LA FUNDACIÓN DE EL CONSEJO
Germán Fleitas Núñez
CAPÍTULO I: PRIMERO FUE UN CAMINO.
Caminante no hay camino;
se hace camino al andar.
(Antonio Machado)
No había camino hasta que los
caminantes lo fueron haciendo de tanto andar por él para arriba y para abajo,
generación tras generación. Durante siglos lo trazaron con sus pies y lo
marcaron con sus huellas los aborígenes pobladores de estas tierras. Luego lo
remarcaron con sus botas y con los cascos de sus caballos, los hombres blancos
que vinieron de más allá de los mares, a adueñarse de la tierra y de la gente.
Ellos hicieron camino al andar.
Ahora era el único que comunicaba al
Valle de Santiago de León con el Valle
de Aragua, con la Nueva Valencia del Rey y con los llanos. El mismo que después de perder muchos años y
muchas vidas, lograron atravesar los conquistadores para fundar Caracas. El de
los enfrentamientos y las hazañas, donde se libraron la primera y última
batallas del centro, para impedir el dominio de los invasores. De aquí para allá “El Valle del Miedo” y de
allá para acá “Las Cocuizas”, nombres que le erizaban la piel a los forasteros.
Se fue llenando de gente; unos iban de
paso y otros se fueron quedando. La tierra que era de todos se fue poblando de
amos. La corona española gratificó a quienes hicieron la conquista de
territorio y del indio con las encomiendas. Cuando subieron, eran aguerridos
conquistadores; cuando bajaron eran ambiciosos encomenderos. Tierras y hombres dizque para que la
cultivaran, los alimentaran y evangelizaran, Fue el comienzo de la terrofagia,
de la esclavitud y de las inmensas fortunas
de los “grandes cacao”.
Ya para 1772 el camino tenía 28 amos y
más de mil esclavos.
Vio pasar a los primeros
conquistadores pero no los vio regresar. Quedaron sus huesos como testimonio de
la bravura de los defensores de su tierra y de su libertad. A los primeros que
se atrevieron les fue muy mal. Al pionero Pedro Álvarez (Perálvarez) terminó
preso y desterrado; Juan Rodríguez Suárez fundador de Mérida, muerto; Luís de Narváez, muerto; Francisco Freire,
desaparecido al lanzarse por un voladero; Diego García de Paredes, muerto a
flechazos al bajarse del barco que lo traía de España; Francisco Márquez,
muerto; Bernáldez, fracasado; Francisco Madrid, fracasado; Alonso Díaz Moreno,
fracasado; no así Francisco Fajardo quien viajó en sentido inverso con las
ventajas de ser nieto del cacique Charaima y de hablarle a los nativos en su
misma lengua; llegó hasta “Las Lagunetas” y fue el primero que lo atravesó de
allá para acá. Los invasores toparon con unos guerreros que conocían el terreno
y habían desarrollado tácticas militares, entre ellas el “Vuelvan Caras” que
siglos después inmortalizaría en las llanuras el general José Antonio Páez.
Alguna vez miraron hacia el cielo
estrellado, vieron brillar a la Constelación del Cangrejo y lo llamaron “El
Valle del Cáncer”; miraron hacia las cantarinas aguas del río y en recuerdo del
que regaba a la lejana tierra lo llamaron “Valle del Tuy”; ahora miraban hacia
la tierra alfombrada de soldados muertos; cientos de cadáveres justificaban el
nuevo nombre: “El Valle del Miedo”.
Pasaron arcabuces, espadas y cruces;
lanzas, macanas y flechas. De aquí para allá, a finales del siglo XVI, 40 jefes indios, cada uno con su gente, acompañaron al cacique de La Victoria a
defender al Padre Heredia; de allá para acá a mediados del XIX, 4000 acompañaron a don Leocadio a la frustrada
entrevista con el general.
Pero los hombres blancos se fueron
adueñando de la tierra y de los indígenas y el cielo se fue llenando del humo
de los torreones y las chimeneas de los trapiches e ingenios y de los hogares.
