bailes autóctonos que acompañan con instrumentos diferentes. Los dos son en corro o en círculo, con movimientos  acompasados y lentos: y tienen la particularidad de que suelen bailarse a la vez: el Tukui y el Parichará, formándose un doble círculo. Los que bailan Parichará, (círculo interior), se mueven con la cara hacia el centro: y los danzantes del Tukui, (círculo exterior), caminan detrás del cabecero o tamborilero, a veces en doble fila o en parejas cogidas del brazo. A veces el director cambia repentinamente y los obliga a caminar hacia atrás. Al final de cada verso o motivo poético repetido infinidad de veces se dan pasos hacia atrás y hacia delante mirando hacia el centro donde se encuentran las camazas o canoas de kachirí, se lanzan grandes gritos y se hace la pausa para beber. Hecho un pequeño descanso el dueño del tambor marca de nuevo el compás, entona  nuevos versos y el baile continúa hasta agotarse las fuerzas o la bebida. La  monotonía que resulta de este bailar tan prolongado, no lo es tanto para los cantores por la variedad de los versos  al estilo de la salmodia o de la letanía que le confieren  un efecto maravilloso en el terreno de lo religioso o de la magia. Las letras suelen transmitirse  de memoria; pero alguna vez son inventadas  durante el  trance mismo del baile inspiradas en paisajes o sucesos de la vida cotidiana…”
La voz autorizada de este religioso, en una época  director del Instituto Venezolano de Lenguas Indígenas, hace pensar en la necesidad de enfocar la celebración de las danzas funerarias desde otro punto de vista. Podría dárseles una connotación absolutamente mágica y religiosa y no tenerlas como bailes propiamente dichos, sino como escenificaciones fúnebres.  Así, serían considerados bailes o danzas sólo los de diversión. Sin embargo, dado que en todas sus reuniones tristes o alegres el consumo de bebidas embriagantes no podía faltar, habría que convenir en que, irremediablemente, terminaban siempre con las consabidas borracheras colectivas. De ser así, ese  argumento  refuerza mi posición en cuanto a que  La Llora habría sido en un principio  una ceremonia  puramente ritual, para convertirse después, por obra de  las circunstancias,  en un baile de diversión.
También   el Padre Jesuita Felipe Salvador Gilij  durante su labor misionera  en la reducción indígena  San Luís de la Enramada   hizo las siguientes observaciones: “ el baile era el entretenimiento favorito de  los orinoquenses y cada nación tenía sus danzas distintas y su modo particular de ejecutar los movimientos. .   En una de sus incursiones por los alrededores de la Misión  integrada  por  indios Tamanacos vio que  realizaban bailes donde ofrendaban bebidas y comidas para alejar al demonio y una vez oyó los horribles gritos que daban en la selva dos o tres jóvenes tamanacos mientras los otros bailaban dentro del poblado, y a la pregunta de por qué aullaban de esa manera, le respondieron que lo hacían para alejar  a Mavári o genio maligno.
 En un folleto  editado por el Consejo Nacional de la Cultura, el Ministerio de la Secretaría de   la Presidencia  y el Museo Nacional del Folklore figura una cita suya relacionada con estos aborígenes   en la cual hizo un bosquejo de las  modas” que utilizan en los días solemnes de esta manera: Los tamanacos en los grandes bailes , dejando sólo el botuto,  bailan al son de la maraca. No se disponen en círculo, ni los unos se apoyan en los otros, como en el baile  común, sino en forma de media luna, danzando siempre y conservando siempre, mientras la cabeza se mantiene, la misma figura. Lleva cada uno  en la mano una caña gruesa de guadua de la altura de cuatro palmos con la que golpean el suelo. Se pinta  también  cada uno de varios modos ridículos, y se atan  plumas de diversos pájaros. El primer bailarín, que de ordinario es de la clase de los caciques o de los piaches, conduce el coro con el cuerpo un poco encorvado y le siguen los otros, serios y graves igualmente pero derechos, y se mueven tan bien que producen asombro mirarlos. Y continùa su relato el sacerdote:  “pero ésto no es lo más notable de sus bailes. Más que todo me gustó la armonía y me deleitó su ritmo....no hay peligro de que ninguno desentone: maraca, sonajas, golpear en  la tierra con guadua, movimiento de pies, canto, todo va de acuerdo”.  Pido al lector leer con detenimiento  el siguiente párrafo: “ la voz de las mujeres se levanta sobre la de los hombres; pero se levanta con gracia. El piache canta  primero, y cantan después los otros y repiten sus palabras y así alternativamente cantando  llevan tan ordenadamente la voz que parece que canta uno solo”. Para la comprensión del proceso de transformación del baile de La Victoria es verdaderamente interesante esta descripción  por cuanto   deja ver que los indígenas bailaban en círculo sólo en las fiestas  que no eran  solemnes, y que además cantaban  en alternancia como algunos cantos de la serie victoriana.  Particularmente me inclino a pensar que La Llora comenzó siendo  una ceremonia semejante a la descrita por Gilij, vale decir, para rendirle honores  a los muertos  importantes del grupo; pero que al ser privada de   su  carácter ritual y  convertida por obra de las circunstancias en un baile festivo, adquirió los elementos  que  en una època temprana   caracterizaban   los  “ bailes comunes¨, como las que describe el   Padre Tauste en la  Relación transcrita por  Carrocera, propias de  las costumbres de los indios Chaimas de la Misión de Cumaná,  disipados y  aficionados  a celebrar convites y fiestas con borracheras para lo cual usaban  “  pinturas, disfraces y adornos”
Existen  otras contribuciones  importantes  en este campo entre las que destaca la   del   escritor Martín Matos Arvelo,  citado frecuentemente por Isabel Aretz en su  extenso estudio  sobre los instrumentos musicales de Venezuela, ya sea  describiendo una ceremonia fúnebre,   un instrumento musical  o un baile  perteneciente  a  la cultura aborigen  de nuestro país. Sus testimonios resultan de singular importancia para el conocimiento de  los bailes  que suelen acompañarse con las flautas de Pan, que en la lengua aborigen es llamada de diversas maneras, entre ellas, mare, caramillo   o  carrizo, y en  castellano: zampoña, siringa o gaita. Entre los que calificó de  “pintorescos y caprichosos bailes aborígenes”  señaló  El Pabón,  El Pilón, La Palometa, El Paulau, El Curumare y;  finalmente, también citó  y describió uno de gran interés para comprender el proceso de transformación  que  ha experimentado el baile de La Llora  en virtud de que su nombre coincide con   el reseñado por el Obispo Martí  cuando su visita pastoral al  pueblo de La Victoria. La somera descripción que  de dicho baile hiciera el religioso dificulta  la tarea de  establecer la correlación  exacta  entre ambos, cosa que  hubiese sido  de enorme utilidad para sacar conclusiones en ese sentido.   Se trata del   Baile del  Carrizo cuya  descripción es la siguiente: “Los músicos que son tres giran solos de pie en el centro de una sala o patio. Poco a poco los rodean numerosas parejas que danzan en su alrededor. En esta primera parte de la danza los tres músicos giran con los rostros hacia la circunferencia; y los movimientos de las parejas son  vivos y animados y se escuchan los gritos cortos de ¡ jai  ¡jai! ¡jai! y los dedos de las gaitas son alegres, vivaces y agudos. A esta figura sucede un cambio de posición en los bailarines y en los músicos que se voltean con los rostros hacia el centro del  círculo , y un cambio  en la nota de los carrizos que ahora son tristes y quejumbrosos, graves y sostenidos. Por último los músicos cambian nuevamente de posición  y  de movimientos; y su música es ya alegre, ya triste, ya aguda, ya profunda; y los danzantes corresponden bailando sin orden ni concierto, hasta salirse todos del círculo y hacerlo en la mayor confusión. El silencio de las gaitas pone fin a la danza.
Esta descripción  minuciosa del baile citado realizada  por   Matos Arvelo y publicada  en una obra de su autoría  editada  en 1912, a pesar de que no permite  asegurar su correspondencia con el baile de La Victoria; aunque puede presumirse,  ha sido providencial para  ratificar  la idea   que se tenía de la clase de carrizos que acompañaron  al baile de La Llora en su etapa inicial toda vez que afirma, como ya se dijo,  que todos estos bailes  se acompañan con las llamadas flautas de Pan, instrumento musical que se fabrica con una serie de tubos de  tamaños diferentes atados de mayor a menor y que, según Aretz, fue mencionado en Venezuela desde los primeros tiempos de la Conquista   y  su uso   se conserva  hasta nuestros días, tanto entre las diversas tribus indígenas como entre algunos grupos mestizos. Su nombre  más difundido en la actualidad es el de  carrizo. Algunas  imprecisiones  del autor, así como de la gran mayoría de los cronistas, dan pie para  que surjan  dudas al respecto, y a veces pareciera  que también los instrumentos de un solo tubo reciben el nombre de gaitas. Sin embargo Aretz,  especialista en la materia, afirma que las  flautas de Pan, carrizos y gaitas son una misma cosa.
De ser así, hay motivos para pensar que este baile del Carrizo   podría  ser el mismo del de La Victoria y de San Mateo, aunque con toda seguridad,  para el momento de la visita pastoral del Obispo a ambos pueblos, ese baile del Carrizo o de Gaitas, probable antecesor  de La llora aborigen del cual tuvo conocimiento por parte  de sus informantes, habría sufrido ya notables transformaciones que desafortunadamente no hemos podido precisar. Lo que más llamó la  atención del sacerdote  fue la  indecencia de que durante el baile  los hombres se sujetaban del cuello de las mujeres,  y  para colmo de males, eran fiestas nocturnas. Pero a pesar de que no existe la información detallada acerca de los bailes en cuestión, intuyo que podría haber  existido una  relación de continuidad  entre ellos, hasta que en algún momento que tampoco hemos logrado determinar, el de Carrizos o Gaitas cayò en el olvido para dar paso al Baile de La Llora.  El encadenamiento de los hechos aludidos  conduce a la siguiente conclusión:  Desde el baile de  La Llora de los tiempos pre-hispánicos,  hasta  el que conocemos ahora con ese mismo nombre,  ha ocurrido un  interesante y notable proceso de evolución, que a pesar  del largo  tiempo trascurrido le permitió conservar para la posteridad  ciertos   elementos primitivos, que por alguna razón de peso, quedaron grabados en el inconsciente  colectivo
 Por esa razón se ofrecen algunas características de unos y otros grupos que al ser comparadas y confrontadas podrían acercarnos al nacimiento de esta tradición.  Es sabido que en cuanto a la manera de organizarse  para las fiestas  compartían   los indios en general  ciertas costumbres;  pero cada grupo en particular tenía hábitos propios  que permitía  distinguirlos unos de otros. Por ejemplo: los Guamos, una de las tribus de los Llanos de Caracas,  celebraban sus fiestas en tiendas de ramos recién cortados, donde se bebía y se bailaba al mismo tiempo, porque cuando repartían  la bebida, cada sirviente estaba   acompañado de dos flauteros; y  entre los grupos de origen caribe era  común el uso de un espacio adecuado para reunirse, por lo cual  en cada población, entre las casas, había  un patio o plaza muy plano y limpio, y en el centro “hacían  una enramada donde se reparan del sol, hacen sus fiestas, bailes, consultas y otras cosas por placer”.

