GONZALO
Germán
Fleitas Núñez cronista de La Victoria
Tenemos que acostumbrarnos
a pronunciar el nombre de Gonzalo como si fuera de nuestra familia. Sin
apellido, como pronunciamos los nombres de don Cipriano, de Sergio, del “Cojo”
Rafael, de “Polito”; de Luís; con respeto pero con intimidad, como cuando
hablamos de Fray Ildefonso, de Miguel Ángel, de Julio, de Eddie, de Carmen
Pilar, de Misia María Luisa, de Isabelita, de Ángel Raúl o de
Federico. Porque Gonzalo es uno de cuatro más grandes poetas victorianos junto
con Sergio Medina, Rafael Briceño y Luís Pastori.
Gonzalo salió de aquí y
le ha costado trabajo regresar porque sobre su nombre cayeron 27 años de olvido
obligado para que pagara sus propias culpas y las de su padre. Además, de tan
nacional y tan internacional nos acostumbramos a verlo de lejos y no fue que se
nos escapó del cercado parroquial, sino que se nos olvidó volverlo a traer. Él
se llevó en la memoria y en el corazón a su ciudad natal y la fue metiendo en
su obra, o sea, que no se fue del todo, pero es buen tiempo para que lo
regresemos a su polvoriento terruño y a su campo del Pao de Zárate. Era hijo
del doctor Ángel Carnevalli Monreal, brillante escritor, periodista y político
nacido en Trujillo en 1857 y fallecido en la cárcel de la Rotunda en Caracas el
15 de Febrero de 1927. Se avecindó en su hacienda “Santa Rosa” en el Pao de
Zárate junto con su esposa Elba Parilli Ferrani. Amigo de don Cipriano, fue ministro
de Relaciones Interiores, Senador por el Estado Aragua, Gobernador del Distrito
Federal, Presidente del Estado Aragua en 1909 cuando La Victoria era la capital.
Acusado de estar involucrado en la muerte de don Juancho Gómez, hermano del
general, fue preso junto con sus hijos Atilano y Gonzalo, en La Rotunda, donde
murió el 15 de febrero de 1927. Fue Miembro de la Academia Nacional Historia.
En 1900 nació Gonzalo. Doctor
en Ciencias Políticas y Sociales, poeta y diplomático. Perteneció a la
generación literaria de 1920. Fue intelectual de alto vuelo. Gran orador y
poeta pero publicó un solo libro en su juventud, llamado “El Alba de Oro”. Era
un hombre revolucionario; en febrero del año 1934, al conocerse la muerte del
líder nicaragüense Augusto César Sandino (Augusto Nicolás Calderón Sandino
1895-1934), ordenada por el futuro dictador Anastasio Somoza, escribió un romance que hoy se conoce en toda
la América, menos en Venezuela y mucho menos en su ciudad natal, porque cuando mataron a Sandino gobernaba
Venezuela el general Gómez y este poema le podía costar años de cárcel a quien
lo recitara (Lo anexamos).
Cuando regresó al País,
después de la muerte del General Gómez, desempeñó altos cargos diplomáticos,
entre ellos los de Embajador de Venezuela en Colombia, Consejero de la Legación
de Venezuela en España, Ministro de
Venezuela en Suecia, Noruega y Dinamarca, y Representante de Venezuela en la
Unión Panamericana. Casó con doña Josefina Hernández-Ron y tuvieron numerosa
descendencia.
A su regreso del exilio
fue homenajeado en un “Acto Literario” celebrado en el “Teatro Ribas” y una
niña llamada Hilda Barrios colocó sobre su frente, una corona de laureles.
Cuando asumió la
presidencia de la República don Rómulo Gallegos, lo designó Embajador de
Venezuela en los Estados Unidos de Norteamérica. Como tal lo acompañó durante
su visita al Presidente Harry Truman (en la foto). Cuando un golpe militar derrocó
a don Rómulo, Gonzalo se negó entregarle la embajada al nuevo embajador el
escritor José Rafael Pocaterra alegando que él se la entregaría gustosamente a
un militarote ignorante y “chopo e´ piedra”,
pero no a un intelectual porque eso era una indignidad. Tuvo que venir
del Japón el embajador doctor Carlos Jiménez Rebolledo, recibirle a Gonzalo y
entregarle a Pocaterra. En el momento de pronunciar algunas palabras los
embajadores entrante y saliente, se puso de pie y dirigiéndose a Pocaterra le
preguntó: “José Rafael, ¿en cuál de los capítulos de tus <<Memorias de un
Venezolano de la Decadencia>> vas a
incluir este acto?”...y se volvió a sentar. El 12 de febrero de 1944, grandes
solemnidades inician la celebración del “Día de Venezuela en Aragua”.
Pronuncian discursos el Presidente Aníbal Paradisi, el poeta victoriano Miguel
Ángel Álvarez Primer Cronista Oficial de
la Ciudad de La Victoria y por último el gran poeta Gonzalo Carnevali, quien pronuncia una memorable
oración. Ofrecemos junto con su celebrado poema “Canción de la niña ingrávida”,
su “Romance a Sandino”. Nuestro paisano Gonzalo
Carnevali murió en Roma en 1948. Era
victoriano.
CANCIÓN
DE LA NIÑA INGRÁVIDA
No pesaba la niña… Se dijera que
contrariaba leyes naturales al afirmar el pie sobre la tierra.
¡Si daban ganas de oprimirle el talle, en lógico temor de que ascendiera, ingrávida
y sutil, hacia los aires!
De los ojos oscuros persevera en mi recuerdo aquél apoyo lánguido de la pupila en la morada ojera.
Y aquél azul que en el lejano fondo de la suave mirada se advertía, como
si reflejara, lo remoto.
(Así una noche en las pupilas bellas logré
mirar, buceándolas muy hondo, un claro y dulce resplandor de estrellas)
Y la voz... Y la voz! Jamás oyera voz cual la suya de hondamente grave, de
milagrosamente ultraterrena.
Tal que si en luz la pienso convertida, sueño un claro de luna en la montaña,
o
una alborada en la extensión marina.
No pesaba la niña... Se dijera
que
contrariaba leyes naturales al afirmar el pié sobre la tierra.
!Si daban ganas de oprimirle el talle, en lógico temor de que ascendiera, ingrávida
y sutil, hacia los aires
EL
ROMANCE DE SANDINO
Ya
mataron a Sandino A mansalva lo mataron Lejos de los agrios riscos Donde no ha mucho flamearon Sus banderas de heroísmo.
Por
tierras de Nicaragua galopan los asesinos hacia una noche de bosques, perseguidores de
olvido.
Mientras
los sigue el recuerdo como un fantasma sumiso; y
sus caballos de sombra lucen un tinte rojizo, igual que sudaran sangre como en la pasión de Cristo.
Ya
las prensas asociadas, o unidas que da lo mismo, no
han de tener que llamarlos, ni a él ni a los suyos, bandidos y los Chamorros de América o los Gómez, -da lo mismo-, podrán forjar mas sin trabas sus
Panamericanismos.
Todo
porque en Nicaragua ya mataron a Sandino.
Al
descanso de sus restos Se suma el de los
políticos; y veinte mil generales de bigotes retorcidos y
espadas que son de acero pudiendo bien ser de vidrio, se siente más generales desde que murió Sandino.
Mujeres
de nuestra América, la de los dolores indios y
los resquemores negros y los rencores mestizos; Mujeres de nuestra
América yo solo una cosa os pido:
mañana cuando estén grandes decidles a vuestros hijos, recordándoles al héroe, que aprendan a ser bandidos.
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