Atravesarlo llevo más
tiempo que la Guerra de Independencia y que la Guerra Federal juntas. De la apacible sabana de Guaracarima hasta el
Valle del Guaire, los conquistadores tardaron veinte años, mientras que desde
“el ejemplo que Caracas dio” en su aristocrático Cabildo hasta el Campo
Inmortal de Carabobo nuestros libertadores tardaron once y los Federales desde
Palmasola hasta el Capitolio solamente cinco.
Es el sendero descrito por
los grandes viajeros, por el que entraban las puntas de ganado y los arreos de
mulas cargadas con los frutos de la tierra. Por allí pasaron todos y por allí
pasó de todo. A principio lo llamaron “Camino de los Indios”, luego “Camino
Real”, “Camino de la Provincia” o “de la Gobernación”, “la Ruta de Lozada”,
alguna vez “Camino de El Consejo” y por
último -y aún se llama- “Camino de los Españoles”.
Al terminar la zona
montañosa y bajar la “Cuesta de Márquez”, el camino se une al Río Tuy y
emprenden juntos por varias leguas, el emocionante descenso hacia el valle,
adentrándose en “la provincia de La Provincia”.
Hasta el pueblo de La
Victoria lo bordean de lado y lado haciendas que desde el siglo XVI hablan de
la fertilidad de la tierra y de la industriosidad de sus hijos. El río las
riega y el camino las comunica, “Las Lagunetas”, “Las Cocuizas”, “Nuestra Señora del Pópulo”, “El
Carmen”, “Buen Paso”, “Los Jabillos”, “Quebrada Seca”, “La Urbina”, “San Isidro
de Barrios”, “El Mamón”, “El Arenal”. Sembradíos de Cacao, Añil, o de Caña de
Azúcar, rodeados de una vegetación exuberante, vienen entrecruzándose de norte
a sur, de arriba hacia abajo, de la montaña hacia el valle, hasta que un brazo
del camino sigue de largo al poniente y el otro desemboca en “Cantasapo”, punto
de “El Arenal”, último tablón de caña de la “Hacienda Barrios”. Allí las
turbulentas aguas del río dan un imprevisto giro hacia el naciente y abandonan
al camino para que siga solo hacia el oeste
a encontrarse con los pueblos de
Nuestra Señora de La Victoria, del Señor San Matheo, de Nuestra Señora de
Candelaria de Turmero y la Nueva Valencia de Rey. Ahora los dueños de la tierra
no son los mismos; las haciendas sí. Muy pocas han cambiado de nombre hasta
nuestros días. El camino sigue siendo el mismo.
Desde el atardecer, una
cúpula azul se va cuajando de luceros; son las almas de los antepasados que custodian
la tierra y velan el sueño de sus descendientes para que sepan que no están
solos. Los primitivos habitantes vieron nacer cada día a un Dios que
iluminaba el campo, calentaba la tierra,
daba vida y disipaba la niebla, hasta que los evangelizadores les
enseñaron que de aquí en adelante verían
nacer a Dios, no todos los días sino una sola vez al año.
Por su intrincada vegetación entraron
lo bueno y lo malo. De aquí para allá la conquista; de allá para acá la
colonización, la Lengua Castellana, la religión católica, las instituciones
peninsulares, el municipio, las leyes de indias, el derecho, la terrofagia, la
esclavitud, el dominio. Los cueros y cordobanes, las plumas, el tabaco, el
añil, el cacao, las cargas de papelón, el aguardiente. El oro no, la plata
tampoco ni las perlas porque iban por otros caminos. Esta era una provincia muy
pobre que le iba a causar muchos dolores de cabeza a nuestros monarcas.
En sus campos floreció la música.
Vihuelas, guitarritas, arpas, clavecines, iban en los equipajes para el
interior de la provincia y muchos de ellos se fueron quedando en el camino.