Visto asì,una de las características comunes a todos parece ser la de celebrar reuniones sociales protegidos con enramadas construidas en el momento  del evento en cuestión. Esa costumbre podrìa estar asociada a uno de   los preparativos más llamativos del baile de La Victoria, cuyo procedimiento  consiste  en   levantar dos circos concéntricos  de ramas frescas, preferiblemente  matas de plátano, para que se acomoden los músicos en el centro del circo   de menor diámetro; y los bailadores en el que le circunda, de  mayor tamaño y con espacio suficiente para el baile. ( Este escenario sòlo es posible  cuando el espacio  lo permite, que sería lo deseable  para  hacerlo màs interesante  y apegado a la tradición). 
 
Costumbres Funerarias de los Aborígenes de Venezuela.

La búsqueda incesante de datos relacionados con este tipo  de ceremonias me  proporcionó lo que consideré un premio al esfuerzo. Se trata de la  información detallada de una danza con el nombre de llora, que forma  parte de los ritos funerarios de algunas tribus de los Llanos de Caracas o de la Provincia de Venezuela cuyo desarrollo es como sigue: El ceremonial que usaban en sus entierros y duelos era el siguiente: en medio de la única pieza de sus casillas ponen al difunto tendido en el suelo y  en esta situación, ya puesto en  el ataud destinado para conducir los cadáveres a la sepultura, colocan en la circunferencia del cuerpo el arco, las flechas, la cama, que es o bien una especie de red que llaman chinchorro que fabrican ellos mismos de cordel o cabuya que hacen de una palma llamada moriche; o bien una campeñana o piel de  vaca o novillo bien sajada, y además los muebles del difunto, y   luego, sentados o haciendo círculos alrededor del cadáver forman un baile que llaman llora y consiste en llorar y cantar, especialmente las hembras, en un tono bajo y muy triste, y todo lo que cantan es que el difunto no usará más de aquellos muebles, y así permanecen hasta que se conduce el cadáver a la sepultura al siguiente día de su muerte.”.   [El subrayado es propio].
      El hecho de que el autor  haya extraído esta importante información  de los documentos que produjeron los Misioneros Capuchinos encargados de la Misión de los Llanos de Caracas, bastante  tiempo después de la fundación jurídica de La Victoria, confirma  que muchas de las  etnias a su cargo  lograron  conservar  sus ritos y tradiciones ancestrales; las cuales,  por varias vías,   tuvieron la oportunidad de relacionarse  con las que estaban ya asentadas en el Valle de Aragua;  sin descartar que algunas de las que fueron congregadas tardíamente  en dicha Misión podrían haber pertenecido al mismo   grupo aborigen  que habitó  en estos valles desde épocas remotas,  y  en consecuencia,  tuviesen usos y costumbres comunes. Pero  nuevamente hay algo que confunde  y es el hecho de que,  a primera  vista,  la ceremonia antes descrita  parece ser de cierta  importancia  y sin embargo en  el baile que forma  parte de ella  las parejas se mueven  en círculo, lo cual no se compadece con lo dicho por Gilij unos párrafos atrás. Cabe entonces la posibilidad de que la llora para  los  difuntos de menor importancia fuera menos formal, y en consecuencia,  guardase  alguna distancia con la que estaba reservada sólo  para  los  caciques y piaches,  la cual,  según la mayoría de las fuentes, era  de carácter ritual y muy solemne. 
Es oportuno  destacar que, aparte de éste, no  he encontrado otro  baile con el nombre específico de Llora   en ninguna de  las fuentes  que tratan el tema de   las   fiestas  rituales de las   etnias venezolanas,  con excepción de la  que relata  el poeta Núñez de Cáceres en su  obra  Miscelánea Poética,( ya incunable ), como se verá más adelante, y de un baile, aparentemente de   diversión,  descrito por Castillo Lara en su trabajo sobre la población de Guardatinajas, cuyo  nombre ( Jura  o Jora) se le asemeja. No sucede lo mismo con respecto a la ceremonia fúnebre del mismo nombre, es decir, La Llora, la cual   ha sido tema  de estudio de  numerosos investigadores.

