30 mar 2014

EL CUENTO DEL GATO

Don Elías López, quien en verdad como se llamaba era Eleazar, (padre del poeta Eddie López), fue un hombre sabio y ocurrente. De muy pocas palabras, lograba encerrar en una sola frase, lo que a nosotros nos costaba larguísimos discursos. Tenía en el Barrio de Jesús, donde comienza el camino de la montaña, una bodega llamada “El Luchador”, llegadero obligado de los hombres que bajaban del Pié del Cerro o de La Colonia Tovar. Desde su mostrador, fue un curioso testigo de la vida de los campesinos; de allí su sabiduría. Hizo fortuna, pero sus riquezas materiales no lo apartaron jamás de la vida sencilla ni de su mostrador. Sabía, que lejos de esa manida estampa en la cual aparecen el Jefe Civil, El Cura, El Juez y El Boticario, los verdaderos “dueños” de los pueblos han sido siempre los pulperos.

Poco participaba en discusiones. Se limitaba a oír durante largo rato y al final, cuando debía retirarse a su trabajo, se paraba de espaldas a nosotros, viendo hacia el jardín, y en cortas frases, resumía, sintetizaba, concluía, daba media vuelta, tomaba su sombrero, repartía bendiciones y se iba. Muchas veces, se valía del humor para resolver alguna situación. En más de una oportunidad ocurrí a él como a un buen padre, pues como tal me trataba.

Una vez, estudiaba yo segundo año de Derecho en Caracas, me enamoré de una mujer muy bella, con tal pasión, que me “rasparon” todas las materias.

Regresé deprimido a La Victoria, pero en lugar de llegarme hasta mi casa, llegué a la de los López, donde le conté “mis desdichas” a Don Elías.

Me escuchó como siempre, se quedó largo tiempo pensativo y al fin me respondió: “A usted le pasó, lo que le pasó al gato”. No entendí nada. Don Elías se dio cuenta y prosiguió: “Había una vez un bello galo de Angora, que se quedó dormido, soñando con su gala, tan cerca de la línea del ferrocarril, que su hermosa cola quedó sobre uno de los rieles, con tan mala suerte, que pasó la veloz locomotora y se la cortó en seco. Despené del hermoso sueño bajo intenso dolor, y echó a correr desesperado, pegando gritos, hasta que poco a poco, el dolor fue pasando. Una vez aliviado, comenzó a desandar en busca de su cola, con la esperanza de que se la pegaran nuevamente, para seguir mostrándola orgulloso. Registraba por todos los rincones donde la linda cola pudiera haber caído, cuando de pronto, mientras asomaba la cabeza por un huequito, puso esta vez el cuello sobre el riel, en el preciso instante en que volvía a pasar la locomotora que venía de regreso, y lo decapitó. Ese es el cuento’

Seguí sin entender. Don Elías, haciendo su gesto característico de tomar el sombrero con la izquierda mientras con la derecha abría la puerta, me miró fijamente y con sonrisa pícara que aún recuerdo, me dijo: “La enseñanza del cuento, está en la moraleja; ella dice, que: “NUNCA SE DEBE PERDER LA CABEZA POR UN RABO”.

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