Algunos viajeros los oyeron después en las casas de haciendas y en las
pulperías. Fandangos mestizándose hasta convertirse en joropos y pasajes. Sobre
el lomo de una mula pasó una vez un piano. Los toques de estos campesinos eran
diferentes a los de los llaneros. Hacían un contrapunto con la voz y los
capachos y sonaban como un clavecín.
Y floreció también la vida. Las
antiguas haciendas son ahora pueblos. “Los Jabillos” y “Nuestra Señora de las
Angustias” son ahora los pueblos de El Conde y Quebrada Seca.
Floreció el mestizaje. La mezcla
enriquecedora de indios, españoles y africanos que dio origen al pueblo
venezolano, a lo que somos hoy en día. La mezcla no solo fue de etnias, de
sangres, lo fue también de culturas, de creencias religiosas, de comidas, de
cantos y de bailes. Nuestros bisabuelos indios mezclados con nuestros
bisabuelos blancos y con nuestros bisabuelos negros. Pudo decir Bolívar que
éramos el punto equidistante entre América, África y España. Todos café con
leche. Unos más leche y otros más café.
Fiel al río, un ramal menos transitado
del camino le siguió el rumbo y se comenzó a hablar del Tuy Arriba y del Tuy
Abajo. “Las Tierras de Tovar”, “La Guadalupe”, “Santa Rosa”, “Santa Rita”, “Los
Cerritos”, “Santa Thereza”, “Santa Rosalía”, “La Sabaneta”, “El Ingenio de la
Cruz”, “Trapiche del Medio”, “Santo Domingo”, “Guaremal”, “La Fundación”, “El
Palmar”, “Morocopo”, “Guayas”. Los Amos del Valle lo fueron del Valle del Tuy y
del Valle de Aragua. En un principio eso era todo lo que había: un camino. A lo
largo se alineaban las haciendas y las esclavitudes. Tal vez surgió la necesidad
de “empotrerarlos” en un sitio fuera de las propiedades para evitar que en el
futuro pretendieran derechos sobre la tierra.
Con el paso del tiempo el camino se
fue haciendo historia y los hombres a su paso le fueron dejando sus nombres
como testimonio de presencia. Se fueron
convirtiendo en toponímicos. Invasores e invadidos fueron dando nombre a la
tierra “Loma de Terepaima”, “Loma de Narbais (Narváez)”, “Salto del Fraile (Freire)”, “Fila de
Márquez”, “Quebrada de Galindo”, “La hacienda del Conde”, “La Hacienda Urbina”,
la “Hacienda Barrios”, “Las Tierras de
Tovar”, “El Plan de Zurita”, “La Quebrada del Alemán”, “La Casa de Morgado”, el
“Plan de Azevedo”, “El Plan de Palacios”.
El camino se fue haciendo historia y los hombres se fueron haciendo
geografía.
Pasaron trescientos años de aparente calma
hasta cuando Bolívar preguntó que si no bastaban.
El polvoriento camino se estremeció
con el repiquetear de los cascos de las caballerías de Bolívar, donde venía la
Patria y con el repiquetear de los cascos de las caballerías del Rey donde
también venía la Patria.
Cronos, inexorable, ha ido poniendo lentamente
cada cosa en su santo lugar y dando a cada quien lo que le corresponde, que no
otra cosa es la justicia.
La importancia del camino duró hasta
1866 cuando Antonio Guzmán Blanco abrió la carretera Caracas-Los Teques-Las
Tejerías-El Consejo-La Victoria. Entonces comenzó otra historia porque ahora
era otra la geografía.
Bien entrada la segunda mitad del
siglo XVIII, en el Año de Gracia de
1772, se hizo la petición de un nuevo pueblo. Debió redactarse en Caracas
en agosto o en los primeros días de septiembre luego de reuniones y acuerdos
porque aun cuando el escrito no está fechado, el Auto de Admisión es del
Viernes 11 de septiembre de 1772,
primera fecha cierta en tan interesante proceso.