Así por ejemplo, la antropóloga Angelina Pollak-Eltz, una europea enamorada de  Venezuela, cuando trata el tema  de las fiestas y diversiones del pueblo venezolano con posible origen indígena, le dedica tres páginas a La llora de unas cuantas etnias del país en diferentes épocas. Para esta investigadora: ... “La Llora, tal como se puede estudiar todavía hoy en día, tanto entre los Kariña, en proceso de asimilación en el estado Anzoátegui, como entre los descendientes de los Ayamanes y Gayones de Lara y Falcón, es una fiesta conmemorativa de los difuntos o un antiguo rito funerario. Hay que distinguir entre las celebraciones de Anzoátegui y de Falcón. Oramas (1949), citado en este estudio , describe la Llora de  los Caribes del Oriente (Kariña) de esta manera: “En ocasión del velorio las mujeres viejas cantan  mientras el resto de las  personas presentes lloran; y después  del entierro se celebra una comida ritualística. Al cabo de un año se celebra la “Llora” propiamente dicha, que marca el término del período del luto. Se colocan todos los bienes del difunto en el centro de la sala donde empiezan a cantar y a bailar”.
También otros autores citados por Pollak,  ofrecen datos parecidos de  las lloras del Oriente del país, entre ellas, la de los Sálivas y las de  otras naciones del Orinoco acompañadas   con bailes, cánticos monótonos, mucho llanto y en todas es común   el consumo de chicha  fuerte y la consiguiente borrachera. En cuanto a la Llora en el Occidente del país dice  lo siguiente: “Fernández de Oviedo y Valdez describe la costumbre entre los Caquetíos de llorar por el cacique muerto, alabando sus hazañas y al día siguiente se quema el muerto. Herrera describe unas costumbres similares,  propias de los indígenas de los alrededores de Coro, entre ellos, los descendientes de los Gayones y de los Ayamanes de la región montañosa de Lara y Falcón quienes celebran La Llora inmediatamente después de la Tura Grande. Con relación a esta importante celebración incluye el aporte del folklorólogo Luís Arturo Domínguez  quien la describe así: al terminarse la Tura Grande los participantes, colmados de frutos agrícolas y animales se reúnen frente a un “palo de la basura”; luego amontonan los productos de sus campos y los animales sacrificados en el centro de un círculo a la vez que recitan letanías monótonas y lloran copiosamente. Se recuerdan las hazañas de sus antepasados en cuya memoria se celebra  esta fiesta. Mientras cantan y lloran, consumen también grades cantidades de alcohol (chicha). La Llora dura hasta cuatro días con sus noches. Se trata de un rito indígena  conservado entre los criollos casi sin alteración”  No deja, por supuesto,  de referirse a la Llora de La Victoria. Su información al respecto la tomó de una publicación de Miguel Cardona, habida cuenta de que  no había tenido la autora la oportunidad de observar  el baile victoriano hasta que  en 1992  acudió a un  Encuentro de Lloras realizado en el Ateneo de La Victoria; y estuvo también en esa ocasión  en el  pueblo de Suata, atendiendo a la invitación que le hiciéramos mi persona y una de sus alumnas de la U.C.A.B, la victoriana Anastacia López Navarro, cuya tesis de grado  versó sobre la mencionada  manifestación folklórica..
De igual manera , el CONAC,  en el folleto publicado en 1976 con motivo del intento de la reactivación del baile de La Victoria, incluyó  testimonios de algunos testigos presenciales  y de investigadores de mucha credibilidad como Rafael Olivares Figueroa, Lisandro Alvarado y Gil Fortoul; quienes  observaron y describieron lloras indígenas de variados aspectos, tanto en el Oriente como en el Occidente del país. Transcribo a continuación una Llora celebrada  más de cincuenta años atrás en un caserío indígena perteneciente al estado Táchira: “A eso de las seis de la tarde fueron  runiéndose  hombres mujeres y muchachos en uno de los ranchos el día previsto pues se les había  avisado con tiempo... y una vez allí reunidos, después de cambiar saludos e impresiones, lloriqueando tomaron el sacure”.
A simple vista parecieran existir  notables diferencias entre las lloras de nuestros aborígenes según la región donde habitan. No obstante, si se profundiza en el tema, es posible encontrar muchos rasgos semejantes  en todas sus   manifestaciones fúnebres, (así como  también en las  festivas y en las guerreras), algunos  de los cuales, están presentes en el baile de La Llora de La Victoria. Las  particularidades  se observan en la manera de organizar el ritual de acuerdo a un orden determinado, en los  diferentes modos de llamar la chicha según la región,  en si se  usan o no instrumentos musicales y cantos dentro de  la ceremonia, si se utilizan  o no  señales externas  para diferenciarse unos grupos de otros  como por ejemplo: pintarse el cuerpo,  cortarse el  pelo o dejárselo crecer, etc.; y  en  cuanto al  destino final de los restos del difunto, en virtud de que  cada grupo tiene su forma  de enterrarlo, cremarlo, etc.
 Entre las costumbres  comunes a todos tenemos   la elaboración de un circo o empalizada para proteger sus plazas, rancherías y sitios de reunión, (lo que indujo a los conquistadores a llamar palenques a  las etnias que utilizaron dicha práctica); la emisión de un grito de guerra o de llamada para un evento en especial como forma de comunicación, la utilización de una figura de animal o de un muñeco  casi siempre de madera en los ritos fúnebres, -  costumbre que podría ser de  carácter totémico o tratarse simplemente  de la  representación del  indio difunto-, la celebración de diversas ceremonias en torno a  un árbol cargado de simbolismo, el uso de algunos instrumentos musicales primitivos como las flautas de carrizos, tambores, maracas, algún rústico cordófono; y la costumbre ancestral de bailar en círculo o en rueda,  práctica que es una constante en los bailes y danzas primitivas de todos los pueblos del mundo.