“Ilustrísimo Señor.
El Conde de Tovar Don Martin de Tovar y Blanco y los
demás abaxo firmados todos vezinos de esta Ciudad y hacendados en la
jurisdicción que llaman el Tuy de Arriba, en la mejor forma que haia lugar ante
Vuestra Señoría Ilustrísima paresco y digo: que yo y otros sugetos de que
acompaño lista, y por quienes presto voz y caución tenemos varias haciendas y
en ellas crecido numero de Esclavos en parte de la Feligresía que oi es el
Curato del Pueblo de Nuestra Señora de la Victoria en los Valles
de Aragua, del que distan aquellas Haciendas tanto y mediando tal camino
que por las incomodidades y extension de el y atravesarlo muchos pasos del Rio
Tuy; aun quando este no lleva crecido avenidas, y mucho mas cuando como muchas
vezes sucede las lleva, no pueden en varios casos, ni el Cura oportunamente
administrar a las personas o libres o esclavas que habitan aquellas Haciendas,
ni estas personas ocurrir a la Missa, oir la palabra Divina, y otras funciones
santas a su Parroquia, cuia renta es para la Yglessia y Cura, de las que se
creen más pingues en la Provincia. Supuesto lo dicho, y ordenado por la
Santa Sínodo en el Libro 4° titulo 7 numero 72 a mas del libro 2°
titulo 4° numero 79 y por las reales disposiciones que allí sita,
ai competente y debido lugar a la ereccion de una nueva Parroquia, y a la
fábrica de una nueva Iglesia en el sitio y parage llamado El Mamon, o en el de
La Sabaneta, de los que dista la Hacienda más remota, o punto más separado que
es el de Guaya dos leguas que son las mismas en el numero que ai del referido
sitio al mencionado Pueblo de la Victoria, de cuia feligresía podrá la que se
erija dividirse en el parage nombrado Tiquire distante como tres quartos de
legua del Mamón donde podrá residir el nuevo Cura en proporción cómoda y
oportuna para assistir y administrar a tanta gente, que con lo dicho
lograría mejor assistencia y todo el pasto Espiritual como aora no puede y
conviene al servicio de Dios por lo que dessean todos o los mas Hacendados de
aquel partido, y que se haga la fundación propuesta para la qual desde luego
convendrán en ministrar a prorrata los costos y medios necesarios para la
fabrica y servicio, y para la congrua del Cura según lo dispuesto en la sitada
Santa Sínodo. En cuia atención y por las graves causas representadas y poderse
mui bien sin indebido perjuicio alguno erigir como se ha dicho la nueva
Parroquia, comprehendiendo la Haciendas alistadas y la gente de su terreno y
dividiéndose en Tiquire de la feligresía de La Victoria a cuio curato se
proveio con reserva de esta división, se ha de servir Vuestra Señoría
Ilustrísima de dar las providencias que parescan mejores para que con la
correspondiente intervención del Patronato Real, quanto antes se pueda, se
constituía la que se dessea, a cuio fin estoi pronto a executar lo que se me
diga o mande. Por todo A Vuestra Señoría Ilustrísima suplico
se sirva darlas en lo que recibiremos los interesados mucho favor que esperamos
de Vuestra Señoría Ilustrísima y en lo necesario.
El Conde de Tovar
Juan Palacios y Sojo
Juan Antonio
Peynado Don Joseph
francisco Landaeta
LA
VOZ CANTANTE.
El primero en firmar es el Señor
Conde, pero no lo hace con su nombre de pila cargado de abolengo por los cuatro
costados: Tovar y Mixares de Solórzano
Galindo y Fernández de Fuenmayor Blanco Blanco y Martínez de Villegas, sino con
el del título que le había concedido la majestad del Rey de España el año
anterior, por el cual sería
conocido de ahora en adelante y por
siempre. Al final del escrito firmó simplemente como: El Conde de Tovar.