Para ilustrar lo dicho se muestran a continuación  algunos ejemplos en los cuales destacan  ciertos elementos  que denotan que sí había diferencias de acuerdo con la importancia del  difunto: cuando moría un noble Caquetío, se reunían los parientes y amigos para lamentar el fallecimiento y alabar los hechos notables de su vida. Si se trataba de un Cacique  ponían el cuerpo disecado en una hamaca nueva, debajo de la cual depositaban un simulacro o imagen de madera del difunto y después abandonaban la casa. Los Cumanagotos usaban en sus bailes idolátricos importantes  un instrumento llamado purma  formado de dos calabazas y un tambor junto con unos ídolos formados de madera; y a veces dichos ídolos tenían forma de pescado. El padre Ruiz Blanco presenció  una de estas celebraciones y escribió  lo  que sigue: “en los bailes remedan a los animales de la tierra* y a los peces, y bailan a compás de pies, en rueda,  el canto es lúgubre, acompañado de tambor y de unas gaitas gruesas” .
Otro testigo de excepción- el Padre Gumilla-  estuvo  también presente en   un rito funerario practicado por los Sálivas del Orinoco en ocasión de la muerte de un hermano del cacique de la tribu. Transcribimos completo el relato de este misionero: El contorno del sepulcro estaba cerrado con celosías bien hechas y bien matizadas de varios colores. En las cuatro esquinas y en los medios había seis columnas muy bien torneadas; dos de ellas remataban en coronas, dos tenían sobre sí dos pájaros bien imitados, y las dos delanteras remataban con dos caras en ademán de llorar, con las dos manos sobre los ojos. La parentela del difunto salió a invitar a varios pueblos para las honras de la víspera y del día del entierro. Al llegar los diversos grupos lloraban a la puerta del duelo y luego se ponían a beber y bailar alegremente. Luego resonaron los instrumentos fúnebres. El primor de estas danzas consistía en una notable variedad de posturas, vueltas y círculos acompasados al son de la música” .
Esta familia de aborígenes, según  dicho misionero, tenía  por costumbre celebrar el cabo de año* lo cual consistía en convocar a los parientes cuando calculaban que ya los huesos del difunto tenían un año de sepultados para desenterrarlos y poniéndolos en medio de la casa, se sentaban alrededor, repitiendo  algo de sus lamentaciones y llantos. Así se están velando los huesos cuatro, seis, ocho días con sus noches
Dentro de los ritos funerarios de los orinoquenses se incluyen también  los gritos para alejar las enfermedades y otros males. Uno de los testimonios más interesantes en este sentido  es  el  relato  de una lamentación que fue incluida  en una obra  sobre literaturas indígenas publicada por el padre Armellada en equipo con su secretaria Carmela Bentivenga de Napolitano, y  recogida a  su vez por el misionero Padre Lavandero en 1972, quien debió pedirle a la esposa del difunto le  repitiera algunas  frases que no logró entender por lo desgarrado de la queja.  Hela  aquí:
Lamento Fúnebre.”
1.  Hermano, ¡ que miseria eres, hermano!
.            Hermano, ¡ fíjate que miseria, hermano!
2.  Hermano, tú que en otro tiempo me llamabas hermanita, nunca más me lo llamarás.
3.  Hermano, tú que decías para mí  mujercita, mi único amor, te me fuiste en viaje sin retorno.
4.  Hermano, ¡ qué lástima me das, hermano! ¡ahora si que verte, jamás!
5.  Hermano, ¡ infeliz hermano!
¡hermanita nunca dirás más! “.
A propósito de este lamento fúnebre  y de otras muestras de  danzas ceremoniales, fiestas  indias, cantos escenificados, juegos, poesía y  literatura indígena publicadas en 1974, concluyen  dichos   autores este valioso estudio  con la siguiente reflexión:  Para que se vea que a cuatro siglos de distancia de Colón aún tenemos en varios rincones de nuestra patria la mismas costumbres que entonces;  y toma  como ejemplo una descripción que aparece en la relación de Pimentel sobre los bailes y borracheras de los indios Caracas que data del tiempo en que éstos fueron conquistados:” Convidan a  los comarcanos y días antes hacen mucho masato; y lo más de la fiesta es beber hasta caer, vienen a camaradas como  salen de los barrios en que viven untados con cierto género de resina que llaman orcay y mara , semejante a trementina, y sobre ella o sin ella  se ponen o pintan de colorado, que es como bermellón, que ellos llaman bariquisa, hecha de hojas y cortezas de árboles; y enmascarados y con figuras del diablo y así entran en la borrachera, y el que más  fea y horrible máscara tiene, viene más galano; otros traen  unos pajaritos, otros malejos sobre unas varas, hechos de palo, hilo y colores..

Coincidencialmente, una de las artesanías que le ofrecen los indígenas a los turistas que visitan las zonas  del país donde algunas etnias han logrado  mantenerse, la constituye    una gran  variedad de móviles, (llamados espanta espíritus en la región Sur-oriental  venezolana.), cuyos motivos son  coloridos y pintorescos pájaros de todas las clases y tamaños fabricados de igual manera. Ello  pudiera  servir de fundamento para sostener  que  así como han persistido  hasta hoy ciertos  usos y costumbres  de nuestro pasado  indígena , cabe la posibilidad de que los cantos funerarios de la llora  referida  por Lisandro Alvarado en su Glosario del Bajo Español en Venezuela, publicado  por vez primera  en 1929- fecha relativamente cercana si se compara con la de los tiempos de la conquista-  tuvieran alguna semejanza con  el  lamento fúnebre presenciado por el Padre Lavandero en 1972, cuyo texto,  milagrosamente, no había sido tocado por la “civilización”. 