Casa opulenta la de Tovar en la
antigua ciudad de los techos rojos. Y al salir hacia cualquiera de los cuatro
vientos, estaban sus inmensas propiedades. Por el norte las haciendas de cacao
de la costa del mar; por el sur, mucho ganado en los hatos llaneros; por el naciente las
fincas de barlovento y por el poniente
sus varias propiedades de los valles de Aragua y de Turmero, y en todos
ellos, crecido número de esclavos. Era el máximo representante de la nobleza
criolla y de la aristocracia territorial, el mayor terrateniente y el más rico
de la Venezuela hispana.
Don Martín nació en Caracas el 14 de
enero de 1726, nueve meses antes que su gran amigo y compañero de empresas,
Juan Vicente de Bolívar y Ponte, y a los 45 años de su edad, recibió de Su Majestad El Rey Carlos III de
España, los títulos de Conde de Tobar y Vizconde de Altagracia. Desde hacía 13
años estaba casado con doña María Manuela de Ponte y Mijares de Solórzano y ya
habían nacido sus hijos María Josefa,
Domingo José, María Jerónima,
Catalina Nicolasa; luego nacerían María
Manuela, María Eusebia, Ana María, José Francisco, Martín Antonio (el Prócer),
María de Jesús, María de la Concepción y Juan Francisco. El Rey Carlos III lo había ennoblecido el 17
de junio de 1771; y en su ancianidad participó en los actos de creación de la
Patria independiente y era llevado por sus pajes en silla de manos, a las
reuniones del congreso. Recibió el grado de Mariscal de Campo de los Reales
Ejércitos y murió poco después cubierto de gloria y de dinero.
Don Martín es el primer Conde de Tovar, pero no es el
primer Tovar nacido en Venezuela sino el cuarto de su linaje.
Los
primeros fueron tres hermanos llegados
en 1640 con su tío Fray Mauro a quien por sugerencia de S.M. Felipe IV
de España, S.S. El Papa Urbano VIII, el
11 de octubre de 1639 designó Obispo de Venezuela. Vinieron con él sus tres
sobrinos Manuel Felipe, Martín y Ortuño.
Manuel Felipe de Tovar y Mendieta, tatarabuelo (o cuarto
abuelo) del futuro Conde, nació en Madrid, casó dos veces; la primera en
Caracas en 1646 con la trujillana Juana
Pacheco Maldonado; fue Alcalde de Caracas y encomendero en la Nueva Valencia
del Rey. Fueron los padres de Antonio de
Tovar y Pacheco Maldonado bisabuelo
(o tercer abuelo), primer Tovar
nacido en Venezuela, natural de Trujillo, heredero del título de Marqués
de Marianela, quien casó en 1664 con doña Francisca Mijares de Solórzano y
Hurtado de Mendoza.
Su hijo Domingo José de Tovar y Mijares de
Solórzano (abuelo) nació en 1675 en Caracas donde casó en 1692 con
Sebastiana Galindo y Fernández de Fuenmayor,
padres de José Manuel de Tovar y
Galindo casado en 1721 con Catalina Blanco Blanco y Martínez de Villegas,
padres de Martín de Tovar y Blanco,
Primer Conde de Tovar.
Es el gran
capitán de la empresa y su vocero principal,
durante el proceso y hasta mucho después. Hará valer su inmenso poder
económico, social, militar y hasta eclesiástico, para imponer su voluntad. Los
“otros sujetos” apoyarán todo lo que diga el señor Conde, a quien se dirigen
como “Muy Señor Mío”.
EL
SEGUNDO FIRMANTE ES DON JUAN PALACIOS Y SOJO
El uso de los apellidos Palacios y
Sojo a secas, Sojo y Palacios o solamente Sojo, ha dado origen a muchas
confusiones, tanto que, a la Madre del Libertador y al Abuelo-Padrino, en el
acta del bautismo del héroe, se los
apellida Palacios y Sojo, cuando en realidad, ella era Palacios Blanco y él, Palacios y Gil
de Arratia. Estamos frente a uno de esos casos. El Juan Palacios y Sojo que
suscribe la Petición junto con el Conde de Tovar, no existió como tal en 1772.
Entre los hijos de Juan de Palacios y María de Sojo, de comienzos del siglo
XVII, no hubo ningún Juan. Los “Juan” nacidos en Venezuela fueron Juan Palacios
Xerez de Aristeguieta (1741-1763) fallecido soltero de 22 años; Juan Félix
Palacios Blanco nacido en 1762 quien apenas tenía 10 años para la fecha.
Muy probablemente se trata de don
Juan Ignacio Palacios y Gil de Arratia
nacido en 1737, hermano de Pedro Palacios Gil de Arratia, nacido en 1738, gran
promotor de la música, conocido como el
Padre Sojo. Uno de los doce hijos de don Juan se llamaba Juan Ignacio Palacios
Obelmejías nacido en 1765, quien tenía 7 años y murió soltero en 1811. La
confusión se origina porque junto con la Petición que suscribe, anexan una
lista de haciendas en la cual se mencionan “las tierras de los Herederos de don
Juan Palacios y Sojo”, y quien suscribe el documento, no había sido heredado aun, porque murió quince años después, en 1787. Era hijo de don Feliciano Palacios
Xedler quien en sus dos matrimonios tuvo 15 hijos.
EL
TERCERO ES DON JUAN ANTONIO PEYNADO
El
Capitán Don Juan Peynado, es dueño de la hacienda “Urbina” donde tiene 73 esclavos.
La hacienda llegó a sus manos después de
un largo proceso en el que las ventas, los matrimonios, los
fallecimientos y las herencias, tuvieron mucho que ver. En 1629 las tierras le
fueron dadas a don Juan de Queipo
por La Magestad de Felipe IV de España;
las heredó su hija Bernarda, casada con don Lope Bernal de quienes las adquirió don Manuel de Urbina.
Compró también a don José Morgado de Cardona, quien había heredado a su padre el
Capitán don Juan Sánchez Morgado, Alcalde de Caracas en 1626, con casa opulenta frente
a donde se hizo la iglesia de El Consejo, tierras que fueron de Miguel Jorba
Calderón antes de 1629 donde se fundó la hacienda “Quebrada Seca”. A don Manuel lo heredó su hijo Andrés Manuel
de Urbina Marqués de Torre-Casa. Su hija y heredera Catalina Antonia casó con
don Blas José de Landaeta y la hija de ambos, Catalina Josefa casada con Capitán Don Juan Antonio Peynado heredó Urbina pero no “Nuestra Señora de La
Angustias” o “Quebrada Seca” que era de su hermano don José Francisco de Landaeta.
Viudo,
don Juan Peynado se casó con María Josefa Matos Monserratte y al morir él, su
viuda casa con el español don José Ciriaco de Manterola. Eran los dueños de la
hacienda cuando llega Humboldt en 1800. El sabio alemán pasa dos noches en ella
y hace una magnífica descripción de la hacienda, de “Quebrada Seca”, y de toda
la región.
EL CUARTO
ES JOSEPH FRANCISCO DE LANDAETA.
El cuarto
firmante de la petición es el Fiel Ejecutor Don Joseph Francisco Landaeta, dueño de “Nuestra Señora de las
Angustias” o “Quebrada Seca” y de 15
esclavos. Su padre, don Blas José Landaeta pasó a ser dueño de la hacienda
“Urbina”, al casarse con Catalina Antonia Urbina. La hija de ambos Catalina
Josefa, casada con el Capitán Don Juan
Antonio Peynado heredó Urbina pero no
“Nuestra Señora de La Angustias” o “Quebrada Seca” que era de su hermano don
José Francisco de Landaeta. El
previsivo padre separó “Urbina” de “Quebrada Seca” para que cada uno de sus hijos quedara
propietario de una hacienda y así fue.
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