Según lo expuesto, para algunas etnias los bailes no eran parte de las fiestas de diversión sino danzas ceremoniales que se incluían dentro de las celebraciones luctuosas, iniciaciones, acciones guerreras y otros ritos; y la zampoña, que viene siendo la flauta de carrizo, mare o gaita,  según algunos cronistas y especialistas en la materia, parece no haber sido  utilizada en ellos. De allí podría  inferirse que  el baile de gaitas reseñado por el Obispo Martí en La Victoria, cuyo solo nombre sugiere el uso del mencionado instrumento, ya había perdido su carácter funerario. En cuanto a las lamentaciones referidas por el Padre Lavandero se asemejan a algunos cantos de La Llora victoriana, en el sentido de que al cantar  en octavas sucesivas  parece que hubiera un cambio de tonalidad ; y tras de  una pausa breve comienzan  otra vez por el principio sin cansarse, tal como sucede en La Vaca y El Oso, danzas de la “llora” cuyas melodías y estrofas  se repiten  mudando octavas; y durante  toda la serie, cada vez que termina una  danza, las parejas  se detienen   emiten un grito colectivo que recuerda el que los indios acostumbran  antes de los  actos  de cierta significación.  Por lo visto, la  práctica  de cantar mudando tonosera común  entre los aborígenes pues también los Otomacos,  solían bailar en varios círculos mientras respondían a un director que entonaba, y luego iban mudando tonos hombres, mujeres y niños  hasta que terminaba el baile;  y ,  posiblemente, así   lo hacía la  gran mayoría
.
Sobre los ritos funerarios y fiestas de los indios de Cumaná  escribieron el  Padre Caulín y el Padre  Tauste y  con relación a los bailes específicamente, éstas son sus impresiones:    El baile acompañado de copiosas libaciones era imprescindible en cualquier clase de celebración. En toda nación india hay varios y todos se usan en algún tiempo dado. Sus músicas tienen dos tiempos: en el primero, bailan y cantan suavemente; y en el segundo lo hacen con mayor violencia y con un tono más elevado inclinados de medio cuerpo, y al final de cada canto se levantan y gritan juntos, sin cantar: irie, irie   [El subrayado es propio]. De  los Chaimas dijo Tauste que prefieren  realizar  sus lloras en la misma casa del difunto  después de haber quemado sus huesos. Son  estos indios aficionados a convites y fiestas con borracheras para lo cual  se adornan con pinturas, disfraces y adornos. ( Nótese que el grito que anuncia el final de los cantos cumanagotos es el mismo que separa cada una de las danzas de La Llora de La Victoria ). .
Junto a  los cantos, danzas, instrumentos musicales  y otros simbolismos utilizados en esta clase de ceremonias, se incluye la veneración a un árbol determinado, elemento que en opinión del  folklorólogo Abilio Reyes viene a ser como un altar sagrado al cual se le rinde homenaje por su carácter mágico. Esa magia está vinculada con la creencia de que quien guarda la hoja del árbol tendrá suerte y los malos espíritus no lo acecharán porque dentro de aquel árbol hay espíritus de los antepasados. Dentro de la creencia indígena, fueron muchos los que consideraban a los árboles como dotados de espíritu, al creer que cuando un indio moría su espíritu iba a posarse en un árbol .
También dentro del baile de   La llora  el árbol fue alguna vez parte importante del ritual; pero  hoy, lamentablemente para los que amamos esta tradición ancestral,  ha dejado de serlo.  En la actualidad, cuando se dan las condiciones,  las parejas danzan alrededor de un palo adornado con una bandera, o de  una mata cualquiera por la sencilla  razón de que dicho  símbolo, al perder  su antiguo significado, se convirtió en un recurso  coreográfico. Asimismo desaparecieron  muchos  de los elementos antes señalados, arrancados  y sepultados en el olvido   por la corriente, unas veces débil y otras  veces poderosa,  pero siempre  avasallante de la transculturación.
Quizás ciertas alegorías  estuvieron vinculadas a la práctica del  totemismo, tema  esbozado ligeramente cuando me referí al uso de figuras y otros símbolos dentro de las  ceremonias  de carácter  ritual;  y en especial las fúnebres, cuyo significado  es  conveniente tratar  un poco más, mediante definiciones y  conceptos  que ayudarán  a entender el origen o la razón de extrañas  prácticas y actuaciones  que, por desconocimiento, escapan a nuestra  comprensión. Abundan las definiciones que sobre el particular han propuesto los  etnógrafos, sociólogos y teólogos; pero aquí lo que realmente interesa es detectar su presencia  en determinado grupo social y  resaltar el hecho de  es  propio de los pueblos  más primitivos. Los historiadores coinciden en cuanto a  que para el momento de  la llegada de los conquistadores la mayoría de las etnias de Venezuela se encontraban  en una etapa de desarrollo social y cultural poco evolucionada en comparación con las de otros países del nuevo continente.

El totemismo ha sido  considerado como una forma de derecho constitucional primitivo cuyo  estudio permite comprender la razón  de ciertos comportamientos dentro de  algunas sociedades que de otro  modo hubiesen perdido  su verdadero significado. Los especialistas en la  materia sostienen que este fenómeno se reconoce en los grupos humanos que poseen las siguientes características: a) Sus miembros se cobijan bajo el símbolo de un objeto determinado o de un animal que los represente. Éste  será   el tótem del grupo. b) Cada grupo debe  cumplir con una serie de normas y obligaciones pre-establecidas inspiradas en su propio tótem. c) Cada grupo se siente de cierta  manera comprometido con  su tótem, tanto que  algunos  han llegado a considerarlo un lazo de consaguinidad que ata  a todos los que llevan el mismo nombre o respetan a un mismo símbolo, lazo que  al mismo tiempo que contribuye con el crecimiento de las comunidades les da una identidad de origen.

A estos elementos se le añaden usos, costumbres y creencias que suelen variar según las regiones; y alrededor de estas  variantes se conforma el complejo sistema mágico –religioso y social del  totemismo  representado   por el tótem que protege al grupo. De acuerdo con  el autor de este estudio - Maurice  Besson -  existen tres clases de tótem: el del clan, que se conserva de generación en generación, el sexual, que puede ser común  a los hombres o a las  mujeres del clan;  y el individual, que pertenece a cada individuo y se transmite por herencia, casi siempre  por parte  de la madre.        

Este sistema social forma  una comunidad con poderes indivisos en razón  de  que las obligaciones son colectivas .y en  estas sociedades el   incumplimiento de  los tabúes es castigado severamente. El respeto a los principios  unido al interés  de sus miembros en reconocerse dio lugar a la creación de algunas contraseñas propias del grupo como los tatuajes y pinturas corporales usadas en ciertas ceremonias familiares.  En consecuencia, este fenómeno ha contribuido a fortalecer los lazos sociales y gracias a ello   las comunidades han podido unir sus esfuerzos para  organizarse social   y territorialmente. Así, bajo la acción combinada de  ambos factores  nacieron  vastos imperios  y civilizaciones  importantes.

En América  abundan las leyendas de tinte totémico que explican los nombres de cada grupo en particular y desde el punto de vista histórico  su existencia  ayuda a comprender cómo  la unión de varias comunidades  condujo a la creación de verdaderas  confederaciones y pueblos. Aunque  algunos  estudiosos  niegan  la huella del totemismo  en las regiones del Amazonas y en otros lugares del Sur del continente, y   aceptan sin reparos su práctica en Norteamérica,  otros, como James Frazer,  afirman que los indios   Arawuak y los Uaupré que habitan  en la cuenca del Río Negro, algunas tribus brasileñas y los Guajiros  de la parte norte del Lago de Maracaibo  poseen  costumbres de esta naturaleza. Así  mismo hay quienes  sostienen   que  entre  los Incas se observa su existencia en  los  ritos de  iniciación, en  la  conservación del nombre totémico en cada territorio;  y es posible que  hasta el célebre culto al sol   podría atribuírsele a una creencia agraria procedente de concepciones totémicas.

El mismo Frazer, dice Besson,  advierte  que estos rasgos  a veces se confunden  con otros que parecen serlo   pero no lo son,  verbi-gracia las danzas de algunas tribus totémicas amerindias que tienen por objeto conferir a determinado cazador un poder secreto sobre los animales que haya de cazar. En ellas existen manifestaciones coreográficas comparables con las pantomimas que suelen  ejecutar los indios antes de partir a guerrear o a cazar. Por supuesto, dicho cazador no podrá matar al animal representado por su tótem; pero eso  no quiere decir que la danza en   cuestión sea totémica.  En estas últimas,  bien sean festivas o fúnebres, se utilizan señales de identificación  como tatuajes y signos  convencionales siempre  iguales alusivos  al  tótem  que deben ser  tomados  en cuenta  para evitar caer en  tales confusiones.( 13 )        

Sobre  este tema tan  específico, no poseo la suficiente información  acerca de su práctica en  Venezuela; pero existen  estudios serios  que giran en torno a las costumbres  de nuestras etnias, y en particular  de las que se relacionan con las ceremonias mortuorias, que pueden darnos una idea somera sobre el particular. Por ejemplo, en noviembre  del 2001 la revista  Cábala publicó un reportaje  relacionado con   los  ritos fúnebres de los indígenas de Venezuela. Sus   interesantes  testimonios   sugieren la existencia de algún tipo de  totemismo  en la mayoría de las  etnias estudiadas. Allí aparece, entre otras, una costumbre de origen  caribe conocida como endocanibalismo  que consistía en disecar el cadáver  al fuego, el  líquido resultante  lo mezclaban con el polvo de los huesos tostados  y luego lo bebían. Dado que  tal  práctica   parecía  ocurrir sólo  con las  difuntos importantes, podría interpretarse que existía en el grupo  la creencia de que  ese bebedizo  simbólico  transmitiría a quienes lo tomaban  todas las  virtudes del pariente muerto. La  autora, Teresa Quílez S., añade  que la cosmogonía indígena, al igual que la de otras culturas, encierra enigmas  que vale la  pena  desentrañar toda vez  que  en ese mundo mágico una serie de elementos: muerte, mitología, ritos y creencias  impregnan y animan con su energía etérea animales objetos y fenómenos de la naturaleza.

En sintonía con los  conceptos aquí emitidos, podríamos apoyarnos   en algunos fundamentos  para   calificar  como totémica o no  a tal o cual sociedad. Por ejemplo, para ciertos  pobladores de la época pre-hispánica: caribes, arauacos,  betoyes, timotes- y sus respectivos subgrupos  el tránsito mortuorio retoñó en historias que describieron la morada del alma. Así, animales como la danta  donde se creía vivía el difunto eran  muy  respetados, y si por casualidad  causaban algún estropicio, no se  podía hacer nada contra ellos. Otra de las tantas creencias era que el alma era un doble inmortal que  podía tener forma de animal, por eso   en muchas   comunidades cuando nacía un niño criaban el con especial cuidado el animal donde  ésta  anidaría.
Algunos elementos representativos, entre ellos la coloración, aunque ésta fue utilizada con diversas finalidades, tuvieron especial significado en los ritos del ciclo de la vida y de  la muerte. Era parte de la  cotidianidad  untarse  el cuerpo con sustancias colorantes para espantar la plaga, protegerse del sol, realizar conjuros, y también para  danzar antes de ir de cacería o a la guerra, etc.; pero donde  esta costumbre  tuvo  mayor connotación  fue en las ceremonias  de la pubertad, matrimonio y muerte. La pintura corporal se hacía a través de tatuajes y dibujos que  imprimían al rito  funerario  magia y variadas significaciones.  Así, los Jirajara,  para velar a sus muertos,  teñían de negro su figura o parte de ella con un líquido  proveniente de la fruta del caruto y los Cumanagoto pintaban de rojo el cuerpo  del difunto  antes de disecarlo con un colorante  extraído del onoto. Algunas etnias consideraban que  los objetos de uso privado  del fallecido  debían acompañarlo hasta  su sepulcro,  otras, como los Tamanaco preferían destruirlas y había quienes  después de  quemar la choza  que había sido del muerto, además de su sembradío y todas sus  pertenencias, se alejaban de ella  convencidos   de que así  se libraban del ente maligno causante de la fatalidad.

            En cuanto a la costumbre de asociar determinados  animales y objetos  con el mundo de los muertos, destaca en primer lugar  el culto al   murciélago, cuyo hábitat era, casualmente., las cuevas que muchas etnias utilizaron para sepultar sus muertos. Numerosas representaciones aladas con la forma de este roedor fueron motivo de respeto  bajo la creencia de que mediante su mágica dimensión  facilitarían y guiarían los pasos del muerto. Vasijas  funerarias de barro y de cerámica  y cestas tejidas  sirvieron como urnas de diferentes tamaños para ser depositadas en cementerios, cuevas, y otros parajes. Además de la  cremación  se practicaba  la momificación de  los cadáveres y las mortajas  variaban  de acuerdo con la usanza de cada  tribu. En el aborigen americano, al igual que en  todas las culturas primitivas, los astros originaron cultos de adoración en torno a ellos,  de tal forma que se convirtieron en figuras mitológicas  veneradas en altares politeístas.  Apunta Quílez que nuestros aborígenes creían profundamente en los encantos,  definidos  éstos como espíritus  que moraban en ríos, bosques, plantas, animales y otros elementos de la naturaleza y; a veces, hasta en los  objetos.   Con respecto a esto último hay  algunos escritos muy interesantes publicados en su mayoría en  la prensa nacional basados en   testimonios acerca  de la existencia de gnomos, genios encantos, momoyes y duendes  que han pasado a formar parte del folklore  espiritual de   diversos  lugares de Venezuela.  Juan  Ramón Polo, en un artículo  fechado en junio de 1986  ofreció a los lectores  un recuento de algunos casos muy interesantes, casi todos vinculados con pozos de agua, ciénagas, ríos y manantiales,. entre ellos uno de la vida real que me causó grata  impresión. Sucedió, según le contó al articulista Edgardo González Niño,  en  el Territorio Federal Amazonas. Allí se consiguen unos objetos en miniatura, que al decir de los habitantes del lugar son hechos por los  Áparos, duendes que se aparecen acompañados de una fría neblina¸y algunos aseguran haber visto raudas curiaras entre la niebla, en apariencia solas, movidas por largos y silenciosos canaletes. Particularmente, tengo conocimiento de algunos episodios  ocurridos en el pueblo de San Pedro en el Estado Lara, narrados por testigos presenciales relacionados con la aparición de duendes burlones, pozos encantados,  enanos protectores de animales del bosque  y postes totémicos ocultos en cuevas Es probable, pues, que esta creencia tan extendida por todas partes  tenga que ver con prácticas totémicas que con el devenir de los años  se convirtieron en leyendas.

Los Instrumentos  Musicales.

La utilización de ciertos instrumentos musicales tuvo especial significación en las ceremonias indígenas.  Una contribución importante en  ese aspecto es la de  Don Ramón de la Plaza quien  ofrece en sus Ensayos  Sobre el Arte en Venezuela   la descripción de algunos muy antiguos con sus correspondientes ilustraciones; así como también son  muy valiosos aportes  como los del jesuita Fernando  Arellano, los  de  acuciosos  investigadores como Isabel Aretz y  Juan Liscano  entre otros, y los de varios historiadores de temas indigenistas de reconocida seriedad, quienes a título personal o apoyados por prestigiosas instituciones, se han dedicado al  estudio de los instrumentos musicales de Venezuela y de su uso para cada ocasión. De la obra de  Arellano  tomé lo concerniente  a  los  utilizados por   las etnias que poblaron la costa del Caribe,  la región de los Llanos  de Caracas y  algunas de que las  se ubicaron en las  márgenes del Orinoco por ser estos grupos, como ya se dijo, los que tuvieron mayor acceso a los Valles de Aragua.
De acuerdo con la mayoría de los cronistas de indias y religiosos  citados en su obra,  el  instrumento músico más usado por los caribes era el botuto que es como una caña gruesa, y de largo media vara.” Es un instrumento con que atormentan de día y porfían de noche y a la madrugada, de un sonido semejante al aullido de los perros”; y  debió ser usado desde muy antiguo otro instrumento músico conocido con el nombre de carrizo, una especie de flauta de Pan hecha de ordinario con seis cañas, de cuyo uso y confección trataré con más detenimiento por ser éste, tocado por varios ejecutantes, el  instrumento musical protagonista  en la época inicial  del baile de La Llora.  Los Cumanagotos*, por ejemplo,  acompañaban sus lúgubres cantos con tambor, gaitas gruesas y purmas,( éstos últimos formados con dos calabazas);  y  los Caracas acompañaban sus danzas con flautas y timbaletes. 
Los aborígenes de los Llanos de Caracas*, llamados Guamonteyes por los misioneros y cronistas antiguos, fabricaban sus instrumentos con cañas huecas de diferentes diámetros según fuera la ocasión: las flautas, de carrizos delgados usadas  para la diversión; y los botutos, hechos de cañas grandes y gruesas para los ritos fúnebres,.todos con acompañamiento de una maraca. Para bailar formaban un círculo de hombres y mujeres cantando mil simplezas en verso castellano, teniendo en el centro a dos músicos con sus flautas de carrizo.
Las tribus del Orinoco,*con excepción de los Otomanos, que a veces usaban como único instrumento musical la voz de las mujeres, niños y hombres dispuestos en varios círculos mudando tonos, y usaban un
“formidable tambor”. Entre los Tamanacos el primer instrumento músico que aparece en sus bailes es el botuto, y el segundo instrumento, que sirve para la diversión privada y sólo fuera del baile,  es una  zampoña que El Padre Giliig, describió como un instrumento que consta de cuatro a cinco tubos desiguales y planos atados por el medio “exactamente como la de los sátiros”.Este rústico instrumento, al parecer,  no es muy adecuado para los bailes indios los cuales son muy serios. El instrumento preferido por todos es la maraca.
Dicha   zampoña  es la misma  flauta de Pan, llamada por los indios mare, gaita, carrizo o caramillo,  la cual según Ysabel  Aretz   sirve “para acompañar pintorescos y caprichosos bailes indígenas”  y en opinión de  Angelina Pollak-Eltz,  era de uso común  entre los aborígenes de la Costa venezolana.  Dicha flauta,  hecha con una serie de tubos de diferentes tamaños atados de mayor a menor,  fue usada desde los primeros tiempos de la conquista por diversas tribus indígenas y se conserva en uso hasta nuestros días entre grupos aborígenes y mestizos.  También menciona  Pollak “un instrumento de cierto origen indígena: un clarinete denominado chirimía usado por los descendientes de los indios de los Andes* . Como resulta  que el último de los nombrados  fue  conocido también  por los indios de La Victoria,  me propuse seguirle la pista hasta donde fuera posible, y he aquí los datos obtenidos:
Don Ramón de la Plaza, en coincidencia con  Pollak, apunta que los indígenas de Colombia y Ecuador usaban la chirimía para sus cantos tristes y melancólicos; y la describe como una especie de clarinete de madera con la boquilla formada por dos cañuelas que  tiene cinco agujeros en la misma dirección de la embocadura, uno en la parte lateral y dos en la posterior, que en conjunto, producen un sonido áspero y estridente.(19 ) Pero  el caso es que  también lo usaron los indios de otras regiones  de Venezuela ,entre ellos los Achaguas y los  Sálivas  de los Llanos de Caracas, y  tal como fue señalado  antes,   fue uno de los instrumentos  de viento que contribuyeron a darle  mayor  solemnidad a las festividades eclesiásticas de La  Victoria. En la declaración de  varios de los  testigos que salieron en defensa del Padre Juan de  Heredia, .Cura Doctrinero de dicho pueblo a mediados del siglo XVII, consta que los rosarios cantados eran acompañados con chirimías. Uno de ellos,  el Sargento Mayor Cristóbal Loreto de Silva, aseguró  que él  mismo se las había  recomendado y encargado al cura; pero “no se las mando por haver savido poco después que ya sus indios tocavan y tañian chirimías”.
No aparece en los documentos de esta época  ninguna información  de cómo llegaron  a La Victoria; pero atendiendo a lo expresado por los  investigadores y cronistas citados , podría deducirse que entraron a Venezuela por Colombia y que   desde  la región andina su uso se  extendió hacia otros lugares; aunque  existe también la posibilidad de que  hubiesen venido  directamente  de México, así como  fueron traídos desde allí los enseres  para  la dotación del hospital fundado en La Victoria por el mencionado  doctrinero. Sin embargo, este rústico instrumento, cuyo  nombre parece sugerir  su origen indígena, era utilizado también en España cuando la empresa de la conquista en Venezuela estaba todavía en pleno apogeo, y quizás mucho  antes de ser conocido entre nosotros.

En ese país, el  erudito y político andaluz Miguel Garrido Atienza  rescató del olvido una rica colección de escritos y documentos referentes a la historia de Granada;  y en una obra de su autoría  narra  algunos preparativos  relacionados con las fiestas del Corpus  en los cuales deja constancia , no sólo del uso de  la chirimía, sino también de  su  importante participación dentro de dicha celebración. En  trascripción  textual dijo  que  para  1637  “ …el Alcalde mayor se conformo  y  sse  acordo que se pongan luminarias. En los miradores de la ciudad y cauildo de ella ,y en todas las calles y plazas por donde a de passar la prozession; aia tronpetas y chirimías” y después aclaró  que, a pesar de que los músicos ya no recorrían las calles y plazas con sus   instrumentos como lo habían hecho al parecer desde un principio, seguían amenizando  la fiesta con las  “caxas, clarines y chirimías alternando con los repiques de las campanas de todas las iglesias de este granadino suelo…” Véase pues  la importancia que había alcanzado  este rústico  instrumento de viento para  atreverse  a codearse con  la  popular  trompeta.

Entre los citados  por Don Ramón de la Plaza  con sus correspondientes gráficas, además de  la chirimía,  vemos    unos   instrumentos  indígenas   que fueron  enviados al Museo de Bellas Artes de Caracas por el Sr. José B. Gómez junto al   siguiente informe: “…Todas  las tribus indígenas de este Estado (Barcelona) usan unos mismos instrumentos de música.  El más importante de éstos por su antigüedad es el Carrizo o Mare en el idioma caribe, instrumento de una dulzura melancólica, de que hacen uso en sus veladas y fiestas, y que en un tiempo celebró los funerales de sus mayores, ó resonó con la voz de sus guerreros llamando las falanges al combate. Este instrumento se compone de dos juegos de tubos de la caña que crece con abundancia en las orillas de los ríos y lugares húmedos, conocida con el nombre de Mare, de donde lleva el nombre el instrumento... .
Cita y  reproduce   además   una descripción  del botuto tomada de las observaciones del Padre Gumilla en el Orinoco; y  agrega  un  comentario muy interesante sobre una flauta de ocho agujeros llamada quena, utilizada por los Tamanacos (y quizás por muchos otros grupos de aborígenes venezolanos) para sus lamentaciones;  las cuales se identifican con los cantos melancólicos de los Quechuas del Perú llamados yaravíes. Dice de la Plaza de las quenas lo siguiente: entonan los indios Tamanacos en este instrumento sus lamentaciones con el nombre de mare mare; que en lengua tamanaca significa canto amoroso, dulce”.
En una  publicación  editada  por el  Museo Nacional del Folklore con la colaboración de varias instituciones culturales, cuyo contenido es un compendio de  información  sobre las diversas clases de instrumentos musicales  de origen indígena, africano y europeo que forman parte de la tradición en Venezuela,  se puede apreciar cómo se  utiliza cada uno dentro de los bailes y ceremonias rituales. Allí  aparece   una descripción tomada de la obra  “El Orinoco Ilustrado y Defendido” escrita por Gumilla  quien cita  ciertos instrumentos  de viento “cuya existencia no perduró”. Se trata  de una inaudita cantidad de instrumentos fúnebres que los observadores  confiesan  no haber visto ni oído jamás. “...Todos, según sus clases, sonaban de dos en dos. Los de la primera clase eran unos cañones de barro de una vara de largo, tres barrigas huecas en medio, la boca para impeler el aire, angosta y de buen ancho en su parte inferior. Sus  sonidos  son  demasiado oscuros, y uno como un bajón es  infernal. La segunda clase, también de barro, es de la misma hechura pero con dos barrigas y  los huecos de las cavidades intermedias son mayores; y su eco mucho más bajo y a la verdad, horroroso. La tercera clase la forman  unos canutos largos cuyas extremidades meten en una tinaja vacía fabricada  especialmente para ellos;  y ya no hallo voces con que explicar la horrorosa lobreguez y funesto murmullo que del soplo de las flautas resulta y sale de aquellas tinajas...”
Esta inmensa variedad de instrumentos musicales  fueron utilizados por nuestros  aborígenes mucho antes de la llegada de los españoles a Venezuela. De los numerosos yacimientos arqueológicos se han obtenido interesantes muestras  elaboradas con materiales  duraderos,  como flautas de hueso, silbatos de barro cocido y trompetas y sonajeros  de conchas marinas, como la guarura o botuto  y otros semejantes;  pero es de suponer que debieron existir muchos más que no resistieron la acción del tiempo. Verbi gracia,   los carrizos o gaitas que acompañaron a La Llora , aunque son de uso común en las comunidades indígenas en toda la  Amèrica y aùn crecen silvestres  en las riberas de los rìos y quebradas de la región aragüeña, no tenemos ninguna muestra   que se haya encontrado  como para exponerla; y por tal motivo hay que recurrir a las  fuentes escritas para  tener una idea aproximada  de cómo eran y para qué se usaban         
Parece no haber duda, entonces, de que cada instrumento musical aborigen tenía una función específica antes de la llegada del colonizador y  de que con  la implantación de una nueva manera de vivir muchos  usos  y costumbres dejaron  de tener  sentido. Inevitablemente, las  tradiciones  ancestrales  fueron desplazadas por efecto de la transculturación;  y  en consecuencia, se adoptaron nuevos instrumentos  y surgieron  otros  más  cónsonos con las nuevas maneras de celebrar las diversas fiestas y ceremonias.  




* Couvade: período de reposo que guarda el hombre después del parto de su mujer.
* Una de las danzas de La Llora remeda el paso del Oso.
* Esta expresión es utilizada en algunos pueblos de los Andes venezolanos para señalar el final del luto.
* Cumanagotos: Guarinos, Palenques, Pirítus, Pariagotos, Chaimas, Cumanás.
* Llanos de Caracas: Cherrechenes, Gayones, Dazaros, Tomusas, Guamos, Achaguas, Guires, Guaiquires.
* Orinoquenses: Otomacos, Betoyes, Sálivas, Piaroas, Tamanacos, Maipures.
* También en La Victoria, según consta en el expediente del Padre Heredia. 1695.


1 comentario:

  1. Felicitaciones por el excelente trabajo de investigación, la sugerencia obligada que este valioso material, sea difundido en toda instituciones educativas de forma gratuita del municipio José Félix Ribas, municipios aledaños donde se práctica la danza, dando a conocer y aflorar el sentido de pertenencia, y utilizando el lema: quiero conocer el sitio donde vivo, su cultura, tradición, gastronomía para luego salir de paseo y disfrutar los demás pueblos de Venezuela

    ResponderEliminar